31.12.10

Lo que más les molesta de Mons. Reig Pla es que dice la verdad

 

Desde que al obispo de Alcalá de Henares, Mons. Juan Antonio Reig Pla, osó decir que la violencia doméstica es menor dentro del matrimonio cristiano que en las uniones sentimentales no matrimoniales, la marea de críticas procedentes de la izquierda política, social y mediática-religiosa de este país ha inundado el panorama previo a la multitudinaria Misa de las Familias que se celebrará el próximo domingo en Madrid.

Como quiera que el obispo no fue a la rueda de prensa con una carpeta de datos estadísticos bajo el brazo, lo primero que le exigieron es que demostrara que lo que decía era cierto. El Instituto de Política Familiar se encargó de darle la razón al prelado alcalaíno, usando ni más ni menos que las estadísticas del Consejo General del Poder Judicial. Pero ya sabemos que para la progresía de este país la verdad es un elemento ajeno a su naturaleza. Si les sirve para sus propósitos, la acepta. Si les pone en evidencia, la rechazan, la manipulan o la ignoran.

El caso es que no hace falta ser obispo para intuir que una relación sentimental que se consagra con la intención de permanecer para siempre tiene muchas más posibilidades de ser estable que aquella que no quiere pasar por reconocimiento de ningún tipo. Los datos objetivos señalan que hay muchísimas más violencia en las parejas no casadas que en las que han pasado por la vicaría y/o por el juzgado. Y aunque no hay estadísticas oficiales separadas de matrimonios civiles y religiosos, no hace falta ser un lince para intuir que habrá menos problemas entre quienes se casan profesando una fe que equipara el matrimonio a la relación entre Cristo y su Iglesia que entre aquellos que no introducen en su unión dicha fe.

Por otra parte, Mons. Reig Pla no dijo en ningún momento que no pueda haber violencia en un matrimonio cristiano. De hecho, sabemos que la hay. Los católicos pecan. Y algunos, mucho. De hecho, es más vil el hombre que va a misa y luego pega a su mujer y/o maltrata a sus hijos que el incrédulo que hace lo mismo. Éste no tiene otro freno que el social para no cometer su infamia. Aquél se supone que tiene el freno de la moral evangélica. Es San Pablo quien dice “maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Ef 5,25) y “que cada uno ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer, que respete al marido” (Ef 5, 33). El mismo apóstol dice “padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la exhortación según el Señor” (Ef 6,4).

El problema es que vivimos en una sociedad post-cristiana en pleno proceso de apostasía, donde el matrimonio amenaza con convertirse en una institución caduca y minoritaria que se rompe a las mínimas de cambio y donde gran parte de las relaciones sentimentales están basadas en el egoísmo de quien ve al ser amado como objeto para la satisfacción propia y no como la persona a la que entregarse en cuerpo, alma y corazón. El amor ha pasado a ser sólo enamoramiento y pasión, que sin duda son elementos necesarios, pero que por sí solos no sirven para construir una relación estable en el tiempo. Además, la banalización de la sexualidad, que es presentada como una mera cuestión de ocio, cosifica aún más a los seres humanos, que desde la etapa de la adolescencia pasan a ser poco más que órganos genitales andantes preparados para la acción.

Hay quienes acusan a Mons. Reig Pla de ser poco prudente por introducir el factor de la violencia familiar en la rueda de prensa que presentaba la Misa de las Familia. Pero no nos olvidemos que Cristo nos llamó a ser sal de esta tierra y luz del mundo. Cuando hay heridas y las tinieblas abundan, la sal hace “pupa” y la luz molesta. Los que quieren una Iglesia políticamente correcta no han entendido el mensaje de Cristo y de los apóstoles. Que eso les ocurra a los que no son de la fe es comprensible. Que les pase a los que son hijos de la Iglesia, indica que tienen un grave problema de discernimiento espiritual y yo diría que hasta moral. La naturaleza profética de la Iglesia es incompatible con las posturas acomodaticias de una sociedad y un régimen político que se oponen al Reino de Dios.

Si alguien duda de lo que en la última frase del anterior párrafo, que se lea la noticia que dimos hace un par de días. La Abogacía del Estado reconoce que la asignatura Educación para la Ciudadanía impone una moral estatal y, aún más importante, aseguraba que “la concepción filosófica que presupone la democracia es el relativismo". Pues bien, el relativismo es incompatible con la fe católica. Si el Estado quiere imponerlo a la sociedad, y sobre todos nuestros hijos, es nuestro deber rebelarnos. No es de extrañar que a ese estado le molesten las familias cristianas. Son el último baluarte a derribar para lograr su victoria. La misma llevaría a la desaparición de la civilización tal y como la entendemos, pero a ellos le da igual. El odio a Cristo y la Iglesia es superior a su instinto de supervivencia. Gracias a Dios, en Colón se demostrará este domingo que están muy lejos de lograr su objetivo. Al fin y al cabo, el futuro, siquiera por una mera cuestión de natalidad, es nuestro.

Luis Fernando Pérez Bustamante