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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 11 de diciembre de 2010

Santa Sede

Comunicado vaticano sobre las filtraciones de Wikileaks

Foro

La misión de transfigurar el mundo

Carta de preparación para la Navidad del prelado del Opus Dei

¿Iglesia entrometida?


Santa Sede


Comunicado vaticano sobre las filtraciones de Wikileaks
Deben ser evaluadas “con reserva y con mucha prudencia”
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 11 diciembre 2010 (ZENIT.org).-  Publicamos el comunicado emitido por la Oficina de Información de la Santa Sede este sábado sobre la documentación del Departamento de Estado de los Estados Unidos hecha pública por Wikileaks.

 


 

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Sin entrar en la evaluación de la máxima gravedad de la publicación de una gran cantidad de documentos reservados y confidenciales y de sus posibles consecuencias, la Oficina de Información de la Santa Sede observa que una parte de los documentos hechos públicos recientemente por Wikileaks se refiere a las relaciones enviadas al Departamento de Estado de los Estados Unidos por la embajada estadounidense ante la Santa Sede. 

Naturalmente tales relaciones reflejan las percepciones y las opiniones de quienes las han redactado, y no pueden ser consideradas expresión de la misma Santa Sede, ni citas precisas de las palabras de sus oficiales. Su credibilidad, por lo tanto, debe ser evaluada con reserva y con mucha prudencia, teniendo en cuenta esta circunstancia.


 

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Foro


La misión de transfigurar el mundo
Por monseñor Carlos Osoro
VALENCIA, sábado, 11 diciembre 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la carta que ha enviado el arzobispo de Valencia, monseñor Carlos Osoro, con el título "La misión de transfigurar el mundo".


 

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Cuando estamos en plena celebración del Adviento, cuando acabamos de escuchar este domingo pasado cómo Juan Bautista nos decía, "convertíos, porque está cerca el Reino de Dios", hagamos la misión de transfigurar el mundo. Cuando la Palabra del Señor nos invitaba a una "metanoia", a un cambio de mentalidad, de orientación, a una transfiguración de nuestra vida, descubrimos que la invitación era a cambiar nuestra manera de pensar, a abrirnos a la posibilidad de que nuestras ideas, convicciones y seguridades, que a veces no coinciden con las de Dios, se vayan transfigurando. ¡Qué fondo de belleza aparece en el horizonte de nuestra existencia, al ver con suma claridad que nuestra misión de cristianos es la de transfigurar el mundo! Y el fondo es de tal belleza porque descubrimos que la tarea del cristiano no es revolucionar el mundo, sino transfigurarlo tomando la fuerza de Jesucristo que nos convoca a la mesa de su Palabra y de la Eucaristía, para gustar el don de su presencia, formarnos en su escucha y vivir cada vez más conscientemente unidos a Él, Maestro y Señor.

Si cuando nos referimos a la Transfiguración del Señor, hablamos del cambio de aspecto de Jesús en presencia de sus tres discípulos predilectos, cuando nos referimos a la transfiguración del mundo, tendremos que tener presente el cambio que este mundo experimenta con la presencia en él de los cristianos, con la "metanaoia" producida en sus vidas fruto del encuentro con Jesucristo. ¡Qué belleza tiene un texto de la Carta a Diogneto para explicar esta misión de transfigurar el mundo! Describe a los cristianos así: "lo que el alma es en el cuerpo, los cristianos son al mundo" (Carta a Diogneto, 6). ¡Qué fuerza y qué belleza tiene la descripción que hace de los cristianos en el mundo!: "los cristianos no se distinguen del resto de la humanidad por su país, su lenguaje o sus costumbres. Tampoco porque vivan en ciudades exclusivas, hablen un dialecto peculiar o practiquen un excéntrico estilo de vida... Antes bien, viven en Grecia o en ciudades bárbaras, cada uno en el lugar que decide o le corresponde, y siguen las costumbres locales en el vestir y el comer y en cualquier otro aspecto de vida, demostrando al tiempo un inusual carácter de su propia ciudadanía. Viven en las mismas tierras pero siempre como extraños; participan en todo como ciudadanos, permaneciendo en todo como extranjeros. Todo país extranjero es su patria, y su descendencia, pero no exponen a sus vástagos. Comparten sus comidas pero no sus esposas. Ellos están en la carne pero no viven de acuerdo a la carne. Viven en la tierra pero son ciudadanos del cielo. Obedecen las leyes establecidas, pero en su vida privada transcienden las leyes" (Carta a Diogneto, 5, 1-10).

