24.10.10

La homilía del Domingo (escrito por Koko)

A las 12:06 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

 En la liturgia de este Domingo las lecturas se centran en la oración del pobre, es decir, en la oración del humilde.

En el Evangelio vemos claramente dos actitudes, una a evitar y la otra a tener en cuenta.

Vemos que el fariseo sube al Templo pero en vez de rezar, en realidad lo que hace es presentar a Dios sus virtudes, su méritos, y además lo hace despreciando a los demás, creyéndose mejor que nadie. Ésta es la oración del arrogante, del soberbio que Dios difícilmente puede atender.

Por otro lado vemos al publicano, que abrumado por sus pecados, se reconoce pecador delante de Dios, reconoce su nada, su miseria, y por eso Dios lo escucha.

Quizás esta parábola se entienda mejor con un cuento.

Dicen que una vez en las proximidades de un templo vivía un monje, y en la casa de enfrente moraba una prostituta. Al observar la cantidad de hombres que la visitaban el monje decidió llamarla.

Y el monje le dijo: Tú eres una gran pecadora. Y le reprochó: - todos los días y todas las noches le faltas el respeto a Dios. ¿Es posible que no puedas reflexionar sobre tu vida después de la muerte?

Entonces la pobre mujer se quedó muy deprimida con las palabras del monje y con sincero arrepentimiento rezó a Dios e imploró su perdón. Y le pidió también que le hiciera encontrar otra manera de ganarse el sustento. Pero no encontró ningún trabajo diferente, por lo que después de haber pasado hambre durante una semana volvió a prostituirse. Sólo que ahora, cada vez que entregaba su cuerpo a un extraño rezaba al Señor y pedía perdón. El monje irritado porque su consejo no había producido ningún efecto pensó para sí.

A partir de ahora voy a contar cuantos hombres entran en aquella casa hasta el día de la muerte de esa pecadora. Y desde ese día el no hizo otra cosa que vigilar la rutina de la prostituta. Y por cada hombre que entraba añadía una piedra a una montaña que se iba formando.

Cuando pasó algún tiempo, el monje volvió a llamar a la prostituta y le dijo:

¡Ves esa montaña de piedras!, pues cada piedra representa uno de los pecados que has cometido a pesar de mis advertencias. Y le dijo: - Ahora te vuelvo a avisar. Cuidado con las malas acciones.

Entonces la mujer empezó a temblar al percibir cómo aumentaban sus pecados. Cuando regresó a su casa derramó lagrimas de arrepentimiento mientras rezaba: - ¡Oh, Señor!, ¿Cuándo me librará tu misericordia de esta vida miserable?. De inmediato su ruego fue escuchado, y aquel mismo día el ángel de la muerte pasó por su casa y se la llevó. Pero por voluntad de Dios el ángel de la muerte atravesó la calle y también se llevó al monje consigo.

Sin embargo, el alma de la prostituta subió inmediatamente al Cielo, mientras que los demonios se llevaron al monje al infierno. Cuando se cruzaron a mitad del camino el monje vio lo que estaba sucediendo y clamó ¡Oh, Señor! ¿Es esta tu justicia? Yo que pasé mi vida en la devoción y en la pobreza, ahora soy llevado al infierno, mientras que esta prostituta que vivió constante en el pecado está subiendo al Cielo. Al oír esto, uno de los ángeles respondió:

- Los designios de Dios son siempre justos. Tú creías que el amor de Dios se resumía en juzgar el comportamiento del prójimo, mientras tú llenabas tu corazón con el control del pecado ajeno, esta mujer rezaba fervorosamente día y noche. Su alma quedó tan purificada después de llorar y rezar que podemos llevarla directo al Paraíso, sin embargo, la tuya quedó tan cargada de piedras que no conseguimos hacerla subir hasta las alturas.

Y es que el fundamento de la ley divina, no es simplemente la letra de la ley, sino que es la del amor a Dios y la del amor al prójimo. Se trata en definitiva, de un amor comprensivo.

Por tanto, no deberíamos perder el tiempo en criticar la conducta del prójimo, sino en tal caso deberíamos gastarlo en analizar nuestro interior.

Además como se suele decir, la humildad es la madre de todas las virtudes. Ya Santa Teresa de Jesús decía que la “humildad es andar en la verdad” y la verdad es que no tenemos nada de bueno que no hayamos recibido de Dios. La vida espiritual nace precisamente en este reconocimiento de no confiar en nuestras propias fuerzas y de confiar plenamente en Dios.

Hoy a menudo es fácil encontrarse a gente que dice “¿para qué me voy a ir a confesar si yo no tengo pecados?. Yo ni mato, ni robo, ni hago mal a nadie y trato de hacerlo todo bien”. Y éste es el defecto que Jesús criticaba al fariseo de entonces y al de hoy. Porque ser fariseo es creerse justificado, creerse bueno, y creer que no se necesita de la misericordia de Dios.

Ya San Agustín rezaba de esta manera “Señor que yo Te conozca y que yo me conozca”. Y es que la verdadera humildad es el exacto conocimiento de Dios y de nosotros mismos. Y además siempre ha sido cierto que cuanto más se acerca el hombre a Dios, tanto más pecador se ve. Y por eso el hombre nunca ha sido tan grande como cuando se ha puesto de rodillas en oración delante de su Señor.

Por tanto, ojalá que nosotros (como el publicano del Evangelio) no esperemos nada de nosotros mismos, sino que todo lo esperemos de Dios.

Koko.