16.09.10

Esto es, francamente, para llorar

A las 12:39 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Derechos Humanos

Del Bosque y Álvaro

Hace unos cuantos días, cuando llegó a mi conocimiento la noticia que causa el artículo de hoy, tengo que reconocer que no podía creer lo que acababa de oír. Y como no he podido quitarme de la cabeza el caso, no he tenido más remedio que escribir sobre el mismo.

Es bastante duro tener que admitir ciertas cosas cuando tales cosas no están de acuerdo ni con la naturaleza humana ni con el mínimo sentido del decoro, la decencia o la humanidad.

Sabemos que cuando un ser humano es concebido y tiene, así, el derecho a nacer, lo que se espera del caso en cuestión es que, tras el correspondiente embarazo, vea la luz del día y sea un acontecimiento importante en la vida de una familia tal momento.

Se espera, además, que los padres que esperan al hijo lo hagan con ilusión porque traer al mundo una criatura es un regalo de Dios que no se puede despreciar ni hacer de menos.

Sin embargo, las cosas no siempre son como deberían ser ni responden a un comportamiento que se pueda llamar presentable porque aquí han fallado muchas cosas.

Digo que el concepto que se tiene de “hijo” se ha visto alterado con una reciente sentencia.

La noticia decía lo siguiente: “El Tribunal Supremo (TS) ha condenado a dos médicos dependientes del Instituto Catalán de la Salud a indemnizar con 90.151 euros a unos padres que tuvieron un bebé con síndrome de Down”.

Pues, a pesar de que la noticia es bastante terrible por el contenido de la tal decisión judicial, aún hay algo peor.

Como no se trata de una instancia penal en la que podría haberse producido actuación de oficio por parte de la autoridad (se trata de la Sala de lo Civil del alto tribunal) es de suponer que alguien ha denunciado la situación que, a su entender, era denunciable porque creía estar legitimado para interponer el recurso. Y se buscaba, entonces, la estimación de un derecho.

¿Qué derecho puede concurrir en este triste caso?

Al parecer se trata de uno que no es entendible pueda ser tenido por tal: el de los padres a tener un hijo según su gusto.

Alegan los padres de tan desdichado bebé (que ya no lo es tanto porque los hechos se remontan a 1996) que tenían el derecho a abortar y que, como no fueron informados de las posibles malformaciones físicas o síquicas de quien iba a nacer, entendían que se había violado tal derecho.

No digo yo que legalmente no puedan tener razón. Sin embargo, el fondo del asunto apunta hacia qué tipo de sentido tienen algunas personas acerca de lo que es un hijo.

Gracias a Dios, aunque no sé hasta cuando, la concepción es un hecho natural que, por mucho que se empeñe el ser humano, no puede controlarse en todos sus aspectos. Por eso cuando tras la fecundación se produce el desarrollo del nuevo ser humano, aquella persona que se forma no es culpable de cómo se está formando sino que es resultado de las combinaciones que la naturaleza tiene establecidas.

Así, cuando unos padres se creen en el derecho de pervertir el sentido de lo natural para interponerse de tal forma en el proceso de formación de un ser humano que haga imposible que nazca por no sé qué tipo de prevenciones, lo que hacen es pretender ejercer un derecho que no tienen y que no es otro que el de tener un hijo que se adapte a su pensamiento o forma de ser.

No gustó, a los padres, que su hijo tuviera el síndrome de Down porque eso supone, seguramente, dedicar un tiempo adicional a su cuidado. Por eso, desde que la ley del aborto está en vigor, aquí y en cualquier otro sitio, puede apreciarse una notable disminución de seres humanos con tal, digamos, afección física y síquica. Y eso no es casualidad sino la aplicación de una inhumana discriminación que estima posible deshacerse de las personas que no vienen al mundo en supuestas perfectas condiciones.

Pues entonces, se pueden poner en contacto, por ejemplo, con Vicente del Bosque, seleccionador nacional de fútbol para que les explique si se puede querer, o no, a un hijo con síndrome de Down y si tiene derecho a existir.

Lo digo porque, en el caso de Vicente no acudió corriendo a que le indemnizasen por la enfermedad de su hijo. Corrió, eso sí, seguro, a quererlo y a entregarle lo mejor de su vida y existencia porque, como hijo, se lo merecía. Y se llama Álvaro.

Y es que algunas decisiones son para llorar, de pena, por el proceder de determinadas personas.

Eleuterio Fernández Guzmán