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Servicio diario - 29 de enero de 2011

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Las confesiones del nuevo arzobispo de Santiago de Chile

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De dioses y hombres - Por la libertad religiosa

Más de un siglo del Pontificio Colegio Español de Roma

Las redes sociales entran en el magisterio pontificio


Entrevistas


Las confesiones del nuevo arzobispo de Santiago de Chile
Entrevista con monseñor Ricardo Ezzati
SANTIAGO, sábado, 29 de enero de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos la entrevista que ha ofrecido través del Área de Comunicación de la Congregación Salesiana monseñor Ricardo Ezzati, nuevo arzobispo de Santiago.


--¿Cómo se siente?


--Monseñor Ezzati: Sereno, me siento en las manos de Aquél que me ha llamado, y por consiguiente muy confiado en la conducción del Espíritu, porque la Iglesia no es mía, la Iglesia es de Jesucristo, quien la anima es el Espíritu y, por consiguiente, creo que obedecer a la conducción del Espíritu y en creer fuertemente que Jesús es el único Buen Pastor está también la base de mi confianza.

--En los momentos en que se conoció la noticia de su nombramiento, en su mensaje señaló: "es un llamado que me ha llenado de temor y al mismo tiempo de mucha esperanza", habló también de "abandonarse en el Señor", ¿puede uno abandonarse un 100% en el Señor o queda siempre algo de temor?

 

--Monseñor Ezzati: Sí, el temor acompaña siempre en la vida, en cualquier empresa audaz, y en la empresa de ponerse tras Jesús para participar en la misión que Él nos confía, es una empresa difícil, infinitamente superior a las fuerzas que uno tiene y, por consiguiente, siempre hay un dejo de temor. Pero es un temor que hace bien, porque permite abrirse justamente a la confianza, permite poner la propia esperanza, no tanto en las fuerzas humanas, no tanto en las capacidades personales, cuanto más bien en la gracia de Dios. Y la tarea fundamental del Obispo es justamente la de estar a disposición del Señor para que Él pueda llegar al corazón de todas las personas, y estar a disposición de las personas para que ellas puedan encontrarse con el corazón de Dios y puedan vivir esa alianza de Dios, que Él quiere como meta de felicidad para todos los hombres y todas las mujeres. Por consiguiente, la tarea del Obispo es un poco esa tarea: de ser puente entre un Dios que se quiere comunicar a los hombres y quiere comunicar todo su proyecto de amor, y los hombres y las mujeres de hoy que necesitan también encontrar, en Dios, la razón última y más profunda de su existencia, para enfrentar también los desafíos que nunca faltan en la vida.

--Hablemos en este minuto, no del Obispo, hablemos de Ricardo Ezzati, ¿qué sintió, en quién pensó, a quién recordó en el momento en que conoció la noticia del nombramiento del Santo Padre?

 

--Monseñor Ezzati: Por supuesto por la mente de uno pasa toda una historia (respira profundo y habla pausado). En ese momento yo recordé sin duda alguna, en primer lugar, la familia, la sencillez de la familia y al mismo tiempo la profundidad de fe que se vivía en ella. Recordé cómo mi madre ha sido el instrumento providencial para que yo pudiera conocer a Jesús, lo pudiera amar y lo pudiera seguir. Pensé en la parroquia donde desde niño fui acogido con mucho cariño y al mismo tiempo con una capacidad pedagógica y pastoral extraordinaria, pensé en la comunidad salesiana que me acogió como joven para formarme en el espíritu del Evangelio como seguidor de Don Bosco, pensé en tantas y tantas personas que han acompañado mi vida desde el hogar, la Congregación, la vida de la Iglesia, las relaciones que uno ha ido entablando a lo largo de toda su vida y cada una de ellas ha sido para mí una manifestación de la cercanía de Dios. De manera muy particular en esos momentos yo hice un recorrido por mi mente. Pasé delante del cuadro de María Auxiliadora en Turín, pasé por el altar donde se veneran los despojos mortales de San Juan Bosco, y sentí que realmente esta llamada que el Señor me ha hecho tiene sus raíces más profundas y más sensibles también en mi vida, en la vocación salesiana que el Señor me ha regalado. Nunca he dejado de ser salesiano, nunca he dejado de reconocer que lo que yo soy se lo debo a mi familia religiosa que ha hecho lo imposible para formar en mí un corazón de padre y pastor, al estilo de San Juan Bosco, y me alegra inmensamente que este carisma, este don del espíritu que se ha revelado en San Juan Bosco y continúa en aquellos que el P. Viganó llamaba "sus sucesores", es decir todos los salesianos, pueda prestar un servicio a la Iglesia y en particular a esta Iglesia de Santiago, que ya ha conocido el carisma salesiano en el pastoreo providencial del Cardenal Raúl Silva Henríquez.

