ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 20 de diciembre de 2010

Santa Sede

Relativismo y falta de moral propiciaron abusos sexuales, sugiere el Papa

Benedicto XVI: La Iglesia debe hacer resplandecer la fe

En el rostro de los enfermos está el de Cristo, afirma el Papa

El Papa destaca la necesidad vital de una educación basada en la sabiduría

Observatorio jurídico

El Derecho y los derechos humanos

Mundo

En diecinueve países se celebró la llamada a la recolección agustiniana

Argentina: Doctrina Social de la Iglesia en una universidad pública

Reportaje

¡Han desalojado a Jesús!, y algunos buscan que recupere su lugar en Navidad

Entrevistas

Balmes en el bicentenario de su nacimiento (1810-2010)

Documentación

Discurso del Papa a los miembros de la Curia Romana

Mensaje del Papa para la Jornada Mundial del Enfermo

Discurso del Papa al nuevo embajador de Malí


Santa Sede


Relativismo y falta de moral propiciaron abusos sexuales, sugiere el Papa
En su discurso Curia romana para felicitar la Navidad
CIUDAD DEL VATICANO, lunes 20 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Benedicto XVI reconoció la gravedad y la responsabilidad de la Iglesia en los abusos sexuales cometidos por sacerdotes, pero también el contexto de relativismo moral en el que se han producido.

Lo hizo en el tradicional discurso que dirigió a la curia romana con motivo de la presentación de las felicitaciones navideñas, este lunes al recibir en audiencia en el Vaticano a miembros del Colegio Cardenalicio, representantes de la Curia romana y de la Gobernación.

El tema de los abusos sexuales por parte de miembros del clero ocupó la primera y mayor parte del discurso del Papa a la Curia romana.

“Somos conscientes de la particular gravedad de este pecado cometido por sacerdotes y de nuestra correspondiente responsabilidad -afirmó-. Pero no podemos tampoco callar sobre el contexto de nuestro tiempo en el que hemos tenido que ver estos acontecimientos”.

En referencia a ese contexto, señaló que “existe un mercado de la pornografía que afecta a los niños, que de alguna forma parece ser considerado por la sociedad cada vez más como una cosa normal”.

“La destrucción psicológica de niños, cuyas personas son reducidas a artículo de mercado, es un espantoso signo de los tiempos”, dijo.

Y continuó el diagnóstico, añadiendo que “todo placer resulta insuficiente y el exceso en el engaño de la embriaguez se convierte en una violencia que destruye regiones enteras, y esto en nombre de un malentendido fatal de la libertad en el que precisamente la libertad del hombre es minada y al final anulada del todo”.

Según el Pontífice, “para oponernos a estas fuerzas debemos echar una mirada a sus fundamentos ideológicos”.

En este sentido, explicó que “en los años 70, la pedofilia fue teorizada como algo totalmente conforme al hombre y también al niño”, pero en realidad “esto, sin embargo, formaba parte de una perversión de fondo del concepto de ethos”.

“Se afirmaba – incluso en el ámbito de la teología católica – que no existían ni el mal en sí ni el bien en sí”, recordó, “nada sería de por sí bueno o malo; todo dependería de las circunstancias y del fin pretendido”.

“La moral se sustituyó por un cálculo de las consecuencias y con ello dejó de existir -lamentó-. Los efectos de tales teorías son hoy evidentes”.

Según el Papa, “el mundo, con todas sus nuevas esperanzas y posibilidades, está al mismo tiempo angustiado por la impresión de que el consenso moral se está disolviendo, un consenso sin el cual las estructuras jurídicas y políticas no funcionan; en consecuencia, las fuerzas movilizadas para la defensa de estas estructuras parecen estar destinadas al fracaso”.

Benedicto XVI comparó la situación actual a la del periodo de decadencia del Imperio Romano, en el que “la descomposición de los ordenamientos que sostenían el derecho y de las actitudes morales de fondo, que daban fuerza a aquellos, causaban la ruptura de los márgenes que hasta aquel momento habían protegido la convivencia pacífica entre los hombres”.

Despertar

Y se refirió al fragmento evangélico en el que Jesús está durmiendo en la barca de los discípulos zarandeada por la tempestad y a punto de hundirse y, tras aplacar la tempestad, reprocha a los discípulos por su poca fe.

“También en nosotros la fe a menudo se duerme -dijo el Papa-. Pidámosle por tanto que nos despierte del sueño de una fe que se ha vuelto cansada y que vuelva a dar a nuestra fe el poder de mover las montañas -es decir, de dar el orden justo a las cosas del mundo”.

El Obispo de Roma indicó como “responsabilidad nuestra hacer nuevamente audibles y comprensibles” las bases esenciales de la actuación moral, los criterios como los que aparecen en la encíclica Veritatis splendor.

Este texto del año 1993 de Juan Pablo II “debe ser puesto hoy nuevamente en el centro como camino en la formación de la conciencia”, señaló Benedicto XVI.

Año Sacerdotal

En su discurso, el Papa recordó que “con gran alegría habíamos comenzado el Año sacerdotal y, gracias a Dios, pudimos concluirlo también con gran agradecimiento, a pesar de que se llevara a cabo de forma tan distinta a como esperábamos”.

Respecto a esos meses, señaló que “se ha renovado la conciencia de qué don representa el sacerdocio de la Iglesia católica”.

“Nos hemos dado cuenta nuevamente de qué bello es que los seres humanos hayamos sido autorizados a pronunciar, en nombre de Dios y con pleno poder, la palabra del perdón, y seamos así capaces de cambiar el mundo, la vida”, dijo.

“Qué hermoso es que los seres humanos hayamos sido autorizados a pronunciar las palabras de la consagración, con las que el Señor atrae hacia sí un trozo de mundo, y en cierta forma lo transforme en su sustancia”, continuó.

“Qué hermoso es poder estar, con la fuerza del Señor, cerca de los hombres en sus alegrías y sufrimientos, tanto en las horas importantes como en las horas oscuras de la existencia -añadió; qué hermoso es tener en la vida como tarea no esto o lo otro, sino sencillamente el ser mismo del hombre – para ayudarle a que se abra a Dios y que viva a partir de Dios”.

“Por eso hemos sido turbados cuando, precisamente en este año y en una dimensión inimaginable para nosotros, hemos tenido conocimiento de abusos contra menores cometidos por sacerdotes, que trabucan el Sacramento en su contrario”, reconoció.

Benedicto XVI se refirió a la realidad de esos sacerdotes que “bajo el manto de lo sagrado hieren profundamente a la persona humana en su infancia y le acarrean un daño para toda la vida”.

Y afirmó que ensucian a la Iglesia, recogiendo una visión de santa Hildegarda de Bingen que en el año 1170 vio una bella mujer con el rostro cubierto de polvo y el vestido desgarrado.

“En la visión de santa Hildegarda, el rostro de la Iglesia está cubierto de polvo, y es así como lo hemos visto nosotros -explicó el Papa-. Su vestido está desgarrado – por culpa de los sacerdotes. Así como ella lo vio y expresó, lo hemos vivido este año”.

¿Qué hacer ahora?

Benedicto XVI señaló que “debemos aceptar esta humillación como una exhortación a la verdad y una llamada a la renovación” y recordó que “sólo la verdad salva”.

Y ofreció seis indicaciones para la Iglesia después de haberse conocido los casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes.

“Debemos preguntarnos qué podemos hacer para reparar lo más posible la injusticia cometida”, selaló en primer lugar.

“Debemos preguntarnos qué era equivocado en nuestro anuncio, en nuestra entera forma de configurar el ser cristiano, de forma que una cosa semejante pudiera suceder”, continuó.

“Debemos encontrar una nueva determinación en la fe y en el bien. Debemos ser capaces de penitencia. Debemos esforzarnos en intentar todo lo posible, en la preparación al sacerdocio, para que una cosa semejante no pueda volver a suceder”, dijo.

Y pidió por último “agradecer de corazón a todos aquellos que se han empeñado en ayudar a las víctimas y en devolverles la confianza en la Iglesia” y “también a tantos buenos sacerdotes que transmiten en humildad y fidelidad la bondad del Señor y que, en medio de las devastaciones, son testigos de la belleza no perdida del sacerdocio”.

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Benedicto XVI: La Iglesia debe hacer resplandecer la fe
Discurso a la Curia romana para la presentación de las felicitaciones navideñas
CIUDAD DEL VATICANO, lunes 20 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- La Iglesia debe hacer resplandecer la fe en el amor de Dios, destacó Benedicto XVI en la tradicional audiencia a los miembros de la Curia romana y de la Gobernación para la presentación de las felicitaciones navideñas.

En el discurso que pronunció este lunes por la mañana en la Sala Regia del Palacio Apostólico Vaticano, el Papa quiso recordar algunos acontecimientos importantes del año que está ya acabando, entre ellos el Sínodo de las Iglesias de Oriente Medio celebrado este año.

“Sobre la base del espíritu de la fe y de su racionabilidad, el Sínodo ha desarrollado un gran concepto de diálogo, de perdón y de mutua acogida, un concepto que queremos ahora gritar al mundo”, destacó.

Y añadió: “Así las palabras y las ideas del Sínodo deben ser un fuerte grito dirigido a todas las personas con responsabilidad política o religiosa para que detengan la cristianofobia; para que se levanten en defensa de los prófugos y de los que sufren y revitalicen el espíritu de la reconciliación”.

Para Benedicto XVI, “la curación podrá venir sólo de una fe profunda en el amor reconciliador de Dios” y “dar fuerza a esta fe, nutrirla y hacerla resplandecer es la tarea principal de la Iglesia en esta hora”.

Con los ortodoxos

En este contexto, el Papa recordó su viaje a Chipre y la “inolvidable la hospitalidad de la Iglesia ortodoxa que pudimos experimentar con gran gratitud”.

Respecto a las relaciones con los ortodoxos, indicó que “aunque la comunión plena no nos ha sido dada aún, constatamos con alegría, con todo, que la forma básica de la Iglesia antigua nos une profundamente unos a otros”.

En este sentido se refirió al “ministerio sacramental de los Obispos como portadores de la tradición apostólica, la lectura de la Escritura según la hermenéutica de la Regula fidei, la comprensión de la Escritura en la unidad multiforme centrada en Cristo y desarrollada gracias a la inspiración de Dios y, finalmente, la fe en la centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia”.

