ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 2 de febrero de 2011

Santa Sede

El Papa propone a santa Teresa de Jesús como “maestra espiritual” hoy

El Papa a los consagrados: vuestro testimonio coherente es necesario hoy

El Papa nombra nuevos obispos para España, Colombia y Perú

Mundo

Europa fracasa al condenar la persecución religiosa: decepción episcopal

Nuncio en México: el Papa, preocupado por la violencia en el país

Sodalicio de Vida Cristiana descubre doble vida en su difunto vicario general

“Maestro, en tu Palabra echaré las redes”

Análisis

Filipinas: elegir entre la vida y la muerte

Foro

El SIDA y el preservativo (parte II)

Audiencia del miércoles

Benedicto XVI: la perfección cristiana en santa Teresa de Ávila

Documentos en la página web de Zenit

Carta Circular sobre la identidad misionera del Sacerdote

Documentación

Homilía de Benedicto XVI en el Día de la Vida Consagrada

Carta de la Congregación para el Clero

Cardenal Piacenza: el celibato sacerdotal según Benedicto XVI (VI)


Santa Sede


El Papa propone a santa Teresa de Jesús como “maestra espiritual” hoy
Comienza un breve recorrido por los Doctores de la Iglesia
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 2 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- El Papa Benedicto XVI quiso proponer hoy a la santa española Teresa de Ávila, como ejemplo de vida “fascinante” y “maestra espiritual” para los cristianos hoy.

Comenzó así hoy un recorrido, como él mismo anunció a los peregrinos congregados en el Aula Pablo VI para la audiencia de los miércoles, por la vida de los doctores de la Iglesia, algunos de los cuales ya ha hablado durante su ciclo de teólogos medievales.

Teresa de Ávila, afirmó el Papa, “representa una de las cumbres de la espiritualidad cristiana de todos los tiempos”.

Citando la autobiografía de la santa española (Libro de la Vida), Benedicto XVI recorrió su vida desde los deseos de martirio de su niñez, su adolescencia y juventud llena de distracciones, su conflicto interior en medio de las enfermedades y, finalmente, su conversión y sus experiencias místicas.

“Paralelamente a la maduración de su propia interioridad, la Santa comienza a desarrollar de forma concreta el ideal de reforma de la Orden Carmelita”, explicó el Papa, aludiendo a la importante reforma del Carmelo llevada a cabo por Teresa.

La existencia de Teresa de Ávila, aunque transcurrió en España, subrayó, estuvo “empeñada por toda la Iglesia”, hecho por el cual fue proclamada Doctora de la Iglesia por Pablo VI en 1970.

“Teresa de Jesús no tenía una formación académica, pero siempre atesoró enseñanzas de teólogos, literatos y maestros espirituales. Como escritora, se atuvo siempre a lo que personalmente había vivido o había visto en la experiencia de otros”, explicó el Papa.

Asimismo, aludió a su “amistad espiritual con muchos santos, en particular con san Juan de la Cruz”, así como su aprecio por los Padres de la Iglesia, san Jerónimo, san Gregorio Magno, san Agustín”.

Aparte de la autobiografía, el Papa destacó Camino de Perfección, en el que “propone un intenso programa de vida contemplativa al servicio de la Iglesia, a cuya base están las virtudes evangélicas y la oración”, y su obra mística más conocida, Castillo interior.

En esta última, Teresa “se remite a la estructura de un castillo con siete estancias, como imágenes de la interioridad del hombre”, inspirándose “en la Sagrada Escritura, en particular en el Cantar de los Cantares”.

Entre las enseñanzas de la santa el Papa destaca “el desapego de los bienes o pobreza evangélica (y esto nos concierne a todos); el amor de unos a otros como elemento esencial de la vida comunitaria y social; la humildad como amor a la verdad; la determinación como fruto de la audacia cristiana; la esperanza teologal, que describe como sed de agua viva”.

En las enseñanzas de Teresa están también “las virtudes humanas: afabilidad, veracidad, modestia, cortesía, alegría, cultura”.

“En segundo lugar, santa Teresa propone una profunda sintonía con los grandes personajes bíblicos y la escucha viva de la Palabra de Dios”, así como la oración como algo “esencial”: para la santa, rezar significa “frecuentar con amistad, pues frecuentamos de tu a tu a Aquel que sabemos que nos ama”.

“Otro tema querido a la Santa es la centralidad de la humanidad de Cristo. Para Teresa, de hecho, la vida cristiana es relación personal con Jesús, que culmina en la unión con Él por gracia, por amor y por imitación”, así como “la perfección, como aspiración de toda la vida cristiana y meta final de la misma”.

Por ello, afirmó el Papa a los presentes, “santa Teresa de Jesús es verdadera maestra de vida cristiana para los fieles de todo tiempo. En nuestra sociedad, a menudo carente de valores espirituales, santa Teresa nos enseñan a ser testigos incansables de Dios, de su presencia y de su acción”.  

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El Papa a los consagrados: vuestro testimonio coherente es necesario hoy
En la Fiesta de la Presentación del Señor y Jornada de la Vida Consagrada
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 2 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- La vida consagrada está llamada a un “testimonio profético”, afirmó hoy el Papa Benedicto XVI, durante las Vísperas celebradas en la Basílica de San Pedro, con motivo de la Fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo, y Jornada de la Vida Consagrada.

El Papa quiso celebrar esta fiesta, instituida por su predecesor Juan Pablo II, con los superiores y superioras mayores presentes en Roma, y con otros representantes de las familias e institutos religiosos.

La Presentación de Jesús en el templo “constituye un icono elocuente de la entrega total de la propia vida para quienes, hombres y mujeres, son llamados a reproducir en la Iglesia y en el mundo”, mediante los consejos evangélicos, “los rasgos característicos de Jesús virgen, pobre y obediente”

Benedicto XVI reconoció que hoy, sobre todo en las sociedades más desarrolladas, se vive “una condición a menudo señalada por un pluralismo radical, por una progresiva marginación de la religión de la esfera pública, por un relativismo que afecta a los valores fundamentales”.

“Esto exige que nuestro testimonio cristiano sea luminoso y coherente y que nuestro esfuerzo educativo sea cada vez más atento y generoso”, observó.

Así, pidió a los consagrados que su acción apostólica “se convierta en una tarea de vida, que acceda, con perseverante pasión, a la Sabiduría como verdad y como belleza”,

“Sabed orientar con la Sabiduría de vuestra vida y con la confianza en las posibilidades inagotables de la educación verdadera, la inteligencia y el corazón de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo hacia la 'vida buena del Evangelio'”, añadió.

El Papa, aludiendo al pasaje del evangelio del día, sobre la Presentación de Jesús en el Templo, quiso proponerles tres “iconos” contenidos en la escena narrada por la Escritura.

El primero “contiene el símbolo fundamental de la luz”, que “los Padres de la Iglesia unieron esta irradiación al camino espiritual”.

“La vida consagrada expresa ese camino, de modo especial, como 'filocalía', amor por la belleza divina, reflejo de la bondad de Dios”, que aunque corresponde a todos los cristianos, “una experiencia singular de la luz que emana del Verbo encarnado la hacen ciertamente los llamados a la vida consagrada”, afirmó.

El segundo icono, explicó, es “la profecía, don del Espíritu Santo”. “La vida consagrada está llamada a ese testimonio profético, ligada a su doble actitud contemplativa y activa”.

“A las consagradas y consagrados se les ha concedido manifestar el primado de Dios, la pasión por el Evangelio practicado como forma de vida y anunciado a los pobres y a los últimos de la tierra”.

El tercero, añadió, “es la escucha asidua de la Palabra”. “escuchad asiduamente la Palabra, porque ¡toda sabiduría de vida nace de la Palabra del Señor!”, pidió el Papa a los presentes.

“Escrutad la Palabra a través de la lectio divina, porque la vida consagrada nace de la escucha de la Palabra de Dios y acoge el Evangelio como su norma de vida. Vivir en la estela de Cristo casto, pobre, obedientes en este sentido una 'exégesis' de la Palabra de Dios”.

Concluyó citando al respecto un pasaje de la Exhortación Postsinodal Verbum Domini: “El Espíritu Santo, en virtud del que ha sido escrita la Biblia, es el mismo que ilumina con luz nueva la Palabra de Dios a los fundadores y fundadoras. De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere ser expresión cada regla, dando origen a itinerarios de vida cristiana marcados por la radicalidad evangélica”.


 

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El Papa nombra nuevos obispos para España, Colombia y Perú
También para Brasil y Francia
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 2 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- El Papa Benedicto XVI ha nombrado, según hizo público hoy la Santa Sede, dos nuevos obispos para España, otros dos para Colombia, uno para Perú, y dos más para Brasil y Francia, respectivamente.

España

El primer nombramiento corresponde a la diócesis española de Sigüenza-Guadalajara, al aceptar la renuncia de monseñor José Sánchez por motivos de edad.

Monseñor José Sánchez fue presidente de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social de la Conferencia Episcopal Española de 1999 a 2005, y era actualmente presidente de la Comisión Episcopal de Migraciones.

En la Santa Sede es miembro del Pontificio Consejo para las Migraciones desde 1995 y ha sido miembro del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales de 1999 a 2009. Es también presidente, desde el año 2006, de la Comisión Pastoral de las Migraciones del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE).

Su sustituto al frente de la diócesis de Sigüenza es monseñor Atilano Rodríguez, hasta ahora obispo de Ciudad Rodrigo (Salamanca), y antes obispo auxiliar de Oviedo. En la CEE es miembro de la Comisión Episcopal de Apostado Seglar y Consiliario Nacional de Acción Católica desde el año 2002.

El otro nombramiento es, precisamente, el del actual obispo auxiliar de Oviedo, monseñor Raúl Berzosa, como obispo de Ciudad Rodrigo, en sustitución de monseñor Atilano Rodríguez.

Monseñor Berzosa, anteriormente profesor dela Facultad de Teología del Norte de España, es miembro de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social de la CEE desde 2005.

Colombia

La Santa Sede hacía público también hoy el nombramiento de dos nuevos obispos para las diócesis de San José del Guaviare y Sonsón-Rionegro.

El nuevo obispo de San José del Guaviare es monseñor Francisco Antonio Nieto Súa, hasta ahora obispo auxiliar de Bogotá. Es obispo desde hace apenas dos años.