Asumamos la misión de transfigurar este mundo que, desde la óptica cristiana, es tanto lugar de acción de Dios en la historia, como antesala de nuestro verdadero hogar que es la ciudad del Dios vivo, como nos dice la carta a los Hebreos (cf. Heb 12, 22). Transfigura el mundo quien sabe hacer con todas las consecuencias la confesión cristológica básica de la Iglesia, "Jesucristo es el Señor" (Flp 2, 11), que es quien le da el único fundamento para la esperanza cristiana. Porque una cosa es el optimismo y otra la esperanza cristiana, dado que ésta está construida sobre la transformadora convicción de que Jesús es Señor. ¿Dónde los cristianos obtienen el valor para comprometerse con el mundo hasta llegar a su transfiguración? Nos lo ha dicho Hans Urs von Baltasar cuando encuentra el origen de lo que llama "la valentía para proseguir por el sendero de la historia" en la convicción de que el Verbo se hará carne y habitará entre nosotros, lleno de gracia y de verdad. Solamente el cristiano tiene la valentía de afirmar el presente porque Dios lo ha afirmado. Él se hizo hombre como nosotros. Él vivió nuestra alienación y murió en nuestro valle de lágrimas. Él nos enseñó la plenitud de la gracia y la verdad aquí y ahora.

Hay que transfigurar este mundo y para ello la Iglesia no tiene una agenda, pero esto no quiere decir que no tenga nada que decir al mundo. Entre otras cosas, le quiere decir que le dé espacio legal, social y psicológico para su ministerio de la palabra, del sacramento y de la caridad. El mundo debe de dejar a la Iglesia ser la Iglesia, es decir, una realidad en la naturaleza de un sacramento, un signo e instrumento de la comunión con Dios en la unidad de todos los hombres. En el fondo y en la forma, la Iglesia requiere del mundo que le permita ser ella misma. Por otra parte, también el mundo debe de considerar la posibilidad de su redención. Sabemos que el mundo no siempre acepta agradecidamente el mensaje de la Iglesia, que le está recordando que podría necesitar redención y que esa redención que necesita ha sido realizada por Cristo y en Cristo. La proclamación de esta verdad y la invitación a considerar esta posibilidad en nuestro mundo occidental encuentra, no tanto un rechazo directo, sino una especie de indiferencia social. Pero esto mismo es un riesgo tremendo, pues un mundo que renuncia a su posibilidad de redención se abandona a un vacío tal que ni siquiera puede asegurar el fundamento cultural en el que construir y mantener la sociedad civil y democrática.

Tenemos la misión de transfigurar el mundo. Aprovechemos un signo de nuestro tiempo: el anhelo de vida eterna, de permanencia, de infinitud que el ser humano necesita, sólo puede provenir de Dios. Por tanto, Dios es de primera necesidad para resistir las tribulaciones de este tiempo. Fijemos nuestra atención en algo muy importante que se da en nuestro mundo y entre todos los hombres: una necesidad de sanación que nos da la posibilidad de explicar de nuevo lo que significa salvación. Si Dios está ausente, la existencia humana enferma y no puede subsistir. El ser humano necesita hoy, más que nunca, respuestas que él mismo no puede darse. Por eso, nuestro tiempo lo es de Adviento. Sigue siendo necesario decir con Juan Bautista, "convertíos", pues hay necesidad de un cambio que nunca se producirá sin un cambio interior, sin una conversión interior. Este cambio supone que coloquemos a Dios nuevamente en primer término. Y esto no se consigue con palabras, se logra "haciendo ver" con nuestras propias vidas. Hagamos esta propuesta a todos los hombres de nuestro tiempo sin complejos: arriesguemos nuestras vidas a presentar, a través de ellas, el rostro bello del Dios que se nos ha revelado en Jesucristo Nuestro Señor.
 

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Carta de preparación para la Navidad del prelado del Opus Dei
Monseñor Javier Echevarría Rodríguez
ROMA, sábado, 11 diciembre 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la carta de preparación a la Navidad que ha escrito monseñor Javier Echevarría Rodríguez, obispo prelado del Opus Dei.


 

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Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!

Con inmensa alegría recuerdo el gozo con que San Josemaría repetía, durante el tiempo de Adviento, las palabras de la liturgia: Dominus prope est![1]. Esperaba con prisa y agradecimiento la solemnidad que conmemora la llegada del Salvador a la tierra.