--¿Se siente usted un segundo Silva Henríquez?

 

--Monseñor Ezzati: No, creo que Silva Henríquez hay uno solo, al él le tengo una admiración muy profunda, yo soy de alguna manera hijo espiritual del Cardenal, porque he aprendido de él muchísimas cosas. Y al mismo tiempo, sobre todo en la última etapa de su vida, me siento un poco por elección suya, padre del Cardenal en cuanto que él, en su bondad, me escogió para que fuera su director espiritual, su acompañante espiritual en momentos muy delicados de su ministerio episcopal. También en ese sentido se mezclan en mí dos grandes sentimientos. El más grande sin duda es el del discípulo, del hijo que aprendió de un gran padre cómo se realiza la vocación de pastor con estilo salesiano, y al mismo tiempo la experiencia de haber contribuido, muy limitadamente eso sí, en algunos momentos de su vida en el discernimiento espiritual de sus opciones.


--Dicen las Santas Escrituras que somos "barro en manos del Alfarero." Durante su misión de Pastor, cuáles diría usted que son los aspectos fundamentales de su personalidad, de su carácter, que se han podido moldear en manos de este "Alfarero".

 

--Monseñor Ezzati: Es una pregunta muy difícil que toca lo más íntimo de la experiencia cristiana, de la propia vida. Yo creo que el Señor, a pesar de mis resistencias, ha sido un excelente alfarero. No es que la obra esté terminada, me siento muy identificado con lo que San Pablo escribía a su comunidad: "no es que yo haya llegado a la meta", estoy caminando hacia la meta, esforzándome para... yo creo que el Señor me ha ayudado y me está ayudando enormemente a formar en mí un corazón de padre, de hermano y de amigo. Pienso que una de las características que he aprendido también del espíritu salesiano y que es propia del ministerio episcopal es justamente la paternidad, "Llámenme padre y esto me basta" decía Don Bosco, y yo creo que para mí también esta es la experiencia que me toca más a fondo, llámenme padre, siéntanme padre y eso me basta. Porque con la paternidad que refleja la de Dios uno puede llegar al corazón de las personas, puede comprender, puede perdonar, puede animar, puede tender una mano, puede de alguna manera devolver la vida allí donde no estaba. Creo que el Señor me ha regalado un gran don, el don de haber formado en mí este corazón de padre, espero ser todavía mucho más obediente, mucho más dócil a este trabajo que el Señor quiere profundizar en mí.

--En las entrevistas aparecidas en estos días en la prensa nacional, se lo describe con variadas características: algunos dicen que es usted un "hombre de consenso", se dice también que es un "pastor abierto a los temas modernos", o "el hombre más fuerte de la Iglesia Católica", se lo define también como "facilitador"... ¿cuál le acomoda más?


--Monseñor Ezzati: La característica que más me representa en estos momentos es la de ser Pastor, Obispo. El Pastor, Obispo es un pontífice que con mucha humildad está llamado a ser icono de Jesús Buen Pastor y Pontífice, y el pontífice es aquel que tiende puentes, que une orillas y a mí me parece que es fundamental la misión del Obispo como puente entre, quienes creen y quienes no creen; entre una cultura fundada en el Evangelio y una cultura laicista; entre quienes están en una postura social, política, y quienes están en otra. Puede llamar la atención en la Iglesia de Chile de estos últimos años, muy a menudo la figura de algún obispo ha sido invitada a facilitar el encuentro. Yo he forjado el término facilitador del diálogo, porque justamente el obispo no se sustituye a las orillas, sino que busca unir orillas, y yo creo que esta tarea es eminentemente evangélica, hace presente lo que la Gaudium et spes dice de la Iglesia: que los cristianos hacemos propias los gozos y las esperanzas, las angustias y las tristezas del hombre y de la mujer de hoy. La figura del Obispo es como la figura de Jesús, quiere crear comunión, una comunión profunda, que no es simplemente un pacifismo, sino una comunión que tenga cimiento real en esos valores profundos, humanizadores y diría divinizadores, que Jesús nos ha presentado en el evangelio.


