Los recelos con que la diócesis acogió al obispo siguen latentes, aunque sosegados

La era Munilla en Gipuzkoa: Año I

Las polémicas generadas en torno al nuevo prelado han marcado este año en la Iglesia de Gipuzkoa

Redacción, 09 de enero de 2011 a las 09:17
 

Desde la premisa de que reflexionar sobre el primer año del obispo José Ignacio Munilla al frente de la diócesis de San Sebastián es una labor compleja y con aristas que escapan del 'blanco o negro' al que tendemos a reducir cualquier cuestión, sí es cierto que los recelos originados en el seno de la Iglesia guipuzcoana por la llegada de un prelado considerado poco afín a la diócesis no han desaparecido.Lo cuenta Amaia Chico en Diario Vasco.

La decisión de algunos párrocos y miembros destacados de la diócesis de declinar la invitación a valorar los primeros pasos de Munilla invita a pensar que las discrepancias internas permanecen aunque, más allá de los pronunciamientos conjuntos que se han publicitado, la prudencia o la responsabilidad por no minar una institución que ya de por sí pasa por horas bajas aconseja no abrir más frentes. Eso y la convicción de que el fondo compartido, la creencia en Jesucristo y la misión evangelizadora, debe primar por encima de cualquier desavenencia puntual.

Lo que nadie niega, por obvio, es el año «complicado» o «intenso» -según interpretaciones- que ha vivido la diócesis desde que en diciembre de 2009 se anunciara la llegada del nuevo obispo y, el 9 de enero de hace un año, Munilla tomara posesión de su cargo en una celebración que hoy se conmemorará con una eucaristía solemne en la catedral del Buen Pastor.

Un año que comenzó con la alargada resaca que dejó una carta firmada por el 77% de los párrocos advirtiendo de la «deriva» pastoral que podía acarrear con él Munilla y que ha continuado con otros comunicados públicos en los casos del libro de José Antonio Pagola, una de cuyas ediciones fue retirada de las librerías, y la polémica con el ex franciscano Joxe Arregi. Un aterrizaje forzoso que el obispo, que prefiere eludir balances, parece haber aceptado sin mayor preocupación, pero que en el resto de la diócesis se sigue digiriendo con más o menos facilidad.

«Hay que pasar del 'munillacentrismo' y ocuparnos de nuestros verdaderos retos: la transmisión del evangelio y trabajar en un proyecto común, porque encima que somos pocos no vamos a andar a tortas», reclama el joven laico Mikel Iraundegi, que ha pasado de encabezar la delegación de Juventud con Juan María Uriarte a ser responsable de la pastoral de familia con Munilla.

Iraundegi aboga por superar los «personalismos» y asumir «con responsabilidad y diálogo» una transición que en la Iglesia «tiene un ritmo diferente al de otras instituciones». «Una diócesis tiene al obispo como cabeza pero no se agota en él», insiste, intentando aportar una perspectiva serena que evite el riesgo de «reducir la dinámica cristiana» a la figura de una sola persona.

El delegado de familia, que confía en que «el tiempo vaya amansando los ánimos y las inquietudes», recomienda que «ni se satanice ni se idolatre» a un obispo que, en su opinión, necesita de su diócesis y que, por otro lado, «nos pide que de forma madura todos colaboremos» en que la Iglesia guipuzcoana afronte su principal problema: «los parados, las víctimas de violencia, las personas marginadas, el egoísmo y la falta de solidaridad».

«Crisis de esperanza»

Para Iraundegi, más allá de polémicas que considera «infértiles», la diócesis guipuzcoana debe ocuparse de la profunda «crisis de esperanza» que, a su juicio, existe en la sociedad e intentar llegar a ella de forma más eficaz. «La Iglesia necesita una reforma, purificarse y venderse mejor, pero sin caer en el photoshop. No es un producto sujeto a la cultura de la oferta y la demanda», dice. «El magisterio de la Iglesia no es una mercancía que se pueda manipular sin más dependiendo de las circunstancias».