Hemos comenzado estas semanas, que nos ayudan a prepararnos para la Navidad y las demás fiestas en torno al nacimiento del Señor. Pienso que se nos vendrán a la boca las palabras del profeta Isaías, que se recogen en la Misa del primer Domingo: sucederá en los últimos días que el monte del Templo del Señor se afirmará en la cumbre de los montes, se alzará sobre los collados, y afluirán a él todas las naciones[2]. Y nos rendiremos ante la bondad del Cielo, al ver cómo se cumplió esta profecía cuando el Verbo divino tomó carne en el seno virginal de María Santísima por obra del Espíritu Santo. Con su encarnación redentora, y especialmente por el misterio pascual de su muerte y su resurrección, el Señor ha traído la paz a la tierra, como anunciaron los ángeles en la primera Navidad. Aunque esa paz no se manifieste aún plenamente -pues el designio divino contempla que sólo al final de los tiempos Dios será todo en todas las cosas[3]-, ya ha hecho desaparecer el muro que se alzaba entre los hombres y Dios, a causa del pecado original y de nuestros pecados personales[4]. Además,Jesucristo quiere que los cristianos colaboremos diariamente en la implantación de su paz en los corazones, llegándonos hasta el último rincón de la sociedad.

El Papa comentaba, hace algunos años, que «los Padres de la Iglesia, en su traducción griega del Antiguo Testamento, usaron unas palabras del profeta Isaías que también cita Pablo para mostrar cómo los nuevos caminos de Dios fueron preanunciados ya en el Antiguo Testamento. Allí se leía: "Dios ha cumplido su palabra y la ha abreviado" (Is 10, 23;Rm 9, 28) (...). El Hijo mismo es la Palabra, el Logos; la Palabra eterna se ha hecho pequeña, tan pequeña como para estar en un pesebre. Se ha hecho niño para que la Palabra esté a nuestro alcance[5]. Y añade el Santo Padre, en su reciente Exhortación apostólica: ahora, la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret»[6].

Prosigamos, pues, con seguridad y gran contento, nuestro camino cristiano. «La Navidad nos recuerda que el Señor es el principio y el fin y el centro de la creación: en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios (Jn 1, 1). Es Cristo, hijas e hijos míos, el que atrae a todas las criaturas: por Él fueron creadas todas las cosas, y sin Él no se ha hecho cosa alguna, de cuantas han sido hechas (Jn 1, 3). Y al encarnarse, viniendo a vivir entre nosotros (cfr. Jn 1, 14), nos ha demostrado que no estamos en la vida para buscar una felicidad temporal, pasajera. Estamos para alcanzar la bienaventuranza eterna, siguiendo sus pisadas. Y esto sólo lo lograremos aprendiendo de Él»[7].

Hemos sido revestidos de Cristo en el Bautismo. Para conformarnos más y más a Él, el Señor nos ha dejado los demás sacramentos, especialmente la Penitencia y la Eucaristía. Recibiéndolos con frecuencia y con las disposiciones debidas, nuestro parecido con Jesús se refuerza, nos hacemos mejores hijos de Dios. El Espíritu Santo realiza esa tarea en las almas, contando con nuestra colaboración personal. Y parte de esa colaboración se concreta en leer asiduamente la Palabra de Dios, que es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo: entra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y descubre los sentimientos y pensamientos del corazón[8]. De ahí el consejo de nuestro Padre: «Hemos de reproducir, en la nuestra, la vida de Cristo, conociendo a Cristo: a fuerza de leer la Sagrada Escritura y de meditarla, a fuerza de hacer oración»[9]. Empeñémonos, en las próximas fiestas, por «entender las lecciones que nos da Jesús ya desde Niño, desde que está recién nacido, desde que sus ojos se abrieron a esta bendita tierra de los hombres»[10]. Ponderemos con frecuencia: ¿con qué afán de santidad me acerco a las fuentes de la gracia? ¿Busco el modo de ser puntual en la recepción de los sacramentos, queriendo adquirir la limpieza de alma y el tono sobrenatural que Dios espera de mí?

