15.04.08

Dos artículos para aclarar mi proceder ante las desviaciones doctrinales


Como veo que tengo nuevos lectores desde que he mudado mi blog a Religión en Libertad, y con el fin de que quede meridianamente claro mi posicionamiento acerca de la importancia de defender la ortodoxia doctrinal en la Iglesia Católica, creo oportuno reproducir, con ligeras modificaciones, dos artículos que escribí hace unos meses. Irán en dos páginas diferentes.

El verdadero “tono evangélico” ante los que propagan el error.

A veces los heterodoxos son gente agradable, de fácil trato, que se hace querer por el gran público gracias a sus cualidades humanas. Por ejemplo, Nestorio era hereje pero sin la menor duda mucho mejor persona que el ortodoxo Cirilo. Pelagio era un peligro para la fe cristiana, pero parece ser que su moral era intachable. Y Menno Simmons era un tipo que irradiaba paz y serenidad, aunque luego dijera que Cristo no tomó carne de María, a la que poco menos que convertía en un vientre de alquiler. Es decir, se puede ser un heterodoxo de tomo y lomo a la vez que un buen tipo. Y se puede estar en la más estricta de las ortodoxias y en el más escandaloso de los comportamientos éticos. Pero cuando la Iglesia examina la doctrina de sus teólogos, no entra en juicios sobre sus cualidades humanas. Ciertamente la santidad se lleva mal con la idea de que uno no debe de adaptar sus creencias a la fe de la Iglesia y, por tanto, hay que estar dispuesto a rectificar si el magisterio así lo pide.

Muchos de los que salen en defensa de los heterodoxos en el seno de la Iglesia Católica arremeten con dureza contra los que nos dedicamos a tratar estos asuntos. A algunos les parecen poco caritativos los términos en que emitimos algunos juicios. Pero somos el colmo de la moderación si nos comparamos con las palabras que Cristo y los apóstoles usaban contra los que se oponían al verdadero evangelio y la sana doctrina. De estos el Señor decía que eran “raza de víboras”, “sepulcros blanqueados, limpios por fuera y llenos de podredumbre por dentro", que “ni entran en el Reino, ni dejan entrar en él”, etc. A los que escandalizaban con el escándalo de sus errores a la gente sencilla, Cristo aseguraba que “más les valdría que les pusieran al cuello una rueda de molino y que los arrojaran al mar”. Por eso los advertía a los fieles de que tuvieran mucho cuidado en guardarse de los “falsos profetas, que vienen a vosotros con vestiduras de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces”.

Efectivamente, el propio Cristo advirtió claramente de que “saldrán muchos falsos profetas y extraviarán a mucha gente” (Mt 24,11; +7,15-16; 13,18-30. 36-39). Y así fue. Ya desde el principio la voz de los apóstoles se vio combatida por las ruidosas voces de muchos falsos profetas y teólogos. Y los escritos apostólicos reflejan constantemente preocupación, dolor y gravísima indignación: San Pedro (2 Pe 2), Santiago (3,15), San Judas (3-23), San Juan (Ap 2-3; 1 Jn 2,18.26; 4,1), todos denuncian una y otra vez, con palabras fortísimas, es decir, con verdadero “tono evangélico”, el peligro de estos maestros del error.

San Pablo, mismamente, atiza de lo lindo en sus cartas a los falsos doctores del evangelio. “Aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gál 1,8). Y de aquellos cristianos judaizantes, que seguían exigiendo la circuncisión, el apóstol llega a afirmar: “¡Ojalá se castraran del todo los que os perturban!” (Gál 5,12) El apóstol de los gentiles denunció a todos los maestros del error haciendo de ellos un retrato implacable. “Resisten a la verdad, como hombres de entendimiento corrompido” (2 Tim 3,8), son “hombres malos y seductores” (3,13), que “pretenden ser maestros de la Ley, cuando en realidad no saben lo que dicen ni entienden lo que dogmatizan” (1 Tim 1,7; 6,5-6.21; 2 Tim 2,18; 3,1-7; 4,4.15; Tit 1,14-16; 3,11). De ellos dice que les apasiona la publicidad, dominan la comunicación social, son “muchos, insubordinados, charlatanes, embaucadores” (Tit 1,10). “Su palabra cunde como gangrena” (2 Tim 2,17). Entonces, como ahora, los heterodoxos tenían éxito en difundir sus errores. Parece que basta con que se distancien de la Iglesia, para que el mundo les garantice el éxito que desean. Y es que “ellos son del mundo; por eso hablan el lenguaje del mundo y el mundo los escucha. Nosotros, en cambio, somos de Dios; quien conoce a Dios nos escucha a nosotros, quien no es de Dios no nos escucha. Por aquí conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error” (1 Jn 4,5-6. Jn 15,18-27).

