30.01.11

Biblia

 

Mt 5, 1-12a. Dichosos los pobres en el espíritu.

1 Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. 2 Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
3 «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
4 Bienaventurados = los mansos =,porque = ellos poseerán en herencia la tierra. =
5 Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
8 Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
9 Bienaventurados los que trabajan por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios.
10 Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
11 Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
12 Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.

COMENTARIO

Los que aman a Dios

No creáis que vengo a suprimir la Ley o los Profetas (Mt 5,17). Con estas palabras, san Mateo recoge con claridad la misión de Cristo: no ha sido enviado para cambiar una norma por otra. Es más, insiste en que no ha venido a suprimirla, sino a darle su forma definitiva. Estas frases, que se enmarcan en los versículos 17 al 20 del Capítulo 5 del citado evangelista recogen, en conjunto, una explicación meridianamente entendible de la voluntad de Jesús. Bien está que los transcribamos para no tener que remitir a las fuentes y facilitar la labor:

No creáis que yo he venido a suprimir la Ley o los Profetas. No he venido a suprimirla, sino a darle su forma definitiva. Os aseguro que antes cambiarán el cielo y la tierra que una coma de la Ley: todo se cumplirá. Por lo tanto, el que deje de cumplir uno de los mandamientos de la Ley, por insignificante que parezca, y enseñe a los hombres a desobedecerlo, será el más pequeño en el Reino de los cielos; al contrario, el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos.

Porque os digo que si vuestra vida no es más perfecta que la de los maestros de la Ley de los fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos.

La causa, la Ley, ha de cumplirse. El que, actuando a contrario de la misma, omita su cumplimiento, verá como, en su estancia en el Reino de los cielos será el más pequeño. Pero no solo entiende como pecado el no llevar a cabo lo que la norma divina indica sino que expresa lo que podríamos denominar colaboración con el pecado o incitación al pecado: el facilitar a otro el que también caiga en tal clase de desobediencia implica, también, idéntica consecuencia. El que cumpla lo establecido tendrá gran premio.

Pero cuando Cristo comunica, con mayor implicación de cambio, la verdadera raíz de su mensaje es cuando achaca a maestros de la Ley y Fariseos, actuar de forma imperfecta, es decir, no de acuerdo con la Ley.

Las conductas farisaicas habían dejado, a los fieles, sin el aroma a fresco del follaje cuando llueve, palabras de fe sobre el árbol que sostiene su mundo; habían incendiado y hecho perder el verdor de la primavera de la verdad, se habían ensimismado con la forma hasta dejar, lejana en el recuerdo de sus ancestros, la esencia misma de la verdadera fe. Y Cristo venía a escanciar, sobre sus corazones, un rocío de nueva vida, a dignificar una voluntad asentada en la mente del Padre, a darle el sentido fiel de lo dejado dicho.

El hombre nuevo habría de surgir de un hecho antiguo, tan antiguo como el propio Hombre y su creación por Dios y no debía tratar de hacer uso, este nuevo ser tan viejo como él mismo, de la voluntad del Padre a su antojo. Así lo había hecho, al menos, en su mayoría, y hasta ahora, el pueblo elegido por Dios, que había sido conducido por aquellos que se desviaron mediando error.

Y al hombre nuevo van dirigidas las bienaventuranzas.

Si por bienaventuranza se entiende la prosperidad y felicidad humanas, las que recoge el texto, en este caso de san Mateo (pues otras son las de san Lucas en su evangelio), son expresión de un estado de bienestar espiritual de difícil parangón. Si con ellas Cristo quiso proporcionar un medio para poder contemplar la gloria de Dios, mediando su cumplimiento, nunca estaremos lo suficientemente agradecidos ante tal regalo de su bondad. Si bienaventurado es quien goza de la bienaventuranza eterna, esa fortuna que trae la causa de su contemplación es, bien podríamos llamarlo así, una luminaria que clarifica la opacidad de nuestra vida terrena, de un existir en el que las lágrimas que conmueven nuestro valle no permiten llevar a cabo lo que estas ocho “suertes” fundamentan: que la voluntad de Dios tiene trazado, en esas sílabas, un camino.

Así, a la expresión de una miseria humana –propia o inducida- corresponde un premio, una compensación, una voluntad de resarcimiento del venido, o hecho venir, a menos. Pero no sólo esto se destaca, sino que, más bien, ese bien que se promete supone, o tiene, un sentido opuesto al mal que se recibe.

Y, en espera de la vida eterna, la promesa de Cristo de haber gran recompensa “en los cielos” debería ser más que suficiente como para que estos versículos del evangelio de san Mateo fueran nuestra guía o nuestro Plan de vida.

PRECES

Por todos aquellos que no atienden a las bienaventuranzas.

Roguemos al Señor.

Por todos aquellos que prefieren llevar una vida alejada de la voluntad de Dios.

Roguemos al Señor.

ORACIÓN

Padre Dios; ayúdanos a llevar a nuestra vida el sentido exacto de las bienaventuranzas.
 

Gracias, Señor, por poder transmitir esto.

El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalem.

Eleuterio Fernández Guzmán