Creo que la figura del "Obispo puente", la figura del Obispo que facilita el diálogo, el encuentro, es justamente lo que más me identifica. Cristo es sacramento del encuentro de Dios con los hombres y de los hombres entre sí, y así es también la Iglesia y esa es la tarea de todos los cristianos y en particular también del obispo, ser vínculo de comunión y de comunión profunda.


--Monseñor, y el tener la responsabilidad de la Arquidiócesis de Santiago y también la Presidencia de la Conferencia Episcopal, ¿hace más pesada la carga?


--Monseñor Ezzati: Por supuesto que es pesada, pero tratándose de la Iglesia, como decía San Juan Bosco, mi Padre y Fundador, nunca es demasiado. Estoy profundamente convencido de ello. La vocación salesiana me ha llevado a consagrar la vida al servicio de los jóvenes, la imagen de Don Bosco que les dice a sus jóvenes que todo lo que es él, que estudia y trabaja por ellos incansablemente, me marca profundamente y es una invitación justamente a entregar todas las energías que el Señor me ha regalado al servicio del Reino de Dios en la Iglesia. Por consiguiente, el hecho de que los obispos hayan pensado en mí para la presidencia de la Conferencia Episcopal, más que un honor es una invitación a vivir de verdad lo que significa una entrega al servicio de la Iglesia que sea real, y en este caso la unión con el Arzobispado de Santiago no es cosa nueva, el Cardenal Caro, después el Cardenal Silva, el Cardenal Fresno, el Cardenal Oviedo y el Cardenal Errázuriz han sido también presidentes de la Conferencia Episcopal. La única diferencia es que en mi caso primero se dio la elección como presidente de la Conferencia Episcopal y después el nombramiento como Arzobispo. La Conferencia tiene un Comité Permanente muy preparado y muy adecuado para la misión, tiene una comisión de pastoral muy eficiente y por consiguiente el trabajo que voy a poder desarrollar es empeñativo, pero al mismo tiempo es un trabajo que me permite confiar en los colaboradores, en los demás obispos que están aportando lo mejor de sí para que la Iglesia en Chile sea esa luz que ilumine y esa esperanza que abra camino para la gente que habita en nuestro país.


--Pastoralmente hablando, ¿qué necesita Santiago?


--Monseñor Ezzati: Lo hemos dicho no solamente de Santiago sino de todas las diócesis del país y lo hemos dicho también para la Iglesia que peregrina en América Latina: Necesitamos ser discípulos y misioneros de Jesús para que en Él nuestro pueblo tenga vida abundante.

 

Los elementos son muy claros, discípulos y misioneros. Como dijo el Papa, dos caras de la misma medalla, discípulos y misioneros de Jesucristo, y por consiguiente no sólo de una ideología , de una doctrina, sino de una persona, el Hijo de Dios que interpela mi vida, nuestra vida para que esa interpelación y esa fe puesta en Él sea el principio de una vida abundante que es el proyecto del Padre para todo nuestro pueblo. Yo creo que la primera gran necesidad que nuestra Iglesia de Santiago, las diócesis de Chile y de América Latina tiene, es la de crecer en la línea que hemos mencionado.