La reciente Exhortación apostólica del Santo Padre, Verbum Domini,destaca la importancia de la Sagrada Escritura en la vida y misión de la Iglesia, y en la existencia personal de cada cristiano. Allí, Benedicto XVIrecuerda a los estudiosos de la Sagrada Escritura, y a todos, una afirmación fundamental: «El lugar originario de la interpretación escriturística es la vida de la Iglesia»[11]. Sólo en el seno de la Iglesia, en continuidad con la Tradición viva y bajo la guía del Magisterio instituido por Cristo, se puede entender adecuadamente lo que el Espíritu Santo quiso comunicarnos para nuestra salvación, por medio de los escritores inspirados, sirviéndose de palabras humanas. Es decir, únicamente en la fe y desde la fe es posible comprender con hondura y exactitud, sin peligro de errar, lo que Dios nos ha revelado en orden a nuestra participación en la misma Vida divina. El estudio científico de la Sagrada Escritura se precisa para hacer una buena exégesis, pero igualmente necesaria -y en mayor grado- resulta la plena identificación con la fe propuesta por el Magisterio de la Iglesia. Por eso, «una auténtica interpretación de la Biblia ha de concordar siempre armónicamente con la fe de la Iglesia católica»[12].

Para comprender bien la Palabra de Dios, además de avivar la fe, esforcémonos por leer y meditar la Biblia en el clima espiritual en que fue escrita. Por eso resulta necesario que, al repasar con detenimiento el Evangelio y los demás libros inspirados, fomentemos una actitud personal de escucha. La Sagrada Escritura, sobre todo cuando es proclamada en el seno de la celebración litúrgica, cobra siempre actualidad, transmite la novedad de las cosas de Dios a la persona concreta que la oye con atención y desea asimilarla. Sus palabras, como escribe San Josemaría, son «luces del Paráclito, que habla con voces humanas para que nuestra inteligencia sepa y contemple, para que la voluntad se robustezca y la acción se cumpla. Porque somos un solo pueblo que confiesa una sola fe, un Credo; un pueblo congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo»[13].

De modo análogo, también en la lectura personal de la Biblia -sobre todo, del Evangelio- resuena la voz de Dios, que hemos de esforzarnos por aplicar a nuestra situación concreta. Si nos afanamos por cuidar la atención -una atención filial- en la lectura de los textos sagrados, esa actividad se transformará verdaderamente en oración. «Al abrir el Santo Evangelio -escribió nuestro Padre-, piensa que lo que allí se narra -obras y dichos de Cristo- no sólo has de saberlo, sino que has de vivirlo. Todo, cada punto relatado, se ha recogido, detalle a detalle, para que lo encarnes en las circunstancias concretas de tu existencia.

»-El Señor nos ha llamado a los católicos para que le sigamos de cerca y, en ese Texto Santo, encuentras la Vida de Jesús; pero, además, debes encontrar tu propia vida.

»Aprenderás a preguntar tú también, como el Apóstol, lleno de amor: "Señor, ¿qué quieres que yo haga?..." -¡La Voluntad de Dios!, oyes en tu alma de modo terminante.

»Pues, toma el Evangelio a diario, y léelo y vívelo como norma concreta. -Así han procedido los santos»[14].

En el documento que he recordado, Benedicto XVI dedica varios párrafos a exponer cómo la vida de los santos ofrece una gran ayuda para penetrar con mayor profundidad en el sentido de la Escritura. San Gregorio Magno -el Papa lo recoge en la Exhortación apostólica- aseguró que «viva lectio est vita bonorum»[15], que la vida de los santos es una lección muy viva, muy honda. «La interpretación más profunda de la Escritura proviene precisamente de los que se han dejado plasmar por la Palabra de Dios a través de la escucha, la lectura y la meditación asidua (...). No es una casualidad -prosigue el Santo Padre- que las grandes espiritualidades que han marcado la historia de la Iglesia hayan surgido de una explícita referencia a la Escritura»[16].

Después de afirmar que «cada santo es como un rayo de luz que sale de la Palabra de Dios»[17], el Santo Padre menciona a varios santos y santas que han aportado luces nuevas, sacadas del Evangelio, a la vida de la Iglesia; y muestra cómo uno de esos rayos se manifiesta «en San Josemaría Escrivá y su predicación sobre la llamada universal a la santidad»[18]. Estas palabras nos han colmado -como es natural- de mucha alegría, al tiempo que nos traen al alma una llamada a nuestro sentido de responsabilidad, para sacar más provecho de las enseñanzas de nuestro Padre y difundir más aún su mensaje, amando así más a Dios y a la Iglesia.

