28.12.10

Dos antropologías en conflicto (2)

A las 10:48 AM, por Daniel Iglesias
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2. Dos visiones del matrimonio

En el artículo anterior describí brevemente dos visiones del hombre claramente enfrentadas entre sí: la antropología cristiana y la antropología individualista. En el presente artículo veremos que esas dos antropologías dan lugar a dos visiones enfrentadas del matrimonio.

Según la antropología cristiana, el ser humano no existe por sí mismo ni existe sólo ni principalmente para sí mismo. Según un dicho de Nuestro Señor Jesucristo, “hay más alegría en dar que en recibir” (Hechos 20,35).

La antropología cristiana está en consonancia con la visión del matrimonio como una alianza de amor. Según la doctrina católica, el matrimonio es un consorcio de toda la vida entre un hombre y una mujer, ordenado por su propia índole natural al bien de los cónyuges y a la procreación y educación de los hijos (cf. Código de Derecho Canónico (CDC), canon 1055,1).

La causa eficiente del matrimonio es el mutuo consentimiento matrimonial. Éste es “el acto de la voluntad por el cual el varón y la mujer se entregan y aceptan mutuamente en alianza irrevocable para constituir el matrimonio.” (CDC, c. 1057,2). Se trata de una mutua entrega y aceptación total, absoluta e incondicional, que es ratificada y sellada (consumada) en la primera relación conyugal, mediante la cual los dos esposos se hacen “una sola carne” (Génesis 2,24).

Según la doctrina católica, las propiedades esenciales del matrimonio son la unidad, la fidelidad, la indisolubilidad y la apertura a la procreación. Para ser válido, el mutuo consentimiento debe tener por objeto el verdadero matrimonio, que incluye dichas propiedades esenciales. Por ejemplo, un matrimonio contraído con mentalidad divorcista (“me caso, pero si me va mal me divorcio”) es un matrimonio nulo.

No en vano el matrimonio ha sido considerado en todas las culturas (hasta nuestros tiempos) como una realidad sagrada. Según la doctrina católica, el contrato matrimonial válido entre dos bautizados se identifica con el sacramento del matrimonio. El matrimonio cristiano es signo e instrumento de la unión de amor fiel, indisoluble y fecunda entre Cristo y su Iglesia.

Según la antropología individualista, el ser humano existe en definitiva para sí mismo, busca siempre y en todo lugar nada más que su propia felicidad. Esta antropología es consistente con una visión del matrimonio como mero contrato. Se trataría de un simple intercambio de bienes y servicios entre los cónyuges y se diferenciaría de otros contratos por el hecho de implicar una cohabitación o convivencia de índole sexual.

Dado que –según esta visión– el matrimonio es un mero contrato, cuyas cláusulas no provienen de la naturaleza humana ni de un orden moral objetivo, sino de la voluntad de las partes contratantes, en el contexto de un consenso social mayoritario que la condiciona en parte, no se ve por qué (siempre y cuando se lograra ese consenso) el contrato matrimonial debería ser sólo entre un hombre y una mujer, y no, por ejemplo, entre dos hombres o dos mujeres. En esa misma línea, tampoco resulta claro por qué el matrimonio debería ser sólo entre dos personas, y no entre tres o más.

El carácter subjetivista de esta visión del matrimonio hace que tampoco la generación y educación de los hijos sea un fin esencial del pacto matrimonial. Por lo tanto, uno podría casarse legítimamente con o sin voluntad o deseo de tener hijos con su pareja. Tener o no tener hijos sería una cuestión en el fondo independiente del matrimonio: podría haber matrimonios que buscaran sólo una especie de disfrute egoísta entre dos, excluyendo positivamente la procreación; y también matrimonios que buscaran procrear mediante la intervención de terceros, ajenos al pacto conyugal.

En esta visión del matrimonio tampoco hay lugar para la indisolubilidad matrimonial. Al ser el matrimonio un mero contrato, parece normal que ese contrato pueda ser disuelto bajo ciertas condiciones, por ejemplo, por mutuo acuerdo de las partes. Más aún, el individualismo radical implica en último término la posibilidad de disolver el matrimonio por la sola voluntad de una cualquiera de ambas partes. Se produce así una banalización o trivialización del matrimonio, que termina siendo a menudo un contrato menos serio y exigente que el contrato con una empresa de telefonía móvil o de televisión por cable.

Es claro que un matrimonio así concebido ha perdido todo vestigio de carácter sagrado, por lo cual no es de extrañar que sea celebrado por medio de una ceremonia laica. (Continuará).

Daniel Iglesias Grèzes