Una segunda cosa que me parece importante: las estadísticas nos dicen que los católicos en particular, según dicen los diarios hemos perdido cuota sociológica. Eso no es lo fundamental, sin embargo es un signo que debe llamarnos poderosamente la atención. ¿Y qué pasa? Pasa que la Iglesia de Jesucristo que es de ayer, de hoy y de siempre como lo es el mismo Señor, está enfrentando una cultura totalmente nueva, un cambio cultural muy radical, y en este cambio muchas veces han caído elementos esenciales junto con elementos accidentales. Lo preocupante es que junto a los elementos accidentales que pueden cambiar y que no hay ningún problema para que cambien a no ser que sea simplemente conmoción exterior, el hombre y la mujer han perdido el horizonte de valores que son fundamentales, y entonces la Iglesia, que es "Sacramento" es decir "signo", y signo de una realidad que la supera inmensamente, porque es signo de la salvación que Dios nos envía y eso es un misterio, pero al mismo tiempo es un signo concreto, visible, para los hombres y las mujeres de cada tiempo. El desafío de la Iglesia es hacer que su "ser signo" de comunión con Dios y entre los hombres, llegue a ser comprensible, significativo para el hombre y la mujer de hoy. Y es por eso que Aparecida invita a una gran conversión pastoral, que nazca primero de la conversión personal, eclesial, íntima, pero que busque los caminos pedagógicos necesarios para que este gran misterio de salvación que Dios nos ofrece, sea de verdad una llamada, una invitación para el hombre y la mujer concretos que viven en esta cultura de hoy. Y la Iglesia, toda la Iglesia, laicos, presbíteros, religiosos, consagrados y consagradas, obispos, estamos llamados a prestarle al Señor este gran servicio. El servicio de hacer lo más que sea posible, comprensible el misterio del amor de Dios a los hombres ya las mujeres de hoy. Un desafío enorme que, vuelvo a decir, es tarea de todos los cristianos: todos los bautizados tenemos que sentirnos mucho más responsables de transmitir nuestra experiencia de fe a hombres y mujeres que viven en la cultura de hoy, que están bombardeados por los antivalores que la sociedad de hoy en día pregoniza como camino de plenitud y felicidad. Esa es la gran tarea. El Papa Benedicto XVI nos ha invitado a vivir el cristianismo como algo bello, como algo que plenifica y de ello somos responsables los cristianos, los miembros de la Iglesia de hoy.



--Y dentro de esta misión que tenemos todos como Iglesia, en el debate de los temas valóricos, ¿el pastor debería ser guía o autoridad?

 

--Monseñor Ezzati: Guía y autoridad no se oponen. Si uno entiende autoridad en el sentido etimológico de la palabra y también se la entiende en el significado real que tiene la autoridad, como "el que hace crecer", y el guía es justamente el que hace crecer en responsabilidad, en asumir el camino recto, justo. Diferente sería entre "guía y poder". La Iglesia no se funda en el poder, la Iglesia se funda en la gracia y en la autoridad que Jesucristo tiene, autoridad entendida justamente como propuesta y ayuda para crecer, en dignidad, en la verdad, en plenitud de felicidad.

--Monseñor, un tema delicado. Los pastores, las figuras emblemáticas de la Iglesia, aquellos quienes son la cara visible de la Iglesia, ¿Qué deben hacer para lograr recuperar la confianza y la credibilidad en la Iglesia Católica que se ha visto tan dañada últimamente?

 