No se me entienda mal. No digo que todo eso sea aplicable hoy a todos los que profesan la heterodoxia, pero sí a muchos de los que ya han cruzado hacia la orilla de la plena y pertinaz disidencia doctrinal y eclesial.

Y bien, alguno se preguntará si será posible que, entre tantas voces discordantes y contradictorias, puedan los cristianos permanecer en la Verdad. La respuesta es afirmativa. Será perfectamente posible si “perseveran en escuchar la doctrina de los apóstoles” (Hch 2,42), si saben enraizarse “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular el mismo Cristo” (Ef 2,20), si si se agarran con fuerza a “la Iglesia del Dios vivo, que es columna y fundamento de la verdad” (1 Tim 3,15), si tienen buen cuidado en discernir la voz del Buen Pastor, que “nos habla desde el cielo” (Heb 12,25) mediante el Magisterio apostólico. Quienes “conocen su voz, no seguirán al extraño, antes huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Jn 10,4-5). Éstos entran en el Reino porque se hacen como niños, y se dejan enseñar por la Madre Iglesia. Estos saben prestar a la autoridad del Magisterio apostólico “la obediencia de la fe” (Rm 1,5 y 16,26; 2Cor 9,13; 1Pe 1,2.14).

Ya advirtió el Concilio Vaticano II que “a través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el final (Mt 24,13; 13,24-30. 36-43)” (GS 37b).

Pues bien, éstos han librado el buen combate y han guardado la fe (2 Tim 4,7; y 2,25; y 4,7; 1 Tim 2,4; 2 Pe 2,20; Heb 10,26). Estos han sabido guardarse de los “falsos profetas, que vienen a vosotros con vestiduras de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces” (Mt 7,15). Estos han sabido discernir la calidad de los doctores y de sus doctrinas “por sus frutos” (Mt 7,16-20) de distanciamiento de la Iglesia, de su doctrina, y a veces incluso de sus sacramentos.

Ah, y por favor, con todo el respeto debido a quienes se dedican hoy al mundo de la exégesis bíblica, yo prefiero quedarme con la de los Padres de la Iglesia y los grandes santos a lo largo de los siglos. Cualquiera que conozca sus escritos reconocerá la fuerza, el verdadero “tono evangélico”, que en la Tradición católica se ha usado siempre frente a los errores. Lo que se aleja inmensamente del lenguaje evangélico es el modo teológico suave, “eclesiásticamente correcto”, con el que desde hace unos decenios se enfrentan los errores contra la fe católica.

Luis Fernando Pérez Bustamante.

Sigue….

 

Apologia pro vita sua
11 de Diciembre, 2007

Benedicto XVI ha repetido en varias ocasiones que el cristianismo es sobre todo un encuentro personal con Cristo. No con una doctrina, no con una serie de normas morales, sino con el Dios hecho hombre que viene a salvarnos. De nada nos valdría ser el más experto y ortodoxo de los teólogos y el más puritano de los hombres si nos falta lo esencial, que es esa relación de amor y entrega a nuestro Señor. Es más, cuando nos toque presentarnos ante el tribunal de Dios, no se nos juzgará por nuestros conocimientos del catecismo ni por el número de versículos bíblicos que hayamos memorizado, sino por el amor. Y es que sin amor, nada somos, nada valemos y nada podrá salvarnos, pues la salvación no es otra cosa que participar de la naturaleza del Dios que es amor. Un amor tan grande que no dudó tomar forma de siervo para amar al hombre hasta el fin, muriendo en la cruz como acto supremo de entrega hacia el amado.

