19.01.11

La gran aventura de la reforma cisterciense (I)

A las 11:54 AM, por Alberto Royo
Categorías : Monacato

ROBERTO, ESTEBAN Y ALBERICO, LOS TRES PILARES

 

El esplendor de los monjes cluniacenses nunca se había visto en la historia del monacato, ni se ha vuelto a ver. Sus diez mil monjes, esparcidos por toda Europa, poseían monasterios opulentos, con posesiones inmensas; y disfrutando del favor de los reyes y de los Papas, ejercían poderosa influencia, tanto en lo religioso como en lo político, en lo social y en lo cultural. Los mismos obispos manifestaron al Papa Calixto II el temor de quedar obscurecidos por aquellos abades que lo invadían todo.

Sus monasterios, de magnífica arquitectura románica, atestiguan todavía su antigua grandeza, con sus riquísimos templos de ábside semicircular y torres esbeltas, en torno a los cuales se abrían los claustros y se apiñaban las oficinas y demás estancias monacales. En sus granjas y fincas rurales se explotaban la agricultura y la industria por medio de siervos y colonos. Sus escritorios eran talleres de fecundo trabajo intelectual y artístico.

Pero a comienzos del siglo XII la riqueza y la ociosidad habían sumido a Cluny en un cierto torpor espiritual y aun en lamentable decadencia religiosa y cultural. Y como los monasterios se multiplicaron tanto, no era fácil visitarlos ni vigilarlos de lejos, y así fue languideciendo la observancia. No se pueden tomar a la letra, ni menos universalizar, las fuertes acusaciones de San Bernardo contra los cluniacenses en materia de comida, vestido o boato externo, pero sin duda sus palabras son sintomáticas.

Es curiosos advertir que en esa decadencia influye de algún modo el exceso de lo que parecía más santo y sustancial de Cluny: La liturgia, a la cual se dedicó ya un artículo. Afirma J. Leclercq, benedictino y gran experto en el monacato medieval, en su biografía del Abad Pedro el Venerable: “Su complicada reglamentación, su prolijidad exagerada, debían traer como consecuencia la desaparición del espíritu interior. La organización, que al principio hizo el renombre de Cluny, se había convertido en un ejercicio mecánico. Con sus letanías, con sus preces, con sus procesiones, con sus continuas oraciones por los reyes, los abades, los bienhechores y los difuntos, el oficio había llegado a prolongarse de tal modo, que el monje apenas tenía tiempo para hacer otra cosa. Era lo contrario del espíritu de San Benito, cuando ordenaba con tanta discreción que la oración en comunidad debía ser breve, regla de oro de la cual sólo podía salirse el individuo por impulso especial de la divina gracia. Hasta Pedro el Venerable nos habla del aburrimiento y de la prolijidad.”

La reacción vino pronto, antes de acabar el siglo, aunque externa a Cluny, en el movimiento pauperístico representado por Roberto de Arbrissel, por Bernardo de Abbeville, Vital de Tierceville o Guillermo de Vercelli, fundador de Monte Vergine por ejemplo, que se retiraron a la soledad para instituir congregaciones benedictinas de rígida observancia. Pero estas reformas a la larga tuvieron una difusión limitada, sin duda incomparable con la que tendrá la reforma cisterciense.

Roberto de Molesmes, monje bendcitino, a los 15 años había ingresado en la abadía de Montier-la-Celle, de la que llegó a ser el prior. Hacia el año 1060 fue nombrado abad de Saint Michel-de-Tonnerre, pero no fue capaz de reformar dicha abadía, que se había relajado mucho, por lo que regresó a Montier-la-Celle. Algunos eremitas que vivían en el bosque de Colan, cerca de Troyes, le pidieron que dirigiera un nuevo monasterio. Obtuvo la autorización del Papa Gregorio VII para fundar un monasterio en Molesmes en el año 1075.

La construcción consistía inicialmente de unas simples chozas hechas con ramas, que rodeaban una capilla dedicada a la Santísima Trinidad. Esta comunidad se hizo rápidamente conocida por su piedad y santidad. Debían vivir austeramente, de lo que producían los campos, por ellos mismos personalmente cultivados, sin recibir diezmos ni ejercitar ministerio alguno fuera del monasterio. A Molesmes llegó como huésped el distinguido canonista y doctor (écolâtre) de Reims, Bruno, quien en 1082, se colocó él mismo bajo la dirección de Roberto, antes de fundar la celebrada orden de Chartreux (Cartuja).