--Monseñor Ezzati: La confianza y la credibilidad se ganan o se pierden. Y se ganan o se pierden en la medida en que la calidad de vida resplandezca en la vida concreta de los hombres y mujeres de hoy. Jesús nos ha dicho que una lámpara no se enciende para ponerla debajo de la mesa y que sal está llamada a darle sabor a todo el alimento, como levadura está llamada a dar fermento a toda la masa. Yo creo que en la Iglesia necesitamos fortalecer la identidad de nuestra vida cristiana. Identidad significa caminar en santidad adherida, identidad significa caminar en fidelidad al Señor y su Evangelio, sabiendo que quienes caminamos somos hombres y mujeres frágiles, pero sí con la voluntad decidida y clara, con la opción fundamental de ser fieles al proyecto de vida que el Señor nos ha presentado para quienes queremos ser sus seguidores. Eso nos ayuda a tener autenticidad de vida, nos ayuda a tener autoridad moral, porque vivimos lo que profesamos.
En segundo lugar, esta identidad tiene que hacerse visible especialmente en el mundo de hoy. Y visibles no porque queramos estar en las primeras páginas de los diarios o en la primera noticia de la pantalla de la televisión. Visible porque Jesús mismo nos ha pedido esa visibilidad: "que la luz de ustedes brille para que glorifique al Padre que está en los cielos" y los hombres la vean. Esta visibilidad de los que somos, de los que queremos ser, de verdad seguidores de Jesús, tiene que tener también una condición de visibilidad, de profecía, para el hombre y la mujer de hoy. Esa visibilidad significa la coherencia de nuestra vida y una presencia en el mundo con fuerza, con la capacidad de dar testimonio, con la capacidad de dar razones de nuestra fe, sin ningún miedo. Si el Evangelio de Jesús es buena noticia para la sociedad de hoy. Los cristianos necesitamos tener y adquirir más fuertemente esa identidad y tener la capacidad de hacerla visible evangélicamente para que los hombres la vean y glorifiquen al Padre que está en los cielos. Yo creo que este es un desafío enorme para nuestra Iglesia. Hay muchos cristianos que son anónimos, demasiados cristianos anónimos, que buscan vivir su fe pero como algo íntimo, que los toca solamente a ellos, en cambio la fe es una realidad que impregna la vida, toda la vida, la vida personal, la vida social y que por consiguiente debe traslucir en todo momento y en todas las acciones que estamos llamados a vivir como cristianos. Es impensable, por ejemplo, que un político cristiano no dé testimonio de los valores contenidos en el Evangelio. Es incomprensible que un empresario católico no viva en el campo de la empresa su condición de cristiano. Es inaceptable que un sindicalista, un obrero, no viva en el campo de la vida laboral su condición de cristiano y no haga visible esa realidad. Y vuelvo a repetir, esa disciplina no es algo simplemente artificial, no, es algo que nosotros vivimos. Cuando un papá y una mamá aman a sus hijos, eso se nota... cuando un esposo ama a su esposa, se nota. Cuando un cristiano vive de verdad el Evangelio del Señor como proyecto de su vida, eso se debe ver también. Este es un desafío que ya el Papa Paulo VI llamaba "el desafío del tiempo contemporáneo": superar el divorcio entre la fe y la vida, entre la fe y la cultura, esa creo que sigue siendo la tarea indispensable para la Iglesia de hoy.


[Puede verse el vídeo elaborado por la Congregación Salesiana en www.salesianos.cl].

 


 

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De dioses y hombres - Por la libertad religiosa
Por monseñor José Ignacio Munilla
SAN SEBASTIÁN, sábado, 29 de enero de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos la reflexión que ha escrito monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, con el título

 

A estas alturas ya nadie duda de que el cine no es, ni puede serlo, un arte aséptico en lo que se refiere a los valores o contravalores que transmite. La proliferación de películas de marcado acento anticatólico ha sido muy notoria en los últimos años, pero gracias a Dios, cada vez son más los que, poniendo en práctica el conocido refrán "más vale encender una luz que maldecir las tinieblas", tienen la osadía de realizar un cine de marcada inspiración cristiana. Se trata de producciones generalmente modestas en su presupuesto, pero que tienen el acierto de trasladar a la pantalla, con notable éxito, testimonios reales y concretos, que contrastan con la abundancia de leyendas negras difundidas en la filmografía sobre la vida e historia de la Iglesia.

Pues bien, entre la amplia oferta que la cartelera cinematográfica nos ofrece en estos días, podemos disfrutar de la producción francesa "De dioses y hombres" del director Xavier Beauvois. En ella se narra lo acontecido en el monasterio cisterciense del Monte Atlas (Argelia) a mediados de 1996, cuando siete monjes fueron secuestrados y finalmente decapitados por la facción radical del GIA (Grupo Islámico Armado). El guión de esta película recoge con fidelidad la buena armonía de estos monjes cristianos con los pobladores musulmanes de aquella región, al mismo tiempo que la irrupción repentina del fundamentalismo islámico, que cambia por completo el escenario de pacífica convivencia. Lejos de ser una película que tome pie del fundamentalismo para satanizar al conjunto del Islam, refleja de forma sobresaliente el ideal del diálogo interreligioso propugnado por la Iglesia en el Concilio Vaticano II.

Este filme alcanza especial relevancia y actualidad, por el hecho de que su llegada a España ha coincidido con un momento de notable recrudecimiento de la persecución y el exterminio de las minorías cristianas de tradición milenaria, en países de mayoría musulmana e hindú. El destino de estos cristianos, tanto en Oriente Medio como en Oriente, se torna cada vez más dramático e incierto, a raíz de la confluencia de tres circunstancias: el resurgimiento de los fundamentalismos, el error y fracaso de la guerra de Irak, y el olvido de las raíces cristianas en Occidente. Los cristianos árabes se encuentran en medio de un peligroso "sandwich": sospechosos de complicidad con Estados Unidos, por el mero hecho de ser cristianos; y al mismo tiempo ignorados por un Occidente laicista que se avergüenza de sus raíces.

