27.12.10

Dos antropologías en conflicto (1)

A las 11:50 AM, por Daniel Iglesias
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1. Dos visiones del hombre

Occidente se presenta hoy como una civilización dividida, como una especie de campo de batalla entre visiones del hombre profundamente antagónicas entre sí; sobre todo dos: la antropología cristiana y la antropología individualista.

La antropología cristiana considera al ser humano como un animal racional, una unidad sustancial de cuerpo material y alma espiritual, un ser inteligente y libre, creado a imagen y semejanza de Dios. La inteligencia humana tiende naturalmente a la verdad (la adecuación del pensamiento a la realidad). El ser humano es capaz de conocer y de comunicar a otros la verdad de lo real. Además, la voluntad humana tiende naturalmente al bien y a la felicidad, y puede y debe alcanzarlos a través del ejercicio de su libertad. La felicidad no está en el egoísmo, sino en el don de uno mismo a los demás. El hombre ha sido creado libremente por Dios, por amor y para el amor: para conocer y amar a Dios y, en un mismo movimiento, también a los demás seres humanos. En la antropología cristiana, el amor no es una atracción bioquímica ni un sentimiento romántico, sino la búsqueda comprometida y perseverante del bien de la persona amada.

Por ejemplo, los siguientes textos de la Sagrada Escritura ponen de manifiesto esta visión cristiana del hombre:

• “Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco nadie muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor” (Romanos 14,7-8).
• “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su alma?” (Marcos 8,34-37).
• “Yo soy para mi amado y mi amado es para mí.” (Cantar de los Cantares 6,3).
• “Yo seré para él padre y él será para Mí hijo.” (2 Samuel 7,14).
• “Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y Él, Dios-con-ellos, será su Dios… Ésta será la herencia del vencedor: Yo seré Dios para él, y él será hijo para Mí.” (Apocalipsis 21,3.7).

La antropología individualista, en cambio, sostiene el ideal de un ser humano sin vínculos, ataduras, ni compromisos absolutos. Así se tiende a romper la debida relación del hombre con Dios (religión). Como el hombre es un mero animal, producto del azar, su existencia carece de un fin último objetivo, por lo cual en definitiva le conviene pasar la vida buscando el placer. El ser humano existe para sí mismo y busca siempre sólo y exclusivamente su propio bien, su propia felicidad. El amor cristiano, la búsqueda desinteresada del bien de la persona amada, no existe. El pretendido altruismo no es más que un egoísmo oculto o disfrazado. El amor es un tipo de atracción que busca en definitiva el propio placer, la propia felicidad. Esta visión del hombre se expresa, por ejemplo, en la siguiente cita de Fritz Perls, fundador de la Terapia Gestáltica: “Yo hago lo mío y tú haces lo tuyo. No estoy en el mundo para llenar tus expectativas. Y tú no estás en el mundo para llenar las mías. Tú eres tú y yo soy yo. Y si por casualidad nos encontramos es hermoso. Si no, no puede remediarse.”

El individualismo se relaciona con el relativismo, doctrina que niega la capacidad humana de conocer la verdad de lo real. La verdad ya no puede ser definida como adecuación del pensamiento con la realidad, ya que ésta es incognoscible; por lo tanto se reduce a mera coherencia: la adecuación del pensamiento consigo mismo. Al perder el acceso al terreno común de la realidad objetiva, independiente del sujeto, cada uno queda prisionero de sus propias ideas, de su propia subjetividad, en última instancia incomunicable.

El individualismo se relaciona también con el liberalismo y el utilitarismo. Al perderse de vista la relación de la libertad con la verdad, se tiende a absolutizar la propia libertad de elección, que no es vista ya como un medio para un fin (el libre don de uno mismo en el amor), sino como un fin en sí mismo. Además, se tiende a absolutizar el propio placer y a procurar la realización del individuo por medio de la satisfacción de todos sus deseos. (Continuará).

Daniel Iglesias Grèzes