19.10.10

El matrimonio y la familia en la Sagrada Escritura

A las 10:50 AM, por Daniel Iglesias
Categorías : Biblia
 

La Sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26-27) y se cierra con la visión de las “bodas del Cordero” (Ap 19,7.9). De un extremo a otro la Escritura habla del matrimonio y de su “misterio", de su institución y del sentido que Dios le dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a lo largo de la historia de la salvación, de sus dificultades nacidas del pecado y de su renovación “en el Señor” (1 Co 7,39), todo ello en la perspectiva de la Nueva Alianza de Cristo y de la Iglesia (cf. Ef 5,31-32).” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1602).

Dios es Amor” (1 Juan 4,8). El hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza de Dios, están llamados a amar. Su amor mutuo es muy bueno a los ojos del Creador (cf. Génesis 1,31). Dios bendice este amor con el don de la fecundidad y lo destina a realizarse en el cuidado de la creación: “Y Dios los bendijo y les dijo: «Creced y multiplicaos y llenad la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra»” (Génesis 1,28).

El hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro:Dijo luego Yahveh Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada.» […] De la costilla que Yahveh Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: «Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Ésta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada.» Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne.” (Génesis 2,18.22-24).

El primer pecado, ruptura del ser humano con Dios, tiene como primera consecuencia la ruptura de la comunión original entre el hombre y la mujer, distorsionada por agravios recíprocos y por relaciones de dominio y concupiscencia (cf. Génesis 3,12.16-19). Dios, en su infinita misericordia, da al hombre y la mujer la ayuda de la gracia para sanar las heridas del pecado y realizar la unión de sus vidas según el designio divino original (cf. Génesis 3,21).

Dios ayuda a Israel, su pueblo, a crecer gradualmente en la conciencia de la unidad e indisolubilidad del Matrimonio, mediante la pedagogía de la Ley antigua. El Decálogo que expresa la Alianza del Sinaí entre Yahveh e Israel contiene tres mandamientos referidos directamente al matrimonio o la familia:
• “Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que Yahveh, tu Dios, te va a dar.” (Éxodo 20,12).
• “No cometerás adulterio” (Éxodo 20,14).
• “No codiciarás […] la mujer de tu prójimo” (Éxodo 20,17).

Contemplando la Alianza de Dios con Israel bajo la imagen de un amor conyugal exclusivo y fiel (cf. Os 1-3; Is 54.62; Jr 2-3.31; Ez 16,62;23), los profetas fueron preparando la conciencia del Pueblo elegido para una comprensión más profunda de la unidad y de la indisolubilidad del matrimonio (cf Ml 2,13-17). Los libros de Rut y de Tobías dan testimonios conmovedores del sentido hondo del matrimonio, de la fidelidad y de la ternura de los esposos. La Tradición ha visto siempre en el Cantar de los Cantares una expresión única del amor humano, en cuanto que éste es reflejo del amor de Dios, amor “fuerte como la muerte” que “las grandes aguas no pueden anegar” (Ct 8,6-7).” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1611).

La alianza nupcial entre Dios e Israel prefigura y prepara la Alianza nueva y eterna entre Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, y la Iglesia, su Esposa.

Al llegar la plenitud de los tiempos, la Palabra de Dios se hizo carne, naciendo de una Mujer, en el seno de una familia pobre. La mayor parte de la existencia terrena de Jesucristo transcurrió en la apacible intimidad de la Sagrada Familia de Nazareth. De los largos años que van desde su regreso de Egipto hasta el comienzo de su vida pública, los Evangelios narran solamente el episodio del niño Jesús perdido y hallado en el Templo de Jerusalén y luego observan lo siguiente: “Bajó con ellos y vino a Nazareth, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.” (Lucas 2,51-52).

Sometiéndose a su padre legal y a su madre, Jesús cumplió perfectamente el cuarto mandamiento y dio una imagen visible de su obediencia filial a su Padre celestial. Así Jesús inauguró su obra de restauración de la humanidad caída por la desobediencia de Adán y Eva.

Al comienzo de su ministerio público, en una boda en Caná de Galilea, Jesús, a pedido de su Madre, realizó su primera señal milagrosa para la manifestación de su gloria (cf. Juan 2,1-12). El milagro de la conversión del agua en vino anuncia simbólicamente “la hora de Jesús”, su entrega amorosa al Padre en la Cruz para la redención de la humanidad y la constitución de la Nueva Alianza.

En su predicación, Jesús enseñó el sentido original de la unión conyugal y subrayó claramente su carácter indisoluble, según el designio divino:Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mateo 19,6); “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.” (Marcos 10,11-12).

Jesucristo no sólo restableció el orden original del matrimonio querido por Dios, sino que otorga la gracia para vivirlo en su nueva dignidad de sacramento, signo de su amor esponsal hacia la Iglesia:Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla” (Efesios 5,25-26; cf. Efesios 5,31-32).

Cristo es el centro de toda la vida cristiana. El vínculo con Él prevalece sobre todos los demás vínculos, incluso los familiares: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que amí, no es digno de mí.” (Mateo 10,37).

La Iglesia es la familia de Dios en Cristo: Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.»” (Mateo 12,49-50).

Jesucristo llama a algunos hombres y mujeres a seguirlo por el camino de la virginidad o el celibato por el Reino de los Cielos, forma de vida de la que Él mismo es el modelo: Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda.” (Mateo 19,12). Estos hombres y mujeres renuncian al gran bien del matrimonio para ocuparse de las cosas del Señor tratando de agradarle y son un signo que recuerda que también el matrimonio es una realidad que manifiesta el carácter pasajero de este mundo (cf. 1 Corintios 7,31-32).

Daniel Iglesias Grèzes