14.01.11

El Purgatorio: El amor que purifica

A las 11:37 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

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Resulta un fenómeno muy curioso que unas palabras del papa sobre el purgatorio despierten el interés de los medios de comunicación social. ¿Creemos o no creemos? Quizá creemos, o necesitamos creer, más de lo que estamos dispuestos a admitir pacíficamente. ¿Existe otra vida? ¿Hay vida más allá de lo que lo que habitualmente llamamos “vida”? Son preguntas que no podemos dejar de formular.

Los católicos creemos que los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, aunque imperfectamente purificados, sufren después de su muerte un proceso de acrisolamiento. Esta purificación final es llamada “purgatorio”. No se trata de un infierno provisional, sino de algo completamente distinto.

La Iglesia, basándose en algunos textos bíblicos (2 M 12,40-45; Mt 5,26; 1 Co 3,15 y 1 P 1,7), ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio, sobre todo en los concilios de Florencia y de Trento.

Al mismo tiempo, no ha dejado de orar por los difuntos, ofreciendo sufragios en su favor para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios.

Una cosa es el dato esencial de la fe y otra su elaboración teológica a lo largo de la historia. La teología contemporánea, sin negar nada de lo que la ha precedido, comprende el purgatorio en una perspectiva cristológica, antropológica y eclesial.

Desde el punto de vista cristológico, se subraya la importancia de “estar con Cristo”. Antropológicamente, se incide en la dimensión subjetiva del arrepentimiento. Eclesiológicamente, el acento recae sobre la dimensión penitencial de la Iglesia.

La doctrina del purgatorio incide, por encima de cualquier otra consideración, en la “solidaridad vital” que nos une a los que aún peregrinamos en el mundo con los que, casi, han llegado a la meta. Con los que se encuentran en “la antesala”, en un estadio preliminar a la visión de Dios.

Santa Catalina de Génova, ha recordado el papa Benedicto XVI, ha expresado la realidad del purgatorio con ayuda de categorías nuevas. No ha incidido en representaciones “espaciales”, si no, más bien, ha hablado del purgatorio como de un fuego “interior”; es decir, de un camino “de purificación del alma hacia la comunión plena con Dios”.

La fe en la existencia del purgatorio nos debe llenar de esperanza. Ante el encuentro con Cristo , toda falsedad se deshace: “Es el encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. En ese momento, todo lo que se ha construido durante la vida puede manifestarse como paja seca, vacua fanfarronería, y derrumbarse.

Pero en el dolor de este encuentro, en el cual lo impuro y malsano de nuestro ser se nos presenta con toda claridad, está la salvación. Su mirada, el toque de su corazón, nos cura a través de una transformación, ciertamente dolorosa, «como a través del fuego». Pero es un dolor bienaventurado, en el cual el poder santo de su amor nos penetra como una llama, permitiéndonos ser por fin totalmente nosotros mismos y, con ello, totalmente de Dios.

Así se entiende también con toda claridad la compenetración entre justicia y gracia: nuestro modo de vivir no es irrelevante, pero nuestra inmundicia no nos ensucia eternamente, al menos si permanecemos orientados hacia Cristo, hacia la verdad y el amor. A fin de cuentas, esta suciedad ha sido ya quemada en la Pasión de Cristo. En el momento del Juicio experimentamos y acogemos este predominio de su amor sobre todo el mal en el mundo y en nosotros. El dolor del amor se convierte en nuestra salvación y nuestra alegría.

Está claro que no podemos calcular con las medidas cronométricas de este mundo la «duración» de este arder que transforma. El «momento» transformador de este encuentro está fuera del alcance del cronometraje terrenal. Es tiempo del corazón, tiempo del «paso» a la comunión con Dios en el Cuerpo de Cristo. El Juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque es gracia” (Spe salvi, 47).

Guillermo Juan Morado.