Recientemente, el sociólogo Massimo Introvigne denunciaba que el fundamentalismo islámico y el laicismo, son dos caras de la misma moneda. Sin pretender comparar lo que ocurre en Oriente y en Occidente, es un hecho que la libertad religiosa no es respetada ni por unos ni por otros. En el fondo se trata de un desequilibrio entre fe y razón: El laicismo de Occidente difunde un racionalismo antirreligioso, mientras que los fundamentalismos de Oriente impulsan una religiosidad irracional. En Occidente existe una dictadura del relativismo, mientras que desde Oriente emergen los fanatismos intolerantes.

El desarrollo de los acontecimientos está demostrando que, en nuestros días, el diálogo interreligioso entre una cultura cristiana y otra musulmana o hindú es perfectamente viable. El verdadero choque de trenes se produce en el encuentro del laicismo, por un lado, y el fundamentalismo, por el otro, que se retroalimentan, hasta el exterminio. Lo malo es que, como dice el refrán, "cuando dos elefantes pelean, sufre la hierba". Y en este caso, los principales perjudicados de esta situación están siendo las minorías cristianas en países de mayoría musulmana e hindú. Tanto en Occidente como en Oriente, el antisemitismo del siglo XX está siendo sustituido en el siglo XXI por un modo de cristianofobia.

El Papa Benedicto XVI dirigió un mensaje al mundo el primer día de este año, Jornada de la Paz, con el título de "La Libertad religiosa, camino par la paz", en el que recordaba aquellas palabras del Concilio Vaticano II: "La libertad religiosa es condición para la búsqueda de la verdad. La verdad no se impone con la violencia sino por la fuerza de la misma verdad" (Dignitatis Humanae 1).

Como conclusión y ejemplo práctico, es emocionante escuchar en la escena final de esta bella película "De dioses y hombres", el testamento que el superior de aquella abadía cisterciense dejaba escrito antes de su martirio:

«He vivido lo suficiente como para saberme cómplice del mal que parece prevalecer en el mundo; incluso del que podría golpearme ciegamente. (...) Conozco el desprecio con que se ha podido rodear a los habitantes de este país tratándolos globalmente. Conozco también las caricaturas del Islam fomentadas por un cierto islamismo (...) Mi muerte, evidentemente, parecerá dar la razón a los que me han tratado de ingenuo o de idealista. Pero estos deben saber que, por fin, seré liberado de mi más punzante curiosidad, y que podré, si Dios así lo quiere, hundir mi mirada en la del Padre, para contemplar con Él a sus hijos del Islam, tal como Él los ve. En este "gracias" en el que está dicho todo sobre mi vida, os incluyo, por supuesto, a amigos de ayer y de hoy... Y a ti también, "amigo del último instante", que no habrás sabido lo que hacías. ¡Sí!, para ti también quiero este "gracias" y este "a-Dios", en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea concedido reencontrarnos como ladrones felices en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío. Amén. ¡Inshalá!».

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Más de un siglo del Pontificio Colegio Español de Roma
Por Marta Lago
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 29 de enero de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito en "L'Osservatore Romano" Marta Lago con el título "Planta robusta con flores rojo sangre - Más de un siglo del Pontificio Colegio Español de Roma".



* * *

Postración. Es la situación en la que había caído el clero secular de España a lo largo del siglo XIX. La complejidad político-religiosa del país y la anemia intelectual del presbiterado llevaron a que los sacerdotes fueran poco estimados, tanto por su pobreza en formación académica como en valores humanos. Es mucho lo que deben a otros hijos de esta tierra y herederos de su patrimonio espiritual; a su enérgica reacción, que no sólo puso freno al abatimiento sacerdotal, sino que trazó una auténtica reforma de los seminarios españoles. Con realismo y sentido práctico. Como el que impulsó al beato Manuel Domingo y Sol, cuya razón existencial fue "dar a la Iglesia muchos y santos sacerdotes" -como él mismo escribía- y cultos, que se transformaran a su vez en profesores cualificados, que vivieran un elevado nivel espiritual y, sobre todo, que promovieran "los intereses de Jesús". Mosén Sol estaba convencido de que la renovación de la Iglesia en España y de la propia nación vendría por la renovación del clero. Una ebullición de inquietudes que concretó en el nacimiento de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos del Corazón de Jesús y en la fundación del Pontificio Colegio Español de San José, de Roma.