El nuevo obispo de Sonsón-Rionegro es monseñor Fidel León Cadavid Marín, hasta ahora obispo de Quibdó.

Perú

Se produce también un relevo en el Vicariato Apostolico de Iquitos (Perú), al aceptar el Papa la renuncia por edad de monseñor Julián García Centeno, y nombrar como sucesor suyo a un sacerdote español, Miguel Olaortúa Laspra.

Miguel Olaortúa, agustino, es actualmente director del Colegio San Agustín y delegado permanente ante la CONFER (Conferencia Española de Religiosos) de Aragón.

Brasil

Se ha hecho público también el nombramiento del sacerdote Rosalvo Cordeiro de Lima, del clero de la diócesis de Mogi das Cruzes, como nuevo obispo auxiliar de la archidiócesis de Fortaleza.

Rosalvo Cordeiro de Lima tiene 49 años y además de párroco, ha trabajado en la pastoral vocacional y es director espiritual de seminaristas.

Francia

Por último, el Papa ha nombrado arzobispo de Albi a monseñor Jean Legrez, hasta ahora obispo de Saint-Claude.

Monseñor Legrez, dominico, es miembro de la Comisión episcopal para la Liturgia y la Pastoral sacramental de la Conferencia Episcopal Francesa (CEF).

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Mundo


Europa fracasa al condenar la persecución religiosa: decepción episcopal
La mayoría de los actos de violencia religiosa tiene lugar contra los cristianos
ROMA, miércoles 2 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- La Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea (COMECE) ha expresado su decepción al constatar que los gobiernos de la Unión Europea no han logrado un acuerdo para condenar las persecuciones religiosas.

"La COMECE lamenta profundamente que los veintisiete ministros de Asuntos Exteriores de la Unión Europea hayan fracasado el 31 de enero a la hora de encontrar un acuerdo sobre una declaración conjunta que condene la persecución religiosa", afirma un comunicado difundido por este organismo episcopal.

"Esta indecisión diplomática es aún más incomprensible dado que vidas inocentes son truncadas por los ataques atroces contra los cristianos y otras minorías en todo el mundo", añade el texto.

El acuerdo, subraya la nota, ha fracasado a causa de "negociaciones internas entre los ministros sobre una referencia específica a los cristianos entre las víctimas de la persecución religiosa".

"La COMECE se sorprende ante esta indecisión, dado que la opinión pública europea es consciente de la situación particular de los cristianos en Oriente Medio tras los recientes ataques a iglesias en Irak y Egipto", aclara el organismo episcopal.

Recuerda, además, que el Parlamento Europeo (el 20 de enero) y el Consejo de Europa (el 27 de enero) habían "allanado el camino a una condena específica de la persecución de los cristianos adoptando ambas resoluciones que condenan explícitamente la violencia" contra ellos.

Los ataques recientes, denuncia el organismo, "no son casos aislados", dado que las estadísticas sobre la libertad religiosa de los últimos años muestran que la mayoría de los actos de violencia religiosa tiene lugar contra los cristianos.

"El compromiso de la Unión Europea para apoyar los derechos fundamentales y la libertad religiosa está claramente establecido en el Tratado de la Unión Europea y en la Carta de los Derechos Fundamentales" y ha sido reafirmado "en muchas declaraciones", insisten los obispos.

Por este motivo, concluyen, se espera ahora que "la Unión Europea tome medidas concretas para transformar estos principios generales en una acción política significativa".

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Nuncio en México: el Papa, preocupado por la violencia en el país
Declaraciones en un encuentro de jóvenes universitarios
LEÓN, miércoles 2 de febrero de 2011.- (ZENIT.org El Observador).- En el marco de un encuentro con estudiantes de diferentes universidades de inspiración cristiana, acompañado por el arzobispo de León, monseñor José Guadalupe Martín Rábago, el nuncio apostólico en México, monseñor Christophe Pierre, aseguró que el Papa Benedicto XVI “está muy preocupado por la violencia en México”. 

Antes, en un encuentro con directores y rectores de diversas universidades del centro del país, monseñor Pierre había advertido que uno de los más graves problemas que enfrenta México, cuya población, según el censo de 2010, es mayoritariamente católica (88 por ciento), “ha puesto a Dios en un rincón”. 

Según el enviado del Papa Benedicto XVI a México, segundo país con mayor número de católicos en el mundo, solamente detrás de Brasil, "los mexicanos en su mayoría continúan creyendo en Dios, pero poco a poco van desapareciendo los valores".

En ese mismo orden de ideas, monseñor Pierre subrayó que en México “hay muchas personas que se olvidan de Dios, y es esencial a la vida del hombre, si vivimos sin este anhelo necesario, pues habrá gente como los jóvenes que se pregunten ¿por qué voy a hacer el bien?, ¿por qué no voy a matar?”.

Especialmente, este abandono de Dios y de los valores se vive entre los jóvenes, por lo que el representante del Papa en México abogo por excluir la ideología del proceso educativo y volver a esquemas de educación que incluyan los valores universales.  La misión y los deberes de la Iglesia, dijo monseñor Pierre, son el contribuir a educar a la población “para que ésta renueve los caminos y viva con esperanza”.

"El Santo Padre dice que el joven hoy vive en la sociedad y hay que ayudarlo a encontrar a percibir su humanidad, no va a crecer si se encierra en sí mismo, es ofrecer a los jóvenes la posibilidad de encontrarse con Cristo, un Cristo que ama", expresó monseñor Pierre, quien agregó que  "no se puede hacer solamente una educación que sea parcial, eso sería terrible, la educación católica es una educación integral o total, la realidad es total, un alma que no es educada para abrirse al misterio, al más allá, no va a ofrecer al joven la posibilidad de toparse con alguien de bien".

En el mismo tema, el Nuncio Apostólico de Su Santidad en México pidió "salir de la ideología” en materia educativa y agregó: “me da mucho miedo de ver funcionarios del Estado que trabajan en el ministerio que proponen planes de educación... basados en un plan que viene de fuera, todos los programas de educación sexual".

En México, desde la Constitución de 1917, la educación (según el artículo tercero) es o debe ser “laica, gratuita y obligatoria”.  Esto se ha tomado como sinónimo de educación antirreligiosa, es decir, anticatólica.  A la Iglesia no se le permite tener instituciones de educación, y son las órdenes religiosas, bajo el paraguas de asociaciones civiles o de sociedades civiles, las que pueden llevarla a cabo.

"Qué tipo de persona tenemos, eso terrible, es en este campo de la educación tenemos que penetrar e incidir como católicos en el (campo) público o en el privado, porque no hay diferencia. La visión católica de educación, no es agredir otra religión, nuestra educación es una motivación profunda", agregó monseñor Christophe Pierre en este encuentro con rectores y directores de universidades e institutos de educación superior en el Bajío mexicano.

Finalmente, en este encuentro, al igual que en el encuentro con los jóvenes, el Nuncio Christophe Pierre remarcó el ideal comunitario del cristianismo, como base y fundamento de la civilización del amor.  "Pensar que somos autónomos, que podemos salir adelante sin ningún problema está equivocado, porque todos necesitamos de Dios”.

 

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Sodalicio de Vida Cristiana descubre doble vida en su difunto vicario general
Confirma inconductas de Germán Doig, fallecido en 2001
LIMA, miércoles 2 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- El Sodalicio de Vida Cristiana, nueva realidad eclesial de gran crecimiento, ha emitido un comunicado para informar del descubrimiento de la doble vida de quien fuera su vicario general, Germán Doig, fallecido el 13 de febrero de 2001.

El anuncio, que comunica "hechos dolorosos", según indica esta institución conformada por sacerdotes y hombres laicos consagrados, tiene lugar "a la luz de la justicia y la caridad", tras concluir la asamblea general, reunida en Lima para elegir a sus nuevos superiores.

"En junio de 2008 recibimos un testimonio dando cuenta de inconductas sexuales de Germán Doig reñidas con su condición de cristiano y de laico consagrado del Sodalicio", explica el comunicado emitido este miércoles por estal sociedad de vida apostólica, aprobada por la Santa Sede en el año 1997.

"Luego de la sorpresa inicial, del dolor y el desconcierto -porque esta doble vida nos era desconocida-, una comisión de autoridades de nuestra comunidad comenzó un proceso de investigación a lo largo del cual recibió dos testimonios adicionales entre junio de 2008 y diciembre de 2010. En ningún caso se trató de abuso de niños", aclara el Sodalicio de Vida Cristiana.

"Las personas que han prestado su testimonio han pedido guardar el anonimato. Por ello, este proceso se ha llevado a cabo en la más estricta y debida confidencialidad", añade el comunicado.

La nota revela que "el conocimiento de los hechos nos llevó ante todo a brindar asistencia a las personas afectadas para reconciliar las heridas que pudieran tener, tanto espirituales como psicológicas".

"Ante la consistencia y credibilidad de los testimonios comunicamos estos hechos a diversas autoridades eclesiásticas, a los miembros del Sodalicio y de la familia espiritual", sigue diciendo el comunicado.

"Decidimos detener los actos preliminares que llevábamos a cabo para iniciar el proceso de reconocimiento público de quien creíamos tenía una vida modélica; así como retirar su retrato de distintos lugares. No hemos cerrado la posibilidad de tomar ulteriores medidas", sigue aclarando la nota informativa.

"Queremos dejar en claro que estas conductas contrarias a nuestra vocación cristiana y nuestros compromisos libremente emitidos ante Dios no sólo no pueden tener cabida en nuestra comunidad sino que deben ser denunciadas y rechazadas con energía, claridad y transparencia. Actos graves como estos conllevan un proceso de expulsión del Sodalicio", asegura.

"Como comunidad declaramos además que no podemos considerar a Germán Doig como una persona ejemplar --explica el Sodalicio--. Hoy lo encomendamos al corazón misericordioso de Dios y a la intercesión de María sabiendo que ella, la Virgen Santísima, a quien hemos confiado nuestra comunidad desde sus inicios, nunca deja de interceder por todos sus hijos".

"Ante esta situación dolorosa pedimos con humildad que se unan a nosotros para ofrecer oraciones por todas las personas afectadas y sus familias y para que quienes formamos parte de esta comunidad podamos estar siempre a la altura de los ideales de la fe, esperanza y caridad", concluye la nota.

