25.12.10

Ha nacido el Mesías: discípulo ¡Levántate!

A las 1:31 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Defender la fe

Niño Jesús

Durante los últimos tres años en el día de navidad he mantenido la imagen que ilustra el artículo de hoy. La luz que nace al mundo no es una que lo sea, en exclusiva, cristiana sino que es, desde Dios, para el universo de seres humanos que somos hijos suyos. Es decir, para todos.

Evangelizar es necesario por el simple hecho de que Quien ha nacido necesita ser conocido. Es luz y es Dios.

Se suele decir que, cada año, por estas fechas, manifestamos ideas de cambio para nuestras vidas, ideas de llegar a ser mejores, de alcanzar dichas las cuales llenen nuestro corazón y lo ensanchen porque este es un momento adecuado para pedir lo que anhelamos que se cumpla. Tiempo es, pues, de soñar con los ojos abiertos que es la única manera de no quedarnos aislados del mundo y someternos a la realización de lo por alcanzar.

Pero también podemos tratar de ser, sin necesidad de excesos en el deseo, personas de las que se pueda decir enamoradas del hermano que ha nacido y que nació en su día para la eternidad; cumplidores de la palabra de Dios en el más pleno de los sentidos; acaparadores de la gracia del Padre que hacemos efectiva sin esconderla o dejarla de lado porque, quizá, entorpezca nuestra vida de seres humanos pegados a la tierra que pisamos porque nos gusta, en exceso, ser del mundo cuando no nos urge un auxilio espiritual ante un mal recibido o un daño causado.

Y, por decirlo de otra forma, podemos disfrutar del tesoro que María nos trae, acunado por su Fiat, y poder sentir la dulzura del nuevo ser en la tierra, su suave olor a gloria y a don que, ahora mismo, anticipadamente por conocido, podemos percibir si abrimos el alma para que emerja total a la superficie de nuestra vida y si sabemos mostrar nuestro rostro alegre, acogedor, franco ante el que lo necesita.

Por eso y para eso ha nacido la luz del mundo.

Otra, y gozosa vez, Dios se nos propone para que aceptemos a Quien ha nacido que se nos entrega para que le reconozcamos en nosotros y le entreguemos, a su vez, el oro seguro de su presencia, el incienso de su adoración y la mirra de su anunciado dolor que nos salvará, luego, ahora y siempre.

Con esos dones, que traerán aquellos que de oriente vinieron a adorar al Rey de Israel, bien podemos encarar nuestra vida con esperanza, llenar nuestro corazón con estruendos de luz y ver renacer de las cenizas del mundo nuestras buenas intenciones que, ahora, ven, de nuevo, su futuro.

Como luz viene y como luz establece su morada. Y como luz hemos de seguirlo, encandilados de su humanidad pequeña, conocedores como somos, de que está aquí desde siempre y que hoy, precisamente hoy, volvemos a recordar un hecho eterno que, en nuestro corazón, ha de repetirse a diario. Con Él, con este niño indefenso ante el hombre, necesitado de amor y cuidados, también nosotros nacemos al mundo y en Él hemos de fijar nuestra mirada y su pobreza, nace en una cueva cuando pudo nacer en un palacio, ha de decirnos algo, ha de significar algo en nuestro acomodado y tibio vivir.

Por eso tenemos que levantarlos y dejar de mirar el mundo como algo que no tiene remedio. Cristo vive y, es más, Cristo acaba de volver a nacer. Como discípulos suyos se lo debemos; como hermanos suyos lo necesitamos y como hijos de Dios otra cosa no podemos ni debemos hacer.

¡Feliz Navidad y Próspero Espíritu Nuevo!

Eleuterio Fernández Guzmán