9.11.10

Mártires que son semillas para hoy mismo

A las 12:57 AM, por Eleuterio
Categorías : Defender la fe
 

El pasado sábado, 6 de noviembre, y desde que en 2007 (27 de octubre) se llevara a cabo, en Roma, la beatificación de 498 mártires procedentes de la persecución habida en los años 30 del siglo pasado en España, celebró volvió a celebrar la Iglesia católica una festividad tan apropiada.

Recientemente, en Irak, murieron al menos 50 católicos cuando una Iglesia fue atacada por radicales islamistas.

Esto lo que, en primer lugar, significa es que el martirio cristiano, aquí católico, no ha dejado de cumplirse en los hijos de Dios desde que reconocieron que lo eran y vieron, en la persona de Cristo, al hermano y al Hijo del hombre.

Fue Tertuliano el que dijera aquello de que “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos” y eso mismo, dicho ahora, en estos primeros años del siglo XXI, nos ofrece una oportunidad para reconocer, que, en efecto, es más cierto, seguramente, que nunca.

Pero ya, en la Epístola a los Romanos, concretamente en el versículo 1 del capítulo 12, actualiza, para nosotros, lo siguiente: “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual”.

Por tanto, el sentido mismo de ser mártir hemos de reconocer que no nos es ajeno sino que, al contrario, tenemos pruebas más que suficientes, de la necesidad e, incluso, obligación del mismo.

Sin embargo, mártir se puede ser, por así decirlo, de dos formas:

1.-De la forma ordinaria: con la muerte por Dios y perdonando al quien la infiere.


2.-De la forma extraordinaria: con la vivencia, día a día, de la fe.


Entonces, ¿cómo podemos ser, cómo somos, mártires de nuestro tiempo?

Seguramente existen muchas formas pero, por presentar algunas de ellas, quizá las que siguen puedan servir para discernir lo que somos y, sobre todo, lo que deberíamos ser y, hasta es posible que abran algún que otro ojo cerrado por la pasión por el siglo.

Se es mártir del presente cuando, con la paciencia propia de quien cree en que lo que cree es cierto, se soporta el ataque que cayendo gota a gota, hecho a hecho, norma a norma, va minando el sentido mismo de la Fe porque así entienden, sus detractores, que conseguirán menguar la resistencia que presentamos a tal manifestación de odio.

Por eso, se es mártir del presente cuando, con intención verdaderamente tergiversadora de la verdad, se pretende imponer una memoria tendente a causar estragos en la sociedad, a romper (eso pretenden) el hilo de la historia que tan difícilmente habíamos tejido el pueblo español: creyentes, agnósticos y ateos. Pero se es mártir cuando se ha de ver, impasibilidad obligada, como ese recordar está lastrado por una ideología, dominado por un odio que no recoge, en sus recuerdos, la sangre derramada por los mártires de sangre

Así, se es mártir del presente cuando, en ejercicio de unos derechos que entendemos naturales, y, por eso mismo, apoyados por una Ley que tiene carácter supremo y, por eso, superior a la humana, nos oponemos a que se pueda manipular al ser humano atentando contra la vida del no nacido. También si es, simplemente, usando del material genético como si no fuera una persona a la que se intentan aplicar técnicas que, dicen, mejoraran la vida de otras personas y, por eso, se nos considere retrógrados y contrarios a los avances científicos. Pero en nombre de la ciencia no es posible denigrar al ser humano tratándolo como una cosa por muy diminuto que sea su tamaño y hayan pasado pocos días desde la concepción.

Se es mártir del presente cuando, en apoyo a unos valores que entendemos fundamentales para la vida humana y que se asientan en una fe milenaria (más de 2.000 años la contemplan si abarcamos, cosa obligada, en nuestra visión, la época dilatada que comprende el Antiguo Testamento o, mejor, Antigua Alianza) no se cree posible soportar sobre las espaldas de nuestros hijos o los hijos de otros padres y, al fin y al cabo, sobre la sociedad toda, la imposición política y administrativa de una asignatura como es Educación para la Ciudadanía. Y la forma de ser testigo es, sin duda alguna, la oposición a la misma con la consiguiente discriminación hacia los educandos como si fueran apestados de un mundo políticamente correcto donde ha de primar lo moderno sobre lo eterno, el tener sobre el ser.

Se es mártir del presente cuando se comprueba que se quiere, se pretende, se está llevando a cabo, una eliminación paulatina de la enseñanza de la Religión Católica en los centros que, por obligación legal, constitucional y concordataria, debía de estar no sólo protegida sino incrementada en cuanto tiempo empleado en su impartición, desarrollo y conocimiento.

Se es mártir del presente seguramente de muchas formas, como hemos dicho arriba. Sin embargo, cada una de las formas aquí someramente expuestas no es más que la demostración de ese martirologio (víctimas de la causa del Creador) diario, al que nos acogemos, con gusto, aquellos que nos consideramos hijos de Dios; gustosos de dar, de esa forma particular, la vida por Cristo y, claro, también, por el hermano o prójimo.

Quizá ahora no se muera por ser mártir (aunque algunas personas, como hemos dicho arriba, sí que tienen esa especial gracia divina) del presente, al menos en nuestra sociedad occidental. Sin embargo es, si bien lo pensamos, bastante peor, porque se nos deja preteridos, dejados, nunca mejor dicho, en la mano de Dios pero nunca de la mano de Dios olvidados porque el Padre, para eso, sí es fiel y misericordioso, verdadero mártir en semejanza de Hijo.

Por eso las semillas que dejaron plantadas los mártires que, a lo largo de la vida de la Iglesia católica han sido, son, ahora, frutos que, a su vez, tienen que morir para dar otro fruto.

Eleuterio Fernández Guzmán