El Sodalicio de Vida Cristiana se encuentra trabajando apostólicamente en nueve países: Perú, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Estados Unidos e Italia.

Del su carisma ha surgido la Familia Sodálite, conjunto de miles de personas, instituciones y obras que se adhieren a su espiritualidad.

Más información en http://www.noticiasdelsodalicio.com



 


 

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“Maestro, en tu Palabra echaré las redes”
II Congreso Continental Latinoamericano de Vocaciones 2011
 

CARTAGO, miércoles 2 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Desde el 31 de enero se celebra en Cartago, Costa Rica, el II Congreso Continental Latinoamericano de Vocaciones 2011 con el lema “Maestro, en tu Palabra echaré las redes”.

Los participantes manejan un documento de trabajo elaborado por la Pontificia Obra para las Vocaciones, el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y la

Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Religiosos y Religiosas (CLAR). En el documento se refleja la realidad política, social, cultural y eclesial en América.

Los redactores del documento afirman aceptar los retos de la actual realidad y se proponen: examinar la conciencia que los bautizados tienen de la cultura vocacional; reflexionar el proyecto del Padre para el ser humano en las circunstancias actuales.

Presentar la vocación bautismal como eje transversal de toda la acción pastoral de la Iglesia; elaborar pistas concretas de la dimensión evangelizadora de la animación vocacional para la Misión Continental; y marcar criterios para procesos de itinerarios vocacionales que respondan a las circunstancias actuales.

Al describir la realidad política americana, el documento constata “un cierto progreso democrático que se demuestra en diversos procesos electorales”. Sin embargo, ve con preocupación “el acelerado avance de diversas formas de regresión autoritaria por vía democrática que, en ciertas ocasiones, derivan en regímenes de corte neopopulista”.

Esto indica, subraya el documento, “que no basta una democracia puramente formal… sino que es necesaria una democracia participativa y basada en la promoción y respeto de los derechos humanos. Una democracia sin valores… se vuelve fácilmente una dictadura y termina traicionando al pueblo”, afirma citando el Documento de Aparecida. Al mismo tiempo, reconoce “un bajo número de católicos en política y en liderazgo social”.

Verifica nuevos escenarios como desafío: las culturas juveniles, el mundo global digital, el cuidado de la creación, las cuestiones ecuménicas, interreligiosas, interculturales, las configuraciones políticas, etc.

La Iglesia americana se enfrenta hoy a nuevos escenarios: la cultura urbana --híbrida, dinámica y cambiante, amalgama múltiples formas, valores y estilos de vida- y la suburbana, fruto de grandes migraciones de población en su mayoría pobre, que se estableció alrededor de las ciudades en los cinturones de miseria. El documento identifica nuevos rostros, nuevos protagonistas: las mujeres, los indios, los afroamericanos, los pobres y, especialmente, los jóvenes.

En cuanto a la realidad eclesial, señala que, a pesar de las deficiencias y ambigüedades de algunos de sus miembros, “ha dado testimonio de Cristo, anunciando su Evangelio y brindado su servicio de caridad particularmente a los más pobres, en el esfuerzo por promover su dignidad, y también en el empeño de promoción humana en los campos de la salud, economía solidaria, educación, trabajo, acceso a la tierra, cultura, vivienda y asistencia”, entre otros.

El Pueblo de Dios, reconocen, “aprecia a los sacerdotes y religiosos, tiene un gran cariño por la mujer consagrada y valora a los misioneros. En él comprobamos el crecimiento de nuevos movimientos y la presencia de nuevas formas de vida consagrada. A pesar de los aspectos positivos que nos alegran, notamos otros que nos preocupan. Hay pueblos sin presencia sacerdotal ni religiosa, sin Eucaristía dominical; hay algunos intentos por volver a una eclesiología y espiritualidad contrarias al Concilio Vaticano II”.

La realidad vocacional es para los redactores del documento “la realidad de la noche” y afirman que esta “comienza en la familia y continúa en la comunidad cristiana, debe dirigirse a los niños y especialmente a los jóvenes para ayudarlos a descubrir el sentido de la vida y el proyecto que Dios tenga para cada uno, acompañándolos en su proceso de discernimiento”.

Valoran el esfuerzo incansable de los promotores vocacionales: sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos y laicas, la existencia de planes de Pastoral Vocacional, el aporte de los Institutos de Pastoral Vocacional. Y sienten “la imperiosa necesidad de orar por las vocaciones, sensibilizar de la urgencia de nuevas y santas vocaciones, promover y coordinar las iniciativas vocacionales”.

¿Cuáles son los desafíos más apremiantes que, en el contexto actual, tiene la

gestión de la animación vocacional?, pregunta el documento. ¿Qué estrategias favorecerían la animación vocacional en nuevos areópagos? ¿Cómo continuar enriqueciendo a las pastorales con el eje transversal de la pastoral vocacional?

Son interrogantes que, junto a otros, guía los trabajos de este evento continental.

Benedicto XVI envió un mensaje al congreso en el que recuerda que pronto se cumplirán 17 años del Primer Congreso Continental Latinoamericano de Vocaciones, convocado por la Santa Sede, en CELAM y la CLAR. Aquel evento, afirma el Papa, “significó una importante ocasión para relanzar en todo el continente la pastoral vocacional”.

Subraya Benedicto XVI en su mensaje que “la gran tarea de la evangelización requiere un número cada vez mayor de personas que respondan generosamente al llamado de Dios y se entreguen de por vida a la causa del Evangelio. Una acción misionera más incisiva trae como fruto precioso, junto al fortalecimiento de la vida cristiana en general, el aumento de las vocaciones de especial consagración”.

Entre los muchos aspectos que se podrían considerar para el cultivo de las vocaciones, destaca el Papa “el cuidado de la vida espiritual”. “La vocación –subraya- no es fruto de ningún proyecto humano o de una hábil estrategia organizativa. En su realidad más honda, es un don de Dios, una iniciativa misteriosa e inefable del Señor, que entra en la vida de una persona cautivándola con la belleza de su amor, y suscitando consiguientemente una entrega total y definitiva a ese amor divino”.

“La preocupación por las vocaciones –concluye- ocupa un lugar privilegiado en mi corazón y en mis oraciones”.

La propuesta de participantes fue la de, por cada uno de los 22 países, el obispo responsable de la Pastoral Vocacional (PV); el secretario ejecutivo de la misma; dos agentes de PV; y representantes de las pastorales educativa, catequética, familuar, vida consagrada; institutos seculares; diaconado permanente y Organización Nacional de Seminarios de cada país.

Además, como invitados especiales, delegados de la Santa Sede, nuncio en Costa Rica; obispos y presidentes de diversos organismos americanos relacionados con el asunto tratado, así como observadores de otros continentes.

El himno aprobado en concurso para el evento, Lanza las Redes, de Hênio dos Santos Silva, se puede descargar en la página del congreso:  http://iglesiacr.org/principal/content/view/42/112/.

Documento de Trabajo: http://www.iglesiauruguaya.com/vocaciones/PV-DOCUMENTO%20DE%20TRABAJO.pdf.

Por Nieves San Martín

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Análisis


Filipinas: elegir entre la vida y la muerte
Nueva oposición de los obispos a la propuesta de ley de “la salud reproductiva”
ROMA, miércoles 2 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- En una carta pastoral publicada el pasado lunes 31 de enero en la correspondiente web, los obispos católicos de Filipinas han aclarado su posición en el largo y acalorado debate sobre la Reproductive Health Bill, la propuesta de ley de la “salud reproductiva”, conocida simplemente como la RH Bill.

El discutido proyecto de ley promueve la planificación familiar y en particular el recurso de los anticonceptivos artificiales, potenciales “agentes abortivos” incluidos (entre los cuales el dispositivo intrauterino o DIU, considerado abortivo porque impide el anidamiento del ovulo fecundado en el útero). La propuesta prevé además cursos obligatorios de educación sexual en las escuelas -incluidas las católicas- y pretende imponer una “política de dos hijos”, en el sentido en que la “familia ideal” sería la compuesta por un matrimonio con dos hijos.

La carta, firmada por el presidente de la Conferencia Episcopal de Filipinas (CBCP), monseñor Nereo P. Odchimar, obispo de Tandag, llega después del último encuentro entre los representantes de la Iglesia y del gobierno del presidente Beniño “Noynoy”Aquino III, que se desarrolló el pasado lunes 24 de enero, para discutir el proyecto; coincidiendo además con el inicio de febrero, que fue proclamado en 1987 por el entonces presidente Corazon Aquino “Mes del respeto y el cuidado de la vida”.

En los días previos a la reunión, el presidente Aquino -hijo único de dos iconos de la lucha por la democracia en Filipinas- había anunciado que no quería apoyar la discutida propuesta de ley sobre “la salud reproductiva” y que quería preparar una propuesta alternativa que estuviera más en sintonía con la sensibilidad de los católicos, que estuviera más centrada en la responsabilidad de los padres.

Después del encuentro -descrito como “muy cordial”,- Edwin Lacierda, portavoz de Malacañang, palacio presidencial filipino, se mostraba confiado, dando a entender que la Iglesia estaba de acuerdo de modo general con el camino marcado por el gobierno y que no tenía ninguna objeción contra el plan del presidente Aquino para transformar la propuesta en una de las prioridades legislativas de su administración (The Philippine Daily Inquirer, 25 de enero).

Su optimismo era prematuro. De hecho, el portavoz de los obispos filipinos, monseñor Juanito Figura, se había expresado con cautela y había dicho que si el nuevo proyecto de ley fuera un refrito de la discutida RH Bill, la Iglesia lo hubiera rechazado definitivamente.

También el presidente de la Comisión de la Familia y de la Vida, de la Conferencia Episcopal fue muy claro cuando invitó al presidente Aquino a que fuera más transparente. “Debería explicar verdaderamente que entiende por responsabilidad de los padres”, dijo el arzobispo de San Fernando, Paciano Aniceto (CBCP News, 24 de enero).

Por tanto la reunión del 24 de enero no ha conseguido convencer a los representantes de la Iglesia. “En vez de crear falsas esperanzas, en este momento deseamos expresar claramente a que nos oponemos y contra que luchamos”, escribieron los obispos, sin dejar lugar a dudas.