“Así hemos encontrado de modo vivo la riqueza de los ritos de la Iglesia antigua también dentro de la Iglesia católica”, destacó, recordando las liturgias con maronitas y con melquitas, las celebraciones en rito latino y los momentos de oración ecuménica con los ortodoxos.

Deseo de paz

Sin embargo, añadió, “vimos también el problema del país dividido”. “Se hacían visibles las culpas del pasado y las profundas heridas, pero también el deseo de paz y de comunión como existían antes”, dijo.

Según el Papa, “sólo en el compromiso y en la comprensión mutua puede restablecerse una unidad” y “preparar a la gente a esta actitud de paz es una tarea esencial de la pastoral”.

Respecto a la situación en Oriente Medio, indicó que “en los desórdenes de los últimos años ha sido turbada la historia de convivencia, las tensiones y las divisiones han crecido, de modo que cada vez más con temor somos testigos de actos de violencia en los que ya no se respeta lo que para el otro es sagrado, sino que al contrario, se derrumban las reglas más elementales de la humanidad”.

“En la situación actual, los cristianos son la minoría más oprimida y atormentada”, declaró.

Reino Unido

En su discurso, el Papa también se refirió a la visita pastoral que realizó al Reino Unido del 16 al 19 de septiembre.

Exhortó a buscar una continua conversión a la fe en Dios y recordó la beatificación del cardenal John Henry Newman, del cual destacó la conversión “a la fe en el Dios vivo”.

Hasta el momento de esa conversión, explicó, “Newman pensaba como la mayoría de los hombres de su tiempo y como la mayoría de los hombres de hoy, que no excluyen simplemente la existencia de Dios, pero que la consideran como algo inseguro, que no tiene un papel esencial en la propia vida”.

“Lo que a él le parecía verdaderamente real, como a los hombres de su tiempo, era lo empírico, lo que es materialmente perceptible”.

En su conversión, destacó, “Newman reconoce que las cosas son precisamente al contrario: que Dios y el alma, el ser mismo del hombre a nivel espiritual, constituyen lo que es verdaderamente real, lo que cuenta” y “son mucho más reales que los objetos perceptibles”.

En ese contexto, “lo que hasta entonces le había parecido como irreal y secundario se revela como lo verdaderamente decisivo”.

“Donde una conversión semejante tiene lugar, no cambia simplemente una teoría, sino que cambia la forma fundamental de la vida -constató-. Todos nosotros tenemos siempre necesidad de esta conversión: entonces estamos en el buen camino”.

Conciencia

El Papa recordó después que “la fuerza motriz que le empujaba en el camino de la conversión, en Newman, era la conciencia”, pero no en su concepción moderna, para la cual “en materia de moral y de religión, la dimensión subjetiva, el individuo, constituye la última instancia de la decisión”.

Según esta línea de pensamiento, “a lo objetivo pertenecen las cosas que se pueden calcular y comprobar mediante el experimento”.

“La religión y la moral se sustraen a estos métodos y por ello se consideran en el ámbito de lo subjetivo”, y en este campo podría decidir “sólo el individuo con sus intuiciones y experiencias”.

Según el Pontífice, la concepción que Newman tenía de la conciencia es totalmente opuesta.

Para él, de hecho, “'conciencia' significa la capacidad de verdad del hombre: la capacidad de reconocer precisamente en los ámbitos decisivos de su existencia – religión y moral – una verdad, la verdad”.

“La conciencia, la capacidad del hombre de reconocer la verdad, le impone con ello, al mismo tiempo, el deber de encaminarse hacia la verdad, de buscarla y de someterse a ella allí donde la encuentra”, continuó.

“Conciencia y capacidad de verdad y de obediencia a la verdad, que se muestra al hombre que busca con corazón abierto”.

El de Newman es, por tanto, “un camino de la conciencia – un camino no de la subjetividad que se afirma, sino, precisamente al contrario, de la obediencia a la verdad que paso a paso se abría a él”.

La conversión de Newman al catolicismo, prosiguió el Obispo de Roma, “exigía de él abandonar casi todo lo que le era precioso: sus bienes y su profesión, su grado académico, los vínculos familiares y muchos amigos”.

“Newman había sido siempre consciente de tener una misión hacia Inglaterra”, añadió, “pero en la teología católica de su tiempo, su voz apenas podía oírse” porque “era demasiado extraña respecto a la forma dominante del pensamiento teológico y también de la piedad”.

“En la humildad y en la oscuridad de la obediencia, tuvo que esperar hasta que su mensaje fuera utilizado y comprendido”.

Responsabilidad común

En su discurso, Benedicto XVI recordó el encuentro que tuvo con el mundo de la cultura en la Westminster Hall, “en el que la conciencia de la responsabilidad común en este momento histórico creó una gran atención, que, en el fondo, se dirige a la cuestión sobre la verdad y la propia fe”.

“Que en este debate la Iglesia debe dar su propia contribución, era evidente para todos”, afirmó.

Y concluyó esta cuestión citando a Alexis de Tocqueville, que “había observado que en América la democracia había sido posible y había funcionado porque existía un consenso moral de base que, yendo más allá de las denominaciones individuales, unía a todos”.

“Sólo si existe un consenso semejante sobre lo esencial, las constituciones y el derecho pueden funcionar -dijo el Pontífice-. Este consenso de fondo procedente del patrimonio cristiano está en peligro allí donde en su lugar, en lugar de la razón moral, se coloca la mera racionalidad finalista”.

“Combatir contra esta ceguera de la razón y conservar su capacidad de ver lo esencial, de ver a Dios y al hombre, lo que es bueno y lo que es verdadero, es el interés común que debe unir a todos los hombres de buena voluntad -añadió-. Está en juego el futuro del mundo”.

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En el rostro de los enfermos está el de Cristo, afirma el Papa
Mensaje de Benedicto XVI para la XIX Jornada Mundial del Enfermo

 CIUDAD DEL VATICANO, lunes 20 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- En su mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará como cada año el 11 de febrero, memoria de la Beata Virgen de Lourdes, el Papa Benedicto XVI invita a reconocer en el rostro de los enfermos el de Jesús, y a ponerse al servicio del prójimo sufriente.

La Jornada Mundial del Enfermo, subraya el Papa, es una “ocasión propicia para reflexionar sobre el misterio del sufrimiento y, sobre todo, para hacer a nuestras comunidades y a la sociedad civil más sensibles hacia los hermanos y las hermanas enfermos”.

“Si cada hombre es hermano nuestro, tanto más el débil, el sufriente y el necesitado de cuidados deben estar en el centro de nuestra atención, para que ninguno de ellos se sienta olvidado o marginado”, observa, añadiendo que “la medida de la humanidad se determina esencialmente en la relación con el sufrimiento y con el que sufre”. 
“Que en el rostro de los enfermos sepáis ver siempre el Rostro de los rostros: el de Cristo”, pide el Papa.

Llagas redentoras

En el Mensaje, el Pontífice recuerda su viaje a Turín del pasado 2 de mayo, cuando pudo “estar en reflexión y oración ante la Sagrada Síndone, ante ese rostro sufriente, que nos invita a meditar sobre Aquel que llevó sobre sí la pasión del hombre de todo tiempo y de todo lugar, y también nuestros sufrimientos, nuestras dificultades, nuestros pecados”.

“El Hijo de Dios sufrió, murió, pero ha resucitado, y precisamente por esto esas llagas se convierten en el signo de nuestra redención, del perdón y de la reconciliación con el Padre”.

Pero la pasión es también “un banco de prueba para la fe de los discípulos y para nuestra fe: cada vez que el Señor habla de su pasión y muerte, ellos no comprenden, rechazan, se oponen”, reconoce. “Para ellos, como para nosotros, el sufrimiento permanece siempre lleno de misterio, difícil de aceptar y de llevar”. 

Dirigiéndose a los “queridos enfermos”, el Papa recuerda que “es precisamente a través de las llagas de Cristo como nosotros podemos ver, con ojos de esperanza, todos los males que afligen a la humanidad”. 

“Resucitando, el Señor no ha quitado el sufrimiento ni el mal del mundo, sino que los ha vencido de raíz. A la prepotencia del mal ha opuesto la omnipotencia de su Amor. Nos indicó, así, que el camino de la paz y de la alegría es el Amor”.

“Dios, la Verdad y el Amor en persona, quiso sufrir por nosotros y con nosotros; se hizo hombre para poder com-padecer con el hombre, de modo real, en carne y sangre”. 

Por esto, “en cada sufrimiento humano, ha entrado Uno que comparte el sufrimiento y la soportación; el cada sufrimiento se difunde la con-solatio, la consolación del amor partícipe de Dios para hacer surgir la estrella de la esperanza”.

Jóvenes

Ante la próxima Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará en Madrid (España) en agosto de 2011, el Papa dirige también “un pensamiento particular a los jóvenes, especialmente a aquellos que viven la experiencia de la enfermedad”. 

“A menudo la Pasión, la Cruz de Jesús dan miedo, porque parecen ser la negación de la vida. ¡En realidad, es exactamente al contrario! La Cruz es el 'sí' de Dios al hombre, la expresión más alta y más intensa de su amor y la fuente de la que brota la vida eterna.”. 

“Del corazón atravesado de Jesús ha brotado esta vida divina. Solo Él es capaz de liberar el mundo del mal y de hacer crecer su Reino de justicia, de paz y de amor al que todos aspiramos”.

En este contexto, anima a los jóvenes a aprender “a 'ver' y a 'encontrar' a Jesús en la Eucaristía, donde está presente de modo real por nosotros, hasta el punto de hacerse alimento para el camino”, pero también a saberlo “reconocer y servir en los pobres, en los enfermos, en los hermanos sufrientes y en dificultad, que necesitan vuestra ayuda”.

“A todos vosotros jóvenes, enfermos y sanos, repito la invitación a crear puentes de amor y de solidaridad, para que nadie se sienta solo, sino cercano a Dios y parte de la gran familia de sus hijos ”, añade.

Por último, invita a las autoridades “para que inviertan cada vez más energías en estructuras sanitarias que sean de ayuda y de apoyo a los que sufren, sobre todo a los más pobres y necesitados”.

 

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El Papa destaca la necesidad vital de una educación basada en la sabiduría
En su discurso al nuevo embajador de Malí
CIUDAD DEL VATICANO, lunes 20 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Benedicto XVI destacó la importancia, en el mundo actual, de una educación que vaya más allá de la acumulación de conocimientos intelectuales o competencias técnicas.