Partiendo de esa realidad espiritual que ha de conformar nuestra forma de ser y de actuar en el mundo y en la Iglesia, es necesario decir hoy y aquí que el defender la sana doctrina es un deber de aquellos que se sienten en alguna manera capacitados para ello. Si la verdad nos hace libres, si la Iglesia, comunidad de amor, es columna y baluarte de la verdad, el amor y la verdad han de ir de la mano y jamás debe de usarse el uno contra la otra ni la otra contra el uno. Un amor que pretenda prescindir de la verdad tiene de auténtico lo que la relación esporádica con un profesional del sexo tiene de amor conyugal genuino. Y la verdad que no va unida al amor que busca el bien ajeno, es y hace más daño que la peor de las mentiras.

Vivimos en un mundo y una era donde parece casi imposible entender, incluso en el seno de la Iglesia, en qué consiste el amor verdadero. Algunos entienden el amor como la libertad para pensar y enseñar lo que nos venga en gana. Y se identifica a la necesaria corrección y disciplina con quien se aparta de la fe, como algo contrario a la caridad cristiana. Mas, ¿qué caridad cristiana es esa que se deja atrapar en los brazos del error? ¿qué columna y baluarte de la verdad sería aquella madre que mira para otro lado mientras sus hijos son llevados por las sendas de la mentira, por muy disfrazada de bondad que esta tenga? ¿qué tipo de pastor puede ser aquel que permite que sus ovejas sean llevadas a pastar en una tierra árida o llena de abrojos venenosos?

Los apóstoles recibieron de Cristo toda la autoridad para gobernar la Iglesia. No es casual que una de las características que se señalan en el libro de Hechos como constituyentes de la comunidad cristiana, era precisamente la de comunión con la doctrina apostólica. Lo leemos en Hechos 2,42: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, y en la comunión, y en el partimiento del pan, y en las oraciones“. ¿Habrá quien piense seriamente que se podía participar de la comunión, la eucaristía y las oraciones comunitarias sin a su vez perseverar en la doctrina de los apóstoles? Y sabiendo tal cosa, ¿habrá quien piense seriamente hoy que se puede participar de la comunión, la eucaristía y las oraciones de nuestra Iglesia sin a su ver perseverar, en vez de poner en duda o negar, en la doctrina de los sucesores de los apóstoles? ¿qué tipo de comunión sería esa? ¿qué tipo de Iglesia es aquella en la que un sector va doctrinalmente por libre, como si diera lo mismo relativizar, negar o afirmar dogmas de fe?

El cristianismo no es una doctrina, pero la mala doctrina nos separa del mismo. No da igual profesar o negar la doctrina de que Cristo es Dios. No da igual profesar o negar la doctrina de que María Inmaculada y Siempre Virgen es la Madre de Dios. No da igual profesar o negar la doctrina de la existencia de un cielo eterno para los justos y un infierno eterno para los impíos. No da igual profesar o negar que la tumba estaba vacía. No da igual profesar o negar lo que la Iglesia dice que hay que creer. No da igual estar o no en comunión con la doctrina de la Iglesia. Y no tiene sentido que esto haya que estar repitiéndolo un día sí y otro también, cuando es algo que el mero sentido común dicta que ha de ser así. Algo anda mal en esta querida Iglesia nuestra cuando el término ortodoxia se identifica con fundamentalismo, cuando, ante la casi total inacción de los principales responsables de la custodia de la fe, los que tenemos celo por la sana doctrina, tenemos que estar justificando nuestro proceder ante aquellos que sólo ven en nosotros inquisidores medievales que buscan la vuelta a los autos de fe con hogueras incluídas.

Volvamos de nuevo la vista atrás a los albores del cristianismo. Veamos la importancia que los apóstoles dieron a la sana doctrina y reflexionemos sobre la necedad que supone el restar gravedad a la actividad, lenta pero firme, de la heterodoxia:

Rom 6,17-18
Pero gracias sean dadas a Dios, porque siendo esclavos del pecado, obedecisteis de corazón a la norma de doctrina a la que habéis sido entregados, y libres ya del pecado, habéis venido a ser esclavos de la justicia.

Rom 16,17
Os recomiendo, hermanos, que tengáis los ojos sobre los que producen divisiones y escándalos en contra de la doctrina que habéis aprendido, y que os apartéis de ellos.

Ef 4,14-15
…para que ya no seamos niños, que fluctúan y se dejan llevar de todo viento de doctrina a capricho de los engaños de los hombres y de las astutas maquinaciones del error, sino que, al contrario, viviendo según la verdad y en caridad, crezcamos en todos sentidos hacia aquel que es la cabeza, Cristo.

