26.09.10

¿De qué vale la autoridad si no se ejerce?

A las 10:09 AM, por Luis Fernando
Categorías : Anti-magisterio, Actualidad
 

En un artículo cuya lectura recomiendo, el P. Guillermo Juan Morado aborda la pregunta de si existe o no una autoridad doctrinal en la Iglesia. Días atrás, el P. José María Iraburu publicó en la sección de Opinión otro artículo que ayuda a poner las cosas en su sitio en relación al papel del magisterio -concretamente el del último concilio ecuménico- y la actitud que han de mantener los fieles respecto al mismo.

Dice el P. Juan Morado:

El problema radica, más bien, en que, por la “izquierda” y no menos venenosamente por la “derecha", se tiende a impugnar, a reducir, a limitar hasta la insignificancia la enseñanza del magisterio eclesiástico. Al final, es magisterio lo que a mí me gusta. Lo que no, no lo es.

Y añade:

Sin fe católica no se puede aceptar la función del magisterio de la Iglesia.

Y escribió el P. Iraburu:

… digámosle al cristiano que en algún punto de la enseñanza del Vaticano II no alcanza a ver su posible conciliación con anteriores enseñanzas de la misma Iglesia: “Primero de todo, usted afirme, confirme y firme todo lo que la Iglesia enseña. Y trate después de ayudar el acto intelectual de su razón-fe, pidiendo luz a Dios y discurriendo como pueda, para lograr la conciliación de dos enseñanzas que ahora se le muestran como contradictorias. Si con el favor de Dios usted solo o con ayudas de otros llega a hacerse posible ese acto de la mente, perfecto. Si no, tendrá que suspender el juicio, prohibiéndose pensar en ese tema, porque ya ve usted que no es capaz de pensar sobre esa cuestión según la enseñanza de la Iglesia. Está claro que usted no debe consentir en ningún pensamiento que niegue o ponga en duda la ortodoxia de una enseñanza unánimemente acordada en un Concilio. Y menos aún debe negar en público su veracidad".

Además, como se encarga de recordar el P. Guillermo:

El Magisterio, en ocasiones, es infalible. Pero no sólo es Magisterio auténtico cuando es infalible. También es auténtico el Magisterio ordinario no infalible, cuya finalidad es guiar hacia la comprensión de los misterios de la salvación y la de indicar los medios para aplicar vitalmente el mensaje de la fe.

Lo cual no hace sino recordarnos lo que ya enseñó el Concilio Vaticano II:

Este obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento de modo particular ha de ser prestado al magisterio auténtico del Romano Pontífice aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se preste adhesión al parecer expresado por él, según su manifiesta mente y voluntad, que se colige principalmente ya sea por la índole de los documentos, ya sea por la frecuente proposición de la misma doctrina, ya sea por la forma de decirlo. (LG 25)

Efectivamente, la teoría es clara y fácil de entender. Cualquier católico debe de conformar al magisterio de la Iglesia su conciencia y su opinión sobre cuestiones doctrinales y morales. No es necesario decir que si el católico es además presbítero, teólogo o religioso, su deber de ajustarse a lo que enseña la Iglesia es si cabe más necesario. Y así es, creo yo, en la mayor parte de los casos, salvo quizás en algunas órdenes religiosas. El hecho de que los teólogos y sacerdotes disidentes tengan más repercusión mediática no significa que sean mayoría. Pero eso no resta gravedad a su acción contraria al bien común de los fieles.

El problema no estriba tanto en que existan personajes como el padre Ángel que cada vez que abre la boca para hablar de la doctrina de la Iglesia es para contradecirla. No, el drama es que esos personajes siguen siendo sacerdotes. Existe una autoridad eclesial capacitada para poner fin a ese sinsentido pero apenas se usa. Y cuando, en un ejercicio de valentía apostólica fuera de lo común en nuestro tiempo, se hace uso de dicha autoridad, parece como si se pidiera perdón por usarla, como si fuera un acto contrario a la caridad, como si el velar por la sana doctrina fuera algo propio de inquisiciones medievales y no un deber impuesto por el Espíritu Santo a los pastores del rebaño de Cristo.

En relación a la autoridad, el P. Guillermo afirma en el artículo ya citado que “da la sensación de que no la hay. No porque la autoridad no ejerza su papel, que lo ejerce. Y basta leer lo que dicen los papas para corroborarlo“. Y yo me pregunto: ¿la autoridad consiste meramente en afirmar la verdad?, ¿qué pasa si parte de la Iglesia se pasa por el arco del triunfo aquello que digan Papas y obispos?, ¿dónde está la obediencia a la fe?, ¿acaso no aparecen en las mismísimas Escrituras mecanismos de gobierno interno para que la Iglesia se libre de quienes enseñan algo diferente a ella?, ¿por qué apenas se aplican?, ¿a qué nos ha conducido la falta de un ejercicio real de la autoridad?

Una de las características más importantes que diferencian al catolicismo del protestantismo es que éste, siguiendo el lema del libre examen, no está sujeto a autoridad eclesial alguna en materia moral y doctrinal. Cada protestante, al menos en teoría -luego muchos son más fieles a sus pastores que la mayoría de los católicos al Papa-, puede contradecir lo que se enseña desde el púlpito de su congregación si cree que es contrario a su interpretación de la Biblia. Ciertamente existen denominaciones protestantes a las que no se puede pertenecer si no se profesan determinadas doctrinas particulares de las mismas -es de puro sentido común-, pero eso no impide al fiel de las mismas pasarse a otra denominación sin dejar por ello de ser protestante. Es decir, yo puedo ser hoy arminiano, mañana calvinista “pata negra” y pasado mañana cuáquero, si así lo dictamina mi conciencia guiada por mi interpretación de las Escrituras.

Ahora bien, se supone que uno no puede ser católico e ir por libre. En la Iglesia Católica, como en la Iglesia en tiempos apostólicos, sí existe una autoridad que tiene la capacidad y el deber de proponer, e incluso imponer, la sana doctrina. El magisterio católico no está por encima de la Revelación sino a su servicio. Pero quienes, en base a su particular interpretación de la Revelación, profesan y confiesan pública y repetidamente algo contrario al magisterio, lo que deberían de hacer, por dignidad, por honestidad y por decoro intelectual y espiritual, es coger la puerta y marcharse. Y si son sacerdotes, con mayor razón. Pero como quiera que no lo hacen, es deber de los pastores intervenir para poner fin al escándalo público y continuado de esos sacerdotes católicos “protestantizados” y “protestantizantes”, sobre todo cuando, como es el caso del padre Ángel, aprovechan su fama mediática para poner en solfa la doctrina de la Iglesia. Todo pastor que no cumpla con ese deber se convierte en cómplice del que causa el escándalo. Y quien piense lo contrario, que haga el favor de argumentar su desacuerdo conmigo desde la Escritura, la Tradición y el magisterio vivo de la Iglesia.

En resumidas cuentas, es evidente que los católicos contamos con una autoridad eclesial de origen apostólico. Tanto como que la misma no está siendo ejercida convenientemente para impedir que los falsos maestros hagan estragos entre aquellos de nuestros hermanos cuya fe es débil, y por tanto con una conciencia incapaz de resistir a los embates de un mundo cuyos valores cada vez son más contrarios a los del evangelio. O eso cambia ya mismo, o de poco valdrán viajes papales, documentos episcopales impecables y cualesquiera otras actividades evangelizadoras. Una Iglesia infectada de herejes que actúan libremente en su seno no puede ser una Iglesia fiel al Señor.

Luis Fernando Pérez