Lo hizo en el discurso que entregó el jueves pasado al nuevo embajador de la República de Malí ante la Santa Sede, Boubacar Sidiki Touré, al recibirle en el Vaticano junto a otros cuatro embajadores con motivo de la presentación de sus Cartas Credenciales.

“En un mundo caracterizado por la interdependencia de los pueblos y por la rápida difusión de un mimetismo de comportamientos humanos acompañada por un individualismo creciente, la educación constituye una necesidad vital y existencial”, destacó.

“Sin embargo, podría reducirse a una acumulación de conocimientos intelectuales o de competencias técnicas”, continuó.

Y añadió: “Las habilidades deberían ir de la mano del saber vivir y el saber estar que, basados en la sabiduría humana y en los recursos espirituales, reflejan mejor la verdad esencial de la existencia humana”.

En este sentido, apreció el hecho de que “en la educación de sus niños, las familias malienses no se contentan con los resultados académicos logrados, haciendo caso omiso de las virtudes humanas, culturales y religiosas”.

“Ellas ofrecen a sus hijos los valores de referencia que les conducirán a la verdad sobre la vida, sobre el deber de la solidaridad y del diálogo que son co-existenciales a la naturaleza humana”, explicó.

Al mismo tiempo, indicó que “corresponde al Estado apoyar a las familias en su tarea de educación, y velar por la calidad intelectual y humana del personal educativo”.

Y deseó “que los jóvenes malienses no se dejen seducir por el dinero fácil que podría incitarles a pactar con las redes que conducen a la criminalidad o al tráfico de droga”.

Progresos y retos

El Papa subrayó “los progresos realizados” en la República de Malí en los cincuenta últimos años desde la independencia del país.

Al mismo tiempo, citó algunos retos que el país debe afrontar: “la paz social, la educación y el derecho a la alimentación”.

Destacó los “valores humanos, intelectuales y religiosos” del patrimonio cultural de Malí y animó a “conservarlos y a transmitirlos a las nuevas generaciones, porque una sociedad servida por personas dotadas de una profunda perspicacia moral, siempre promueve la justicia y la paz”.

“Los responsables de una sociedad así saben trascender sus propios intereses para ser gobernantes virtuosos y totalmente dedicados al bien común -afirmó-. Saben también cultivar las relaciones humanas animados por la confianza y la solidaridad, el respeto recíproco y el diálogo sincero”.

También alentó “a los distintos responsables malienses a ayudar a sus compatriotas a reconciliarse entre ellos tras los conflictos que han marcado la historia reciente de Malí” y les invitó “a luchar contra toda discriminación entre las etnias y las religiones”.

En este sentido, recordó que “es legítimo, en efecto, que la identidad propia de cada comunidad étnica o religiosa se pueda expresar visiblemente, en el respeto mutuo, favoreciendo una coexistencia pacífica en todos los niveles de la comunidad nacional”.

En su discurso, el Pontífice se refirió al proyecto elaborado por el Gobierno de Malí del nuevo Código de las personas y de la familia y expresó su esperanza en que este instrumento jurídico “pueda ayudar a reducir las desigualdades entre las personas y los grupos sociales”.

También señaló que el nuevo Código “contribuirá a la paz social, si los responsables de su país trabajan también para asegurar el derecho a la alimentación”.

Y saludó “los esfuerzos para aumentar la producción de algodón y de arroz, animo a su Gobierno a afrontar el problema de la inseguridad alimentaria”.

Finalmente, destacó el compromiso de la Iglesia “en la formación y en la educación, así como en el ámbito caritativo, sanitario y social” que, según el Papa, “demuestra su voluntad de colaborar con el Estado, preservando la naturaleza particular de sus estructuras”.

Y mostró su aprecio por la Convención sobre asistencia sanitaria firmada por la conferencia episcopal y el Ministerio de Salud de Malí, así como por el compromiso de este Ministerio para conceder subvenciones a las estructuras sanitarias eclesiales.


 

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Observatorio jurídico


El Derecho y los derechos humanos
Columna sobre Derecho dirigida por Rafael Navarro-Valls
MADRID, lunes 20 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a partir de hoy una nueva sección quincenal, sobre cuestiones relacionadas con los derechos humanos y su relación con la antropología y la fe cristianas, que dirige el español Rafael Navarro – Valls, catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, y secretario general de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España.

* * * * *

Por Rafael Navarro-Valls

La espiral de  legítimas reivindicaciones a la que apunta la moderna noción  de derecho subjetivo  acaba en  utopía si  no encuentra en el  propio  derecho el cauce de su promoción y defensa  Hace tiempo que los juristas han denunciado que,  las incertidumbres sobre el derecho objetivo,  rebotan sobre los derechos subjetivos,  creando una notable inseguridad social.

Pensemos en el derecho penal en la Iglesia. BenedictoXVI, en su último libro con Peter Seewald,   denuncia la falta de vigor del Derecho canónico a partir de los 60, que condujo a la idea de que,  aplicar el derecho, “conculcaba la caridad”. Ese vacío legal, contribuyó, entre otros resultado tóxicos, a  que los depredadores sexuales en la Iglesia camparan a su antojo. Un pequeño tirón de orejas, un cambio quizás de destino pastoral …y el enemigo seguía dentro de casa. Mientras  se producía un endurecimiento de las leyes penales civiles, en la Iglesia,  un desvaído derecho sancionador,  creaba  una laguna legal de tal entidad que la ansiedad jurídica suplantaba a la certeza legal.  La consecuencia fue un  devastador saqueo de  derechos humanos, entre ellos el del respeto a la  dignidad de la persona humana.

Acaban de hacerse públicas tres cartas que demuestran  cómo el prefecto de la Doctrina de la Fe, cardenal Ratzinger,  había impulsado desde la promulgación misma del actual Código de 1983,  una revisión en relación con las faltas morales graves cometidas por miembros del clero y por las que se requería su expulsión del estado clerical. Fue pues, el  actual pontífice,  quien postuló vigorosamente  el proceso de reforma de la disciplina penal.

Paralelamente, se anunciaba  hace unos días una  reforma del libro VI del Código de Derecho Canónico (“De las sanciones en la Iglesia”) orientada al endurecimiento y mayor celeridad en la aplicación de las penas a los clérigos que cometen delitos más graves,  entre ellos los abusos sexuales a menores. Al hacerse pública la noticia,  desde el propio  Consejo Pontificio para los Textos Legislativos,  se volvía  a denunciar  “un difundido antijuridicismo”, que no lograba “compaginar las exigencias de la caridad pastoral con las de la justicia y el buen gobierno”. Efectivamente, reconocer -  como acaba de hacer  el  arzobispo de Dublín-  que "el escándalo" de los abusos sexuales "ha abierto los ojos a la Iglesia" ante ese "horror", significa  no simplemente “clamar al Cielo”, sino reconocer lo inadecuado de la reacción legal. En especial, en aquellas áreas –Estados Unidos y Holanda – donde el clima “antijurídico” era mayor.

El derecho,  desde luego, es simplemente  un modesto instrumento dentro de los muchos cauces para impulsar los derechos humanos, también en  la Iglesia. Su ineficacia, sin embargo, deja sin  freno ni acelerador  el gran vehículo de su tutela.


 

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Mundo


En diecinueve países se celebró la llamada a la recolección agustiniana
La Orden de los Agustinos Recoletos celebró los 422 años de su carisma
MADRID, lunes, 20 diciembre 2010 (ZENIT.org).- Religiosos, jóvenes y seglares recordaron los 422 años del nacimiento de la recolección agustiniana en todo el mundo. Extendida por diecienueve países, la Orden de Agustinos Recoletos recibió su especial llamada a la oración, austeridad, vida comunitaria –lo que esta familia espiritual denomina con la palabra “recolección”- en Toledo, España.

El Día de la Recolección conmemora la promulgación del acta del capítulo celebrado en Toledo en 1588, en que se explicitaron los anhelos del movimiento de reforma,  apostando por una vida más recoleta y radical en el seguimiento evangélico.

Este estilo de vida que subraya de modo especial la oración, la vida comunitaria y la austeridad, se inició en la ciudad de Talavera, provincia de Toledo, en 1589.

El día 5 de diciembre es el señalado la familia agustina recoleta para esta conmemoración, informa a ZENIT la Orden de Agustinos Recoletos (OAR).


Los religiosos renovaron sus votos y los miembros de la fraternidad sus promesas, en celebraciones litúrgicas especiales.

La recolección americana, que se inició en 1604, en el Desierto de la Candelaria, Colombia, se unió a la recolección española.

Las comunidades de Brasil, España, Italia, Colombia, Filipinas, México, Panamá, República Dominicana, Filipinas, y así hasta diecinueve países en los que está presente la Orden de Agustinos Recoletos, celebraron “con gratitud y sentido de pertenencia el 422 aniversario de la recolección agustiniana”, indica la página web de la Orden. 

En los más de doscientos ministerios atendidos a lo largo y ancho del planeta, las fraternidades seglares, las 195 comunidades de religiosos y las Juventudes Agustino-Recoletas (JAR), los frailes renovaron sus votos y los miembros de la fraternidad sus promesas en celebraciones litúrgicas especiales.

En algunos países, como Brasil, los religiosos de las distintas comunidades se reunieron en una sola casa para conmemorar esta fecha, y participar del nuevo impulso que el Capítulo General, recientemente celebrado en Granada, España, propone a toda la Orden. 

El nuevo prior general Miguel Miró, compartió con seglares, religiosas, jóvenes y  agustinos recoletos de Madrid el Día de la Recolección.

La parroquia de Nuestra Señora de Loreto, en Barajas --cerca del aeropuerto internacional--, fue el punto de encuentro de la familia agustiniana, en torno a la oración y la eucaristía, en la que concelebraron el prior general y un buen número de religiosos, entre ellos dos de los cuatro provinciales con sede en España. 

En Colombia, el 4 de diciembre, en la Parroquia Inmaculada Concepción, en Suba, fueron ordenados presbíteros Darío Vanegas Roldán y Aleycer Vivas Ortíz. El obispo ordenante fue monseñor Olavio López Duque, OAR.

En Filipinas, el 4 de diciembre fray Persiuz Joseph Decena fue ordenado sacerdote por monseñor Roberto Mallari, obispo auxiliar de San Fernando, Pampanga, Luzón. El día 6 de diciembre el teologado de Mira-Nila celebró sus 25 años en el marco de la fiesta de la Recolección. 

