22.11.10

Memoria y confianza

A las 10:38 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

Hay días en los que el mundo se nos presenta al revés y este cambio de perspectiva provoca sorpresa y hasta mareo. Sucede algo similar a cuando uno, tras un largo viaje, se despierta en mitad de la noche e, influido por la somnolencia, tarda unos segundos en recordar donde está: ¿es la habitación de mi casa?, ¿es la habitación de un hotel?, ¿me encuentro donde me hallaba ayer o en otro sitio?

Tras ese desconcierto inicial, la memoria viene en nuestra ayuda. Recordamos cómo hemos venido al lugar en el que estamos y así, como de golpe, todo coincide, todo vuelve a recuperar su sentido: “Estoy en mi casa” o, bien, “estoy en un hotel porque he salido de viaje”. Perder la memoria es muy triste. Terminaríamos por no saber quienes somos.

Cada día debemos hacer como creyentes un ejercicio de memoria. En la ya larga travesía de la Iglesia por los mares del mundo y de los tiempos ha habido oleajes, tormentas, tempestades. Y la Iglesia sigue ahí, en el mismo sitio, porque Dios se encarga de refrescarle continuamente la memoria de la fe para que no olvide ni quién es ni para qué es.

En las dificultades y en las pruebas es cuando más urgente resulta actualizar la confianza. Puede darse un pequeño berrinche en un matrimonio, en la relación de un hijo con sus padres, en la amistad que vincula a dos amigos. En esos momentos de aparente turbación, cuando por un segundo parece que se acaba todo, es muy conveniente hacer memoria – de lo que la esposa quiere a su esposo, o viceversa, de lo que los padres quieren al hijo o el hijo a sus padres, de lo que nuestro amigo ha hecho por nosotros o nosotros por él – y, si somos capaces de ese ejercicio, sentimos renacer, fortificada, la confianza.

Con el paso del tiempo, lo que en un determinado segundo nos pareció un tsunami queda reducido a sus verdaderas y modestas proporciones. Se trataba sólo de una pequeña ola, no apta siquiera para el aprendizaje del surf.

No podemos reaccionar como los niños mimados o los amigos caprichosos para quienes hasta un leve contratiempo adquiere las gigantes dimensiones de una montaña. Memoria, confianza y hasta paciencia. Dios no nos deja. Él está ahí, quizá contemplándonos con una sonrisa no exenta de divina ironía.

Guillermo Juan Morado.