Hace 118 años que esta casa y escuela de amistad y fraternidad sacerdotal abrió sus puertas. Por ellas han pasado unos 3.500 sacerdotes diocesanos -105 mártires-, 123 obispos y numerosísimos presbíteros que han servido, y siguen haciéndolo, a la Iglesia desde su labor docente, sus altas responsabilidades y sus deberes pastorales. Todos tienen una deuda de gratitud. Que se traduce en el libro-homenaje a Mosén Sol -fruto maduro del centenario de su muerte- y al Año sacerdotal convocado por Benedicto XVI. "Pontificio Colegio Español de San José de Roma. Aproximación a su historia" (Ediciones Sígueme, Salamanca 2010) se presenta el 28 de enero en la casa sacerdotal de Via di Torre Rossa, pórtico de la fiesta, al día siguiente, del beato Manuel Domingo y Sol. Sus autores son testigos de excepción: monseñor Vicente Cárcel Ortí -historiador, veterano alumno y residente del Colegio- ha redactado la primera parte de la historia de la institución en el Palazzo Altemps, añadiendo la cronología y los apéndices, valiosa fuente documental; la segunda parte es obra de quien fue rector del Colegio, don Lope Rubio Parrado, quien aporta una crónica de los últimos cincuenta años -ya desde la sede junto a Villa Carpegna- y un epílogo-reflexión sobre la casa y la renovación del clero español.

Cuatrocientas páginas sin atisbo de triunfalismo. Apegadas al rigor histórico. Enriquecidas con la presentación del actual rector, don Mariano Herrera Fraile, y de un prólogo colectivo de los tres arzobispos patronos del Colegio Español: el cardenal Antonio María Rouco Varela -de Madrid, presidente de la Conferencia Episcopal Española-, monseñor Braulio Rodríguez Plaza -de Toledo, primado de España- y monseñor Juan José Asenjo Pelegrina -arzobispo de Sevilla-. Hojas vigorosas y dinámicas, como fue la intuición de Mosén Sol. No sin razón se califica al Colegio Español como una de las instituciones eclesiales que, en la historia de los siglos XIX al XXI, más ha contribuido a la formación de gran número de sacerdotes de todas las diócesis de España y de otras naciones. Más aún: los colegiales conseguían su especialización académica y otro "doble título": el de Roma y el de la vida de la Iglesia junto al Sucesor de Pedro. De la fidelidad aprendida en el Colegio son ejemplo los más de cien mártires de la persecución religiosa en España en el siglo XX, varios ya beatificados.


Con el Colegio Español comenzó una verdadera renovación de la Iglesia en España que además se preparaba con solidez al azote de los años treinta, hasta el derramamiento de sangre. Un siglo de historia que muestra cómo emergió, de esta institución, un clero culto y orante; capaz de discernir los cambios sociales y científicos de cada momento; evangelizador; unido a la voz del Papa y a su deseo de unidad eclesial. La fraternidad sacerdotal configura el DNA del Colegio. Su vinculación con el arzobispado de Sevilla responde a la profunda amistad de Mosén Sol con el también beato y cardenal sevillano Marcelo Spínola y Maestre. Lazos igualmente fuertes unieron al sacerdote con el cardenal Ciriaco María Sancha y Hervás, primado toledano beatificado en 2009.
Era compartido el apremio de renovación de los seminarios, tarea que contó con el empuje de los Operarios, hijos espirituales de Mosén Sol. Una ingente labor cuyo referente fue el Colegio Español, destinado a consolidar y dar continuidad a esta empresa.


