2.11.10

¿Vendrá el Papa con la Guardia Suiza para imponernos la verdad?

A las 11:28 AM, por Luis Fernando
Categorías : Cristianos en la vida pública, Actualidad, Benedicto XVI
 

Según se acerca la visita del Papa a Santiago de Compostela y Barcelona, vamos asistiendo a una serie de movimientos socio-político-religiosos ciertamente interesantes. Hoy destaca la noticia de que el nacionalismo político-sociológico-eclesial se ha gastado un buen dinero (¿de dónde habrá salido?) para, aprovechando que el Papa llega a Barcelona, hacer propaganda en Italia de la idea de que Cataluña es una nación. Están la mar de felices al saber que el Santo Padre piensa hablar en catalán tanto en la Misa de la Sagrada Familia como en el resto de actos que tengan lugar en la Ciudad Condal. Lo que no sé es si les gusta tanto el hecho de que el Papa también hable en castellano, idioma materno de más de la mitad de los ciudadanos residentes en esa comunidad autónoma y/o “nación sin eficacia jurídica” (Tribunal Constitucional dixit).

Sin embargo, lo que más me llama la atención hoy son las declaraciones de Celestino Corbacho, ex-ministro de trabajo y próximo nº3 del PSC para las próximas elecciones catalanas. El ministro del paro -decir que lo ha sido de trabajo es faltarle el respeto a los desempleados-, ha asegurado a la Cadena Ser que “la cúpula de la Iglesia ha intentado muchas veces imponer sus criterios en contra de la voluntad soberana del pueblo“, en referencia a su oposición al matrimonio gay o a la ley del aborto.

La cosa suena muy contundente. Cualquiera que no supiera lo que ha pasado en este país en los últimos seis años pensaría que la cúpula de la Iglesia ha ocupado las instituciones y ha movilizado a sus ejércitos para forzar la voluntad del pueblo español. Parece como si la ley del matrimonio gay y la nueva del aborto se hubieran aprobado gracias a la intervención del ejército español, que se habría desplegado delante del Congreso y del Senado para impedir que hordas de obispos interrumpieran las deliberaciones e impidieran la votación de los excelentísimos representantes del pueblo soberano.

De hecho, parece evidente que si alguien ha impuesto algo al gobierno del que ha formado parte el señor Corbacho, no ha sido ni el cardenal Rouco ni el resto de obispos de la CEE. Fueron la Unión Europea y Obama quienes recientemente impusieron a Zapatero un cambio en su política económica para disminuir el déficit del Estado.

Lo cierto es que tanto la jerarquía como una parte importante del pueblo católico que todavía queda en España se limitó a ejercer su derecho a manifestarse contra leyes que, sin la menor duda, atentan contra el bien común de la nación. ¿Es eso imponer algo? ¿qué entiende el señor Corbacho por democracia? ¿el régimen en el que la mayoría legisla y la minoría se tiene que quedar en casa sí o sí?

Corbacho no es sino un ejemplo más de lo que el socialismo quiere para esta nación. O sea, ellos legislan y el resto calla, aunque la legislación sea para hacer legal aquello que es contrario a la ley natural y la dignidad de la persona humana desde su concepción. El socialismo quiere una Iglesia cómplice, adocenada, metida en sus templos y con nula capacidad de movilizar a sus fieles en defensa de sus valores. Y, ojo, no está tan lejos de lograrlo como pueda parecer. En una partitocracia como la nuestra los que mandan son los partidos, y el pueblo católico no tiene en el parlamento a uno solo en quien confiar la defensa de sus valores. Las opciones que cumplen con esa condición son todas minoritarias, extra-parlamentarias y con altísimas probabilidades de seguir fuera de las instituciones. En otras palabras, el catolicismo, que todavía es capaz de convocar a 5-6 millones de personas cada domingo en Misa, no existe en el ámbito de la política española. Y los pocos políticos que en verdad son católicos, ni pinchan ni cortan lo más mínimo a la hora de decidir qué leyes se aprueban en las Cortes.

Resulta por ello patético que un señor como Corbacho pretenda presentar a la Iglesia como la gran opositora a la voluntad popular de los españoles. Tenga la certeza don Celestino de que el Papa no va a venir a España con la Guardia Suiza para imponernos por la fuerza las leyes que garanticen que no se asesine impunemente a los no nacidos. Las únicas armas de la Iglesia hoy son su palabra y su fidelidad a Dios. Cuando las usa bien, el Enemigo de la verdad y del hombre tiembla. Y con él, los que le sirven. Cuando la Iglesia calla o cuando el pecado de sus miembros opaca la luz del evangelio, entonces sacan pecho aquellos que la quieren hundida y derrotada. Puede que ese sea el ideal de algunos católicos tibios -seglares, curas e incluso algunos obispos-, que prefieren vivir tranquilos en el mundo a ser luz del mismo. Pero no ha sido ese el mensaje de Benedicto XVI en estos últimos años. Y no lo será ni en Santiago ni en Barcelona. El anciano de 83 años que nos visita esta semana destila más autoridad moral en uno solo de sus discursos que la que el partido del señor Celestino haya tenido, tenga y vaya a tener en toda su historia.

Cristo y su evangelio: Esa es la verdadera fuerza del Papa. Ese es su ejército. Ese es su poder.

Luis Fernando Pérez Bustamante