13.10.10

"¿Por qué los tuyos?"

A las 11:03 AM, por J. Fernando Rey
Categorías : Espiritualidad
 

Interesante el reportaje que publica “El Mundo” sobre las vidas rotas de muchos famosos. Mel Gibson, Lindsay Lohan o Paris Hilton son tres de los ejemplos destacados en su interior, pero yo voy a quedarme con el primero de ellos para realizar alguna reflexión.

Me quedo con el caso de Mel Gibson porque de él sabemos que se ha declarado católico, que ha fundado una familia en la que han nacido siete hijos, y que ha empleado su trabajo y su dinero en difundir el Nombre de Cristo con una película en la que la sinceridad y el fervor no necesitan ser demostrados. De él se ha dicho que era un hombre de profunda oración, y que buscaba realmente la gloria de Dios en cuanto hacía. El que una persona así, de la noche a la mañana, rompa su matrimonio, entable públicamente una relación adulterina, y acabe denunciado por malos tratos a manos de su segunda mujer, con quien ha tenido un hijo, no es, precisamente, lo que cabría esperar… Al menos, eso dicen algunos. Yo, personalmente, pienso que cabría esperarlo, aunque no, desde luego, desearlo.

El autor del reportaje se pregunta: “¿Qué motivos llevan a los famosos a perder el control de sus vidas de esa manera?”. Y yo creo que el control de la propia vida no es fácil para nadie, sea famoso o sea un perfecto desconocido. El pecado original y el desorden que ha causado en la Naturaleza Humana son más evidentes, por desgracia, que la existencia del propio Dios. Cada uno de nosotros llevamos dentro a esa bestia indómita a quien San Pablo llamaba “el hombre viejo”. Y, cuando esa bestia se despierta y brama, el hecho de ir a misa todos los días no siempre es suficiente para librarse de sus dentelladas. En ocasiones, incluso sucede al revés: la vida de piedad no deja de ser un “factor de riesgo” que convierte a la persona en presa apetecible para el Enemigo. Recuerden aquello de “la casa barrida y arreglada” (Mt 12, 44).

Fijémonos en Simón Pedro, el primer papa. Su caída fue estrepitosa y triple; para más INRI (nunca mejor dicho), con juramento. ¿Por qué aquel hombre, que amaba verdaderamente a Jesús, lo traicionó de esa manera tan brutal? La respuesta no puede encontrarse si no se formula antes otra pregunta: ¿Por qué los otros nueve apóstoles -dejemos aparte, por motivos distintos, a Juan y a Judas- no negaron a Jesús? Obviamente, porque no estaban allí. Habían huido, acobardados, y se habían escondido; Satanás había perdido ya todo el interés por ellos. Sólo quien se había sobrepuesto al miedo por amor a Jesús constituía un objetivo apetecible para el Demonio. Recordemos las terribles tentaciones que han sufrido algunos santos, como San Jerónimo o San Antonio de Padua, por citar dos ejemplos. También podríamos hablar del Rey David. Si me preguntasen, sin embargo, por qué San Juan perseveró fiel durante la Pasión, no sabría responder. Pero parece ser que él no sufrió el acoso de la tentación como lo sufrió el primer papa. Misterios de la Providencia.

Cada vez más, contemplo cómo matrimonios en los que ambos cónyuges rezan y asisten a diario a la Santa Misa saltan hechos pedazos. Y no ceso de preguntarle al Señor: “¿por qué los tuyos, Señor, por qué los tuyos?”. La respuesta vuelve a ser la misma: “porque a por los míos va Satanás”.

No me interpreten mal: no creo que se trate de un destino inexorable, y que estemos abocados al pecado de manera irremisible. Hubo culpa en Pedro, y lloró. Hay culpa, y pecado, cada vez que un matrimonio se rompe. Se puede y se debe evitar… pero no es tan fácil. El error es no darse cuenta de que estamos en guerra. Y, cuando se está en guerra, la vida debe plantearse como lucha. No puede bajarse la guardia, hay que rezar mucho, hay que aprender a abandonarse como niños en las manos de Dios, hay que temer, más que nada, separarse de sus amorosos brazos… Y hay que saber levantarse gallardamente cuando se cae, porque no debe darse nunca una batalla por perdida.

Repito: el control de la propia vida no es fácil para nadie. Y, cuando parece que se tiene controlada, siempre puede un golpe de viento arrasar todo y hay que volver a empezar. Pero, cuando la vida se dirige, sin tibieza, hacia Dios y hacia la santidad, hay que ir armado hasta los dientes con el Amor de Dios y hay que llevar, siempre en las alforjas, ese suplemento de aceite que permitió a las vírgenes sensatas entrar en la boda, incluso después de haberse dormido. No lo olvidemos: evitar el pecado mortal es posible, posible y necesario, pero sólo con mucha oración, mucho ayuno, mucha paciencia, y, desde luego, mucho sufrimiento. Del bueno, ya me entienden.

(Abro hoy comentarios bajo moderación, porque el tema da para mucho).

José-Fernando Rey Ballesteros
jfernandorey@jfernandorey.es