Sotto Voce

Seguimos de boda ...

 

 

América Fernández Sagol 07/05/2017


 

Y entramos directamente en lo que se relaciona con la música, porque ésta en una ceremonia, tanto si es civil como religiosa, tiene una función ministerial, es decir, está concebida para servir de apoyo y no para dominar. En el caso de la ceremonia civil, podemos utilizar la música que más nos agrade, dentro de un orden claro, intentando que el buen gusto se imponga, pues aunque podamos casarnos bajo los acordes de Paquito el chocolatero, no es propio del momento. La ceremonia religiosa es otra cosa. El matrimonio para la Iglesia es un sacramento y los sacramentos son signos de la gracia que se recibe de Dios, son permanentes y por ello se reciben una sola vez en la vida, de ahí la indisolubilidad del matrimonio canónico. Pensamos que es ahora en el siglo XXI cuando se ha puesto de moda eso de llevar a las iglesias cualquier tipo de música, pero no es así. Ya en 1862, José de Castro y Serrano hizo las siguientes declaraciones: “Las iglesias españolas son en música una charanguería extravagante y profana que no tiene siquiera el mérito de la maldad. Las capillas están encomendadas a gente indocta, que cree tener por oficio el regocijar a los fieles con arreglos de ópera y cantares de torpe origen, engendros de trompeterías y voces desaforadas que convierten el templo, no en un teatro, lo cual sería posible, si el teatro fuese bueno, sino en un lugar al que, por respeto al asunto no damos nombre”. En la boda religiosa, la música sustituye a oraciones que forman parte de la misa, pero al cantarlas, hacen más ligera la ceremonia y, aunque al cantar, ésta se alargue un poco, resulta mucho más emocionante. Actualmente se usa mucho la forma sin misa para acortar el matrimonio canónico, pero la forma con misa es mucho más completo y adecuado y si es con música mejor, a los invitados no debe importarles un ratito más y, si se es católico, se trata de un acto que demuestra el compromiso de los contrayentes más allá de la diversión propia de este tipo de actividad. Los músicos no son organizadores de boda, tocarán lo que se les pida aunque sepan que es inadecuado o trasgresor, la responsabilidad es totalmente de la persona que encarga la música, así que ésta debe asesorarse convenientemente y hay algunas pautas que se pueden seguir:  la ópera es casi siempre trágica y narra situaciones de infelicidad y drama, no es bueno utilizar arias de ópera para las bodas. Algunas personas piensan que el aria de Lauretta, esa de “Oh mio babbino caro”… de la ópera Gianni Snichi de Verdi es una canción de cuna, pues confunden la palabra babbino con bambino, y la solicitan para la comunión. Pues bien, se trata de un grave error, babbino es una palabra utilizada en la Toscana, significa papi o papito y el aria en cuestión, aunque es maravillosa, es una nota de suicidio que el personaje deja a su padre. Por muy hermosa que sea, que lo es sin duda, no puede cantarse en la iglesia, porque el suicidio es moralmente inaceptable para los católicos. Es muy importante conocer la letra de las canciones que elegimos, pues aunque se canten en otro idioma, el contenido puede ser irreverente o a veces insultante para una ceremonia religiosa o civil. Otra cosa esencial a tener en cuenta es que las bandas sonoras de las películas llevan una gran cantidad de efectos especiales que los músicos no pueden reproducir en los instrumentos convencionales o en los órganos de las iglesias y esto puede dar lugar a que, si se pide este tipo de música, se sientan decepcionados con el trabajo de los músicos, lo cual es injusto. Hay que tener en cuenta la formación que elegimos, una soprano o tenor acompañados de órgano, violín u otros instrumentos de cuerda puede ofrecer un repertorio amplio y adecuado para cualquier tipo de ceremonia, depende cuanto se quiere gastar. Sean prudentes y, ante la duda, sepan que Johann Sebastian Bach escribió más de cuatrocientos corales, a cual más hermoso y nunca se queda mal eligiendo uno de ellos. Prometo publicar una lista de obras idóneas para bodas.

 

América Fernández Sagol