Fe y Obras

Nació María

 

 

08.09.2013 | por Eleuterio Fernández Guzmán


El día 8 de septiembre celebra la Iglesia católica la Natividad de la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra.

El Papa emérito Benedicto XVI, en su libro “El Rostro de Dios” referido a la Natividad de la Virgen María, escribe lo que entiende sobre lo que supone tal acontecimiento: es, en realidad, la plasmación de la “plenitud de los tiempos” a lo que, por otra parte, llama “el alivio beneficioso aportado por el nacimiento de María”.

Es evidente que Dios podría haber redimido al ser humano de la forma que hubiese querido; que, a lo mejor, no hacía falta que María dijera sí a Gabriel y, por tanto, que el nacimiento de una niña en aquellas tierras de oriente podría haber sido uno de tantos nacimientos que a lo largo de la historia se hubiesen producido; uno más, sin mayor significado.

Pero Dios tiene planes que nosotros no entendemos pues por algo son los del Creador y, a pesar de no ser capaces de entenderlos ni es posible adivinar su voluntad, sí podemos ver, después de conocer lo que sucedió con el paso de los años, que aquí también acertó Dios (pues ya sabemos que, muchas veces, las semillas de la fe tardan tiempo en germinar y dar fruto).

La humanidad necesitaba un nuevo amanecer. Y Dios, misericordioso y fiel cumplidor de sus promesas, se lo iba a dar porque perdido, en mucho, el pueblo de Dios y alejado, bastante, de la Palabra que lo iluminó a lo largo de los siglos, un Salvador debía venir al mundo para procurar enderezar las sendas que los hijos de Dios habían torcido con su comportamiento y su falta de fe.

Por eso, el 8 de septiembre de 2004, en la Audiencia General que celebró, el beato Juan Pablo II dijo que “Esta fiesta, muy arraigada en la piedad popular, nos lleva a admirar a María niña la aurora purísima de la Redención”.

Y no sólo eso sino que, además, “contemplamos a una niña como todas las demás y, al mismo tiempo, única, la ‘bendita entre las mujeres’ (Lc 1, 42)”, porque “María es la Inmaculada ‘Hija de Dios’” destinada a convertirse en Madre del Mesías y, a partir de ser acogida por Juan, el discípulo amado, en Madre nuestra también.

¿Qué significo y significa, por tanto, el nacimiento de María para la humanidad?

María fue elegida por Dios, desde la eternidad, para que fuera Madre de Su Hijo y, además (¡Gran misterio éste!), Madre Suya. De aquí que, efectivamente, apuntaba a lo que iba a ser la llegada de la plenitud del tiempo, el momento en que el Mesías debía traer la confirmación de la Palabra de Dios y, así, la salvación del mundo.

Por eso tuvo que suponer un gran alivio para la humanidad tal nacimiento aunque la misma, una gran parte de la misma, permaneciese, eso parece, ignorante sobre tal momento crucial de su propia existencia.

Sin embargo, como nos recuerda Benedicto XVI en la publicación citada arriba, y poniendo, como prueba, las palabras de Andrés de Creta, nada iba a ser, ya, igual desde entonces porque el nacimiento de María “representa el tránsito de un régimen a otro, en cuanto que convierte en realidad lo que no era más que símbolo y figura, sustituyendo lo antiguo por lo nuevo”.

Y es eso, precisamente, la apertura de una nueva creación que da lugar la natividad de María y que supone la aniquilación “definitiva de la serpiente infernal, aparición, por ello, destinada a iluminar a toda la Iglesia”. Además, y de aquí, que, como dice la segunda antífona de laudes del 8 de septiembre, “Cuando nació la Santísima Virgen, el mundo se iluminó” con una luz tan grande que, desde entonces, ha guiado el devenir de un pueblo que la ama y la tiene por Madre, Señora, Mediadora.

No se trataba, por otra parte, de una luz cualquiera ni de una que pudiera pasar como si nada. Al contrario, “Tu nacimiento... anunció la alegría a todo el mundo” según la antífona del Benedictus.

Al fin y al cabo, la salvación estaba, literalmente, en las manos de aquella niña que iba a manifestar, con el tiempo, una voluntad afirmativa a la voluntad de Dios, su “fiat”. Pero para que se produjera tal momento era absolutamente necesario que el fruto del amor entre Joaquín y Ana, María, viniese a un mundo que esperaba, desde hacía demasiado tiempo, el nacimiento del Mesías, el Ungido de Dios.

Por lo tanto, el régimen antiguo iba a quedar obsoleto, iba a pasar a la historia de la humanidad creyente como el nacido del pecado original e iba a ser sustituido por otro (una nueva alianza se estaba preparando) en la que María iba a jugar un papel esencial sin el cual nada hubiera sido posible. Al menos de esa forma sustentada en la manifestación de la voluntad de aquella niña.

María, Madre de Dios y Madre nuestra nació para ser fruto antes de ser Madre porque lo era del Amor de Dios antes de todos los tiempos.

¡Gracias, Padre, por ser tan bondadoso con tus díscolos hijos!

Eleuterio Fernández Guzmán
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