En España, las casas de formación de Torrent, Monachil, Los Negrales y Monteagudo celebraron este aniversario con conferencias, representaciones escénicas y la renovación de los votos religiosos en la misa.

En Brasil el teologado Santa Mónica de São Paulo celebró también el aniversario con solemnidad. 

En Panamá se anunció a la familia recoleta la próxima consagración de dos candidatos a punto de concluir su formación.

En República Dominicana, se contó con la presencia de grupos de la fraternidad seglar que siguen viviendo el carisma recoleto, en lugares donde ya no hay ninguna comunidad de religiosos.

En México, las distintas fraternidades seglares se congregaron en torno a la comunidad de Santa Mónica, donde también acudieron religiosos de todo el país para escuchar una conferencia sobre la historia de la Orden y festejar por todo lo alto el 422 natalicio de los Agustinos Recoletos.

Para saber más: http://www.agustinosrecoletos.com/.

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Argentina: Doctrina Social de la Iglesia en una universidad pública
Fruto de un acuerdo tripartito en la ciudad de Junín
JUNÍN, lunes, 20 diciembre 2010 (ZENIT.org).- Como resultado de un acuerdo tripartito suscripto en Argentina, entre el arzobispado de Mercedes-Luján, la Universidad Nacional del Noroeste de la provincia de Buenos Aires (UNNOBA), y el Centro de Estudios de la Doctrina Social de la Iglesia Juan Pablo II (CEDSI), se dictó durante tres meses en la ciudad de Junín --donde se encuentra la sede de la UNNOBA--,  un curso introductorio en Doctrina Social de la Iglesia.

Durante el acto de cierre del curso –informa a ZENIT Pablo A. Blanco, del CEDSI--, el presbítero Carlos Olguín Reguera indicó: “Es una enorme satisfacción contar con el apoyo de una Universidad Pública”. Y subrayó: “Nos llena de alegría, felicidad y esperanza; la posibilidad de juntos poder sembrar valores desde este ámbito académico”.

La doctora Susana Nuin, que tuvo a su cargo el cierre de la última jornada, señaló que,  debido a la positiva repercusión del curso en esa ciudad “se podría comenzar en 2011 con la diplomatura en Doctrina Social de la Iglesia”, que ya se dicta en más de ocho diócesis de Argentina.

Según explicó el doctor Carlos E. Ferré, director del CEDSI, “la Diplomatura en Doctrina social de la Iglesia tiene un itinerario pedagógico de dos años y un reconocimiento académico”.

El presidente de la asociación civil Santo Tomás Moro, Jorge E. Benedetti, señaló que “la idea era lograr hacer de este curso introductorio un ámbito propicio para descubrir la importancia de la Doctrina Social de la Iglesia”.

“La Diplomatura es más que un curso académico. Se requiere a los estudiantes realizar un trabajo de campo para la aplicación concreta de los principios de la doctrina social de la Iglesia, cuyo objetivo es la transformación de la realidad”, precisó Ferré.

Para mayor información: www.cedsijuanpablo2.org.ar

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Reportaje


¡Han desalojado a Jesús!, y algunos buscan que recupere su lugar en Navidad
Movimiento de los Focolares realiza una campaña que Jesús sea el centro en estas fechas
ROMA, lunes 20 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Como todos los años, el fin de semana anterior a la navidad, las calles están invadidas de espíritu de consumo. Uno centro comercial de Roma, ubicado en la concurrida Vía del Corso, el pasado sábado no era la excepción.

Y en medio una cantidad abrumadora de gente que salía para realizar las compras de navidad, se encontraban unos singulares personajes: una decena de niños que detenían, a los apresurados transeúntes, para regalarles un Niño Jesús.

“¿Será una campaña de publicidad?”, se preguntaban algunos. “Quizás pertenecen a secta futurista que anuncia el fin del mundo” dijeron otros que en un momento quisieron acercarse, pero luego prefirieron seguir sus agitadas compras.

Eran las reacciones de quienes observaban a estos pequeños protagonistas en medio del ajetreado escenario.

Se trata de la campaña “¡Han desalojado a Jesús!”, la cual está presente en la mayoría de países donde el Movimiento de los Focolares realiza sus obras apostólicas. Busca hacer recordar días antes de la noche de la navidad, que en estas fechas, la celebración verdadera es el cumpleaños de Jesús. Nada diferente.

El Niño Jesús de yeso que entregan, acostado en una cestita, adornada con pajitas, es elaborado por los mismos niños: miembros de Gen 4: entre 4 y 12 años y miembros del Movimiento de los Focolares.

“¡Tenemos prisa!”, dijo uno de los consumidores cuando un grupo de pequeños lo detuvo junto con su novia, luego de que salieron de un almacén de una conocida marca de ropa italiana. “Espera”, le dijo ella. “a lo mejor tienen algo qué decirnos”.

“Queremos hacerles recordar que el niño Jesús ha nacido y que ese es el sentido de la navidad”, la pareja se mostró interesada, se llevaron el regalo y depositaron una oferta libre.

“Queremos haacerles recordar que Jesús ha venido a la tierra para devolvernos el paraíso”, dijo a ZENIT Chiara Chatel, una focolarina – consagrada de esta realidad eclesial -, mientras acompañaba a los niños en esta campaña. “Queremos aprovechar para recolectar dinero para los más pobres de nuestro movimiento”, aseguró.

Historia de esta iniciativa

La campaña nació basándose en una reflexión escrita por Chiara Lubich (1920 – 2008), fundadora del Movimiento de los Focolares.

“Se acerca la Navidad y las calles de la ciudad se cubren de luces. Una fila interminable de tiendas; una riqueza fina pero exorbitante” escribió Chiara.

“Y más trineos con Santa Claus y cervatillos, cerditos, liebres, marionetas en forma de rana y enanitos rojos. Todo se mueve con elegancia”, decía.

“Vino a los suyos y no Lo recibieron… No había lugar para Él en la posada. Ni siquiera en Navidad”, señala el escrito de Chiara.

Y justo para devolver el sentido cristiano de la navidad, desde semanas antes de la repartición de los Niño Jesús en los centros comerciales, los pequeños del Movimento Gen 4 los preparan, los ponen en cunitas, los pintan, los envuelven en papel celofán transparente y le adjuntan impreso el texto completo de Chiara Lubich.

También elaboran alcancías para con recoger fondos que van a las obras de misiones de este movimiento, (este año los fondos fueron destinados a las víctimas de los desastres naturales en Paquistán).

“Los niños se alegran con la preparación. Están dispuestos a acogerlo y ver que en esto hay un compromiso”, asegura Chiara Cantel.

“Al inicio los niños son un poco tímidos”, dijo Therese-Marie Dessaivre, miembro del Movimiento de los Focolares quien también acompañó el sábado pasado a los niños en esta iniciativa. “Luego se dan aliento unos a otros”, y así detienen a la gente, algunos pasan de largo “pero en ellos también vemos el rostro de Jesús”, dijo a ZENIT una de las participantes de esta campaña que está por cumplir 11 años.

Frutos de esta campaña

Son muchos quienes, alrededor del mundo se detienen y agradecen por esta iniciativa. En un libro que los Focolares han editado por Città Nuova y que lleva el mismo nombre de la campaña, hay varias historias recopiladas, entre ellas una ocurrida en el concurrido centro comercial Rockefeller ubicado muy cerca de la Quinta Avenida en Manhattan:

Una mujer, que recibió el niño Jesús, días después envió a los pequeños diciéndoles: “Mientras visitaba Nueva York con mis amigos, no se bien cómo, en medio a la multitud vi su estante y me llamó la atención. Aquellas palabras… ‘Han desalojado a Jesús’ resonaron bien dentro de mi”, confesó.  

“Quisiera transmitir vuestro mensaje a otros, ha sido la navidad más bella desde hace mucho tiempo, me llenó de calor el corazón”.

Y aunque muchos pasan de largo, otros más se detienen y se dejan tocar por esta iniciativa: “Entrar en un supermercado y verse acogido por unos niños tan sonrientes que te ofrecen un niño Jesús es inquietante”, fue el testimonio de un señor en Florencia que recibió un niño Jesús de parte de estos pequeños.

“A veces pensamos poder encontrar todo en un supermercado, ¡pero jamás me hubiera imaginado regresar a casa trayendo a Jesús!”, aseguró.

“Hoy le agradezco a la Iglesia por haber salvado las imágenes”, decía Chiara Lubich en su reflexión sobre la navidad. “Hace años estuve en un país donde reinaba el ateísmo y vi a un sacerdote que esculpía estatuas de ángeles para recordarle a la gente el Cielo. Hoy comprendo aún más su actitud: el ateísmo práctico que hoy invade el mundo la exige”.

La verdad es que apoderándose de la Navidad y desterrar al Recién Nacido, es algo que hace sufrir”, confiesa.

“Que por lo menos en todas nuestras casas se grite Quién ha nacido, festejándolo de un modo nunca visto”, concluye la fundadora del Movimiento de los Focolares.

Por Carmen Elena Villa

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Entrevistas


Balmes en el bicentenario de su nacimiento (1810-2010)
Entrevista a Enrique Martínez sobre este filósofo y apologeta catalán
BARCELONA, lunes 20 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Pío XII le llamó "Príncipe de la Apologética moderna" pero hoy muchos no han ni oído nunca a hablar de él. Su nombre es Jaume Llucià Antoni Balmes i Urpià (más conocido como Jaume Balmes), filósofo, reconocido teólogo y apologeta nacido hace 200 años en Vic, en Cataluña.

En el Año Balmesiano, ZENIT ha querido entrevistar a Enrique Martínez, Director del Instituto Santo Tomás de Balmesiana (www.balmesiana.org), Miembro ordinario de la Pontificia Academia de Santo Tomás, para ahondar en la figura -olvidada- de este filósofo.

Enrique Martínez, que también es Vicerrector de Investigación, Postgrados y Calidad de la Universitat Abat Oliba CEU (www.uao.es), resalta de Balmes su papel de “educador mediante el periodismo” y subraya cómo la filosofía moral de Balmes apela a “la integración en el hombre de todas sus facultades, de todas sus capacidades: los sentimientos, la razón, la voluntad, la religiosidad...”

--En Barcelona mucha gente piensa que Balmes es una calle, muy céntrica por cierto.

