19.10.10

Estudios Eclesiásticos

A las 10:10 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

La “Carta a los seminaristas” de Benedicto XVI, en su punto quinto, aborda con densidad y con relativa extensión – proporcionada a la totalidad del documento – la cuestión de los Estudios Eclesiásticos, que los candidatos al sacerdocio han de realizar como capacitación para su ministerio.

El Papa insiste en algunos elementos que merece la pena tomar en consideración. No se trata de novedades, pero sí de acentos significativos. La primera frase de este punto no por obvia deja de tener relevancia: “El tiempo en el seminario es también, y sobre todo, tiempo de estudio”. Hay muchas dimensiones que han de cultivarse en la formación de los futuros sacerdotes: la dimensión humana, espiritual, académica, comunitaria y pastoral, entre las principales. Sin embargo, en tiempo, en dedicación de horas, la primera ocupación es el estudio. Podríamos decir que en esa tarea consiste el “trabajo” de un seminarista.

La razón de esta prioridad en lo que al cómputo del tiempo se refiere deriva de un elemento nuclear de la fe: “la fe cristiana tiene una dimensión racional e intelectual esencial”. La Teología como “ciencia de la fe”, como “fides quaerens intellectum”, no es un añadido opcional al movimiento que brota del creer, sino un elemento intrínseco del mismo. El Papa aporta dos razones: para el bautizado existe un “modelo de doctrina” – es decir, la fe no es mero sentimiento, sino asentimiento que tiene que ver con la verdad – y el bautizado tiene la obligación de estar dispuesto a dar razón de su esperanza (cf 1 Pe 3,15). La dimensión teológico-fundamental, la preocupación por “dar razones”, así como el estatuto epistemológico de la Teología, son cuestiones justamente destacadas por Benedicto XVI.

El Papa llama la atención sobre una tentación que puede asediar a los seminaristas, a sus profesores y - ¿por qué no? – también a los obispos: el pragmatismo. No todo es “hacer”. También está el “comprender”. No todo es cubrir, de hecho, las plazas vacantes en una diócesis, sino pararse a pensar cuál es “la estructura interna de la fe” a fin de que se convierta, en profundidad, “en una respuesta a las preguntas de los hombres”. En cierto sentido, los estudios – y me refiero a los estudios en general - tienden a enfocarse excesivamente hacia lo práctico, hacia la adquisición de “competencias” – palabra sagrada en el vocabulario de Bolonia - . Pero, como dice Jesús, no sólo de pan vive el hombre. La verdadera cultura es irreductible a la inmediata aplicación práctica, lo que no quiere decir que no ayude a la vida concreta cada ser humano.

Otro peligro: Detenerse excesivamente en lo coyuntural o, con palabras menos piadosas, podríamos decir en “la moda”. Basta repasar un catálogo de tesis doctorales para verificar que, en ocasiones, la anécdota ha sido elevada a categoría, lo transitorio a permanente. No se trata de dar la espalda a la historia para refugiarse en una metafísica intemporal. Este giro no es posible ni deseable. Pero sí, como señala el Papa, es importante “ir más allá de las cuestiones coyunturales para captar cuáles son precisamente las verdaderas preguntas y poder así entender las respuestas como auténticas respuestas”.

La Teología no se edifica sobre la nada. Es, como la fe, en primer lugar “escucha” – “auditus fidei” – de los testimonios de la revelación. Fundamentalmente de uno de estos testimonios: La Escritura leída e interpretada a la luz de la Tradición. La Escritura no es una antología de textos inconexos, autosuficientes en su aislamiento, sino que posee una unidad. La necesaria atención a los métodos científicos de la exégesis no puede ser un obstáculo, sino una ayuda, para captar la unidad de la dinámica interna de la totalidad de la Biblia. Y esa lectura del texto sagrado no se puede aislar de su contexto propio, la tradición de los Padres y de los grandes Concilios, “en los que la Iglesia ha asimilado, reflexionando y creyendo, las afirmaciones esenciales de la Escritura”.

La vocación de unidad afecta igualmente a la misma dogmática o sistemática. La Teología es “una” y no una amalgama de yuxtapuestos tratados especializados. Importa comprender “cada uno de los contenidos de la fe en su unidad, o mejor, en su simplicidad última”. La especificidad de la ciencia teológica proviene de su objeto, que es el Dios uno y único revelado para nuestra salvación.

Luego, descendiendo un poco más a detalles, el Papa incide en algunas áreas: La teología moral y la doctrina social de la Iglesia; la teología ecuménica; el estudio de las religiones y “sobre todo” la filosofía.

Una insistencia especial – muy significativa – se hace a propósito del derecho canónico, “por su necesidad intrínseca y por su aplicación práctica: una sociedad sin derecho sería una sociedad carente de derechos”. La Iglesia, podemos deducir, no es una comunidad etérea, vinculada por un amor sin exigencias, sino que es una sociedad concreta que se siente comprometida por el ejercicio de un amor también concreto.

Una última alusión perfila, aun más, la epistemología propia de la Teología. En esta ciencia, la eclesialidad no se opone a la cientificidad. La Teología no eclesial no es más científica, sino menos: “Sin la Iglesia que cree, la teología deja de ser ella misma y se convierte en un conjunto de disciplinas diversas sin unidad interior”.

Quede aquí este post que, en modo alguno, pretende “sentar cátedra”, sino expresar por escrito lo que entre ayer y hoy he estado reflexionando.

Guillermo Juan Morado.