11.06.10

El Papa y la vara para combatir la inmoralidad y la herejía

A las 1:23 PM, por Luis Fernando
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Sin duda la homilía que Benedicto XVI ha predicado hoy, ante miles de sacerdotes, en la Misa de clausura del Año Sacerdotal, ha sido uno de los momentos cumbres de este pontificado. Cuando hace un año y pico un profesional de la información me dijo que este evento -el Año Sacerdotal- no tendría demasiada importancia y no merecía prestarle atención, pensé en seguida que dicha persona andaba más bien desorientada. El tiempo me ha dado la razón.

Este ha sido un año decisivo para el sacerdocio en todo el mundo. Y no es casual, como bien se ha encargado el Papa de recordar hoy, que haya sido precisamente en estos meses cuando más se han dado a conocer los pecados de aquellos que demostraron ser indignos del sacerdocio y del episcopado. El Acusador de los hermanos ha pretendido echar la basura del pecado de unos cuantos sacerdotes sobre la totalidad de ellos. Pero a su vez, lo ocurrido nos ha dado la oportunidad de poner solución a un mal al que, conviene reconocerlo, no se enfrentó adecuadamente.

Benedicto XVI ha vuelto a pedir perdón a las víctimas y ha asegurado que la Iglesia pondrá más atención en el discernimiento de las vocaciones al sacerdocio. No es imposible que en el futuro surjan nuevos curas indignos, pero será más difícil. Y todavía será más raro que haya obispos que quieran tapar sus pecados con traslados y encubrimientos necios. El Señor sabrá perdonar a aquella que en cada Misa reza “no tengas en cuentas nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia“. Veremos si el mundo, tan rápido en acusar a la Iglesia de males que en él son el pan nuestro de cada día, es capaz de plantar cara de forma tan eficaz al mal. Va a ser que no. Ni quiere ni puede.

De la homilía del Santo Padre quiero rescatar un párrafo que a muchos, por lo menos a mí, nos confirma que estamos en el buen camino:

“Tu vara y tu cayado me sosiegan”: el pastor necesita la vara contra las bestias salvajes que quieren atacar el rebaño; contra los salteadores que buscan su botín. Junto a la vara está el cayado, que sostiene y ayuda a atravesar los lugares difíciles. Las dos cosas entran dentro del ministerio de la Iglesia, del ministerio del sacerdote. También la Iglesia debe usar la vara del pastor, la vara con la que protege la fe contra los farsantes, contra las orientaciones que son, en realidad, desorientaciones. En efecto, el uso de la vara puede ser un servicio de amor. Hoy vemos que no se trata de amor, cuando se toleran comportamientos indignos de la vida sacerdotal. Como tampoco se trata de amor si se deja proliferar la herejía, la tergiversación y la destrucción de la fe, como si nosotros inventáramos la fe autónomamente. Como si ya no fuese un don de Dios, la perla preciosa que no dejamos que nos arranquen. Al mismo tiempo, sin embargo, la vara continuamente debe transformarse en el cayado del pastor, cayado que ayude a los hombres a poder caminar por senderos difíciles y seguir a Cristo.

A ver si lo que ha dicho el Papa les queda bien grabado a aquellos que nos acusan de faltar a la caridad cuando pedimos que se discipline a los que propagan la herejía y todo tipo de error doctrinal y moral. No, señores, no. Quienes nos acusan así sirven a Satanás, no a Dios. Sirven a la mentira, no a la verdad. Sirven al pecado, no a la caridad. Callen pues y arrepiéntanse de su pecado de complicidad con el error. Al mal no se le combate únicamente con buenas palabras. A veces hay que usar la vara. Y si no se usa, las bestias salvajes, disfrazadas o no de ovejas y/o de ángeles de luz, se meriendan al rebaño.

No permitiremos que se nos robe la perla preciosa que Dios nos ofrece a través de su Iglesia. Quien quiera vivir su fe autónomamente, interpretando el evangelio y el resto de la Revelación inspirado por el espíritu de la potestad del aire que domina este mundo, es libre de hacerlo. Cada cual se suicida espiritualmente como le viene en gana. Pero a los fieles, a los que respetamos a la Iglesia como Madre y Maestra, que no nos vengan con herejías ni complicidades necias con comportamientos indignos.

Tomen nota aquellos que tienen en sus manos la vara de pastores. Ni yo ni los que nos dedicamos a la tarea de “combatir por la fe que ha sido transmitida a los santos de una vez para siempre” (Jud 3), la tenemos. Pero sí tenemos la certeza de que dicha tarea está apoyada por el Vicario de Cristo en la Tierra. Junto a él, bajo él y en comunión con él, seguiremos prestando un servicio que, quizás hoy más que nunca, es absolutamente necesario para el bien de toda la Iglesia y, de paso, para el bien de la humanidad. La verdad nos hace libres. Por ella somos lo que somos y hacemos lo que hacemos.

Pax et bonum,

Luis Fernando Pérez