Entrevista al Obispo de San Sebastián en el Diario Vasco

Mons. Munilla: «El Papa no ha cambiado la doctrina sobre los preservativos»

 

En una sociedad cada vez más secularizada, en la que circulan imágenes «distorsionadas y caricaturizadas» de la Iglesia católica, es preciso «comunicar mejor». Así lo asegura Mons. José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, en la entrevista que ha concedido al Diario Vasco. El prelado aborda también la cuestión de la anunciada ley de «muerte digna», recordando que los profesionales de la medicina no creen que sea necesaria.

05/12/10 9:32 AM


 

(Diario Vasco/InfoCatólica) El Diario Vasco publica hoy esta entrevista de Ane Urdangarín a Mons. José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián.

–¿Qué significado tiene para el catolicismo y para la ciudadanía en general que el Papa haya decidido utilizar una entrevista-libro para transmitir sus reflexiones?

–Creo que forma parte de la conciencia que tiene la Iglesia de que debe hacer un esfuerzo de comunicación. También somos conscientes de que muchas veces la imagen de la Iglesia que llega al público en general está muy distorsionada y es muy antipática. Hace poco hicimos una encuesta entre jóvenes a nivel de España y existía una gran diferencia de juicio positivo y negativo entre los que habían tenido un contacto real o virtual con la Iglesia. La impresión era mucho más negativa entre estos últimos. Eso quiere decir que tenemos que comunicar mejor y, en ese contexto, se encuadra este libro. Tiene un primer capítulo que es muy significativo y que se llama 'Los Papas no caen del cielo'. Habla también del aspecto humano del Papa.

–El del uso del preservativo es uno de los temas que más se ha destacado. ¿Hasta dónde llega el cambio en la doctrina oficial sobre este asunto?

–Es un poco inevitable, porque estamos en la sociedad de la comunicación, pero no deja de ser una simpleza que este libro vaya a pasar a la historia por una frasecita. El contexto en el que el Papa ha hablado de esto es el de la importancia de humanizar la sexualidad. Es uno de los grandes quehaceres de la Iglesia católica. Porque en Europa, en Occidente, la irrupción de la anticoncepción produjo un divorcio muy grande entre sexualidad y reproducción. Y ese divorcio no ha conllevado únicamente una crisis de natalidad muy grande, que preocupa mucho a los demógrafos, sino que después ha sobrevenido otro divorcio, entre el sexo y el amor. La sexualidad se ha banalizado, trivializado, se ha hecho poco humana, y se ha irresponsabilizado. Este es el contexto en el que el Papa ha hablado. Por ahí hay muchos anuncios que nos hablan de que 'el sexo es vida', pero me parece que la vida es mucho más que sexo. Y al final lo que nos hace verdaderamente felices es vivir un proyecto de amor estable y maduro. Y eso es lo que quiere transmitir

–Y en este escenario, ¿hasta dónde llega entonces el cambio?

–El Papa fue muy atacado en el viaje a África en el que dijo que los preservativos no eran la solución para la difusión del sida. Más aún, dijo que se podían agravar más las cosas, en la medida en que se repartan de forma indiscriminada e irresponsable provocando el efecto de bombero pirómano. Entonces se manifestaron cosas injustas e incluso se dijo que la Iglesia motivaba con su doctrina que se difundiese el sida. El Papa ha dicho que nuestra misión es difundir una visión humana de la sexualidad, que es la mejor forma de preservar el contagio del sida, pero que la Iglesia católica entiende que unas autoridades y unas administraciones, en unos determinados contextos como la prostitución, que son impermeables a la doctrina de la responsabilidad y de la castidad, difundan el preservativo. No porque la Iglesia entienda que en ese caso sea un bien moral, sino porque considera que es un mal menor frente a la difusión del sida.

–Así que el cambio no es tal.

–Lo que ha ocurrido es que se han deformado las cosas, porque cuando un teletipo titula «El Papa abre la puerta al preservativo», o «Da un primer paso.», eso es no comprender al Papa, es subvertir su pensamiento. Y también digamos una cosa: es injusto que se acuse a la Iglesia de no contribuir a cortar la difusión del sida. La moral de la castidad contribuye mucho. Y también hay que decir que el 25% de los enfermos del mundo de sida están atendidos por la Iglesia católica; algo más del 50% en África.

–Sin embargo, algunos de los misioneros que realizan esa ímproba labor asistencial sí han pedido un cambio a favor del uso de profilácticos.

–El mundo periodístico tiene la capacidad de coger el caso puntual y hacer de él noticia. Pero le aseguro que la política de la Iglesia de difundir la castidad y la fidelidad es la que se lleva, por ejemplo, en las comunidades de San Egidio, los Camilos. Todas las instituciones que están trabajando en África llevan lógicamente una política conforme a la moral católica. Siempre es posible que haya un caso particular.

–Entonces, las opiniones favorables recibidas de organismos internacionales como ONUSida.