2Tes 2,15
Manteneos, pues, hermanos, firmes y guardad las tradiciones en que habéis sido adoctrinados, ya de palabra, ya por carta nuestra.

2Tes 3,6
En nombre de nuestro Señor Jesucristo os mandamos apartaros de todo hermano que vive fuera de orden y no sigue las enseñanzas que de nosotros habéis recibido.

1Ti 1,3
Te rogué, al partir para Macedonia, que te quedaras en Éfeso, para que requirieses a algunos que no enseñasen doctrinas extrañas

1Ti 4,6
Si enseñas esto a los hermanos serás buen ministro de Cristo Jesús, nutrido en las palabras de la fe y de la buena doctrina que has alcanzado.

1Ti 4,16
Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina. Persiste en ello, pues haciendo esto, a ti mismo salvarás y a los que te oyeren.

2Ti 4,2-4
Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, enseña, exhorta con toda longanimidad y doctrina. Pues vendrá un tiempo en que no sufrirán la sana doctrina, antes, deseosos de novedades, se rodearán de maestros conforme a sus pasiones, y apartarán los oídos de la verdad para volverlos a las fábulas.

Tito 1,7-11
Porque es preciso que el obispo sea inculpable, como administrador de Dios; no soberbio, ni iracundo, ni dado al vino, ni pendenciero, ni codicioso de torpes ganancias, sino hospitalario, amador de los buenos, modesto, justo, santo, continente, guardador de la palabra fiel; que se ajuste a la doctrina, de suerte que pueda exhortar con doctrina sana y argüir a los contradictores. Porque hay muchos, indisciplinados, charlatanes, embaucadores, sobre todo los de la circuncisión, a los cuales es preciso tapar la boca, que revuelven del todo las casas, enseñando lo que no deben, llevados del deseo de torpe ganancia.

Tit 2,1
En cuanto a ti, habla de modo conveniente y ajustado a la sana doctrina.

Tit 2,6-8
Asimismo a los jóvenes exhórtales a ser ponderados en todo, mostrándote tú ejemplo de buenas obras, de integridad en la doctrina, de gravedad, de palabra sana e irreprensible, para que los adversarios se confundan, no teniendo nada malo que decir de nosotros.

2 Jn 9-11
Todo el que se extravía y no permanece en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que permanece en la doctrina, ése tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros y no lleva esa doctrina, no le recibáis en casa ni le saludéis, pues el que le saluda comunica en sus malas obras.

2 Pe 2,1-2
PERO hubo también falsos profetas en el pueblo, como habrá entre vosotros falsos doctores, que introducirán encubiertamente herejías de perdición, y negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos perdición acelerada. Y muchos seguirán sus disoluciones, por los cuales el camino de la verdad será blasfemado.

¿Y bien? ¿hace falta explicar algo más? ¿hace falta volver a insistir en la importancia de no permitir que presbíteros de nuestra Iglesia enseñen algo contrario a la doctrina de la misma? ¿hace falta que justifique aquello que, a la luz de la Escritura, es claro y nítido como el agua que mana de un manantial saludable? ¿acaso los que creemos en la palabra de Dios tenemos que rendir cuentas a heterodoxos, y a sus hooligans, cada vez que nos ajustamos como mano a guante a la enseñanza apostólica sobre la importancia de perseverar en la doctrina de la Iglesia de Cristo? Y sobre todo, leyendo los últimos versículos de la epístola de Santiago…

Stg 5,19-20
Hermanos míos, si alguno de vosotros se extravía de la verdad y otro logra convencerle, sepa que quien convierte a un pecador de su errado camino salvará su alma de la muerte y cubrirá la muchedumbre de sus pecados.

… ¿habrá quien todavía nos acuse de falta de caridad cristiana? Bien sabe Dios que nuestra intención, aunque a veces podamos equivocarnos o excedernos en el celo, no es otra que el que San Juan pueda hoy decir de nuestra Iglesia aquello que dijo al presbítero Gayo:

3Jn 1,4
No tengo yo mayor gozo que éste, el oír que mis hijos andan en la verdad.

Así sea por siempre en la Santa Iglesia Católica, Apostólica y romana, de la que por gracia de Dios soy hijo.

Luis Fernando Pérez Bustamante