Martínez: Y lo es, ciertamente, pero como suelo decirles a mis alumnos: "Balmes es más que una calle". A pesar de morir joven, con sólo 38 años, adquirió ya en vida un notable reconocimiento en España y a nivel internacional, tanto por su pensamiento filosófico, como político, como apologético. Ahora se cumple el bicentenario de su nacimiento, y es de justicia conmemorarlo.

--¿Por qué no se conoce esta figura, es por ser inaccesible, por negligencia por parte de instituciones que no la valoran...?

Martínez: Que alguien de la talla de Balmes no sea conocido en nuestros días, y hasta positivamente olvidado por instituciones académicas o políticas, no es algo casual. Y en modo alguno se debe a una presunta inaccesibilidad, pues su pensamiento se caracteriza precisamente por la claridad y sencillez -su obra más conocida, El Criterio, se encontraba hace varias décadas en todos los hogares catalanes-.

Sin duda alguna, es su posicionamiento en cuestiones políticas de fondo, vinculando la Iglesia a la regeneración moral de la sociedad, lo que lleva a algunos a acallar su voz en nuestros días.

--¿Cuál es la fuerza de la filosofía moral de Jaume Balmes?

Martínez: La filosofía moral de Balmes apela a la integración en el hombre de todas sus facultades, de todas sus capacidades: los sentimientos, la razón, la voluntad, la religiosidad... Y ello desde un profundo realismo, que busca ordenar la vida desde lo que el hombre es y a lo que se ordena por naturaleza.

Pero no lo propone tanto desde fórmulas teóricas, sino desde modelos ejemplares que cautiven. Él mismo es un modelo en su actividad política: fiel a sus convicciones y prudente en sus propuestas, firme en todo momento en la búsqueda del bien común, claro en la denuncia de los males de la España de su tiempo y justo en el reconocimiento de sus riquezas morales, etc.

--Balmes también cultivó la escritura periodística. ¿Qué podría aportar hoy recuperar su figura, en el campo comunicativo?

Martínez: En efecto, Balmes colaboró en varios periódicos, fundando y dirigiendo: La Sociedad y El Pensamiento de la Nación.

Incluso tiene expresiones que parecen referirse a la tecnología comunicativa de nuestros días: "Nada conozco más grato que escribir una palabra y tener una seguridad profunda de que aquella palabra, dentro de pocas horas, volará a grandes distancias, y vibrará en millares de espíritus, para producir una convicción o excitar una simpatía, como una chispa eléctrica que, saliendo de un punto, conmueve la atmósfera hasta un remoto confín".

Pero en todo momento Balmes escribió con ánimo de influir en la opinión pública desde la verdad, para formar de este modo el criterio de la población. Fue un educador por medio del periodismo. Nos podríamos preguntar si eso es lo que hoy pretenden los medios de comunicación.

--¿Cuáles serían los elementos de su pensamiento que cualquier persona interesada en el humanismo cristiano debería saber?

Martínez: Lo que animó la actividad política, periodística y filosófica de Balmes fue, sin duda, su intención apologética: mostrar con razones la necesidad de religión católica y de la Iglesia en la vida individual y en la sociedad.

Su obra El Protestantismo comparado con el Catolicismo es en esto de una gran actualidad, pero también aquel delicioso escrito menor: Cartas a un escéptico en materia de religión. Con ese ánimo apologético salió poco antes de morir en defensa del Papa Pío IX con un opúsculo que le trajo numerosos sinsabores.

La mejor enseñanza de humanismo cristiano de Balmes es, por tanto, que toda actividad humana debe estar sobrenaturalizada por la fe; parafraseando a Terencio: "Nada humano me es ajeno".

Por Miriam Díez i Bosch

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Documentación


Discurso del Papa a los miembros de la Curia Romana
Para felicitar la próxima Navidad
CIUDAD DEL VATICANO, lunes 20 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso de felicitación de Navidad a los cardenales y miembros de la Curia Roma, a a quienes recibió este lunes en la Sala Regia del Palacio Apostólico.



 

* * * * *

Señores cardenales,

venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,

queridos hermanos y hermanas

Me encuentro con vosotros con vivo agrado, queridos Miembros del Colegio Cardenalicio, representantes de la Curia Romana y de la Gobernación, para esta cita tradicional. Os dirijo a cada uno un cordial saludo, empezando por el cardenal Angelo Sodano, a quien doy las gracias por las expresiones de devoción y de comunión, y por los fervientes augurios que me ha dirigido en nombre de todos. Prope est jam Dominus, venite, adoremus! Contemplamos como una única familia el misterio del Emmanuel, del Dios-con-nosotros, como dijo el cardenal decano. Os devuelvo de buen grado vuestras felicitaciones y deseo agradeceros vivamente a todos, incluyendo a los representantes pontificios diseminados por el mundo, la aportación competente y generosa que cada uno presta al Vicario de Cristo y a la Iglesia.

"Excita, Domine, potentiam tuam, et veni" – con estas palabras y otras similares, la liturgia de la Iglesia reza repetidamente en los días del Adviento. Son invocaciones formuladas probablemente en el periodo de decadencia del Imperio Romano. La descomposición de los ordenamientos que sostenían el derecho y de las actitudes morales de fondo, que daban fuerza a aquellos, causaban la ruptura de los márgenes que hasta aquel momento habían protegido la convivencia pacífica entre los hombres. Un mundo estaba desapareciendo. Frecuentes cataclismos naturales aumentaban aún más esta experiencia de inseguridad. No se veía fuerza alguna que pudiese frenar aquel ocaso. Tanto más insistente era la invocación del poder propio de Dios: que Él viniera y protegiera a los hombres de todas estas amenazas.

"Excita, Domine, potentiam tuam, et veni". También hoy tenemos nosotros muchos motivos para asociarnos a esta oración de Adviento de la Iglesia. El mundo, con todas sus nuevas esperanzas y posibilidades, está al mismo tiempo angustiado por la impresión de que el consenso moral se está disolviendo, un consenso sin el cual las estructuras jurídicas y políticas no funcionan; en consecuencia, las fuerzas movilizadas para la defensa de estas estructuras parecen estar destinadas al fracaso.

Excita – la oración recuerda el grito dirigido al Señor, que estaba durmiendo en la barca de los discípulos zarandeada por la tempestad y a punto de hundirse. Cuando su palabra poderosa hubo aplacado la tempestad, Él reprochó a los discípulos por su poca fe (cfr Mt 8,26 y par.). Quería decir: en vosotros mismos, la fe se ha dormido. Lo mismo quiere decirnos también a nosotros. También en nosotros la fe a menudo se duerme. Pidámosle por tanto que nos despierte del sueño de una fe que se ha vuelto cansada y que vuelva a dar a nuestra fe el poder de mover las montañas -es decir, de dar el orden justo a las cosas del mundo.

"Excita, Domine, potentiam tuam, et veni": en las grandes angustias, a la que hemos sido expuestos este año, esta oración de Adviento me ha vuelto siempre al corazón y a los labios. Con gran alegría habíamos comenzado el Año sacerdotal y, gracias a Dios, pudimos concluirlo también con gran agradecimiento, a pesar de que se llevara a cabo de forma tan distinta a como esperábamos. En nosotros los sacerdotes, y en los laicos, y precisamente también en los jóvenes, se ha renovado la conciencia de qué don representa el sacerdocio de la Iglesia católica, que el Señor nos ha confiado. Nos hemos dado cuenta nuevamente de qué bello es que los seres humanos hayamos sido autorizados a pronunciar, en nombre de Dios y con pleno poder, la palabra del perdón, y seamos así capaces de cambiar el mundo, la vida; qué hermoso es que los seres humanos hayamos sido autorizados a pronunciar las palabras de la consagración, con las que el Señor atrae hacia sí un trozo de mundo, y en cierta forma lo transforme en su sustancia; qué hermoso es poder estar, con la fuerza del Señor, cerca de los hombres en sus alegrías y sufrimientos, tanto en las horas importantes como en las horas oscuras de la existencia; qué hermoso es tener en la vida como tarea no esto o lo otro, sino sencillamente el ser mismo del hombre – para ayudarle a que se abra a Dios y que viva a partir de Dios. Por eso hemos sido turbados cuando, precisamente en este año y en una dimensión inimaginable para nosotros, hemos tenido conocimiento de abusos contra menores cometidos por sacerdotes, que trabucan el Sacramento en su contrario: bajo el manto de lo sagrado hieren profundamente a la persona humana en su infancia y le acarrean un daño para toda la vida.

En este contexto, me venía a la mente una visión de santa Hildegarda de Bingen que describe de forma conmovedora lo que hemos vivido este año: “En el año 1170 después del nacimiento de Cristo estuve durante largo tiempo enferma en la cama. Entonces, física y mentalmente despierta, vi a una mujer de una belleza tal que la mente humana no era capaz de comprender. Su figura se erguía desde la tierra hasta el cielo. Su rostro brillaba con un resplandor sublime. Su mirada estaba dirigida al cielo. Estaba vestida con una túnica luminosa y radiante de seda blanca y un manto guarnecido de piedras preciosas. En los pies calzaba zapatos de ónice. Pero su rostro estaba embadurnado de polvo; su vestido, por el lado derecho, estaba desgarrado. También el manto había perdido su belleza singular, y sus zapatos estaban ensuciados por encima. Con voz alta y dolorida, la mujer gritó hacia el cielo: '¡Escucha, oh cielo, mi rostro está manchado! ¡Aflígete, oh tierra: mi vestido está desgarrado! ¡Tiembla, oh abismo: mis zapatos están ensuciados!’

Y prosiguió: ‘Estaba escondida en el corazón del Padre, hasta que el Hijo del hombre, concebido y dado a luz en la virginidad, derramó su sangre. Con esta sangre, como dote suya, me tomó como su esposa.

Los estigmas de mi esposo permanecen frescos y abiertos, mientras estén abiertas las heridas de los pecados de los hombres. Precisamente el que sigan abiertas las heridas de Cristo es por culpa de los sacerdotes. Estos desgarran mi túnica porque son transgresores de la Ley, del Evangelio y de su deber sacerdotal. Quitan el esplendor a mi manto, porque descuidan totalmente los preceptos que se les impusieron. Ensucian mis zapatos, porque no caminan por sendas rectas, es decir, en las duras y severas de la justicia, y tampoco dan buen ejemplo a sus súbditos. Con todo, encuentro en algunos el esplendor de la verdad’.