“Estamos en una encrucijada como nación”, afirmaron los obispo en su carta, en la que son citados los párrafos 11 y 12 del artículo II de la Constitución Filipina, que defienden la dignidad de toda persona humana, reconociendo la sacralidad de la familia y garantizando la protección de la vida desde su concepción.

“Ante nosotros tenemos varias versiones de una propuesta de ley, la de la 'salud reproductiva' o una más suavizada que sería la de 'la responsabilidad de los padres'. Esta propuesta de ley en todas sus versiones nos exige hacer un elección moral, elegir entre la vida y la muerte”, continua el documento cuyo título es “Elegir la Vida, rechazar la RH Bill”.

Según los obispos, la situación es comparable a aquella de hace 25 años cuando encontrándose ante una elección moral, la Iglesia decidió apoyar a la primera Revolución popular también llamada People Power Revolution o “EDSAI” (acrónimo de Epifanio de los Santos Avenue, la calle más importante del centro de Manila que fue escenario de las manifestaciones), que provocó la caída del régimen Marcos.

“Ahora nos vemos obligados a hacer una elección moral similar”, afirman los obispos, porque “la RH Bill es un ataque importante a los valores humanos auténticos y a los valores culturales filipinos referentes a la vida humana, que nos caracterizan desde tiempos inmemoriales”. “Decir simplemente que la RH Bill no respeta el sentido moral del corazón de la cultura filipina”, continúan los obispos que destacan con disgusto “la progresiva expansión” del espíritu post-moderno en la sociedad filipina.

Aunque si todavía no han decidido abandonar el diálogo con el gobierno - “es una posibilidad”, dijo monseñor Odchimar durante la conferencia de prensa (CBCP News, 31 gennaio), los obispos rechazan también la Responsible Parenthood Bill, que el presidente Aquino pretende promover, porque no es otra cosa que la RH Bill con un “nuevo nombre”.

Según los obispos, los distintos argumentos utilizados por los partidarios de la RH Bill no tienen sentido, ya que van desde la promoción de la salud reproductiva a la disminución de la tasa de abortos y a la prevención de la difusión del SIDA hasta la presunta superpoblación como origen de la pobreza.

El documento detalla en seis puntos lo que es inaceptable para la Iglesia, entre los que encontramos el no respeto a los principios morales, la mentalidad anti-vida, antinatalista y contraceptiva presente en los medios y en algunas propuestas legislativas, el uso de fondos públicos para los anticonceptivos, la esterilización y la educación sexual obligatoria.

“Somos pro-vida”, continúa el texto de la CBCP, tras enunciar los puntos que la Iglesia apoya totalmente. “Debemos defender la vida humana desde el momento de la concepción o fertilización hasta su fin natural”.

Por este motivo los obispos promueven los métodos naturales de la planificación de los nacimientos. “Creemos en la regulación responsable y natural de los nacimientos a través de la Planificación Familiar Natural, para la cual es necesaria la construcción del carácter, que exige sacrificio, disciplina y respeto por la dignidad de la esposa”, se lee en el texto, que denuncia también las multas y sanciones previstas en la propuesta de ley de la “Salud Reproductiva”

Como ha referido la agencia  UCA News (26 de enero), el cardenal arzobispo de Manila, Gaudencio Rosales, invitó a través de una carta circular, a todos los sacerdotes a participar en un seminario organizado el 8 y el 22 de febrero, en el Centro de Planificación Familiar Juan Pablo II de la diócesis. El objetivo es demostrar que la contracepción artificial no sólo viola las enseñanzas de la Iglesia sino que también perjudica la salud de la mujer y contamina el medioambiente.

Volviendo a la carta pastoral, el CBCP exhorta al gobierno y a los legisladores a combatir sobre todo las verdaderas causas de la pobreza, concretamente la corrupción, que según algunas organizaciones internacionales provocan la pérdida de 400 mil millones de pesos filipinos al año.

“Encomendamos nuestros esfuerzos contra la RH Bill (o propuesta de ley de la Responsabilidad de los Padres, su nuevo nombre) a la bendición de nuestro omnipotente y amoroso Dios, de quien viene la vida y a quien está destinada”, concluyen finalmente los obispos.

Por Paul de Maeyer. Traducido del italiano por Carmen Álvarez

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Foro


El SIDA y el preservativo (parte II)
 
Por Michel Schooyans*

ROMA, miércoles 2 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación la segunda parte del artículo “El SIDA y el preservativo”. La primera parte fue publicada el lunes 31 de enero.

* * *

Un problema de moral cristiana

Además, es engañoso afirmar que la Iglesia no tenga una doctrina oficial sobre el problema del SIDA y el preservativo. Aunque el Papa evita llamarlo por su nombre, los problemas morales ocasionados por el uso del condón son abordados en todas las enseñanzas relacionadas con las relaciones conyugales y la finalidad del matrimonio.

Cuando se considera el SIDA y el condón a la luz de la moral cristiana es importante tener en mente algunos puntos esenciales: el acto carnal debería tener lugar en el matrimonio monógamo entre un hombre y una mujer; la fidelidad conyugal es el mejor remedio contra las enfermedades de transmisión sexual como el SIDA; la unión conyugal debería estar abierta a la vida, a lo que se debe añadir el respeto a la vida de los demás.

¿Esposos o compañeros?

Se deduce que la Iglesia no predica una moral sexual a los “compañeros”. En vez de esto propone una moral conyugal y familiar. Se dirige a los “esposos”, parejas unidas sacramentalmente en una matrimonio monógamo y heterosexual. Sin embargo las consideraciones de los dignatarios van dirigidas a los “compañeros”, que tienen relaciones pre o extramatrimoniales, intermitentes o persistentes, heterosexuales, homosexuales, lésbicas...No se entiende porque la Iglesia, y mucho menos los titulares del Magisterio, deban -arriesgando el escándalo- socorrer a los que practican el vagabundeo sexual y sentirse responsables del pecado de quien, en muchos casos, no se interesa lo más mínimo, ni en la teoría ni en la práctica, de la moral cristiana.

“¡Pecad hermanos, pero con seguridad!” ¡Después del “sexo seguro”, tenemos ahora el “pecado seguro”!

La Iglesia y sus dignatarios, no tienen derecho a explicar como pecar cómodamente. Abusaría de su autoridad si diera consejos para llegar al divorcio, ya que la Iglesia considera el divorcio como un mal. Sería como confirmar al pecador en su pecado, mostrándole como seguir hacia adelante evitando las consecuencias no deseadas.

Por ello la consiguiente pregunta: ¿Es admisible que los dignatarios, que deberían ser custodios de la doctrina, oscurezcan la exigencia de la moral natural y de la moral evangélica, y no hagan un llamamiento a la conversión de los comportamientos?

Es inadmisible e irresponsable que los dignatarios den su aval a la idea del “sexo seguro”, usada para legitimar a los que usan el condón, cuando es notorio que esta expresión es una mentira y que lleva a la ruina. Estos ilustres dignatarios deberían, por tanto, preguntarse si están sólo incitando a las personas a burlarse del sexto mandamiento de Dios, aunque también se mofan del quinto “No matarás”. La sensación falsa de seguridad ofrecida por el condón, antes que reducir el riesgo de contagio, lo aumenta. La acusación de no respetar el quinto mandamiento se vuelve contra los “compañeros” que no usan el condón.

El argumento usado para “justificar” el uso del “profiláctico” del condón se reduce a nada, en relación a la moral natural y a la cristiana.

Sería más simple decir que, si los “esposos” se amasen de verdad, y si uno de ellos enfermase de cólera, peste o tuberculosis, deberían abstenerse de tener relaciones para evitar el contagio.

Objetivo: reinventar la doctrina

Un error de método

Al principio de este análisis hemos indicado que los dignatarios favorables al condón a menudo relacionan su arenga defensiva con causas distintas a la de los “compañeros” sexuales a largo plazo y organizados. De hecho, se utiliza este argumento para discutir toda la enseñanza de la Iglesia sobre la sexualidad humana, sobre el matrimonio, la familia, la sociedad y la Iglesia misma.

Esto explica en parte la casi total carencia de interés de estos dignatarios en las conclusiones científicas y en las ideas fundamentales de la moral natural. Y son justo estas conclusiones y las ideas básicas lo que estos dignatarios deberían tener en cuenta en sus opiniones sobre la moral cristiana.

A causa de este error de método -sea voluntario o no- los dignatarios abren el camino a un cambio de la moral cristiana. Pretenden dar la vuelta al dogma cristiano, en cuanto que se reservan el derecho, en sus opiniones, a hacer un llamamiento a la institución de la Iglesia para una reforma que avale su moral y su dogma. Así pretenden participar, a su nivel, en esta nueva revolución cultural.

A pesar de que estos dignatarios han cometido, desde el principio, un error metodológico, hacen caso omiso a estas ideas fundamentales y básicas del problema, caminando inevitablemente sobre un terreno resbaloso. Si se parte de premisas erróneas, sólo se puede llegar a conclusiones erradas. Es fácil ver hacia donde estas ideas están llevando a los dignatarios. Su forma de pensar se puede resumir en tres sofismas, que pueden ser desmontados por cualquier colegial.

Tres sofismas

El primero:

Mayor: no usar el condón favorece la difusión del SIDA

Menor:favorecer esta difusión es favorecer la muerte.

Conclusión: No usar el condón significa favorecer la muerte.

Este razonamiento tortuoso se basa en la idea de que protegerse significa ponerse un preservativo. Los compañeros pueden ser múltiples. La fidelidad no es tomada en consideración. El impulso sexual está considerado como algo irresistible y la fidelidad conyugal como algo imposible. El único modo de no contraer el SIDA es el de usar condón.

Segundo sofisma:

Mayor: El condón es la única protección contra el SIDA

Menor: La Iglesia es contraria al condón

Conclusión: Por tanto la Iglesia favorece el SIDA

Este pseudo silogismo se basa en la equivocada afirmación de la premisa mayor, que el condón es la única protección posible contra el SIDA. Se da por descontada la afirmación que se quiere demostrar; estamos en presencia de una petitio principii : un razonamiento falaz, en el cual las premisas se presentan como algo indiscutible y de las que se deducen las conclusiones lógicas. Se asume como verdadero lo que se quiere demostrar, es decir que el condón constituye la única protección contra el SIDA.

Tercer sofisma:

Finalmente un ejemplo de pseudo silogismo, uno sofisticado del cual deberían darse cuenta los dignatarios.

