23.10.10

Notre Dam Du Cap

Cuando Juan Pablo II Magno llevó a cabo el viaje Apostólico al Canadá (entre los días 9 y 20 de septiembre de 1984) concelebró, en honor de la Virgen María, en el Santuario de Notre Dame Du Cap.

En la Homilía del 10 de septiembre dijo lo siguiente:

Fue aquí, queridos Hermanos y Hermanas, y ustedes conocen seguramente la historia. Lo evoco porque yo mismo he sido tocado. Desde 1651, el Abad Jacques de la Ferté, el cura de Santa-Magdalena de Châteaudun, en Francia, regalaba este feudo del Cabo a los misioneros jesuitas. En la aldea que éstos fundaron en seguida en este lugar, el día de la Presentación de Marie, llamando a esta parroquia Cap-de-la-Madeleine, y una Congregación del Rosario fue instituida allí antes de finales de este siglo XVII.

Allí dónde fue erigido, desde 1714, el santuario que se hizo mariano nacional y la iglesia más antigua de Canadá. Pero la tradición produce hechos todavía más emocionantes. En 1879, los feligreses del Cap-de-la-Madeleine, a lo largo del invierno, suplicaron a la Virgen Marie y trabajaron con un coraje inaudito para poder transportar aquí las piedras necesarias para el nuevo edificio mariano sobre un puente de hielo providencialmente formado sobre el San Lorenzo, llamado en lo sucesivo el puente de los rosarios. Y recogieron de la Virgen el signo que aprobaba esta iniciativa.

Estos hechos, queridos Hermanos y Hermanas, testimonian admirablemente la fe de sus padres, su comprensión justa del papel de Marie en la Iglesia. ¡Desde entonces, la misma piedad mariana provocó aquí, de todo el Canadá, millares de peregrinos venidos buscar fe y coraje cerca de su Madre!

Gente de toda edad y de toda condición; pequeños y pobres sobre todo; jóvenes hogares y pares jubilares; parientes cuidadosos de la educación de sus niños; jóvenes, personas en búsqueda del que es “el Camino, la Verdad y la Vida"; enfermos en busca de un aumento de fuerza y de esperanza; misioneros venidos dedicarle su apostolado difícil a la Reina de Apóstoles; ellos todos los que desean un arranque nuevo para servir al Señor, servir la Iglesia, y servir a sus hermanos, como María que va a casa de Isabel
”.

Hace referencia, Juan Pablo II Magno, al denominado “Puente de hielo” que, por haber sido pedido con instancia a la Virgen María, apareció cuando nadie lo esperada y facilitó el transporte de la piedra necesaria para la construcción de Santuario.

Y tal prodigio es uno de los dos que certifican la intervención de la Madre de Dios en aquellas tierras del norte de América.

El otro es el que sucedió cuando el 22 de junio de 1888, el mismo día el que el padre Lucas Désilets dedicó la construcción del nuevo tempo a la Virgen María, cuando 3 hombres acudieron a la pequeña iglesia (el mismo Lucas, el padre Federico y el seglar Pedro Lacroix). Uno de ellos, el padre Federico describió lo ocurrido diciendo que La estatua de la Virgen, que tiene los ojos totalmente cerrados, tenía los ojos bien abiertos; la mirada de la Virgen estaba fija; miraba delante de ella a su altura. La ilusión era difícil; su cara estaba llena de luz que se unía a la luz que entraba por la ventana y que llenaba todo el Santuario. Sus ojos eran negros. Bien formados y en armonía con su cara. La mirada de la Virgen era la de una persona viva, había una expresión de severidad, confundida con tristeza. Este prodigio duró aproximadamente de 5 a 10 minutos.

Severidad y tristeza sólo podían deberse a la consideración que, del mundo, tenía la Virgen María que es, exactamente, la misma que siempre ha manifestado en las diversas apariciones en las que se ha prodigado.

No obstante, a Notre Dame Du Cap le corresponden unas gracias que la hacen, en tal sentido, especial como lo es cualquier otra advocación de María. Éstas son:

-La intervención de Dios por María, mediante signos y prodigios para sostener la fe como los citados del puente de hielo y la de los ojos abiertos de la Madre de Dios.

-La riqueza y el poder de la oración del Rosario.

-La mirada profunda de María sobre los millares de peregrinos que acuden a profesarle su amor y sobre el mundo que salvar.

-La oración a María que contribuye a la “construcción” de la Iglesia, conduce a la celebración de la eucaristía y a la renovación de la vida cristiana y de todo el pueblo de Dios.

-La manifestación de un estilo mariano de Iglesia y de devoción mariana de carácter bíblico, misionero y eclesial.

Y es que María siempre se prodiga donde sus hijos la reclaman.

Eleuterio Fernández Guzmán