Fe y Obras

 

En este mes del Santo Rosario

 

 

 

16.10.2018 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

 

Hay meses que son muy especiales. Y hablamos de los que son espirituales porque es lo que aquí nos interesa.

Uno de ellos es octubre. Es dedicado muy especialmente al Santo Rosario. Y no es que el resto del año debamos olvidarlo sino que lo celebramos de forma muy especial como, por ejemplo, el de junio es dedicado al Sagrado Corazón de Jesús y no por ello olvidamos al Santo de los Santos y a su corazón el resto del año.

El Santo Rosario es fuente de recuerdo porque, a lo largo de los misterios que rezamos, traemos al ahora mismo aquellos acontecimientos propios de la vida del Hijo de Dios que tan fructíferos son es en nuestro corazón.

Pero, también, el Santo Rosario es fuente de futuro porque, a partir de la repetición paulatina de tales acontecimientos nosotros, hermanos del Hijo del hombre, podemos acometer nuestra vida a sabiendas de que nunca seremos abandonados por Aquel que contemplamos en su rezo.

El Santo Rosario, no podemos olvidarlo, es oración muy querida por la Madre de Dios. Y es que a ella nos dirigimos muchas veces con el rezo de las Aves Marías que con tanto gozo repetimos y que no son, como se suele pensar, una repetición sin sentido o una especie de “mantra”. No lo es sino que, al contrario, supone para nosotros, sus hijos, que el recuerdo de María nos endulza la vida y nos hace mirar con mejores ojos a todo lo que nos rodea.

Tampoco podemos olvidar que el Santo Rosario, oración que hace muchos siglos que rezan los hijos de Dios que, en el seno de la Iglesia católica, vivimos, nos movemos y existimos, nos pone sobre la pista de qué es lo que debemos hacer, cómo debemos actuar y, en fin, cuál ha de ser nuestra vivencia espiritual. Y es que el misterio que, muchas veces, se encierra en los que son de tan magna oración popular, son luz, son la Luz que el Creador nos envía para que sepamos por dónde debemos caminar hacia el tercer Reino de Dios existente, que es el del Cielo (uno de ellos está en nosotros, que es la gracia de Dios y otro, en la tierra, que es la Santa Iglesia Católica), el de la Bienaventuranza y la Visión Beatífica.

Pues bien, no podemos pedir a Dios otra que cosa que no sea que inflame nuestro corazón para que, al rezar el Santo Rosario, nos levantemos por encima del mundo y miremos hacia arriba, para hacer práctica y efectiva la relación vertical que debemos mantener con el Todopoderoso.

El Santo Rosario, en este mes de octubre (y en todos los que han sido desde que el mismo se reza) nos facilita el vivir. Y lo hace porque en tal espejo espiritual podemos mirarnos para repetir lo que pueda ser repetido, de lo que allí decimos, por nuestros, tantas veces, egoístas corazones y mentes alicortas y ciegas.

Estamos seguros, por otra parte, que Dios ha de tener muy en cuenta lo que podamos ofrecer en el rezo del Santo Rosario. Y es que, además de ser grande tal oración, en ella podemos dirigirnos al Padre para pedir por las santas intenciones que son del gozo y gusto de nuestro Creador. Y eso, no podemos negarlo, no puede dejar de ser escuchado por su santísimo corazón.

 

Agradecemos a Dios
que nos diese las cuentas
que del Rosario
al Cielo nos llevan.

Agradecemos al Padre
que, al recordar las cosas
que a Cristo cercaron,
seamos capaces de mirar
y, con él, mirarnos.

Agradecemos al Creador
que, con María bien presente,
queramos mirar a la Madre
y a ella entregarnos. 

Agradezcamos a Adonai,
que tanto hace por nosotros,
que nos diera el Santo Rosario
y con el mismo recordarlo.

Amén.

 

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net