Mayor: La Iglesia es contraria al condón

Menor: El condón previene embarazos no deseados

Conclusión/Premisa mayor: La Iglesia está a favor de los embarazos no deseados.

Premisa menor: los embarazos no deseados llevan al aborto.

Conclusión final. La Iglesia está a favor del aborto.

En definitiva, el renacimiento de la moral y eclesiología cristiana no puede esperar nada de la malvada explotación de los enfermos y de sus muertes.

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*Monseñor Michel Schooyans, filósofo y teólogo, es miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales y de la Academia Pontificia para la Vida, consultor del Consejo Pontificio para la Familia y miembro de la Academia Mexicana de Bioética. Tras haber enseñado durante diez años en la Universidad Católica de San Pablo, en Brasil, se retiró como profesor de Filosofía Política y Ética de los problemas demográficos en la Universidad católica de Lovaina, en Bélgica. Es autor de alrededor de treinta libros.

[Traducción del italiano por Carmen Álvarez]

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Audiencia del miércoles


Benedicto XVI: la perfección cristiana en santa Teresa de Ávila
Hoy en la Audiencia General
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 2 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la catequesis que el Papa Benedicto XVI dirigió hoy a los peregrinos congregados en el Aula Pablo VI para la audiencia general, y que dedicó a la santa española Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia.

* * * * *

Queridos hermanos y hermanas,

en el curso de las Catequesis que he querido dedicar a los Padres de la Iglesia y a grandes figuras de teólogos y de mujeres de la Edad Media, he podido detenerme también en algunos Santos y Santas que han sido proclamados Doctores de la Iglesia por su eminente doctrina. Hoy quisiera iniciar una breve serie de encuentros para completar la presentación de los Doctores de la Iglesia. Y comienzo con una Santa que representa una de las cumbres de la espiritualidad cristiana de todos los tiempos: santa Teresa de Jesús.

Nace en Ávila, en España, en 1515, con el nombre de Teresa de Ahumada. En su autobiografía ella misma menciona algunos detalles de su infancia: el nacimiento de “padres virtuosos y temerosos de Dios”, dentro de una familia numerosa, con nueve hermanos y tres hermanas. Aún niña, con al menos 9 años, pudo leer las vidas de algunos mártires que le inspiran el deseo del martirio, tanto que improvisa una breve fuga de casa para morir mártir y subir al Cielo (cfr Vida 1, 4); “quiero ver a Dios” dice la pequeña a sus padres. Algunos años después Teresa habló de sus lecturas de la infancia y afirmó haber descubierto la verdad, que resume en dos principios fundamentales: por un lado “el hecho de que todo lo que pertenece a este mundo, pasa”, por el otro que sólo Dios es para “siempre, siempre, siempre”, tema que recupera en su famosísimo poema “Nada te turbe, nada te espante; todos se pasa,/ Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, /quien a Dios tiene nada le falta, ¡Sólo Dios basta!”. Se quedó huérfana de madre a los 12 años, le pidió a la Virgen Santísima que fuera su madre (cfr. Vida 1,7).

Si en la adolescencia la lectura de libros profanos la había llevado a las distracciones de la vida mundana, la experiencia como alumna de las monjas agustinas de Santa María de las Gracias de Ávila y la lectura de libros espirituales, sobre todo clásicos de espiritualidad franciscana, le enseñan el recogimiento y la oración. A la edad de 20 años entra en el monasterio carmelita de la Encarnación, siempre en Ávila. Tres años después, enferma gravemente, tanto que permanece durante cuatro días en coma, aparentemente muerta (cfr Vida 5, 9). También en la lucha contra sus propias enfermedades la Santa ve el combate contra las debilidades y las resistencias a la llamada de Dios. Escribe: “Deseaba vivir porque comprendía bien que no estaba viviendo, sino que estaba luchando con una sombra de muerte, y no tenía a nadie que me diese vida, y ni siquiera yo me la podía tomar, y Aquel que podía dármela tenía razón en no socorrerme, dado que tantas veces me había vuelto hacia Él, y yo le había abandonado” (Vida 8, 2) . En 1543 pierde la cercanía de sus familiares: el padre muere y todos sus hermanos emigran uno detrás de otro a América. En la Cuaresma de 1554, a los 39 años, Teresa llega a la cumbre de su lucha contra sus propias debilidades. El descubrimiento fortuito de “un Cristo muy llagado” marca profundamente su vida (cfr Vida 9). La Santa, que en aquel periodo siente en profunda consonancia con el san Agustín de las Confesiones, describe así la Jornada decisiva de su experiencia mística: “Sucedió... que de repente me vino un sentimiento de la presencia de Dios, que de ninguna forma podía dudar que estaba dentro de mí o que yo estaba toda absorbida en Él” (Vida 10, 1).

Paralelamente a la maduración de su propia interioridad, la Santa comienza a desarrollar de forma concreta el ideal de reforma de la Orden Carmelita: en 1562 funda en Ávila, con el apoyo del Obispo de la ciudad, don Álvaro de Mendoza, el primer Carmelo reformado, y poco después recibe también la aprobación del Superior General de la Orden, Giovanni Battista Rossi. En años sucesivos continuó la fundación de nuevos Carmelos, en total diecisiete. Fue fundamental su encuentro con san Juan de la Cruz, con el que, en 1568, constituyó en Duruelo, cerca de Ávila, el primer convento de carmelitas descalzas. En 1580 obtiene de Roma la erección en Provincia autónoma para sus Carmelos reformados, punto de partida de la Orden Religiosa de los Carmelitas Descalzos. Teresa termina su vida terrena justo cuanto está ocupándose de la fundación.

En 1582, de hecho, tras haber constituido el Carmelo de Burgos y mientras está realizando el viaje de vuelta hacia Ávila, muere la noche del 15 de octubre en Alba de Tormes, repitiendo humildemente dos expresiones: “Al final, muero como hija de la Iglesia” y “Ya es hora, Esposo mío, de que nos veamos”. Una existencia consumada dentro de España, pero empeñada por toda la Iglesia. Beatificada por el papa Pablo V en 1614 y canonizada en 1622 por Gregorio XV, fue proclamada “Doctora de la Iglesia” por el Siervo de Dios Pablo VI en 1970.

Teresa de Jesús no tenía una formación académica, pero siempre atesoró enseñanzas de teólogos, literatos y maestros espirituales. Como escritora, se atuvo siempre a lo que personalmente había vivido o había visto en la experiencia de otros (cfr Prólogo al Camino de Perfección), es decir, a partir de la experiencia. Teresa consigue entretejer relaciones de amistad espiritual con muchos santos, en particular con san Juan de la Cruz. Al mismo tiempo, se alimenta con la lectura de los Padres de la Iglesia, san Jerónimo, san Gregorio Magno, san Agustín. Entre sus obras mayores debe recordarse ante todo su autobiografía, titulada Libro de la vida, que ella llama Libro de las Misericordias del Señor. Compuesta en el Carmelo de Ávila en 1565, refiere el recorrido biográfico y espiritual, escrito, como afirma la misma Teresa, para someter su alma al discernimiento del “Maestro de los espirituales”, san Juan de Ávila. El objetivo es el de poner de manifiesto la presencia y la acción de Dios misericordioso en su vida: por esto, la obra recoge a menudo el diálogo de oración con el Señor. Es una lectura que fascina, porque la Santa no solo narra, sino que muestra revivir la experiencia profunda de su amor con Dios. En 1566, Teresa escribe el Camino de Perfección, llamado por ella Admoniciones y consejos que da Teresa de Jesús a sus monjas. Las destinatarias con las doce novicias del Carmelo de san José en Ávila. Teresa les propone un intenso programa de vida contemplativa al servicio de la Iglesia, a cuya base están las virtudes evangélicas y la oración.

Entre los pasajes más preciosos está el comentario al Padrenuestro, modelo de oración. La obra mística más famosa de santa Teresa es el Castillo interior, escrito en 1577, en plena madurez. Se trata de una relectura de su propio camino de vida espiritual y, al mismo tiempo, de una codificación del posible desarrollo de la vida cristiana hacia su plenitud, la santidad, bajo la acción del Espíritu Santo. Teresa se remite a la estructura de un castillo con siete estancias, como imágenes de la interioridad del hombre, introduciendo, al mismo tiempo, el símbolo del gusano de seda que renace en mariposa, para expresar el paso de lo natural a lo sobrenatural. La Santa se inspira en la Sagrada Escritura, en particular en el Cantar de los Cantares, para el símbolo final de los “dos Esposos”, que le permite describir, en la séptima estancia, el culmen de la vida cristiana en sus cuatro aspectos: trinitario, cristológico, antropológico y eclesial. A su actividad de fundadora de los Carmelos reformados, Teresa dedica el Libro de las fundaciones, escrito entre el 1573 y el 1582, en el que habla de la vida del naciente grupo religioso. Como en la autobiografía, el relato se dedica sobre todo a evidenciar la acción de Dios en la fundación de los nuevos monasterios.

No es fácil resumir en pocas palabras la profunda y compleja espiritualidad teresiana. Podemos mencionar algunos puntos esenciales. En primer lugar, santa Teresa propone las virtudes evangélicas como base de toda la vida cristiana y humana: en particular, el desapego de los bienes o pobreza evangélica (y esto nos concierne a todos); el amor de unos a otros como elemento esencial de la vida comunitaria y social; la humildad como amor a la verdad; la determinación como fruto de la audacia cristiana; la esperanza teologal, que describe como sed de agua viva. Sin olvidar las virtudes humanas: afabilidad, veracidad, modestia, cortesía, alegría, cultura. En segundo lugar, santa Teresa propone una profunda sintonía con los grandes personajes bíblicos y la escucha viva de la Palabra de Dios. Ella se siente en consonancia sobre todo con la esposa del Cantar de los Cantares, con el apóstol Pablo, además de con el Cristo de la Pasión y con el Jesús eucarístico.

