12.11.10

La religión y lo público

A las 11:30 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

Lo “público” es lo que pertenece a todo el pueblo. En este sentido, se contrapone a lo “privado”, a lo particular y personal de cada individuo. Pero entre una cosa y la otra, entre lo público y lo privado, no puede haber una separación tajante – ya que el hombre es un ser social - , salvo que se defienda una concepción totalitaria de lo público, en virtud de la cual los derechos del pueblo se transfiriesen al Estado y quedasen sometidos a los dictados de quienes, en cada momento, detentasen el poder.

Los conocimientos, las convicciones morales, los gustos estéticos son, en cierta medida, privados, particulares, pero, si se reconoce la libertad humana, pueden hacerse públicos; pueden expresarse en el ágora de la ciudad. Toda limitación a esta posibilidad de decir en voz alta – que no significa a gritos – lo que uno sabe, lo que uno estima, lo que uno valora, ha de restringirse a lo mínimo, a lo estrictamente necesario para salvaguardar los derechos de los demás y el orden social.

El ámbito religioso es, simultáneamente, privado y público. Es privado en la medida en que la fe anida en la conciencia, en esa facultad personal que nos permite reconocer la verdad y que constituye, como decía el beato Newman, el eslabón que une a la criatura con el Creador. Pero lo religioso no se reduce a la interioridad de la conciencia, porque el hombre, necesariamente, tiende a exteriorizar lo que cree, a proclamarlo con la palabra, a traducirlo en vida, a compartirlo con los demás.

Mutilar o impedir la manifestación pública de la creencia religiosa equivale a amputar lo más específicamente humano que tiene el hombre, un “animal divino”, el único de los animales capaz de tributar culto a Dios. La religión, y en concreto el Cristianismo, tiende a expresarse, a concretarse históricamente – siguiendo la lógica de la Encarnación - en creaciones culturales, en formas de vida, en estilos que configuran la globalidad de la existencia.

No respetar esta fecundidad de la fe es no respetar al hombre, es condenarlo a un repliegue en sí mismo que imposibilita el despliegue de lo que está llamado a ser. Pero, sobre todo, el intento de borrar de la vida pública toda huella de lo alto es, aunque este último aspecto no suela reconocerse, una injusticia cometida contra el mismo Dios.

El Papa lo ha formulado con claridad planteando una serie de preguntas: “¿Cómo es posible que se haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana? ¿Cómo lo más determinante de ella puede ser recluido en la mera intimidad o remitido a la penumbra? Los hombres no podemos vivir a oscuras, sin ver la luz del sol. Y, entonces, ¿cómo es posible que se le niegue a Dios, sol de las inteligencias, fuerza de las voluntades e imán de nuestros corazones, el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla?”.

Quizá deberíamos meditar, muy en serio, sobre estos interrogantes.

Guillermo Juan Morado.