–Parten de la incomprensión. Insistiría en que la gran aportación que tiene que hacer la Iglesia es la humanización de la sexualidad, porque esta vivencia inhumanizada está conllevando una gran infelicidad, e incluso que la sexualidad deshumanizada sea motivo de esclavitudes, de desequilibrios psiquiátricos, de muchas adicciones en internet que están siendo fruto de infelicidad. Esto es una realidad y el que no quiera verlo creo que no está siendo real.

–¿No le parece que este mensaje ahonda en el desajuste entre la doctrina que se envía desde la jerarquía eclesiástica y lo que piensan y hacen los fieles?

–En apariencia sí, pero cuando uno entra en el interior del hombre y rasca un poco, no. Porque todos tenemos un corazón que busca sinceramente la felicidad, y el sexo por el sexo causa una gran soledad y un vacío interior, conlleva la amargura, además de que es una especie de concatenación de búsqueda de placeres que llevan a un punto de insatisfacción. La Iglesia ve al hombre por dentro, no por fuera. Y creo que todo el mundo necesita tener la experiencia del amor estable, fiel y maduro. Algunos usan el sexo como droga dura ante la infelicidad, para consolarse. Pero no es lo mismo ser feliz que tener ratos puntuales de placer.

–En su libro el Papa reconoce que en ocasiones se siente cansado y no obvia la posibilidad de retirarse.

–Hemos sabido después de la muerte de Juan Pablo II que él también barajó esa posibilidad. Me parece que este es un Papa que por el bien de la Iglesia, si llegado el momento viese que su falta de salud llegase a ser un obstáculo, dimitiría. No sería la primera vez en la historia de la Iglesia, aunque no reciente. Además, estamos en un momento en el que la medicina está alargando mucho la vida y puede ocurrir que hubiese enfermedades degenerativas, como el Alzheimer, que lo pudiesen aconsejar.

–Hablando de alargar la vida y su fase final, ¿qué le parece que el Gobierno vaya a aprobar una ley sobre la muerte digna?

–Sería demasiado atrevido por mi parte ponerme a valorarlo sin conocer cuáles van a ser las líneas de esa ley. Pero parece ser que los profesionales de los cuidados paliativos han dicho de forma bastante unánime que no la ven necesaria. No sé muy bien cuál puede ser la necesidad, y hasta no ver si estamos hablando de cuidados paliativos o una puerta abierta a la eutanasia, me reservaría la opinión. Aunque no vamos a negar que en España está muy generalizada la conciencia de que a veces se suelen hacer fuegos artificiales con algunas leyes para distraer la atención de otras.

–Van a endurecer las penas a los clérigos que cometen, por ejemplo, abusos sexuales a menores. ¿Por qué ha tardado tanto la Iglesia en reaccionar ante estos casos?

–Es muy providencial que Benedicto XVI haya sido Papa en este momento. Él había tenido acceso al conocimiento de ciertos casos. Creo que ha podido haber distintos motivos, falta de rapidez, de conciencia de lo que este tipo de delitos conlleva, porque hoy en día somos conscientes de que quien ha podido cometerlos no puede volver a tener responsabilidades pastorales. Hemos crecido en conciencia de que un mal de este calibre tiene un tipo de compulsividad que requiere la máxima dureza en la forma de ser tratado. Me parece que el Papa nos ha dado una lección de valentía de no tapar las cosas: los primeros que queremos que en la Iglesia haya una vida moral íntegra tenemos que ser nosotros. Creo que Benedicto XVI ha dado un ejemplo de limpieza y transparencia. El Papa ya ha dicho que el mayor enemigo lo tenemos dentro, no fuera.

–Como mujer, me pregunto por qué a la Iglesia católica le cuesta tanto dar pasos hacia la igualdad y modernizarse.

–Habría que distinguir dos cosas. Sobre la presencia de la mujer y su colaboración en la vida de la Iglesia se pueden dar muchos pasos y se están dando. Por ejemplo, los obispos tienen cada vez más colaboradores femeninos en sus equipos. La mujer puede y debe tener cada vez un lugar más activo en la Iglesia. Otra cosa distinta es cuando se mezcla este asunto con el sacerdocio, que nos remite a la estructura apostólica de la Iglesia. No es que la Iglesia no tenga conciencia de que no quiere que las mujeres sean sacerdotes. Lo que dice es que no tiene conciencia de tener autoridad para poder cambiar algo que viene de Jesucristo. Porque si pudiésemos cambiar eso, también podríamos cambiar cómo se hace la eucaristía, cómo se bautiza...

–¿Cómo afronta la Iglesia la falta de vocaciones?

–Uno de los datos más paradójicos es que la Iglesia nunca ha tenido tantas vocaciones como ahora excepto en Occidente, donde ocurre lo contrario. El diagnóstico que hago es que la crisis vocacional va totalmente paralela a la crisis de secularización que hay entre nosotros. El materialismo es el mayor opio del pueblo; el que tiene la tentación de pretender llenar el corazón de disfrutes inmediatos haciéndole olvidar su deseo de felicidad plena y definitiva. Estoy convencido de que en un momento ese materialismo va a poner al hombre ante su vacío interior. Por eso, el sacerdote es hoy más necesario que nunca, para mostrar el sentido de la existencia.