La Santa subraya después cuán esencial es la oración: rezar significa “frecuentar con amistad, pues frecuentamos de tú a tú a Aquel que sabemos que nos ama” (Vida 8, 5) . La idea de santa Teresa coincide con la definición que santo Tomás de Aquino da de la caridad teologal, como amicitia quaedam hominis ad Deum, un tipo de amistad del hombre con Dios, que ofreció primero su amistad al hombre (Summa Theologiae II-ΙI, 23, 1). La iniciativa viene de Dios. La oración es vida y se desarrolla gradualmente al mismo paso con el crecimiento de la vida cristiana: comienza con la oración vocal, pasa por la interiorización a través de la meditación y el recogimiento, hasta llegar a la unión de amor con Cristo y con la Santísima Trinidad. Obviamente no se trata de un desarrollo en el que subir escalones significa dejar el tipo de oración anterior, sino que es una profundización gradual de la relación con Dios que envuelve toda la vida. Más que una pedagogía de la oración , la de Teresa es una verdadera “mistagogia”: enseña al lector de sus obras a rezar, rezando ella misma con él; frecuentemente, de hecho, interrumpe el relato o la exposición para realizar una oración.

Otro tema querido a la Santa es la centralidad de la humanidad de Cristo. Para Teresa, de hecho, la vida cristiana es relación personal con Jesús, que culmina en la unión con Él por gracia, por amor y por imitación. De ahí la importancia que ella atribuye a la meditación de la Pasión y a la Eucaristía, como presencia de Cristo, en la Iglesia, para la vida de cada creyente y como corazón de la liturgia. Santa Teresa vive un amor incondicional a la Iglesia: ella manifiesta un vivo sensus Ecclesiae frente a episodios de división y conflicto en la Iglesia de su tiempo. Reforma la Orden Carmelita con la intención de servir y defender mejor a la “Santa Iglesia Católica Romana”, y está dispuesta a dar la vida por ella (cfr Vida 33, 5).

Un último aspecto esencial de la doctrina teresiana, que quisiera subrayar, es la perfección, como aspiración de toda la vida cristiana y meta final de la misma. La Santa tiene una idea muy clara de la “plenitud” de Cristo, revivida por el cristiano. Al final del recorrido del Castillo interior, en la última “estancia”, Teresa describe esa plenitud, realizada en la inhabitación de la Trinidad, en la unión a Cristo a través del misterio de su humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, santa Teresa de Jesús es verdadera maestra de vida cristiana para los fieles de todo tiempo. En nuestra sociedad, a menudo carente de valores espirituales, santa Teresa nos enseñan a ser testigos incansables de Dios, de su presencia y de su acción, nos enseña a sentir realmente esta sed de Dios que existe en nuestro corazón, este deseo de ver a Dios, de buscarlo, de tener una conversación con Él y de ser sus amigos. Esta es la amistad necesaria para todos y que debemos buscar, día a día, de nuevo.

Que el ejemplo de esta Santa, profundamente contemplativa y eficazmente laboriosa, nos impulse también a nosotros a dedicar cada día el tiempo adecuado a la oración, a esta apertura a Dios,

a este camino de búsqueda de Dios, para verlo, para encontrar su amistad y por tanto la vida verdadera; porque muchos de nosotros deberíamos decir: “no vivo, no vivo realmente, porque no vivo la esencia de mi vida”. Porque este tiempo de oración no es un tiempo perdido, es un tiempo en el que se abre el camino de la vida, se abre el camino para aprender de Dios un amor ardiente a Él y a su Iglesia y una caridad concreta hacia nuestros hermanos. Gracias.

[En español dijo]

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Chile, México y otros países latinoamericanos. Invito a todos, a ejemplo de Santa Teresa de Jesús, a crecer siempre en la oración y en las virtudes cristianas, hasta llegar a la plenitud del encuentro con el Señor. Muchas gracias.
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

©Copyright 2011 Libreria Editrice Vaticana]

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Documentos en la página web de Zenit


Carta Circular sobre la identidad misionera del Sacerdote
De la Congregación para el Clero
 

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 2 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- A petición de nuestros lectores, ofrecemos la versión en español de la Carta Circular “La identidad misionera del presbítero en la Iglesia como dimensión intrínseca del ejercicio de los tria munera”, de la Congregación para el Clero.

Dada su extensión, se encuentra publicada en la sección “Documentos” de la web de Zenit, y se puede acceder a ella pinchando en este enlace:

www.zenit.org/article-38115?l=spanish

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Documentación


Homilía de Benedicto XVI en el Día de la Vida Consagrada
Misa celebrada en la Basílica de San Pedro
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 2 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la homilía que el Papa Benedicto XVI pronunció hoy por la tarde en las Vísperas solemnes celebradas en la Basílica de San Pedro, con motivo de la Fiesta de la Presentación del Señor y Día de la Vida Consagrada.

* * * * *

¡Queridos hermanos y hermanas!

En la Fiesta de hoy contemplamos al Señor Jesús a quien María y José presentan en el templo “para ofrecerlo al Señor” (Lc 2,22). En esta escena evangélica se revela el misterio del Hijo de la Virgen, el consagrado del Padre, venido al mundo para cumplir fielmente su voluntad (cfr Hb 10,5-7).

Simeón lo señala como “luz para iluminar a los pueblos” (Lc 2,32) y anuncia con palabras proféticas su ofrecimiento supremo a Dios y su victoria final (cfr Lc 2,32-35). Es el encuentro de los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo. Jesús entra en el antiguo templo, Él, que es el nuevo Templo de Dios: viene a visitar a su pueblo, llevando a cumplimiento la obediencia a la Ley e inaugurando los últimos tiempos de la salvación.

Es interesante observar de cerca esta entrada del Niño Jesús en la solemnidad templo, en un gran ir y venir de muchas personas, ocupadas en sus asuntos: los sacerdotes y los levitas con us turnos de servicio, los numerosos devotos y peregrinos, deseosos de encontrarse con el Dios santo de Israel. Ninguno de estos sin embargo se entera de nada. Jesús es un niño como tantos otros, hijo primogénito de dos padres muy sencillos. Tampoco los sacerdotes resultan capaces de captar los signos de la nueva y particular presencia del Mesías y Salvador. Solo dos ancianos, Simeón y Ana, descubren la gran novedad. Llevados por el Espíritu Santo, encuentran en ese Niño el cumplimiento de su larga espera y vigilancia. Ambos contemplan la luz de Dios, que viene a iluminar el mundo, y su mirada profética se abre al futuro, como anuncio del Mesías: Lumen ad revelationem gentium! (Lc 2,32). En la actitud profética de los dos ancianos está toda la Antigua Alianza que expresan la alegría del encuentro con el Redentor. A la vista del Niño, Simeón u Ana intuyen que es precisamente Él el Esperado.

La Presentación de Jesús en el templo constituye un icono elocuente de la entrega total de la propia vida para quienes, hombres y mujeres, son llamados a reproducir en la Iglesia y en el mundo, mediante los consejos evangélicos, “los rasgos característicos de Jesús virgen, pobre y obediente” (Exhort. ap. postsinod. Vita consecrata, 1). Por ello la Fiesta de hoy fue elegida por el venerable Juan Pablo II para celebrar la Jornada anual de la Vida Consagrada. En este contexto, dirijo un saludo cordial y agradecido a monseñor João Braz de Aviz, a quien hace poco nombré prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, con el secretario y los colaboradores. Con afecto saludo a los Superiores Generales presentes y a todas las personas consagradas.

Quisiera proponer tres breves pensamientos para la reflexión en esta fiesta.

El primero: el icono evangélico de la Presentación de Jesús en el templo contiene el símbolo fundamental de la luz; la luz que, partiendo de Cristo, se irradia sobre María y José, sobre Simeón y Ana y, a través de ellos, sobre todos. Los Padres de la Iglesia unieron esta irradiación al camino espiritual. La vida consagrada expresa ese camino, de modo especial, como “filocalía”, amor por la belleza divina, reflejo de la bondad de Dios (cfr ibid., 19). Sobre el rostro de Cristo resplandece la luz de esa belleza. “La Iglesia contempla el rostro transfigurado de Cristo, para conformarse en la fe y no correr el riesgo de perderse ante su rostro desfigurado en la Cruz … ella es la Esposa ante el Esposo, partícipe de su misterio, envuelta por su luz, [por la cual] son alcanzados todos sus hijos … Pero una experiencia singular de la luz que emana del Verbo encarnado la hacen ciertamente los llamados a la vida consagrada. La profesión de los consejos evangélicos, de hecho, los pone como signo y profecía para la comunidad de los hermanos y para el mundo” (ibid., 15).

En segundo lugar, el icono evangélico manifiesta la profecía, don del Espíritu Santo. Simeón y Ana, contemplando al Niño Jesús, ven su destino de muerte y de resurrección para la salvación de todas las gentes y anuncian tal misterio como salvación universal. La vida consagrada está llamada a ese testimonio profético, ligada a su doble actitud contemplativa y activa. A las consagradas y consagrados se les ha concedido manifestar el primado de Dios, la pasión por el Evangelio practicado como forma de vida y anunciado a los pobres y a los últimos de la tierra.

“En virtud de este primado nada puede ser antepuesto al amor personal por Cristo y por los pobres en los que Él vive. La verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con Él, de la escucha atenta de su Palabra en las distintas circunstancias de la historia” (ibid., 84).En este sentido la vida consagrada, en la día a día en los caminos de la humanidad, manifiesta el Evangelio y el Reino ya presente y activo.

En tercer lugar, el icono evangélico de la Presentación de Jesús en el templo manifiesta la sabiduría de Simeón y Ana, la sabiduría de una vida dedicada totalmente a la búsqueda del rostro de Dios, de sus signos, de su voluntad, una vida dedicada a la escucha y al anuncio de su Palabra. “Faciem tuam, Domine, requiram: tu rostro Señor, yo busco (Sal 26,8) … La vida consagrada es en el mundo y en la Iglesia signo visible de esta búsqueda del rostro del Señor y de los caminos que conducen a Él (cfr Jn 14,8). La persona consagrada testifica, por tanto, el esfuerzo gozoso y a la vez laborioso, de la búsqueda asidua y consciente de la voluntad de Dios” (cfr Cong. Para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, Istr. El servicio de la autoridad y la obediencia. Faciem tuam Domine requiram [2008], 1).

