27.09.10

La eternidad es muy larga como para pasarla en el infierno

A las 2:18 PM, por Luis Fernando
Categorías : Actualidad, Benedicto XVI, Espiritualidad cristiana
 

Sí, he dicho infierno. Palabra que parece proscrita del lenguaje cristiano en las últimas décadas. Quizás porque antes estuvo demasiado presente en predicaciones donde se aludía más a la atrición que a la gracia santificadora y a la buena nueva de la salvación en Cristo.

Creo sinceramente que es necesario hablar tanto de las bondades que nos ofrece Dios, de la eternidad a su lado que espera a quienes lo dejan todo en brazos de Cristo, como del espantoso destino que espera a los que no creen en Él o, creyendo, viven como si no les importara lo más mínimo cumplir su voluntad. Y la misma se resume en dos mandamientos: amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.

Benedicto XVI dijo ayer las cosas bien claras aprovechando la parábola del joven rico y el pobre Lázaro. Dijo el Papa que “mientras estemos en este mundo, debemos escuchar al Señor que habla mediante las Sagradas Escrituras y vivir según su voluntad, de otra manera, tras la muerte será demasiado tarde para arrepentirse“.

Ya dijo el autor de la epístola a los Hebreos que “a los hombres les está establecido morir una vez, y después de esto el juicio” (Heb 9,27) y ya dijo Cristo que “llega la hora en que cuantos están en los sepulcros oirán su voz y saldrán: los que han obrado el bien, para la resurrección de la vida, y los que han obrado el mal, para la resurrección del juicio” (Jn 5,28-29).

Ocurre que en una sociedad donde el maridaje entre el pelagianismo buenista y el universalismo origenista está a la orden del día, la mera mención de un infierno eterno suele ser rechazada como un invento de los curas para amedrentar a la gente. Lo peor es que en algunos sectores de la propia Iglesia triunfa ese mensaje que aparta a los fieles de un sano temor a echar por la borda lo que se nos ha concedido por gracia. Lo cual es absurdo, pues si el mismísimo apóstol San Pablo reconocía la posibilidad de caer de la gracia (Gal 5,4), de incurrir en la condenación (1ª Cor 9,24-27), ¿por qué no se exhorta a los cristianos a trabajar “con temor y temblor” por su salvación? (Fil 2,12) ¿por qué no se les explica que el Señor advirtió de que “si el justo se apartare de su justicia y cometiere maldad, e hiciere conforme a todas las abominaciones que el impío hizo” se condenará (Ez 18,24)?

Estamos de acuerdo en que la gracia de Dios nos capacita para decir que “nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que perseveran fieles para ganar el alma” (Heb 10,39). Dios no nos ha salvado como para dejarnos caer en la condenación así sin más. Pero esa condenación es segura para aquellos que abandonan el mandamiento a la santidad al que fueron llamados. San Pedro fue claro: “Si, pues, una vez retirados de las corruptelas del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de nuevo se enredan en ellas y se dejan vencer, sus postrimerías se hacen peores que los principios. Mejor les fuera no haber conocido el camino de la justicia que, después de conocerlo, abandonar los santos preceptos que les fueron dados. En ellos se realiza aquel proverbio verdadero: `Volvió el perro a su vómito, y la puerca lavada vuelve a revolcarse en el cieno´” (2ª Ped 2,20-22).

Eso sí, recordemos siempre que “si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn 1,9). No olvidemos que Dios “usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión” (2ª Ped 3,9). Tengamos en cuenta que “yo no me complazco en la muerte de nadie, sea quien fuere, oráculo del Señor Yahveh. Convertíos y vivid” (Eze 18,32). Y sepamos que para todo ello no estamos solos, pues “Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar” (Fil 2,13).

Luis Fernando Pérez