16.12.10

Cuando el laicismo amenaza la paz

A las 7:37 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : Papas
Benedicto XVI lo tiene claro: el respeto a la libertad religiosa es una condición irrenunciable para la paz y la convivencia pacífica. No sólo en los países donde la persecución contra los cristianos es el pan de cada día, como en Medio Oriente. También en el mundo occidental, donde los políticos y líderes sociales han hecho del laicismo extremo una amenaza para la libertad de conciencia.

Tanto en Europa como en América cada vez es más común ver cómo la Iglesia ocupa el puesto de “enemiga de la sociedad civil, porque sostiene ideales a veces incómodos, a veces contrarios a la cultura dominante. Por eso resulta más fácil (y rentable) hacerla callar, marginarla del debate social con la excusa que, porque mantiene posiciones firmes, no puede contribuir al desarrollo de la comunidad.

Para la próxima Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2011) el Papa decidió escribir un mensaje dedicado a la libertad religiosa como derecho fundamental del ser humano. El texto fue presentado este día en El Vaticano. A continuación unos significativos extractos.

 

LA LIBERTAD RELIGIOSA, CAMINO PARA LA PAZ
Por Benedicto XVI / 8 de diciembre de 2010

Se puede contrastar, con dolor, que en algunas regiones del mundo la profesión y expresión de la propia religión comporta un riesgo para la vida y la libertad personal. En otras regiones, se dan formas más silenciosas y sofisticadas de prejuicio y de oposición hacia los creyentes y los símbolos religiosos.

Los cristianos son actualmente el grupo religioso que sufre el mayor número de persecuciones a causa de su fe. Muchos sufren cada día ofensas y viven frecuentemente con miedo por su búsqueda de la verdad, su fe en Jesucristo y por su sincero llamamiento a que se reconozca la libertad religiosa.

Todo eso no se puede aceptar, porque constituye una ofensa a Dios y a la dignidad humana; además es una amenaza a la seguridad y a la paz, e impide la realización de un auténtico desarrollo humano integral. Negar o limitar de manera arbitraria esa libertad significa cultivar una visión reductiva de la religión; significa generar una sociedad injusta.

La libertad religiosa se ha de entender no sólo como ausencia de coacción, sino antes aún como capacidad e ordenar las propias opciones según la verdad. Es inconcebible que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos -su fe- para ser ciudadanos activos. Nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos.

Importante es la contribución ética de la religión en el ámbito político. No se la debería marginar o prohibir, sino considerarla como una aportación válida para la promoción del bien común.

La misma determinación con la que se condenan las formas de fanatismo y fundamentalismo religioso ha de animar la oposición a todas las formas de hostilidad contra la religión, que limitan el papel público de los creyentes en la vida civil y política.

El fundamentalismo religioso y el laicismo son formas extremas de rechazo del legítimo pluralismo y del principio de laicidad. La sociedad que quiere imponer o, al contrario, negar la religión con la violencia, es injusta con la persona y con Dios, pero también consigo misma.

Las leyes y las instituciones de una sociedad no se pueden configurar ignorando la dimensión religiosa de los ciudadanos o de manera que prescindan totalmente de ella. La justicia consiste en algo más que un mero acto productor de la ley y su aplicación. Implica el reconocimiento de la dignidad de cada uno la cual, sin libertad religiosa garantizada y vivida en su esencia, resulta mutilada y vejada, expuesta al peligro de caer en el predominio de los ídolos, de bienes relativos transformados en absolutos.

Todo esto expone a la sociedad al riesgo de totalitarismos políticos e ideológicos, que enfatizan el poder público, mientras se menoscaba y coarta la libertad de conciencia, de pensamiento y de religión.

Se dan también formas más sofisticadas de hostilidad contra la religión, que en los países occidentales se expresan a veces renegando de la historia y de los símbolos religiosos, en los que se reflejan la identidad y la cultura de la mayoría de los ciudadanos.

Son formas que fomentan a menudo el odio y el prejuicio, y no coinciden con una visión serena y equilibrada del pluralismo y la laicidad de las instituciones, además del riesgo para las nuevas generaciones de perder el contacto con el precioso patrimonio espiritual de sus países.