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La historieta de una comunidad de vecinos

Que puede aplicarse a otros ámbitos mucho más amplios

 

Francisco Rodríguez Barragán | 06.06.2017


 

Erase una vez una comunidad de vecinos que cada año elegía entre ellos un presidente para que cuidara de tener a punto los servicios comunes de limpieza, luz, calefacción, etc. Hay que reconocer que la mayor parte de los vecinos no tenía ningún interés en asistir a las juntas ni ofrecerse como presidente, por lo que uno de ellos se decidió a tomar las riendas de la comunidad y a mantenerse en el cargo un año tras otro.

Pensó que sería bueno que el edificio tuviera una entrada lujosa y adornada de plantas y lámparas. A los vecinos que se alarmaron por tales lujos los convenció de que aquella obra les beneficiaba pues sus viviendas resultaban revalorizadas y que él ya había conseguido que el coste de la obra se abonara cómodamente en varios años. Algún vecino quedó amoscado cuando vio que la empresa que hermoseaba la entrada estaba también mejorando el piso del presidente,  se abstuvo de comentarlo, ya que solo tenía una sospecha sin pruebas.

Poco después el presidente pasó comunicación a los vecinos conminándoles a que quitaran de sus puertas los símbolos cristianos del Sagrado Corazón o la Virgen María, pues alguno de los pisos había sido adquirido por unos musulmanes que no deberían sentirse incómodos ni discriminados con la exhibición pública de nuestras creencias que podíamos seguir teniendo dentro de nuestras casas.

También advirtió a los vecinos de que evitaran exhibir en las terrazas jamones ni chorizos, ni que el olor a tocino del cocido saliera de las cocinas al objeto de no ofender las prescripciones del Corán favoreciendo así la convivencia.

Un día aparecieron en los balcones de unos vecinos algo raritos, una gran bandera arco iris. Otros convecinos abordaron al presidente pidiendo explicaciones por aquella bandera y les respondió que todos deberíamos adornar nuestros balcones con la misma bandera para hacerle saber a aquella extraña pareja que todos los vecinos respetábamos su orientación sexual.

Algún piso se quedó vacío durante bastante tiempo y el presidente tomó la decisión de ponerlo en conocimiento de asuntos sociales del ayuntamiento que rápidamente autorizó a unos mugrientos perro-flautas a ocuparlo, lo que originó las quejas de los vecinos, pero el presidente justificó su decisión como buen ciudadano y mandó a los que protestaban a poner la denuncia que quisieran, aunque nadie se atrevió a hacerlo por no empeorar las cosas.

Los pisos que decía el presidente que se habían revalorizado con la remodelación de la entrada se depreciaron con la llegada de los ocupas y los que querían venderlo y escapar de aquella comunidad no lo conseguían de ninguna manera.

Por supuesto que la solución hubiera sido cambiar a tiempo a este presidente pero el muy astuto, con la colaboración del portero, sabía de todos los chismes y debilidades de los vecinos, razón por la cual no era fácil ponerlos de acuerdo para nada. Así que a quejarse dentro de casa y aguantar.

─ ¡Oiga! ¿Lo que nos está contando es de una comunidad de vecinos? Parece más bien que se trata de los ayuntamientos o de las autonomías.

─ ¿Ustedes que creen? Cuando nos desentendemos de vigilar a los que hemos elegido para gobernarnos, pasan estas cosas, perdemos nuestras libertades pero las deudas suntuarias, que ellos decidieron,  tenemos que pagarlas a la fuerza.

 

Francisco Rodríguez Barragán