La preocupante falta de vocaciones y la casi nula presencia de jóvenes en las parroquias no desesperanza, sin embargo, a este arduo defensor del Evangelio. «Soy muy optimista, es recuperable, porque el Evangelio es lo mejor que hay», dice, y cree que quien lo descubra ya no podrá renunciar a él.
El llamamiento a la «unión» que realiza Iraundegi no pasa desapercibido para el obispo y su diócesis, donde este joven donostiarra de 33 años percibe esfuerzos por entenderse.

También ha notado gestos, aunque reconoce que la desconfianza continúa entre la mayoría de los párrocos que firmaron la famosa carta, Xabier Andonegi. El párroco de San Pedro Lasarte y director del Instituto de Ciencias Religiosas Pío XII fue uno de los 131 firmantes de aquella misiva y, aunque reconoce que la «comunión» entre todos «pende aún de hilos», sí ha visto comportamientos «positivos» por parte de la nueva dirección diocesana a la hora de formar el organigrama interno en el caso del Consejo Presbiteral -elegido hace un mes por votación entre los sacerdotes- y el Consejo Pastoral -formado por laicos, y que será nombrado el próximo mes-.

El mayor reto para este año será consensuar el plan pastoral para los próximos cinco años, es decir, las líneas maestras de la acción eclesiástica en el territorio, un programa en el que, los 'críticos' -por utilizar una denominación- temen un intento por «volver a lo de nuestros abuelos, a una rama más espiritualista», y no mantenerse fieles al modelo de Iglesia que parte del Concilio Vaticano II. «Esa es la controversia de fondo», afirma Andonegi, quien reconoce que se ha creado «algún grupo de cristianos» y una página web en favor de que la diócesis guipuzcoana camine por esa senda.

El párroco asegura que en el ánimo de los sacerdotes no está buscar una «confrontación directa» con el obispo, aunque sí confiesa que se mantienen vigilantes ante sus decisiones para «que se mantenga la línea que se viene trabajando». La percepción de que el objetivo final de Munilla es «encauzar» la diócesis por derroteros diferentes permanece latente pese al diálogo y las declaraciones en favor de la unidad que ha realizado el obispo a lo largo de este año. «En la elaboración del plan quinquenal, se verán los intentos de consensuar. Es el cedazo que hay que pasar», indica.

Las formas y el fondo

Esa preocupación por las formas con las que la Iglesia debe actuar en la sociedad no es lo más relevante para el delegado de Juventud de la diócesis. Ibon Elósegui defiende que lo importante «es el fondo», más allá del modo de hacer que tenga cada prelado designado por el Vaticano. Porque el fondo, argumenta, es común a todos: «transmitir el amor de Dios por los hombres, y transmitir el Evangelio». Por eso, asegura que «no existe una ruptura» ni existe «un viraje» ya que el ministerio de todos los obispos es el mismo.

Para Elósegui, es preciso pasar de los «cotilleos que tanto nos gustan y ser serios», porque «perder la unidad, aunque no estés de acuerdo en todo, sería perder la perspectiva de que Cristo está en medio». «Un matrimonio irá bien si nuestro amor es incuestionable, a pesar de las peleas puntuales», añade a modo de metáfora. El delegado de Juventud niega que exista «rebelión» alguna y pone el foco en lo que pasa de puertas afuera de las iglesias.

«El problema es cómo anunciar el evangelio al hombre del siglo XXI, al que parece que no le llega», dice el responsable de un área, la juvenil, desconectada cada vez más de la Iglesia. «Tenemos una tarea difícil porque la realidad con los jóvenes es muy pobre, preocupa su dispersión y falta de filiación a cualquier cosa», dice, mientras comienza los preparativos para la llegada en agosto de 6.000 jóvenes católicos a Gipuzkoa como paso previo al Encuentro Mundial que se celebra en Madrid. «Ése es nuestro reto».