Sigamos, pues, las repetidas invitaciones de San Josemaría a servirnos con frecuencia de los textos de la Biblia para alimentar nuestros ratos de oración y contemplar las escenas de la vida de Cristo, metiéndonos en el Evangelio «como un personaje más». Los textos litúrgicos de la Misa, tanto en el Adviento como en la Navidad, nos impulsarán fuertemente a crecer en familiaridad con la Palabra de Dios y a aumentar nuestra intimidad con Jesús, María y José. Entremos con decisión en sus vidas acompañando a los tres de todo corazón.

«Toda la vida del Señor me enamora», escribió nuestro Padre. «Tengo, además, una debilidad particular por sus treinta años de existencia oculta en Belén, en Egipto y en Nazaret. Ese tiempo -largo-, del que apenas se habla en el Evangelio, aparece desprovisto de significado propio a los ojos de quien lo considera con superficialidad. Y, sin embargo, siempre he sostenido que ese silencio sobre la biografía del Maestro es bien elocuente, y encierra lecciones de maravilla para los cristianos. Fueron años intensos de trabajo y de oración, en los queJesucristo llevó una vida corriente -como la nuestra, si queremos-, divina y humana a la vez; en aquel sencillo e ignorado taller de artesano, como después ante la muchedumbre, todo lo cumplió a la perfección»[19].

Un consejo me gustaría sugeriros, tomando ocasión de esas palabras del Papa a propósito de San Josemaría: aumentad -aumentemos todos- el afán de conocer a fondo los comentarios de nuestro Padre a la Sagrada Escritura. Aprenderemos así a movernos con mayor soltura en el mar profundo de la Revelación, y sabremos descubrir también el sentido espiritual que se esconde en las palabras del texto sacro: lo que el Espíritu Santo desea transmitirnos, aquí y ahora, a cada una y a cada uno de nosotros. Con esta perspectiva os invito a releer un punto de Forja: «"Aquæ multæ non potuerunt exstinguere caritatem!" -la turbulencia de las aguas no pudo extinguir el fuego de la caridad. -Te ofrezco dos interpretaciones de estas palabras de la Escritura Santa. -Una, que la muchedumbre de tus pecados pasados -a ti, que estás bien arrepentido- no te apartará del Amor de nuestro Dios; y otra, que las aguas de la incomprensión, de las contradicciones, que quizá padezcas, no deberán interrumpir tu labor apostólica»[20].

En los días pasados hice un rápido viaje a Fátima y a Santiago de Compostela, siguiendo las huellas de nuestro Fundador. Conocéis que el Santuario de Fátima le atraía especialmente; allí, como os he comentado otras veces, acudió San Josemaría con frecuencia para confiar a la Virgen sus intenciones, convencido de que la oración de María es siempre atendida por el Señor. También fui a Santiago de Compostela, recordando la peregrinación de nuestro Fundador al sepulcro del Apóstol, en 1938, que también fue un año jubilar, y uniéndome a la oración de Benedicto XVI en ese lugar, pocos días antes. En los dos sitios me he sentido apoyado por todos -como pedí, antes de salir, a vuestras hermanas y a vuestros hermanos de Roma-, para que el Señor nos conceda todo lo que le suplicamos. Recé por la Iglesia, por el Papa, por los fieles -cada mujer, cada hombre- del Opus Dei. Acudamos siempre a Jesús por medio de María, con fe y perseverancia, en una oración de unidad con la Iglesia y con la humanidad entera.

Con todo cariño, os bendice

vuestro Padre

+ Javier

Roma, 1 de diciembre de 2010. 

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[1] Misal Romano, Domingo III de Adviento, Antífona de entrada (Flp 4, 5).

[2] Misal Romano, Domingo I de Adviento, Primera lectura (A) (Is 2, 2).

[3] 1 Cor 15, 28.

[4] Cfr. Ef 2, 14.

[5] Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Nochebuena, 24-XII-2006.

[6] Benedicto XVI, Exhort. apost. Verbum Domini, 30-IX-2010, n. 12.

[7] San Josemaría, Notas de una meditación, 25-XII-1972.

[8] Hb 4, 12.

[9] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 14.

[10] Ibid.

[11] Benedicto XVI, Exhort. apost. Verbum Domini, 30-IX-2010, n. 29.

[12] Ibid., n. 30.

[13] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 89; citando a San Cipriano, De dominica oratione, 23 (PL 4, 553).

[14] San Josemaría, Forja, n. 754.

