«El Osservatore Romano y la irrelevancia de las modas»,
por Hillary White

 

La reciente obsesión del Osservatore Romano en comentar los últimos fenómenos a la moda es tan solo la última, y posiblemente la más ridícula, aventura de una institución de la Iglesia que ha perdido el rumbo.

24/10/10 9:58 AM


Cuando descubrí el revuelo en Internet provocado por un artículo bastante tonto, el último de una serie de despropósitos del Osservatore Romano, que proclamaba al mundo que Homer Simpson es un católico “auténtico”, no me escandalicé. Era sólo la última boutade irresponsable y ridícula de un periódico que parece enfrentarse a una humillante crisis de la mediana edad.

El Daily Telegraph de Inglaterra transmitió la “noticia” al mundo anglosajón y la resumió más o menos así: El Osservatore Romano, un periódico tradicionalmente serio y sobrio, ha descubierto la cultura popular en los últimos tres años y publica artículos comentando todo tipo de expresiones populares, desde los Beatles y los Blue Brothers hasta el éxito de taquilla Avatar, pasando por los libros y películas de Harry Potter. 

“Sí”, pensé, “eso lo resume todo. El Osservatore Romano es un anciano que trata de parecer joven y a la moda. Y no hay nada más terrible y ridículamente vergonzoso...”.

El Daily Telegraph destacaba que todo este asunto comenzó con el nombramiento del nuevo director, Gian Maria Vian. Life Site News ha señalado diversas ocasiones durante el mandato de Vian en las que el periódico ha provocado considerable vergüenza ajena entre las personas sensatas. Con este último artículo, los principales medios de comunicación se ríen de nuevo a costa de la Iglesia, redactando titulares como “Homer el agnóstico proclamado como católico por el periódico del Vaticano“.

El artículo del periódico del Vaticano afirma que Homer es un criptocatólico, un católico “auténtico” porque “reza antes de las comidas y, a su modo, cree en la vida después de la muerte”. Incluso cita a un jesuita, señal de que todo esto debe de ser verdad.

De hecho, parece que los Simpsons son el programa preferido del Osservatore Romano. Un artículo de 2009, “Las virtudes de Aristóteles y los dónuts de Homer” por el mismo redactor, Luca Possati, sostiene que el programa es un modelo del nuevo estándar católico de virtudes posterior a los años 60. Afirma que los Simpsons son un “loco análisis, afectuoso e irreverente, escandaloso e irónico, absurdo y profundo, filosófico y a veces incluso teológico de la cultura popular y de la clase media estadounidense, tan acogedora y nihilista”.

Sin embargo, es hora de hacer una confesión: me gustan los Simpsons. En las pocas ocasiones en las que he visto el programa, me ha parecido bastante gracioso. Los comentarios y críticas irónicas de la locura de la vida moderna me gustan especialmente. Se me ocurre una larga lista de programas de televisión que son dignos de condena absoluta y los Simpsons no entran en esa lista.

Los Simpsons es uno de los más programas de televisión que más tiempo ha durado en antena y, como casi todo lo que el mundo occidental postcristiano ofrece, tiene aspectos buenos y aspectos malos. Pero hay algo que me gustaría decir al respecto al director del Osservatore Romano (así como a todos aquellos perplejos por los titulares y que preguntan si Homer Simpson es de verdad católico).

¿Está listo para leer mi profundo análisis?

La respuesta es que se trata simplemente una serie de televisión. Homer es un personaje de dibujos animados y no es lo suficientemente importante como para aparecer en el periódico del papa. Dejemos a la prensa mundana ocuparse de la pseudofilosofía de la cultura popular americana. ¿Es demasiado pedir que el más importante de los periódicos católicos se centre en cosas más importantes? El papa es un buen ejemplo de la actitud adecuada, imitémosle.

¿Hay algo más bochornoso que una persona mayor fingiendo seguir modas que no están a su alcance? ¿O que una coleta gris en un hombre de sesenta años? ¿O una mujer de cierta edad que se aumenta los pechos? Piensa un momento en la persona a la que más has respetado y honrado en tu vida, quizás un profesor de primaria o tu vieja tía solterona. Ahora imagina a esa persona vestida con ropa provocativa y ajustada y de camino a la discoteca. ¿Te sonrojas sólo de pensarlo? Yo también.

La reciente obsesión del Osservatore Romano en comentar los últimos fenómenos a la moda es tan solo la última, y posiblemente la más ridícula, aventura de una institución de la Iglesia que ha perdido el rumbo.

Gran parte del clero entre 50 y 60 años perdieron también el norte durante los años revueltos. Perdieron la confianza en la verdad y urgencia del mensaje y misión de la Iglesia, especialmente en cuanto a las enseñanzas morales, tan políticamente incorrectas actualmente. Y parece que todo el mundo se da cuenta de esto excepto los propios afectados.

¿Hay algo, incluyendo la crisis de abusos sexuales del clero, que haya hecho más daño a la Iglesia en las últimas cuatro décadas que la búsqueda incesante de notoriedad por parte de la todavía influyente generación progresista de paz y amor?

Poco a poco se va abriendo paso el argumento de que la tendencia a formar parte de la modernidad, en el modelo concreto del 68, para deshacerse de las actitudes represivas relativas al sexo, es más o menos lo que permitió al sacerdocio corromperse por la llegada de hombres que justificaban sus crímenes como una forma natural de expresión. Por lo que recuerdo, era una actitud muy de moda en los años 70.

Entonces, ¿qué podemos hacer cuando nuestra vieja tía soltera de repente toma clases de baile con barra americana? En otras palabras, ¿qué debemos hacer la próxima vez (y sin duda, pasará más pronto que tarde) que el antiguamente prestigioso periódico del Vaticano decida sorprender a los jóvenes con su postura inconformista?

Recuerdo que hay una vieja costumbre en la Iglesia Católica, un consejo que solían dar con bastante frecuencia los directores espirituales y confesores en la época carca y pasada de moda de la Iglesia. Se llama “la custodia de los ojos”, o, en otras palabras, deja de leer el periódico.  

 

Hillary White, publicado en LifeSitenews

Traducción de Alejandro Moreno Ramos