Y escuché una voz del cielo que decía: 'Esta imagen representa a la Iglesia. Por esto, oh ser humano que ves todo esto y que escuchas las palabras de lamento, anúncialo a los sacerdotes que están destinados a la guía y a la instrucción del pueblo de Dios y a los cuales, como a los apóstoles, se ha dicho: Id a todo el mundo y anunciad el Evangelio a toda criatura’ (Mc 16,15)" (Carta a Werner von Kirchheim y a su comunidad sacerdotal: PL 197, 269ss).

En la visión de santa Hildegarda, el rostro de la Iglesia está cubierto de polvo, y es así como lo hemos visto nosotros. Su vestido está desgarrado – por culpa de los sacerdotes. Así como ella lo vio y expresó, lo hemos vivido este año. Debemos aceptar esta humillación como una exhortación a la verdad y una llamada a la renovación. Sólo la verdad salva. Debemos preguntarnos qué podemos hacer para reparar lo más posible la injusticia cometida. Debemos preguntarnos qué era equivocado en nuestro anuncio, en toda nuestra forma de configurar el ser cristiano, de manera que una cosa semejante pudiera suceder. Debemos encontrar una nueva determinación en la fe y en el bien. Debemos ser capaces de penitencia. Debemos esforzarnos en intentar todo lo posible, en la preparación al sacerdocio, para que una cosa semejante no pueda volver a suceder. Éste es también el lugar para agradecer de corazón a todos aquellos que se han empeñado en ayudar a las víctimas y en devolverles la confianza en la Iglesia, la capacidad de creer en su mensaje. En mis encuentros con las víctimas de este pecado, siempre he encontrado a personas que, con gran dedicación, están al lado de quienes sufren y han sufrido daño. Ésta es la ocasión también para dar las gracias también a tantos buenos sacerdotes que transmiten en humildad y fidelidad la bondad del Señor y que, en medio de las devastaciones, son testigos de la belleza no perdida del sacerdocio.

Somos conscientes de la particular gravedad de este pecado cometido por sacerdotes y de nuestra correspondiente responsabilidad. Pero no podemos tampoco callar sobre el contexto de nuestro tiempo en el que hemos tenido que ver estos acontecimientos. Existe un mercado de la pornografía que afecta a los niños, que de alguna forma parece ser considerado por la sociedad cada vez más como algo normal. La destrucción psicológica de niños, cuyas personas son reducidas a artículo de mercado, es un espantoso signo de los tiempos. Escucho de los obispos de países del Tercer Mundo una y otra vez que el turismo sexual amenaza a una generación entera y la daña en su libertad y en su dignidad humana. El Apocalipsis de san Juan enumera entre los grandes pecados de Babilonia – símbolo de las grandes ciudades irreligiosas del mundo – el hecho de practicar el comercio de los cuerpos y de las almas y de hacer de ellos una mercancía (cfrAp 18,13). En este contexto, se plantea también el problema de la droga, que con fuerza creciente extiende sus tentáculos de pulpo en todo el globo terrestre – expresión elocuente de la dictadura de Mammón que pervierte al hombre. Todo placer resulta insuficiente y el exceso en el engaño de la embriaguez se convierte en una violencia que destruye regiones enteras, y esto en nombre de un malentendido fatal de la libertad en el que precisamente la libertad del hombre es minada y al final anulada del todo.

Para oponernos a estas fuerzas debemos echar una mirada a sus fundamentos ideológicos. En los años 70, la pedofilia fue teorizada como algo totalmente conforme al hombre y también al niño. Esto, sin embargo, formaba parte de una perversión de fondo del concepto de ethos. Se afirmaba – incluso en el ámbito de la teología católica – que no existían ni el mal en sí ni el bien en sí. Existirían sólo un “mejor que” y un “peor que”. Nada sería de por sí bueno o malo. Todo dependería de las circunstancias y del fin pretendido. Según los fines y las circunstancias, todo podría ser bueno o también malo. La moral se sustituyó por un cálculo de las consecuencias y con ello dejó de existir. Los efectos de tales teorías son hoy evidentes. Contra ellas el papa Juan Pablo II, en su encíclica Veritatis splendor de 1993, indicó con fuerza profética en la gran tradición del ethos cristiano las bases esenciales de la actuación moral. Este texto debe ser puesto hoy nuevamente en el centro como camino en la formación de la conciencia. Es responsabilidad nuestra hacer nuevamente audibles y comprensibles entre los hombres estos criterios como vías de la verdadera humanidad, en el contexto de la preocupación por el hombre, en la que estamos inmersos.

Como segundo punto quisiera decir algo sobre el Sínodo de las Iglesias de Oriente Medio. Este comenzó con mi viaje a Chipre donde pude entregar el Instrumentum laboris para el Sínodo a los obispos de esos países allí reunidos. Permanece inolvidable la hospitalidad de la Iglesia ortodoxa que pudimos experimentar con gran gratitud. Aunque la comunión plena no nos ha sido dada aún, constatamos con alegría, con todo, que la forma básica de la Iglesia antigua nos une profundamente unos a otros; el ministerio sacramental de los Obispos como portadores de la tradición apostólica, la lectura de la Escritura según la hermenéutica de la Regula fidei, la comprensión de la Escritura en la unidad multiforme centrada en Cristo y desarrollada gracias a la inspiración de Dios y, finalmente, la fe en la centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia. Así hemos encontrado de modo vivo la riqueza de los ritos de la Iglesia antigua también dentro de la Iglesia católica. Tuvimos liturgias con maronitas y con melquitas, celebramos en rito latino y tuvimos momentos de oración ecuménica con los ortodoxos y, en manifestaciones imponentes, pudimos ver la rica cultura cristiana del Oriente cristiano. Pero vimos también el problema del país dividido. Se hacían visibles las culpas del pasado y las profundas heridas, pero también el deseo de paz y de comunión como existían antes. Todos son conscientes del hecho de que la violencia no lleva a ningún progreso – ésta, de hecho, ha creado la situación actual. Sólo en el compromiso y en la comprensión mutua puede restablecerse una unidad. Preparar a la gente a esta actitud de paz es una tarea esencial de la pastoral.

En el Sínodo la mirada se extendió también a todo Oriente Medio, donde conviven los fieles pertenecientes a religiones distintas y también a múltiples tradiciones y ritos distintos. En lo que respecta a los cristianos, hay Iglesias precalcedonenses y calcedonenses; Iglesias en comunión con Roma y otras que están fuera de esta comunión, y en ambas existen, uno junto a otro, múltiples ritos. En los desórdenes de los últimos años ha sido turbada la historia de convivencia, las tensiones y las divisiones han crecido, de modo que cada vez más con temor somos testigos de actos de violencia en los que ya no se respeta lo que para el otro es sagrado, sino que al contrario, se derrumban las reglas más elementales de la humanidad. En la situación actual, los cristianos son la minoría más oprimida y atormentada. Durante siglos vivieron pacíficamente junto con sus vecinos judíos y musulmanes. En el Sínodo escuchamos las sabias palabras del Consejo del Mufti de la República del Líbano contra los actos de violencia contra los cristianos. Él decía: hiriendo a los cristianos nos herimos a nosotros mismos. Por desgracia, ésta y otras voces análogas de la razón, por las que estamos profundamente agradecidos, son demasiado débiles. También aquí el obstáculo es la unión entre la avidez de lucro y la ceguera ideológica. Sobre la base del espíritu de la fe y de su racionabilidad, el Sínodo ha desarrollado un gran concepto de diálogo, de perdón y de mutua acogida, un concepto que queremos ahora gritar al mundo. El ser humano es uno solo y la humanidad es una sola. Lo que en cualquier lugar se haga contra un hombre al final daña a todos. Así las palabras y las ideas del Sínodo deben ser un fuerte grito dirigido a todas las personas con responsabilidad política o religiosa para que detengan la cristianofobia; para que se levanten en defensa de los prófugos y de los que sufren y revitalicen el espíritu de la reconciliación. En último análisis, la curación podrá venir sólo de una fe profunda en el amor reconciliador de Dios. Dar fuerza a esta fe, nutrirla y hacerla resplandecer es la tarea principal de la Iglesia en esta hora.

Me gustaría hablar detalladamente del inolvidable viaje al Reino Unido, pero quiero limitarme a dos puntos que están relacionados con el tema de la responsabilidad de los cristianos en este tiempo y con la tarea de la Iglesia de anunciar el Evangelio. El pensamiento sale ante todo al encuentro con el mundo de la cultura en la Westminster Hall, un encuentro en el que la conciencia de la responsabilidad común en este momento histórico creó una gran atención, que, en el fondo, se dirige a la cuestión sobre la verdad y la propia fe. Que en este debate la Iglesia debe dar su propia contribución, era evidente para todos. Alexis de Tocqueville, en su época, había observado que en América la democracia había sido posible y había funcionado porque existía un consenso moral de base que, yendo más allá de las denominaciones individuales, unía a todos. Sólo si existe un consenso semejante sobre lo esencial, las constituciones y el derecho pueden funcionar. Este consenso de fondo procedente del patrimonio cristiano está en peligro allí donde en su lugar, en lugar de la razón moral, se coloca la mera racionalidad finalista de la que he hablado hace un momento. Esto supone en realidad una ceguera de la razón hacia lo que es esencial. Combatir contra esta ceguera de la razón y conservar su capacidad de ver lo esencial, de ver a Dios y al hombre, lo que es bueno y lo que es verdadero, es el interés común que debe unir a todos los hombres de buena voluntad. Está en juego el futuro del mundo.

