29.01.11

Bienaventurados

A las 1:22 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

Homilía para el Domingo IV del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

Jesús, como un nuevo Moisés, expone la nueva ley de su Reino en el llamado “Sermón de la montaña”, que se abre con las bienaventuranzas, para indicarnos los caminos que conducen al Reino de los cielos (cf Catecismo 1724).

Jesús, al ver el gentío, se sintió movido a predicar. Podemos adivinar que el motor que lo impulsa es su amor, la generosidad de su Corazón. Acogiendo su palabra, los hombres pueden entrar en su Reino.

Sube a la montaña para hablar, no de las cosas terrenas, sino de las cosas del cielo. Este ascenso manifiesta, decía el Pseudo-Crisóstomo, “que todo el que quiera conocer los misterios de la verdad debe subir al monte de la Iglesia, de quien el profeta dice: ‘El monte del Señor es un monte rico’ (Sal 67,16)”.

Se sentó y se acercaron a él sus discípulos. El Señor manifiesta con esa postura, el estar sentado, su dignidad de Maestro. Rábano interpreta, en sentido místico, este pasaje aludiendo a la Encarnación: “el acto de sentarse del Salvador representa su Encarnación, porque si Dios no se hubiese encarnado, el género humano no hubiese podido subir hasta Él”.

“Se puso a hablar enseñándoles”. El cauce de la enseñanza es su propia voz. En su hablar humano resuena la misma Palabra divina, la Palabra que Él es en persona. Así, como comenta el Papa, “la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret” (Verbum Domini, 12).

La primera de las bienaventuranzas: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5,3), en cierto sentido las compendia todas. Los pobres en el espíritu son aquellos que lo dejan todo para seguir e imitar a Cristo. La humildad era, ya en el Antiguo Testamento, la característica fundamental del “resto de Israel” que había de acoger al Mesías: “Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor”, dice Dios por medio del profeta Sofonías (cf So 2,3;3,12-13).

La hinchazón de la soberbia impide al hombre escuchar y seguir al Señor. Por eso Jesús “empieza cortando de raíz la soberbia y empieza así porque la soberbia fue la raíz y la fuente del mal en el mundo. Contra ella pone la humildad como un firme cimiento, porque una vez colocada ésta debajo, todas las demás virtudes se edificarán con solidez; pero si ésta no sirve de base, se destruye cuanto se levante por bueno que sea” (San Juan Crisóstomo).

Debemos pedir al Espíritu Santo que, con sus dones, nos haga dóciles para escuchar las palabras de Cristo y cumplirlas en nuestras vidas. Las bienaventuranzas expresan nuestra vocación última, que no es otra que la comunión con Dios en la felicidad del cielo. De este modo, nos sitúan ante opciones decisivas, ya que “la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor” (Catecismo 1723).

Guillermo Juan Morado.