Queridos hermanos y hermanas, escuchad asiduamente la Palabra, porque ¡toda sabiduría de vida nace de la Palabra del Señor! Escrutad la Palabra a través de la lectio divina, porque la vida consagrada “nace de la escucha de la Palabra de Dios y acoge el Evangelio como su norma de vida. Vivir en la estela de Cristo casto, pobre, obedientes en este sentido una “exégesis” de la Palabra de Dios. “El Espíritu Santo, en virtud del que ha sido escrita la Biblia, es el mismo que ilumina con luz nueva la Palabra de Dios a los fundadores y fundadoras. De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere ser expresión cada regla, dando origen a itinerarios de vida cristiana marcados por la radicalidad evangélica”. (Ex. ap. postsinodal Verbum Domini, 83)

Vivimos hoy, sobre todo en las sociedades más desarrolladas, una condición a menudo señalada por un pluralismo radical, por una progresiva marginación de la religión de la esfera pública, por un relativismo que afecta a los valores fundamentales. Esto exige que nuestro testimonio cristiano sea luminoso y coherente y que nuestro esfuerzo educativo sea cada vez más atento y generoso. Vuesra acción apostólica en particular, queridos hermanos y hermanas, se convierta en una tarea de vida, que acceda, con perseverante pasión, a la Sabiduría como verdad y como belleza, “esplendor de la verdad”. Sabed orientar con la Sabiduría de vuestra vida y con la confianza en las posibilidades inagotables de la educación verdadera, la inteligencia y el corazón de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo hacia la “vida buena del Evangelio”.

En este momento mi pensamiento va con especial afecto a todos los consagrados y las consagradas, en todas las partes del mundo, y los encomiendo a la Beata Virgen María:

Oh María, Madre de la Iglesia,

confío a ti toda la vida consagrada,

para que obtenga la plenitud de la luz divina:

que viva en la escucha de la Palabra de Dios,

en la humildad para seguir la estela de Jesús tu Hijo y nuestro Señor,

en la acogida de la visita del Espíritu Santo,

en la alegría cotidiana del Magnificat,

para que la Iglesia sea edificada por la santidad de vida

de estos tus hijos e hijas,

en el mandamiento del amor. Amen

[Traducción del original italiano por Carmen Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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Carta de la Congregación para el Clero
La identidad misionera del presbítero en la Iglesia
   

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 2 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación, por su interés, la Carta circular de la Congregación para el Clero sobre “La identidad misionera del presbítero en la Iglesia como dimensión intrínseca del ejercicio de los tria munera”.

* * * * *



 

CONGREGATIO PRO CLERICIS

LA IDENTIDAD MISIONERA DEL PRESBÍTERO EN LA IGLESIA,

COMO DIMENSIÓN INTRÍNSECA DEL EJERCICIO DE LOS TRIA MUNERA

Carta Circular



 

Introducción

Ecclesia peregrinans natura sua missionaria est.

“La Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre” [1].

El Concilio Ecuménico Vaticano II, en la línea de la ininterrumpida Tradición, es muy explícito al afirmar la misionaridad intrínseca de la Iglesia. La Iglesia no existe por sí misma y para sí misma: tiene su origen en las misiones del Hijo y del Espíritu; la Iglesia está llamada, por su naturaleza, a salir de sí misma en un movimiento hacia el mundo, para ser signo del Emmanuel, del Verbo hecho carne, del Dios-con-nosotros.

La misionaridad, desde el punto de vista teológico, está comprendida en cada una de las notas de la Iglesia y está particularmente representada tanto por la catolicidad como por la apostolicidad. ¿Cómo cumplir fielmente con la función de ser apóstoles, testigos fieles del Señor, anunciadores de la Palabra y administradores auténticos y humildes de la gracia, si no a través de la misión, entendida como verdadero y propio factor constitutivo del ser Iglesia?

La misión de la Iglesia, además, es la misión que ella ha recibido de Jesucristo con el don del Espíritu Santo. Es única, y ha sido confiada a todos los miembros del pueblo de Dios, que han sido hechos partícipes del sacerdocio de Cristo mediante los sacramentos de la iniciación, con el fin de ofrecer a Dios un sacrificio espiritual y testimoniar a Cristo ante los hombres. Esta misión se extiende a todos los hombres, a todas las culturas, a todos los lugares y a todos los tiempos. A una única misión corresponde un único sacerdocio: el de Cristo, del que participan todos los miembros del pueblo de Dios, aunque de forma diversa y no sólo por el grado.

En dicha misión, los presbíteros, en cuanto son los colaboradores más inmediatos de los Obispos, sucesores de los Apóstoles, conservan ciertamente un papel central y absolutamente insustituible, que les ha sido confiado por la providencia de Dios.



 

1. Conciencia eclesial de la necesidad de un renovado compromiso misionero

La misionaridad intrínseca de la Iglesia se funda dinámicamente en las misiones trinitarias mismas. Por su naturaleza, la Iglesia está llamada a anunciar la persona de Jesucristo muerto y resucitado, a dirigirse a toda la humanidad, según el mandato recibido del mismo Señor: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15); “Como el Padre me envió, también os envío yo” Jn 20,21). En la misma vocación de San Pablo, hay un envío: “Ve, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles” (Hch 22,21).

Para realizar esta misión, la Iglesia recibe el Espíritu Santo, enviado por el Padre y por el Hijo en Pentecostés. El Espíritu que descendió sobre los Apóstoles es el Espíritu de Jesús: hace repetir los gestos de Jesús, anunciar la Palabra de Jesús (cf. Hch 4,30), recitar de nuevo la oración de Jesús (cf. Hch 7,59s.; Lc 23,34.46), perpetuar, en la fracción del pan, la acción de gracias y el sacrificio de Jesús y conserva la unidad entre los hermanos (cf. Hch 2,42; 4,32). El Espíritu confirma y manifiesta la comunión de los discípulos como nueva creación, como comunidad de salvación escatológica y los envía en misión: “Seréis mis testigos [...] hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). El Espíritu Santo impulsa la Iglesia naciente a la misión en todo el mundo, demostrando de esta forma que Él ha sido derramado sobre “todo mortal” (cf. Hch 2,17).

Hoy, ante las nuevas condiciones de la presencia y de la actividad de la Iglesia en el panorama mundial, se renueva la urgencia misionera, no sólo adgentes, sino en la grey misma, ya constituida, de la Iglesia.

Durante las últimas décadas, el Magisterio Pontificio ha expresado autorizadamente, con tonos cada vez más fuertes y firmes, la urgencia de un renovado compromiso misionero. Baste pensar en Evangelii nuntiandi de Pablo VI, o en Redemptoris missio y en Novo milennio ineunte de Juan Pablo II, [2] hasta llegar a las numerosas intervenciones de Benedicto XVI. [3]

No es menor la preocupación del Papa Benedicto XVI por la misión ad gentes, como lo demuestra su constante solicitud. Se ha de subrayar y alentar cada vez más la presencia, aún hoy, de muchos misioneros enviados ad gentes. Naturalmente no son suficientes. Además, se va delineando un fenómeno nuevo: misioneros africanos y asiáticos que ayudan a la Iglesia, por ejemplo, en Europa.

Es necesario alegrarse también, y dar gracias a Dios, por tantos nuevos Movimientos y Comunidades eclesiales, incluso laicales, que viven la misionaridad, tanto en la propia región – entre los católicos que, por diversos motivos, no viven su pertenencia a la comunidad eclesial –, como ad gentes.



 

2. Aspectos teológico-espirituales de la misionaridad de los presbíteros

No podemos considerar el aspecto misionero de la teología y de la espiritualidad sacerdotal, sin explicitar la relación con el misterio de Cristo. Como se ha destacado en el n. 1, la Iglesia encuentra su fundamento en las misiones de Cristo y del Espíritu Santo: así cada “misión” y la dimensión misionera de la Iglesia misma, intrínseca a su naturaleza, se fundamentan en la participación en la misión divina. El Señor Jesús es, por antonomasia, el enviado del Padre. Con intensidad mayor o menor, todos los escritos del Nuevo Testamento ofrecen este testimonio.

En el Evangelio de Lucas, Jesús se presenta como aquel que, consagrado con la unción del Espíritu, ha sido enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva (cf. Lc 4,18; Is 61,1-2). En los tres Evangelios sinópticos, Jesús se identifica con el Hijo amado que, en la parábola de los viñadores homicidas, es enviado por el dueño de la viña al final, después de los siervos (cf. Mc 12,1-12; Mt 21,33-46; Lc 20,919); en otros momentos habla de la propia condición de enviado (cf. Mt 15,24). También aparece en Pablo la idea de la misión de Cristo por parte de Dios Padre (cf. Ga 4,4; Rm 8,3).

Pero es sobre todo en los textos de Juan donde aparece con mayor frecuencia la “misión” divina de Jesús. [4] Ser “el enviado del Padre” pertenece ciertamente a la identidad de Jesús: Él es aquel que el Padre ha consagrado y enviado al mundo, y este hecho es expresión de su irrepetible filiación divina (cf. Jn 10,36-38). Jesús ha llevado a término la Obra salvadora, siempre como enviado del Padre y como aquel que realiza las obras de quien lo ha enviado, en obediencia a su voluntad. Solamente en el cumplimiento de esta voluntad, Jesús ha ejercido su ministerio de sacerdote, profeta y rey. Al mismo tiempo, sólo en cuanto enviado del Padre, Él envía, a su vez, a los discípulos. La misión, en todos sus diferentes aspectos, tiene su fundamento en la misión del Hijo en el mundo y en la misión del Espíritu Santo. [5]

Jesús es el enviado que, a su vez, envía (cf. Jn 17,18). La “misionaridad” es, en primer lugar, una dimensión de la vida y del ministerio de Jesús y, por tanto, lo es de la Iglesia y de cada uno de los cristianos, según las exigencias de la vocación personal. Veamos cómo Él ha ejercido su ministerio salvífico, para el bien de los hombres, en las tres dimensiones, íntimamente entrelazadas, de enseñanza, santificación y gobierno; o, con otras palabras, más directamente bíblicas, de profeta y revelador del Padre, de sacerdote, de Señor, rey y pastor.

Aunque Jesús, en su proclamación del Reino y en su función de revelador del Padre, se ha sentido especialmente enviado al pueblo de Israel (cf. Mt 15,24; 10,5), no faltan episodios en su vida, en los que se abre el horizonte de universalidad de su mensaje: Jesús no excluye de la salvación a los gentiles, alaba la fe de algunos de ellos, por ejemplo la del centurión, y anuncia que los paganos llegarán de los confines del mundo, para sentarse a la mesa con los patriarcas de Israel (cf. Mt 8,1012; Lc 7,9); lo mismo dice a la mujer cananea: “Mujer, ¡grande es tu fe! Que te suceda como deseas” (Mt 15,28; cf. Mc 7,29). En continuidad con su misma misión, Jesús resucitado envía a sus discípulos a predicar el Evangelio a todas las naciones, una misión universal (cf. Jn 20,21-22; Mt 28,19-20; Mc 16,15; Hch 1,8). La revelación cristiana está destinada a todos los hombres, sin distinciones.