Finalmente, quisiera recordar una vez más la beatificación del cardenal John Henry Newman. ¿Por qué ha sido beatificado? ¿Qué tiene que decirnos? A estas preguntas se pueden dar muchas respuestas, que ya se han desarrollado en el contexto de la beatificación. Quisiera poner de manifiesto solamente dos aspectos que van unidos y que, a fin de cuentas, expresan lo mismo. El primero es que debemos hablar de las tres conversiones de Newman, porque son los pasos de un camino espiritual que nos interesa a todos. Quisiera subrayar aquí sólo la primera conversión: la conversión a la fe en el Dios vivo. Hasta aquel momento, Newman pensaba como la mayoría de los hombres de su tiempo y como la mayoría de los hombres de hoy, que no excluyen simplemente la existencia de Dios, pero que la consideran como algo inseguro, que no tiene un papel esencial en la propia vida. Lo que a él le parecía verdaderamente real, como a los hombres de su tiempo, era lo empírico, lo que es materialmente perceptible. Ésta es la “realidad” según la cual se orientaba. Lo “real” es lo que es aprehensible, son las cosas que se pueden calcular y tomar en la mano. En su conversión Newman reconoce que las cosas son precisamente al contrario: que Dios y el alma, el ser mismo del hombre a nivel espiritual, constituyen lo que es verdaderamente real, lo que cuenta. Son mucho más reales que los objetos perceptibles. Esta conversión constituye un giro copernicano. Lo que hasta entonces le había parecido como irreal y secundario se revela como lo verdaderamente decisivo. Donde una conversión semejante tiene lugar, no cambia simplemente una teoría, sino que cambia la forma fundamental de la vida. Todos nosotros tenemos siempre necesidad de esta conversión: entonces estamos en el buen camino.

La fuerza motriz que le empujaba en el camino de la conversión, en Newman, era la conciencia. ¿Pero qué se entiende con ello? En el pensamiento moderno, la palabra "conciencia" significa que en materia de moral y de religión, la dimensión subjetiva, el individuo, constituye la última instancia de la decisión. El mundo se divide en los ámbitos de lo objetivo y de lo subjetivo. A lo objetivo pertenecen las cosas que se pueden calcular y comprobar mediante el experimento. La religión y la moral se sustraen a estos métodos y por ello se consideran en el ámbito de lo subjetivo. Aquí no existirían, en último análisis, criterios objetivos. La última instancia que puede decidir aquí sería por tanto sólo el sujeto, y con la palabra “conciencia” se expresa precisamente esto: en este ámbito puede decidir sólo el individuo con sus intuiciones y experiencias. La concepción que Newman tiene de la conciencia es diametralmente opuesta. Para él “conciencia” significa la capacidad de verdad del hombre: la capacidad de reconocer precisamente en los ámbitos decisivos de su existencia – religión y moral – una verdad, la verdad. La conciencia, la capacidad del hombre de reconocer la verdad, le impone con ello, al mismo tiempo, el deber de encaminarse hacia la verdad, de buscarla y de someterse a ella allí donde la encuentra. Conciencia y capacidad de verdad y de obediencia a la verdad, que se muestra al hombre que busca con corazón abierto. El camino de las conversiones de Newman es un camino de la conciencia – un camino no de la subjetividad que se afirma, sino, precisamente al contrario, de la obediencia a la verdad que paso a paso se abría a él. Su tercera conversión, al Catolicismo, exigía de él abandonar casi todo lo que le era precioso: sus bienes y su profesión, su grado académico, los vínculos familiares y muchos amigos. La renuncia que la obediencia a la verdad, su conciencia, le pedía, iba más allá. Newman había sido siempre consciente de tener una misión hacia Inglaterra. Pero en la teología católica de su tiempo, su voz apenas podía oírse. Era demasiado extraña respecto a la forma dominante del pensamiento teológico y también de la piedad. En enero de 1863 escribió en su diario estas frases conmovedoras: “Como protestante, mi religión me parecía mísera, pero no mi vida. Y ahora, como católico, mi vida es mísera, pero no mi religión". No había llegado aún la hora de su eficacia. En la humildad y en la oscuridad de la obediencia, tuvo que esperar hasta que su mensaje fuera utilizado y comprendido. Para poder afirmar la identidad entre el concepto que Newman tenía de la conciencia y la moderna comprensión subjetiva de la conciencia, se hace referencia a su palabra según la cual él – si hubiera tenido que hacer un brindis – habría brindado por la conciencia y después por el Papa. Pero en esta afirmación, “conciencia” no significa la última obligatoriedad de la intuición subjetiva. Es la expresión de la accesibilidad y de la fuerza vinculante de la verdad: en ello se funda su primado. Al Papa se le puede dedicar el segundo brindis, porque su tarea es exigir la obediencia a la verdad.

Tengo que renunciar a hablar de los viajes tan significativos a Malta, a Portugal y a España. En ellos se ha hecho nuevamente visible que la fe no es algo del pasado, sino un encuentro con Dios que vive y actúa ahora. Él nos desafía y se opone a nuestra pereza, pero precisamente así nos abre el camino hacia la felicidad verdadera.

"Excita, Domine, potentiam tuam, et veni!". Hemos partido de la invocación de la presencia y del poder de Dios en nuestro tiempo y de la experiencia de su aparente ausencia. Si abrimos nuestros ojos, precisamente en la retrospectiva del año que llega a su fin, puede hacerse visible que el poder y la bondad de Dios están presentes de muchas maneras también hoy. Así todos tenemos motivos para darle gracias. Con el agradecimiento al Señor renuevo mi agradecimiento a todos los colaboradores. Quiera Dios concedernos a todos una Santa Navidad y acompañarnos con su bondad en el próximo año.

Confío estos deseos a la intercesión de la Virgen santa, Madre del Redentor, y a todos vosotros y a la gran familia de la Curia Romana imparto de corazón la Bendición Apostólica. ¡Feliz Navidad!



 

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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Mensaje del Papa para la Jornada Mundial del Enfermo
Se celebrará el próximo 11 de febrero
CIUDAD DEL VATICANO, lunes 20 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el mensaje que el Papa Benedicto XVI hizo público el pasado sábado 18 de diciembre, con motivo de la XIX Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará el próximo 11 de febrero de 2011.

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"Por sus llagas habéis sido curados" (1Pe 2,24)

¡Queridos hermanos y hermanas!

Cada año, en la celebración de la memoria de la Beata Virgen de Lourdes, que se celebra el 11 de febrero, la Iglesia propone la Jornada Mundial del Enfermo. Esta circunstancia, como quiso el venerable Juan Pablo II, se convierte en una ocasión propicia para reflexionar sobre el misterio del sufrimiento y, sobre todo, para hacer a nuestras comunidades y a la sociedad civil más sensibles hacia los hermanos y las hermanas enfermos. Si cada hombre es hermano nuestro, tanto más el débil, el sufriente y el necesitado de cuidados deben estar en el centro de nuestra atención, para que ninguno de ellos se sienta olvidado o marginado: de hecho, “la medida de la humanidad se determina esencialmente en la relación con el sufrimiento y con el que sufre. Esto vale tanto para el individuo como para la sociedad. Una sociedad que no consigue aceptar a los que sufren y que no es capaz de contribuir mediante la compasión a hacer que el sufrimiento sea compartido y llevada también interiormente es una sociedad cruel e inhumana" (Carta enc. Spe salvi, 38). Las iniciativas que serán promovidas en cada diócesis con ocasión de esta Jornada, sean de estímulo para hacer cada vez más eficaz el cuidado hacia los que sufren, de cara también a la celebración de modo solemne, que tendrá lugar, en 2013, en el Santuario mariano de Altötting, en Alemania.

1. Llevo aún en el corazón el momento en que, en el transcurso de la visita pastoral a Turín, pude estar en reflexión y oración ante la Sagrada Síndone, ante ese rostro sufriente, que nos invita a meditar sobre Aquel que llevó sobre sí la pasión del hombre de todo tiempo y de todo lugar, y también nuestros sufrimientos, nuestras dificultades, nuestros pecados. ¡Cuántos fieles, en toda la historia, han pasado ante ese lienzo sepulcral, que envolvió el cuerpo de un hombre crucificado, que corresponde en todo a lo que los Evangelios nos transmiten sobre la pasión y muerte de Jesús! Contemplarlo es una invitación a reflexionar sobre lo que escribe san Pedro: “Por sus llagas habéis sido curados" (1Pe 2,24). El Hijo de Dios sufrió, murió, pero ha resucitado, y precisamente por esto esas llagas se convierten en el signo de nuestra redención, del perdón y de la reconciliación con el Padre; se convierten también, sin embargo, en un banco de prueba para la fe de los discípulos y para nuestra fe: cada vez que el Señor habla de su pasión y muerte, ellos no comprenden, rechazan, se oponen. Para ellos, como para nosotros, el sufrimiento permanece siempre lleno de misterio, difícil de aceptar y de llevar. Los dos discípulos de Emaús caminan tristes por los acontecimientos sucedidos aquellos días en Jerusalén, y sólo cuando el Resucitado recorre el camino con ellos, se abren a una visión nueva (cfr Lc 24,13-31). También al apóstol Tomás le cuesta creer en la vía de la pasión redentora: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré" (Jn 20,25). Pero frente a Cristo que muestra sus llagas, su respuesta se transforma en una conmovedora profesión de fe: “¡Señor mío y Dios mío!" (Jn 20,28). Lo que antes era un obstáculo insuperable, porque era signo del aparente fracaso de Jesús, se convierte, en el encuentro con el Resucitado, en la prueba de un amor victorioso: “Sólo un Dios que nos ama hasta tomar sobre sí nuestras heridas y nuestro dolor, sobre todo el inocente, es digno de fe" (Mensaje Urbi et Orbi, Pascua 2007).

2. Queridos enfermos y sufrientes, es precisamente a través de las llagas de Cristo como nosotros podemos ver, con ojos de esperanza, todos los males que afligen a la humanidad. Resucitando, el Señor no ha quitado el sufrimiento ni el mal del mundo, sino que los ha vencido de raíz. A la prepotencia del mal ha opuesto la omnipotencia de su Amor. Nos indicó, así, que el camino de la paz y de la alegría es el Amor: "Así como yo os he amado, amaos también vosotros los unos a los otros" (Jn 13,34). Cristo, vencedor de la muerte, está vivo en medio de nosotros. Y mientras con santo Tomás decimos también nosotros: “¡Señor mío y Dios mío!", sigamos a nuestro Maestro en la disponibilidad de dar la vida por nuestros hermanos (cfr 1 Jn 3,16), siendo así mensajeros de una alegría que no teme el dolor, la alegría de la Resurrección.

San Bernardo afirma: "Dios no puede padecer, pero puede compadecer". Dios, la Verdad y el Amor en persona, quiso sufrir por nosotros y con nosotros; se hizo hombre para poder com-padecer con el hombre, de modo real, en carne y sangre. En cada sufrimiento humano, ha entrado Uno que comparte el sufrimiento y la soportación; el cada sufrimiento se difunde la con-solatio, la consolación del amor partícipe de Dios para hacer surgir la estrella de la esperanza (cfr Carta enc. Spe salvi, 39).

