7.12.10

¿Sola Escritura? (1)

A las 10:18 AM, por Daniel Iglesias
Categorías : Biblia
 

Los principios fundamentales de la Reforma protestante fueron dos: sola fide (sola fe) y sola Scriptura (sola Escritura).

El principio protestante de la sola fe dice que el hombre no es justificado por la fe y las obras (como enseña la Iglesia Católica), sino sólo por la fe.

El principio protestante de la sola Escritura dice que la Divina Revelación no es transmitida por la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición (como enseña la Iglesia Católica), sino sólo por la Sagrada Escritura.

Con ejemplos y argumentos tomados del estupendo libro Roma, dulce hogar de Scott y Kimberly Hahn, mostraré que muchas doctrinas protestantes contradicen el principio protestante de la sola Escritura. Me referiré a siete de esas doctrinas en el orden en que aparecen en esa narración del dramático camino de conversión al catolicismo del pastor y teólogo presbiteriano Scott Hahn y su esposa Kimberly.

1. El bautismo de los niños

Dentro del protestantismo hay una fuerte corriente –cuyo origen histórico se encuentra en el movimiento anabaptista del siglo XVI– que niega la validez del bautismo de los niños.

A modo de introducción, diré que Scott Hahn nació y fue criado en un hogar presbiteriano, pero la religión significó poco para él hasta que, durante su juventud, se convirtió gracias al testimonio de la organización protestante Young Life. Luego estudió teología en una universidad protestante, el Grove City College, donde conoció a Kimberly, con quien luego se casó. Escuchemos ahora cómo Scott Hahn llegó a descubrir que la doctrina de la invalidez del bautismo de los niños no es bíblica:

“En la residencia, algunos de mis amigos empezaron a hablar de ser “rebautizados”. Todos estábamos creciendo juntos en la fe y asistíamos a la congregación local. El ministro –un orador fantástico– estaba enseñando que aquellos que fuimos bautizados de niños nunca fuimos verdaderamente bautizados, y mis amigos parecían seguirle en todo cuanto decía. Al día siguiente nos reunimos para acordar la fecha en que nos “sumergiríamos de verdad”. Pero antes yo les di mi opinión:

–No creéis que deberíamos estudiar la Biblia nosotros mismos para asegurarnos de que él está en lo cierto?

Parecía que no me escuchaban.

–¿Cuál es el problema con lo que dice el ministro, Scott? Después de todo, ¿te acuerdas de tu Bautismo? ¿De qué les vale el Bautismo a los bebés si aún no pueden creer?

Yo no estaba seguro, pero sabía que la respuesta no era jugar a “seguir al líder” y basar las creencias sólo en sentimientos, como parecían hacer ellos. De modo que les dije:

–No sé lo que haréis vosotros, pero yo voy a estudiar la Biblia detenidamente antes de lanzarme a bautizarme de nuevo.

A la semana siguiente, ellos se “rebautizaron”. Mientras tanto, yo fui a ver a uno de mis profesores de Biblia y le expliqué lo que estaba sucediendo, pero no quiso darme su opinión. En cambio, me instó a que estudiara el tema más a fondo:

–Scott, ¿por qué no tratas el tema del bautismo de los niños en tu trabajo de investigación escrito?

Me vi en un aprieto. Para ser honesto, no quería estudiar el tema tan a fondo, pero supongo que el Señor sabía que necesitaba un pequeño empujón. Así que durante los meses siguientes leí todo lo que pude encontrar al respecto.

Por aquel entonces, ya había leído la Biblia tres o cuatro veces y estaba convencido de que la clave para comprenderla era el concepto de Alianza. Está en cada página y Dios establece una en cada época. Estudiar la Alianza me dejó clara una cuestión: durante dos mil años, desde el tiempo de Abraham hasta la venida de Cristo, Dios había mostrado a su pueblo que quería que los niños estuvieran en alianza con Él. El modo era sencillo: bastaba darles el signo de la alianza.

En el Antiguo Testamento el signo de entrada a la alianza con Dios era la circuncisión. En el Nuevo Testamento, Cristo había sustituido ese signo por el Bautismo. Pero en ningún sitio leí que Cristo dijera que los niños debían ser excluidos de la alianza; de hecho, le encontré diciendo prácticamente lo contrario: “Dejad que los niños se acerquen a mí y no se lo impidáis, porque de [los que son como] ellos es el reino de los cielos” (Mt 19,14).

También hallé a los Apóstoles imitándole. Por ejemplo, en Pentecostés, cuando Pedro acabó su primer sermón, llamó a todos a aceptar a Cristo, entrando en la Nueva Alianza: “Arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es esta promesa y para vuestros hijos…” (Hch 2,38-39).

En otras palabras, Dios quería que los niños estuvieran en alianza con Él y puesto que en el Nuevo Testamento sólo figura el bautismo como signo para entrar en la Nueva Alianza, ¿por qué no debían ser bautizados los niños de los creyentes? No era, pues, de extrañar –como descubrí en mi investigación– que la Iglesia practicase el bautismo de los niños desde que fue instituida.

Mostré a mis amigos los resultados de mi investigación bíblica, pero no quisieron escucharme y mucho menos discutirlo. De hecho, percibí que el solo hecho de que yo estudiara el tema no les había gustado nada.

Ese día hice dos descubrimientos: Por un lado, comprobé que muchos de los llamados “cristianos de la Biblia” prefieren basar sus creencias en sentimientos, sin rezar ni leer detenidamente la Escritura. Por otro lado, descubrí también que la alianza era verdaderamente la clave para comprender toda la Biblia.”

(Scott y Kimberly Hahn, Roma, dulce hogar. Nuestro camino al catolicismo, Ediciones Rialp, Madrid 2001, pp. 30-32).

Daniel Iglesias Grèzes