24.12.10

El "annus horribilis" de Benedicto XVI

A las 1:19 AM, por Andrés Beltramo
Categorías : Papas
 

El 2010 será recordado como el “annus horribilis” de Benedicto XVI, 12 meses en los cuales el Papa debió guiar a la Iglesia católica en medio de crisis sin precedentes. Desde el escándalo por los abusos sexuales a menores de parte de curas y religiosos hasta el “affaire” Maciel, un tipo que vivió haciendo el mal y, de paso, fundó una de las congregaciones católicas más exitosas de los últimos tiempos.

Pocos pensaban que podían existir peores crisis después de los episodios como el discurso de Ratisbona (Alemania) de 2006, cuando Ratzinger vinculó durante una conferencia al profeta musulmán Mahoma con la violencia o el caso de Richard Williamson, el obispo lefebvrista que negó públicamente el Holocausto en 2009, metiendo al pontífice en un aprieto mayúsculo cuando le remitió su excomunión.

La última controversia aún quema en el mundo católico, sobre todo anglosajón. Se trata de la polémica por las palabras del Papa respecto al uso del condón en ciertos casos (véase post anterior).

Una característica del actual Papa es su capacidad de reacción ante las dificultades. Cuando el problema de los abusos amenazaba con aplastarlo mediáticamente cumplió gestos que cambiaron el rumbo de las cosas: recibió a las víctimas en Malta y Reino Unido, habló claro en Fátima y escribió una histórica carta a sus fieles en Irlanda.

Algo similar ocurrió con el caso Williamson, cuando escribió una misiva demoledora, realista y arriesgada, pero que puso el viento a su favor. Las medidas tomadas en el caso Maciel y la intervención a los Legionarios de Cristo son parte de otra respuesta concreta a una dificultad concreta.

El lunes 20 de diciembre pasado, en su mensaje de fin de año con los miembros de la Curia Romana, Benedicto XVI volvió a demostrar su vocación de pastor realista y de un líder que cree en la Verdad más que en cualquier otra cosa.

En el discurso habló claramente de los abusos y, entre otras cosas, asumió su responsabilidad (con la Iglesia) del problema. Y dijo claramente: sólo la Verdad salva, no el encubrimiento, el miedo al escándalo o la opacidad. Por tratarse de un texto clave a continuación compartimos con los lectores de este blog algunos extractos, esperando contribuir a una reflexión seria del asunto.

SOLAMENTE LA VERDAD SALVA
Por Benedicto XVI / 20 de diciembre de 2010

Con mucha alegría comenzamos el Año Sacerdotal y, gracias a Dios, pudimos concluirlo también con mucha gratitud, no obstante su desarrollo fuera tan distinto a como habíamos esperado. En nosotros, sacerdotes, y en los laicos, precisamente en los jóvenes, se ha renovado la convicción del don que representa el sacerdocio de la Iglesia católica, que el Señor nos ha confiado.

Nos hemos dado cuenta nuevamente de lo bello que es el que seres humanos tengan la facultad de pronunciar en nombre de Dios y con pleno poder la palabra del perdón, y así puedan cambiar el mundo, la vida; qué hermoso el que seres humanos estén autorizados a pronunciar las palabras de la consagración, con las que el Señor atrae a sí una parte del mundo, transformándola en sustancia suya en un determinado lugar; qué bello poder estar, con la fuerza del Señor, cerca de los hombres en sus gozos y desventuras, en los momentos importantes y en aquellos oscuros de la vida; qué bello tener como cometido en la propia existencia no esto o aquello, sino sencillamente el ser mismo del hombre, para ayudarlo a que se abra a Dios y sea vivido a partir de Dios.

Por eso nos hemos visto tan turbados cuando, precisamente en este año hemos venido a saber de abusos contra menores, en unas dimensiones inimaginables para nosotros, cometidos por sacerdotes, que convierten el Sacramento en su contrario y, bajo el manto de lo sagrado, hieren profundamente a la persona humana en su infancia y le provocan daños para toda la vida.

El rostro de la Iglesia está cubierto de polvo, y así es como lo hemos visto. Su vestido está rasgado por culpa de los sacerdotes. Hemos de acoger esta humillación como una exhortación a la verdad y una llamada a la renovación. Solamente la verdad salva. Hemos de preguntarnos qué podemos hacer para reparar lo más posible la injusticia cometida. Hemos de preguntarnos qué había de equivocado en nuestro anuncio, en todo nuestro modo de configurar el ser cristiano, de forma que algo así pudiera suceder. Hemos de hallar una nueva determinación en la fe y en el bien. Hemos de ser capaces de penitencia.

Debemos esforzarnos en hacer todo lo posible en la preparación para el sacerdocio, para que algo semejante no vuelva a suceder jamás. También éste es el lugar para dar las gracias de corazón a todos los que se esfuerzan por ayudar a las víctimas y devolverles la confianza en la Iglesia, la capacidad de creer en su mensaje. En mis encuentros con las víctimas de este pecado, siembre he encontrado también personas que, con gran dedicación, están al lado del que sufre y ha sufrido daño.

Ésta es la ocasión para dar las gracias también a tantos buenos sacerdotes que transmiten con humildad y fidelidad la bondad del Señor y, en medio de la devastación, son testigos de la belleza permanente del sacerdocio.

Somos conscientes de la especial gravedad de este pecado cometido por sacerdotes, y de nuestra correspondiente responsabilidad. Pero tampoco podemos callar sobre el contexto de nuestro tiempo en el que hemos visto estos sucesos. Existe un mercado de la pornografía referente a los niños, que de algún modo parece ser considerado cada vez más por la sociedad como algo normal. La devastación psicológica de los niños, en la que personas humanas quedan reducidas a artículos de mercado, es un espantoso signo de los tiempos.

Para oponerse a estas fuerzas debemos echar una mirada a sus fundamentos ideológicos. En los años setenta, se teorizó que la pedofilia era algo completamente conforme con el hombre e incluso con el niño. Sin embargo, esto formaba parte de una perversión de fondo del concepto de ethos.

Se afirmaba —incluso en el ámbito de la teología católica— que no existía ni el mal ni el bien en sí mismos. Existía sólo un «mejor que» y un «peor que». No habría nada bueno o malo en sí mismo. Todo dependía de las circunstancias y de los fines que se pretendían. Dependiendo de los objetivos y las circunstancias, todo podría ser bueno o malo. La moral fue sustituida por un cálculo de las consecuencias, y por eso mismo deja existir. Los efectos de tales teorías saltan hoy a la vista.

En contra de ellas, el Papa Juan Pablo II, en su Encíclica Veritatis Splendor, de 1993, señaló con fuerza profética que las bases esenciales y permanentes del actuar moral se encuentran en la gran tradición racional del ethos cristiano. Este texto se ha de poner hoy nuevamente en el centro de atención como camino en la formación de la conciencia. Toca a nosotros hacer que estos criterios sean escuchados y comprendidos por los hombres como caminos de verdadera humanidad, en el contexto de la preocupación por el hombre, en la que estamos inmersos.