A vosotros, queridos hermanos y hermanas repite este mensaje, para que seáis testigos de ello a través de vuestro sufrimiento, vuestra vida y vuestra fe.

3. Mirando a la cita de Madrid, en el próximo agosto de 2011, para la Jornada Mundial de la Juventud, quisiera dirigir también un pensamiento particular a los jóvenes, especialmente a aquellos que viven la experiencia de la enfermedad. A menudo la Pasión, la Cruz de Jesús dan miedo, porque parecen ser la negación de la vida. ¡En realidad, es exactamente al contrario! La Cruz es el “sí” de Dios al hombre, la expresión más alta y más intensa de su amor y la fuente de la que brota la vida eterna. Del corazón atravesado de Jesús ha brotado esta vida divina. Solo Él es capaz de liberar el mundo del mal y de hacer crecer su Reino de justicia, de paz y de amor al que todos aspiramos (cfr Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud 2011, 3). Queridos jóvenes, aprended a “ver” y a “encontrar” a Jesús en la Eucaristía, donde está presente de modo real por nosotros, hasta el punto de hacerse alimento para el camino, pero también sabedlo reconocer y servir en los pobres, en los enfermos, en los hermanos sufrientes y en dificultad, que necesitan vuestra ayuda (cfr ibid., 4). A todos vosotros jóvenes, enfermos y sanos, repito la invitación a crear puentes de amor y de solidaridad, para que nadie se sienta solo, sino cercano a Dios y parte de la gran familia de sus hijos (cfr Audiencia general, 15 de noviembre de 2006).

4. Contemplando las llagas de Jesús, nuestra mirada se dirige a su Corazón sacratísimo, donde se manifiesta en sumo grado el amor de Dios. El Sagrado Corazón es Cristo crucificado, con el costado abierto por la lanza del que brotan sangre y agua (cfr Jn 19,34), "símbolo de los sacramentos de la Iglesia, para que todos los hombres, atraídos al Corazón del Salvador, beban con alegría de la fuente perenne de la salvación" (Misal Romano, Prefacio de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús). Especialmente vosotros, queridos enfermos, sentid la cercanía de este Corazón lleno de amor y bebes con fe y alegría de esta fuente, rezando: “Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, fortifícame. Oh buen Jesús, escuchame. En tus llagas, escóndeme" (Oración de san Ignacio de Loyola).

5. Al término de este Mensaje mío para la próxima Jornada Mundial del enfermo, deseo expresar mi afecto a todos y a cada uno, sintiéndome partícipe de los sufrimientos y de las esperanzas que vivís cotidianamente en unión con Cristo crucificado y resucitado, para que os de la paz y la curación del corazón. Junto a él vele a vuestro lado la Virgen María, a la que invocamos con confianza Salud de los enfermos y Consoladora de los afligidos. A los pies de la Cruz se realiza para ella la profecía de Simeón: su corazón de Madre está atravesado (cfr Lc 2,35). Desde el abismo de su dolor, participación en el del Hijo, María ha sido hecha capaz de acoger la nueva misión: ser la Madre de Cristo en sus miembros. En la hora de la Cruz, Jesús le presenta a cada uno de sus discípulos diciéndole: “He ahí a tu hijo” (cfr Jn 19,26-27). La compasión maternal hacia el Hijo se convierte en compasión maternal hacia cada uno de nosotros en nuestros sufrimientos cotidianos (cfr Homilía en Lourdes, 15 de septiembre de 2008).

Queridos hermanos y hermanas, en esta Jornada Mundial del enfermo, invito también a las Autoridades para que inviertan cada vez más energías en estructuras sanitarias que sean de ayuda y de apoyo a los que sufren, sobre todo a los más pobres y necesitados, y dirigiendo mi pensamiento a todas las diócesis, envío un afectuoso saludo a los obispos, a los sacerdotes, a las personas consagradas, a los seminaristas, a los agentes sanitarios, a los voluntarios y a todos aquellos que se dedican con amor a curar y aliviar las llagas de cada hermano o hermana enfermos, en los hospitales o residencias, en las familias: que en el rostro de los enfermos sepáis ver siempre el Rostro de los rostros: el de Cristo.

Aseguro a todos mi recuerdo en la oración, mientras que imparto a cada uno una especial Bendición Apostólica.

En el Vaticano, 21 de noviembre de 2010, Fiesta de Cristo Rey del Universo.

BENEDICTUS PP XVI

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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Discurso del Papa al nuevo embajador de Malí
Al aceptar sus Cartas Credenciales
CIUDAD DEL VATICANO, lunes 20 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que Benedicto XVI entregó el jueves pasado al nuevo embajador de la República de Malí ante la Santa Sede, Boubacar Sidiki Touré, al recibirle en el Vaticano junto a otros cuatro embajadores con motivo de la presentación de sus Cartas Credenciales.



 

***

Señor Embajador,

Complacido recibo las Cartas que le acreditan como Embajador extraordinario y plenipotenciario ante la Santa Sede. En esta feliz circunstancia, me es grato darle la bienvenida al Vaticano y le agradezco sus amables palabras, por las que me expresa el homenaje respetuoso del Presidente de la República y del pueblo maliense. Le agradecería que quiera transmitir a cambio a Su Excelencia el Señor Amadou Toumani Touré, Jefe del Estado, mis sentimientos de gratitud y de respeto y la garantía de mis oraciones por su persona y por todos los malienses.

Como un buen número de países africanos, Malí ha celebrado este año el cincuentenario de su Independencia. Me gustaría felicitar a todos los malienses por los considerables avances efectuados en este medio siglo. Como usted sabe, Señor Embajador, los progresos realizados siempre están acompañados de desafíos que destacar. Cito entre otros la paz social, la educación y el derecho a la alimentación. Para la edificación de una sociedad pacífica y estable, Malí puede extraer de su patrimonio cultural que encierra valores humanos, intelectuales y religiosos. Quiero animar a conservarlos y a transmitirlos a las nuevas generaciones, porque una sociedad servida por personas dotadas de una profunda perspicacia moral, siempre promueve la justicia y la paz. Los responsables de una sociedad así saben trascender sus propios intereses para ser gobernantes virtuosos y totalmente dedicados al bien común. Saben también cultivar las relaciones humanas animados por la confianza y la solidaridad, el respeto recíproco y el diálogo sincero. Aliento por tanto a los distintos responsables malienses a ayudar a sus compatriotas a reconciliarse entre ellos tras los conflictos que han marcado la historia reciente de Malí. Les invito también a luchar contra toda discriminación entre las etnias y las religiones. Es legítimo, en efecto, que la identidad propia de cada comunidad étnica o religiosa se pueda expresar visiblemente, en el respeto mutuo, favoreciendo una coexistencia pacífica en todos los niveles de la comunidad nacional (cf. Discurso a los Obispos de Malí, 18 de mayo de 2007).

Mirando al futuro, el Gobierno maliense ha incluido entre sus prioridades la formación de marcos capaces de asegurar el desarrollo de su país. En un mundo caracterizado por la interdependencia de los pueblos y por la rápida difusión de un mimetismo de comportamientos humanos acompañada por un individualismo creciente, la educación constituye una necesidad vital y existencial. Sin embargo, podría reducirse a una acumulación de conocimientos intelectuales o de competencias técnicas. Las habilidades deberían ir de la mano del saber vivir y el saber estar que, basados en la sabiduría humana y en los recursos espirituales, reflejan mejor la verdad esencial de la existencia humana. Por eso, en la educación de sus niños, las familias malienses no se contentan con los resultados académicos logrados, haciendo caso omiso de las virtudes humanas, culturales y religiosas. Ellas ofrecen a sus hijos los valores de referencia que les conducirán a la verdad sobre la vida, sobre el deber de la solidaridad y del diálogo que son co-existenciales a la naturaleza humana. Corresponde al Estado apoyar a las familias en su tarea de educación, y velar por la calidad intelectual y humana del personal educativo. ¡Que los jóvenes malienses no se dejen seducir por el dinero fácil que podría incitarles a pactar con las redes que conducen a la criminalidad o al tráfico de droga!

Su país está comprometido, Señor Embajador, en el camino de un desarrollo armonioso elaborando proyectos como el nuevo Código de las personas y de la familia. Albergo la gran esperanza de que éste pueda ayudar a reducir las desigualdades entre las personas y los grupos sociales. Este nuevo Código contribuirá a la paz social, si los Responsables de su país trabajan también para asegurar el derecho a la alimentación. Acogiendo con beneplácito los esfuerzos para aumentar la producción de algodón y de arroz, animo a su Gobierno a afrontar el problema de la inseguridad alimentaria “eliminando las causas estructurales que lo provocan y promoviendo el desarrollo agrícola (···) a través de inversiones (···) capaces de utilizar del mejor modo los recursos humanos, naturales y socio-económicos que se puedan obtener preferiblemente en el propio lugar (···). Todo esto ha de llevarse a cabo implicando a las comunidades locales en las opciones y decisiones referentes a las tierras de cultivo” (Caritas in Veritate, n° 27).

Como puede constatar, Excelencia, varios ejecutivos de su país han sido formados en escuelas católicas. El compromiso de la Iglesia en la formación y en la educación, así como en el ámbito caritativo, sanitario y social, demuestra su voluntad de colaborar con el Estado, preservando la naturaleza particular de sus estructuras. Aprovecho la circunstancia para aclamar la Convención sobre asistencia sanitaria, que fue firmada por la Conferencia Episcopal y el Ministerio de Salud de Malí, así como el compromiso de este Ministerio para conceder subvenciones a las estructuras sanitarias eclesiales.

Para terminar, saludo cálidamente, a través suyo, a la comunidad católica de Malí con sus pastores, y la invito a continuar su testimonio valiente y alegre de la fe y del amor fraterno enseñado por Cristo. Deseo alentar también los esfuerzos de la Conferencia episcopal y del Gobierno para consolidar las relaciones de estima recíproca entre Malí y la Santa Sede.

En el momento en que inicia su misión, le ofrezco, Señor Embajador, mis mejores deseos, asegurándole el apoyo de los diversos servicios de la Curia romana para el cumplimiento de su función. Con este fin, invoco de buen grato sobre usted y su familia, así como sobre sus colaboradores, abundantes Bendiciones divinas.



 

[Traducción del original francés por Patricia Navas

©Libreria Editrice Vaticana]


 

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