[15] San Gregorio Magno, Moralia in Job XXIV, 8, 16 (PL 76, 295).

[16] Benedicto XVI, Exhort. apost. Verbum Domini, 30-IX-2010, n. 48.

[17] Ibid.

[18] Ibid.

[19] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 56.

[20] San Josemaría, Forja, n. 655. 

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¿Iglesia entrometida?
Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel
SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 11 diciembre 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título "¿Iglesia entrometida?".


 

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VER

Cuando los obispos emitimos un juicio pastoral en torno a leyes sobre aborto, familia, uniones homosexuales, eutanasia, alquiler de vientres, elecciones, educación, etc., es frecuente escuchar, sobre todo a políticos y articulistas, que nos entrometemos en lo que no nos toca. Nos achacan que queremos gobernar al país e imponer una moral y una religión a todos los ciudadanos; dicen que anhelamos volver a siglos pasados.

Al cardenal Juan Sandoval y al sacerdote Hugo Valdemar se les intenta enjuiciar penal o administrativamente, más allá de si el cardenal calumnió al Jefe de Gobierno del Distrito Federal y a los Ministros de la Suprema Corte de Justicia (más bien de Legalidad, o de Constitucionalidad), o si ambos se sobrepasaron en sus juicios sobre el Partido de la Revolución Democrática, lo cual hay que analizar desapasionada y legalmente, lo que más interesa a quienes los enjuician es "pararle el alto" a la Iglesia para que no se meta en lo que ellos consideran asuntos que no nos competen, sino que les dejemos las manos libres para que legislen y procedan sin nuestra interferencia. En el fondo, el problema es que las leyes actuales del país no reconocen a los ministros de culto la libertad religiosa a que tenemos derecho para opinar sobre asuntos que tienen que ver con la moral y la fe. Nos han puesto candados legales, y quisieran reforzarlos aún más. ¿Esa es la democracia que alardean partidos y legisladores, limitando nuestra libertad? ¿Por qué ese temor a la Iglesia?

JUZGAR

El Papa Benedicto XVI, al recibir al nuevo Embajador de El Salvador ante la Santa Sede, reiteró lo que siempre ha dicho sobre la tarea y misión de la Iglesia, y que vale para cualquier otro país: "La Iglesia, desde su competencia específica, con independencia y libertad, trata de servir a la promoción del bien común en todas sus dimensiones y al fomento de aquellas condiciones que consientan en los hombres y mujeres el desarrollo integral de sus personas, impregnando para ello el contexto social con la luz que dimana de su vocación renovadora en medio del mundo. Evangelizando y dando testimonio de amor a Dios y a todo hombre sin excepción alguna, se convierte en elemento eficaz para la erradicación de la pobreza y en acicate vigoroso para luchar contra la violencia, la impunidad y el narcotráfico, que tantos estragos están causando, sobre todo entre los jóvenes. Al contribuir en la medida de sus posibilidades al cuidado de los enfermos y ancianos, o a la reconstrucción de las regiones devastadas por las catástrofes naturales, quiere seguir el ejemplo de su divino Fundador, que no le permite permanecer ajena a las aspiraciones y dinamismos del ser humano, ni mirar con indiferencia cuando se debilitan exigencias tan primordiales como la equitativa distribución de la riqueza, la honradez en el desempeño de las funciones públicas o la independencia de los tribunales de justicia. Tampoco deja de sentirse interpelada la comunidad eclesial cuando a muchos falta una vivienda digna o no tienen un empleo que les procure su realización personal y el mantenimiento de sus familias, viéndose obligados a emigrar fuera de la patria"(18-X-2010).

Explícitamente defendió "la labor materna de la Iglesia en su afán constante de defender la inviolable dignidad de la vida humana desde su concepción a su ocaso natural, el valor de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, y el derecho de los padres a educar a su prole según sus propias convicciones morales y espirituales".

ACTUAR

Dejemos ya tantas desconfianzas y descalificaciones. No es nuestra vocación el poder político o económico. No pretendemos imponer nuestra religión a todos los ciudadanos. Sólo anhelamos un reconocimiento legal a la libertad religiosa para todos, para todas las religiones, que no se reduzca a la libertad de culto y de creencias, que sí reconoce nuestra legislación. No teman reconocer nuestro derecho a la libertad de expresión, cuando están en juego principios éticos y criterios morales que lesionan las creencias de la mayoría cristiana y católica, o los derechos de minorías.

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