8.12.10

La sin pecado

A las 12:22 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Apostolado Laico - Comentarios de Precepto

Inmaculada

Fue en 1854 cuando Pío IX, mediante la Bula “Inneffabilis Deus” estableció, el 8 de diciembre de aquel año, como dogma, la denominada Inmaculada Concepción de María. Con eso no impuso nada, ni estableció una obligación para que los creyentes asintieran sin más. Aquel Pontífice, mediado el siglo XIX, lo que hizo fue fijar, en una Bula, lo que desde hacía muchos siglos ya se tenía bastante claro por parte de los creyentes, de la jerarquía y por todo aquel que tuviera conocimiento de la realidad de la Madre de Dios. Es ésta la fiesta que celebramos hoy, éste el sentido primero de esta celebración gozosa.

La sin pecado

Los cristianos reconocemos que María, Madre de Dios y Madre nuestra, tiene un lugar muy importante en nuestra vida. Además, los católicos sabemos que tal lugar lo ocupa también por ser intercesora nuestra y porque el Amor de Dios nos la ha entregado dotada de unas virtudes y cualidades que enriquecen su persona.

Y nos induce, el Espíritu, a creer en lo inmaculado de su concepción. Y por eso lo consideramos dogma porque es una realidad espiritual que no queramos sea cambiada porque responde, según entiende la Iglesia católica y, por eso, sus fieles, a la verdad de las cosas.

Sin embargo, lo que en verdad tiene importancia es el hecho mismo de que María fuese concebida sin pecado.

Así, aunque la naturaleza humana de María es esencialmente igual a la nuestra (pues todo ser humano es semejanza de Dios) no es menos cierto que las cualidades que la adornan le conceden una situación espiritual privilegiada.

Por eso dice Pío XI dejó escrito que “era convenientísimo que brillase siempre adornada de los resplandores de la perfectísima santidad y que reportase un total triunfo de la antigua serpiente, enteramente inmune aun de la misma mancha de la culpa original.”

Desde aquel 8 de diciembre de 1854 celebramos, los fieles seguidores de Cristo en el seno de la Iglesia católica, un tal día como el octavo del último mes del año (comenzado, ya, el Adviento) en el que Dios quiso, y así lo transmitió en la Revelación, que Su Madre fuera “toda hermosa y perfecta”.

Así el mismo Papa que diera a la luz la Bula citada escribió que en realidad de verdad, ilustres monumentos de la venerada antigüedad de la Iglesia oriental y occidental vigorosísimamente testifican que esta doctrina de la Concepción Inmaculada de la santísima, Virgen, tan espléndidamente explicada, declarada, confirmada cada vez más por el gravísimo sentir, magisterio, estudio, ciencia y sabiduría de la Iglesia, y tan
maravillosamente propagada entre todos los pueblos y naciones del orbe católico, existió siempre en la misma Iglesia como recibida de los antepasados y distinguida con el sello de doctrina revelada
” (ID 7).

Quizá por eso C.S. Lewis, en su libro “Mero cristianismo” se ve obligado a decir que si hay un tema con el que los católicos no transigimos es el de la Virgen María. Y ahí ve, como al parecer sucede, un punto de fricción con otras versiones cristianas de la misma fe. Sin embargo, eso no va a hacer que menospreciemos a la Madre de Dios olvidando la naturaleza de su concepción.

No extrañe, pues, que Benedicto XVI, en la festividad del 8 de diciembre de 2006 dijera al respecto de la concepción de María que “María no sólo no cometió pecado alguno, sino que quedó preservada incluso de esa común herencia del género humano que es la culpa original, a causa de la misión a la que Dios la había destinado desde siempre: ser la Madre del Redentor”. Habiendo sido elegida por Dios, María, estaba, como le dijo Gabriel, “llena de gracia” (Lc 1,28), con lo cual vino a hacerle notar que Su Creador estaba con ella y que, por la humildad que la adornaba, tenía la oportunidad de aceptar lo que le iba a ser propuesto.

María es, pues, la sin pecado y, desde su concepción alumbra al mundo con la luminaria de la fe que Dios quiso para ella y ella aceptó, tiempo después, ante Gabriel.

María

Oración a la Inmaculada Virgen María

Santísima Virgen, yo creo y confieso vuestra Santa e
Inmaculada Concepción pura y sin mancha.
¡Oh Purísima Virgen!,
por vuestra pureza virginal,
vuestra Inmaculada Concepción y
vuestra gloriosa cualidad de Madre de Dios,
alcanzadme de vuestro amado Hijo la humildad,
la caridad, una gran pureza de corazón,
de cuerpo y de espíritu,
una santa perseverancia en el bien,
el don de oración,
una buena vida y una santa muerte.
Amén.

A fuer de no tener mancha, se nos dio para siempre y eternamente y así, para los creyentes que nos sabemos hijos de Dios y que nos tenemos como hijos de María, nada puede ser más cierto que nuestra Madre fue concebida sin mancha.

Eleuterio Fernández Guzmán