El papel del padre y de la madre

 

Una familia estable es la que garantiza seguridad efectiva y afectiva, emocional y psicológica, a los hijos que van creciendo y desarrollándose con la ayuda de los padres.

13/09/10 11:59 AM


 

        El nacimiento de los hijos significa un cambio profundo en su hogar y es motivo de unión para los padres, que comparten su amor generoso hacia ellos, aunque desgraciadamente, a veces, puede ser motivo de división. Los padres son, por el hecho de traerlos a la vida, conjuntamente responsables de su educación en una tarea común y solidaria, y, desde luego, mucho depende de su calidad humana el que se facilite u obstaculice el desarrollo de las potencialidades de sus hijos. Ambos progenitores deben estar de acuerdo sobre cómo realizar en sus líneas fundamentales el crecimiento afectivo y psicológico de sus hijos, pues la familia se construye sobre el amor y es éste el que da sentido e importancia a los roles paterno y materno, que son complementarios e insustituibles.

        Para ambos, pero especialmente para las madres, el nacimiento de su primogénito suele ser considerado como el acontecimiento más importante y gratificante de su vida. Son ellas quienes fundamentalmente acompañan a los hijos en las primeras etapas de su desarrollo, siendo su amor hacia ellos lleno de generosidad y entrega. El papel de la madre resalta en la vida familiar y son ellas quienes dan calor al hogar. Pero tampoco conviene olvidar ni minusvalorar el papel del padre, que aunque con características diversas y complementarias al de la madre, es igualmente imprescindible para el correcto desenvolvimiento de los hijos y supone también una entrega total hacia ellos, de quienes sin embargo reciben menos la gratificación del afecto. El niño se vincula afectivamente a ambos, muy especialmente a su madre, en la que ve el fundamento de su seguridad y autoconfianza. El ver cómo un hijo crece, sonríe, se alegra de verles, aprende a hablar etc., da a ambos padres grandes satisfacciones que a su vez vuelven sobre el hijo y le permiten su desarrollo integral en las mejores condiciones. Y pese a las preocupaciones que puede haber, lo normal es que predomine la esperanza y alegría.

        En el nacimiento del segundo y de los demás hijos, los padres están ya más relajados. Dan por sentado que cada niño tiene sus peculiaridades y ya saben de sí mismos que son aptos como padres, por lo que, normalmente, hacen lo que tienen que hacer.

        Los padres no deben dejarse llevar por los prejuicios, especialmente los relacionados con el sexo, sino que han de buscar lo más conveniente para cada uno de sus hijos. La educación de éstos y las tareas del hogar han de ser una labor compartida por ambos. Si lo hacen así, los hijos verán con la mayor naturalidad la igualdad y colaboración entre ellos.

        Lo que distingue profundamente al niño de los animales es su larga infancia que le permite multiplicar sus experiencias, además de poder poner un lapso entre necesidad y satisfacción, lo que le da mayor posibilidad de aprender. El niño es un ser en proceso de desarrollo, rebosante de vitalidad, con grandes potencialidades, pero psicológicamente frágil, influenciable, moldeable y lleno de necesidades emocionales.

        Todo niño nacido es una inversión costosa por cuanto durante bastantes años gasta y no produce; pero ya desde el primer momento aporta mucho a sus padres y llegará el tiempo en que su cerebro y sus brazos crearán trabajo y riqueza. Quienes hoy tienen hijos hacen un inmenso favor a la sociedad de sacar adelante a quien, cuando llegue su edad laboral y creativa, desarrollará una actividad que irá en beneficio de todos.

        Para que los niños desarrollen actitudes sanas y positivas necesitan ver ejemplos de relaciones positivas. Una familia estable es la que garantiza seguridad efectiva y afectiva, emocional y psicológica, a los hijos que van creciendo y desarrollándose con la ayuda de los padres. La familia ha tenido a lo largo de la historia una función acogedora y educativa, no conociéndosele todavía ninguna alternativa mejor, pues el niño nace, no debiera producirse y ser el producto de un instituto tecnológico, sino que debe tener unos padres que se quieran, preocupándose de él en un hogar estable, siendo muy deseable que estén presentes los valores religiosos,  y donde se le acepta simplemente porque es y porque se le quiere. Gracias al amor el niño es aceptado, respetado y reconocido en su dignidad. “El niño, para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad, necesita amor y comprensión. Siempre que sea posible, deberá crecer al amparo y bajo la responsabilidad de sus padres y, en todo caso, en un ambiente de seguridad moral y material” (Declaración de Derechos del Niño, ONU 20-XI-1959, Principio nº 6).

        En la familia, el niño nace y crece como hijo, como hermano, como persona:, siendo querido por sí mismo. “Cuando falta la familia, se crea en la persona que viene al mundo una carencia preocupante y dolorosa que pesará posteriormente sobre toda la vida” (Carta de Juan Pablo II a las Familias “Gratissimam sane” nº 2). No hay nada mejor para el desarrollo de los niños que el afecto de sus padres y la comunicación entre ellos, ambiente positivo que permanece incluso si uno de los padres ha fallecido, pero se le recuerda con cariño. La vida afectiva del niño es en sus comienzos instintiva y muy posesiva, pero va madurando en cada ser humano desde su nacimiento a través de un lento proceso evolutivo y educativo en el que la persona recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien, aprendiendo así a interiorizar los valores, es decir los principios orientadores de sus creencias y conducta.

 

Pedro Trevijano, sacerdote