La publicación de esta aproximación histórica ilumina, con reconocimiento, personalidades de la talla del cardenal Rafael Merry del Val, quien allanó en Roma los caminos de la fundación del Colegio Español convirtiéndose en su primer director espiritual. Al Papa León XIII se le recuerda como "el mejor propagandista del Colegio". El título de "pontificio" lo concedió san Pío X, enormemente solícito con los colegiales españoles. Otro gran protector fue monseñor Giacomo della Chiesa, futuro Benedicto XV. Y aunque Pío XI delegó la relación con el Colegio, no le faltaban palabras emocionadas sobre el fundador, el sacerdocio y la entonces tan atribulada España. Pío XII tuvo frecuentes contactos con los alumnos del Colegio, pontificio y español, "cuajado precisamente -decía- al calor de dos grandes corazones" -el de un Pontífice, León XIII, y el de un español, Mosén Sol-, que "plantaron la semilla" ya convertida "en planta robusta cuyas flores, iluminadas con resplandores de martirio, esparcen su benéfico aroma por toda España". Juan XXIII y Pablo VI visitaron el Colegio en Altemps. El Papa Montini inauguró la nueva sede de Torre Rossa. Allí estuvo en dos ocasiones Juan Pablo II, definiendo el Colegio como "Cenáculo sacerdotal".

En 1987 beatificó, en la misma ceremonia, a Mosén Sol y al cardenal Spínola. Más de un siglo de historia, tan fatigosa como apasionante, que se sintetiza en este nuevo volumen. Memoria y conciencia de una institución viva que, en palabras de Jesús Rico -director general de los Operarios-, será "motor de nuevos logros que enriquezcan aún más el patrimonio espiritual, científico y pastoral" de la Iglesia en España. Y ello desde "un pasado agradecido, un presente realista y un futuro comprometido".

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Las redes sociales entran en el magisterio pontificio
Por el sacerdote Natale Scarpitta
ROMA, viernes 28 de enero de 2011 (ZENIT.org).-Publicamos la reflexión del sacerdote italiano Natale Scarpitta, pionero de proyectos de pastoral a través de los nuevos medios de comunicación, sobre el último mensaje de Benedicto XVI con motivo de la Jornada Mundial para las Comunicaciones Sociales 2011.

* * *

"Red social" ("social network") es el nuevo término que se ha añadido oficialmente al rico diccionario del milenario magisterio pontificio. Benedicto XVI lo ha utilizado por primera vez en el mensaje escrito con motivo de la XLV Jornada Mundial para las Comunicaciones Sociales 2011.

En él, el Papa describe con precisión los rasgos de ese fenómeno comunicativo llamado comúnmente "web 2.0", que no sólo hace de Internet un contenedor informativo para los usuarios particularmente, sino un auténtico ambiente cultural en el que usuarios multigeneracionales encuentran respuesta a exigencias humanas innatas de relación, comunicación y conocimiento.

En el actual contexto cultural, de hecho, el mundo digital representa un espacio virtual prevalentemente comunicativo, un lugar en el que los usuarios interactúan, transmitiéndose ideas, difundiendo datos, compartiendo conocimientos e intercambiando experiencias personales. "Junto a ese modo de difundir información y conocimientos, nace un nuevo modo de aprender y de pensar, así como nuevas oportunidades para establecer relaciones y construir lazos de comunión", afirma el Santo Padre.

En este sentido, Benedicto XVI no duda en exhortar a cada creyente no sólo a participar en estos nuevos ambientes virtuales, sino a habitar en ellos con una presencia que sepa manifestar abiertamente la propia identidad cristiana. En la web, el cristiano tampoco debe callar su pertenencia a la Iglesia y mucho menos evitar la transmisión de la fe en la que cree. Internet, de hecho, puede convertirse con frecuencia en un espacio fecundo de profundización y de reflexión, de diálogo y debate sobre temas religiosos. No sólo: "Comunicar el Evangelio a través de los nuevos medios significa no sólo poner contenidos abiertamente religiosos en las plataformas de los diversos medios, sino también dar testimonio coherente en el propio perfil digital y en el modo de comunicar preferencias, opciones y juicios que sean profundamente concordes con el Evangelio, incluso cuando no se hable explícitamente de él".

A través de un "estilo cristiano", que se concreta en una forma de comunicación honesta, abierta y respetuosa, en los espacios virtuales el creyente debe estimular el corazón y la conciencia dando testimonio de los valores elevados y nobles del mensaje del Evangelio, que no conoce límites de tiempo, de culturas, y mucho menos de medios.

Concluyo con una pregunta curiosa: ¿cómo aparecerá el término 'red social' en la próxima edición del diccionario de nuevos términos en latín , Lexicon Recentioris Latinitatis?



 

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