Pero la comunidad creció y comenzó a aumentar su riqueza con donaciones como las del duque de Borgoña que les cedió los bosques cercanos al monasterio, lo que atrajo a monjes poco piadosos que dividieron a los hermanos. Roberto quiso alejarse de Molesmes dos veces, pero el Papa le ordenó volver. Sin embargo, en 1098 Roberto, aún incapaz de reformar a sus rebeldes monjes, obtuvo de Hugo, arzobispo de Lyons y Le gado de la Santa Sede, autoridad para fundar una nueva orden conforme a nuevas reglas. Veintiún religiosos dejaron Molesme y alegremente se pusieron en camino hacia un lugar deshabitado llamado Cîteaux en la diócesis de Chalons, y la abadía de Cîteaux fue fundada el 21 de Marzo de 1098.

Feliz estaba San Roberto en la nueva fundación cuando, dejados a sí mismos, los monjes de Molesmes apelaron al Papa en 1100, y Roberto fue reestablecido en Molesme, que desde entonces llegó a ser un ardiente centro de vida monástico. Roberto murió el 17 de Abril de 1111 y fue sepultado con gran pompa en el iglesia de la abadía. El Papa Honorio III en 1222, mediante Cartas Apostólicas, autorizó su veneración en la iglesia de Molesme y poco después esa veneración se extendió a la Iglesia entera mediante un Decreto pontificio.

Cuando San Roberto fue llamado nuevamente a Molesmes, otros santos monjes tomaron las riendas de Citeaux, Alberico como abad y Esteban Harding como prior.De Alberico poco sabemos sobre su infancia y juventud, solamente que desde joven quiso ser monje e hizo su deseo realidad bajo la guía de Roberto. A la muerte de Alberico (1110), Esteban, que estaba ausente del monasterio en ese momento, fue electo abad. Nacido en Inglaterra, de padres ricos y nobles, se había educado con los monjes en el condado de Dorset. Al salir de la abadía, viajó a Escocia, a París y a Roma. Vuelto a Francia con un amigo, en Lyón tuvo noticias del monasterio benedictino de Molesmes, fundado por san Roberto en 1076, en Langres. Se encontró allí con el fundador y con Alberico, con quienes más adelante había de fundar la orden del Císter. Los tres tenían el mismo ideal: consagrarse a la oración, la penitencia y la pobreza.

Durante su tiempo de Abad, el número de monjes se redujo sobremaners, dado que no habían ingresado nuevos miembros para reemplazar a los que habían fallecido. Esteban, sin embargo, insistió en retener la estricta observancia instituida originalmente y, habiendo ofendido al duque de Borgoña, gran promotor de Cîteaux, al prohibir a él y a su familia penetrar al claustro, se vio incluso forzado a pedir limosna de puerta en puerta. Parecía que la fundación estaba condenada a morir cuando (1112) San Bernardo, con treinta compañeros, se unió a la comunidad. Esto resultó ser el inicio de una extraordinaria prosperidad.

Al año siguiente Esteban fundó su primera colonia en La Ferté, y hasta antes de su muerte había establecido un total de trece monasterios. Sus talentos como organizador eran excepcionales, instituyó el sistema de capítulos generales y visitas regulares para asegurar la uniformidad en todas sus fundaciones, redactó la famosa “Constitución o Carta dela Caridad”, una colección de estatutos para el gobierno de todos los monasterios unidos a Cîteaux, que fue aprobada por el Papa Calixto II en 1119. Afirma L. J. Lekai, que los fundadores de Cister intentaron volver a una interpretación más nítida de la Regla. Sus esfuerzos no dieron por resultado la restauración de la vida monástica tal como era en el siglo VI, sino el comienzo de la una vida fuertemente influenciada por los ideales del monacato pre-benedictíno. La búsqueda de mayor soledad, pobreza y austeridad obraron. seguramente como incentivos poderosos para Roberto y sus compañeros.

En 1133 Esteban, ahora anciano, enfermo y casi ciego, renunció al puesto de abad, designando como su sucesor a Roberto de Monte, quién fue consecuentemente electo por los monjes. La elección del santo, sin embargo, resultó desafortunada y el nuevo abad retuvo el puesto sólo dos años. Falleció Esteban al año siguiente, 1134, y fue enterrado en la misma tumba que su querido predecesor, Alberico. (continúa)