La revelación de Dios Padre, que Jesús trae, se fundamenta en su unión irrepetible con el Padre, en su conciencia filial; sólo partiendo de ésta puede ejercer su función de revelador (cf. Mt 11,12-27; Lc 10,21-22; Jn 18; 14,6-9; 17,3.4.6). Dar a conocer al Padre, con todo lo que este conocimiento implica, es el fin último de toda la enseñanza de Jesús. Su misión de revelador está tan arraigada en el misterio de su persona, que también en la vida eterna continuará su revelación del Padre: “Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos” (Jn 17,26; cf. 17,24). Esta experiencia de la paternidad divina debe impulsar a los discípulos al amor hacia todos, en el cual consistirá su “perfección” (cf. Mt 5,45-48; Lc 6,35-36).

El ministerio sacerdotal de Jesús no se puede entender sin la perspectiva de la universalidad. Partiendo de los textos del Nuevo Testamento, es clara la conciencia de Jesús de su misión, que lo lleva a dar la vida por todos los hombres (cf. Mc 10,45; Mt 20,28). Jesús, que no ha pecado, se pone en el puesto de los pecadores, y se ofrece al Padre por ellos. Las palabras de la institución de la Eucaristía manifiestan la misma conciencia y la misma actitud; Jesús ofrece su vida en el sacrificio de la Nueva Alianza en favor de los hombres: “Ésta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos” (Mc 14,24; cf. Mt 26,28; Lc 22,20; 1 Co 11,24-25).

El sacerdocio de Cristo ha sido profundizado sobre todo en la Carta a los Hebreos, en la que se destaca que Él es el sacerdote eterno, que posee un sacerdocio que no se acaba (cf. Hb 7,24), es el sacerdote perfecto (cf. Hb 7,28). Ante la multiplicidad de sacerdotes y de sacrificios antiguos, Cristo se ha ofrecido a sí mismo, una sola vez y de una vez para siempre, en un sacrificio perfecto (cf. Hb 7,27; 9,12.28; 10,10; 1 P 3,18). Esta unicidad de su persona y de su sacrificio confiere también al sacrificio de Cristo un carácter único y universal; toda su persona y, en concreto, el sacrificio redentor que tiene un valor para la eternidad, lleva el sello de lo que no pasa y es insuperable. Cristo, sumo y eterno Sacerdote, en su condición de glorificado, sigue aún intercediendo por nosotros ante el Padre (cf. Jn 14,16; Rm 8,32; Hb 7,25; 9,24, 10,12; 1 Jn 2,1).

Jesús, enviado por el Padre, aparece también como Señor en el Nuevo Testamento (cf. Hch 2,36). El acontecimiento de la resurrección hace reconocer a los cristianos el señorío de Cristo. En las primeras confesiones de fe aparece este título fundamental relacionado con la resurrección (cf. Rm 10,9). No falta la referencia a Dios Padre en muchos de los textos que nos hablan de Jesús como Señor (cf. Flp 2,11). Por otra parte, Jesús, que ha anunciado el Reino de Dios, especialmente vinculado a su persona, es rey, como él mismo dice en el Evangelio de Juan (cf. Jn 18,33-37).Y también al final de los tiempos, “cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad” (1 Co 15,24).

Naturalmente, el dominio de Cristo tiene poco que ver con el dominio de los grandes de este mundo (cf. Lc 22,25-27; Mt 20,25-27; Mc 10,42-45), porque, como Él mismo afirma, su reino no es de este mundo (cf. Jn 18,36). Por eso, el dominio de Cristo es el del buen pastor, que conoce todas sus ovejas, que ofrece la vida por ellas y que quiere reunirlas a todas en un solo rebaño (cf. Jn 10,14-16). También la parábola de la oveja perdida habla, indirectamente, de Jesús, buen pastor (cf. Mt 18,12-14; Lc 15,4-7). Jesús es, además, el “pastor supremo” (1 P 5,4).

En Jesús se realiza, de forma eminente, todo lo que la tradición del Antiguo Testamento había dicho sobre Dios, pastor del pueblo de Israel: “Las apacentaré en buenos pastos y su majada estará en los montes de la excelsa Israel [...]. Yo mismo conduciré mis ovejas y yo las llevaré a reposar, oráculo del Señor Yahvé. Buscaré la oveja perdida, tornaré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a la enferma; pero a la que está gorda y robusta la exterminaré; las pastorearé con justicia” (Ez 34,14-16). Y más adelante: “Yo suscitaré para ponérselo al frente un solo pastor que las apacentará, mi siervo David. Él las apacentará y será su pastor. Yo, Yahvé, seré su Dios”. (Ez 34,23-24; cf. Jr 23,1-4; Za 11,15-17; Sal 23,1-6). [6]

Sólo partiendo de Cristo tiene sentido la reflexión tradicional sobre los tria muñera que configuran el sagrado ministerio de los Sacerdotes. No podemos olvidar que Jesús se considera presente en sus enviados: “Quien acoja al que yo envío, me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a aquel que me ha enviado” (Jn 13,20; cf. también Mt 10,40; Lc 10,16). Hay una serie de “misiones”, que encuentran su origen en el misterio mismo del Dios Uno y Trino, que quiere que todos los hombres sean partícipes de su vida. El arraigo trinitario, cristológico [7] y eclesiológico del ministerio de los Sacerdotes es el fundamento de la identidad misionera. La voluntad salvífica universal de Dios, la unicidad y la necesidad de la mediación de Cristo (cf. 1 Tm 2,4-7; 4,10) no permiten trazar fronteras a la obra de evangelización y de santificación de la Iglesia. Toda la economía de la salvación tiene su origen en el designio del Padre de recapitular todo en Cristo (cf. Ef 1,3-10) y en la realización de este designio, que tendrá su cumplimiento final con la venida del Señor en la gloria.

El Concilio Vaticano II alude claramente al ejercicio de los tria muñera de Cristo, por parte de los presbíteros, como colaboradores del orden episcopal: “Participando, en el grado propio de su ministerio del oficio único Mediador, que es Cristo (cf. 1 Tm 2,5), anuncian a todos la divina palabra. Pero su oficio sagrado lo ejercitan, sobre todo, en el culto o asamblea eucarística, donde, representando la persona de Cristo, y proclamando su misterio, unen las oraciones de los fieles al sacrificio de su Cabeza y hacen presente y aplican en el sacrificio de la Misa, hasta la venida del Señor (cf. 1 Co 11,26), el único Sacrificio del Nuevo Testamento, a saber, el de Cristo que se ofrece a sí mismo al Padre, una vez por todas, como hostia inmaculada (cf. Hb 9,14-28). [...]. Ejerciendo, en la medida de su autoridad, el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza, reúnen la familia de Dios como una fraternidad, animada con espíritu de unidad y la conducen hasta Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu. En medio de la grey le adoran en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,24)”. [8]

En virtud del sacramento del Orden, que confiere un carácter espiritual indeleble, [9] los presbíteros son consagrados, es decir, segregados “del mundo” y entregados “al Dios viviente”, tomados “como su propiedad, para que, partiendo de Él, puedan realizar el servicio sacerdotal por el mundo”, para predicar el Evangelio, ser pastores de los fieles y celebrar el culto divino, como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento (cf. Hb 5,1). [10]

El Sumo Pontífice Benedicto XVI, en la alocución que dirigió a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Clero, afirmó que: “La dimensión misionera del presbítero nace de su configuración sacramental a Cristo Cabeza, la cual conlleva, como consecuencia, una adhesión cordial y total a lo que la tradición eclesial ha reconocido como la apostolica vivendi forma. Ésta consiste en la participación en una 'vida nueva' entendida espiritualmente, en el 'nuevo estilo de vida' que inauguró el Señor Jesús y que hicieron suyo los Apóstoles. Por la imposición de las manos del Obispo y la oración consagratoria de la Iglesia, los candidatos se convierten en hombres nuevos, llegan a ser 'presbíteros'. A esta luz, es evidente que los tria munera son en primer lugar un don y sólo como consecuencia un oficio; son ante todo participación en una vida, y por ello una potestas”. [11]

El decreto Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y la vida sacerdotal, ilustra esta verdad cuando se refiere a los presbíteros ministros de la palabra de Dios, ministros de la santificación con los sacramentos y la eucaristía, y guías y educadores del pueblo de Dios. La identidad misionera del presbítero, aunque no es objeto explícito de gran desarrollo, está claramente presente en estos textos. Se subraya expresamente el deber de anunciar a todos el Evangelio de Dios siguiendo el mandato del Señor, con explícita referencia a los no creyentes y remitiendo a la fe y a los sacramentos, por medio de la proclamación del mensaje evangélico. El sacerdote, “enviado”, que participa en la misión de Cristo enviado del Padre, se encuentra implicado en una dinámica misionera, sin la cual no puede vivir verdaderamente la propia identidad. [12]

También en la Exhortación apostólica post-sinodal Pastores dabo vobis se afirma que, aunque insertado en una Iglesia particular, el presbítero, en virtud de su ordenación, ha recibido un don espiritual que lo prepara a una misión universal, hasta los confines de la tierra, porque “cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles”. [13] Por eso, la vida espiritual del sacerdote se ha de caracterizar por el fervor y el dinamismo misionero; en sintonía con el Concilio Vaticano II, se indica que los sacerdotes deben formar la comunidad que les ha sido confiada, para convertirla en una comunidad auténticamente misionera. [14] La función de pastor exige que el fervor misionero se viva y comunique, porque toda la Iglesia es esencialmente misionera. De esta dimensión de la Iglesia proviene, de forma decisiva, la identidad misionera del presbítero.

Cuando se habla de misión, se ha de tener necesariamente presente que el enviado, en este caso el presbítero, se encuentra en relación tanto con quien lo envía, como con aquellos a los que es enviado. Examinando su relación con Cristo, el primer enviado del Padre, es necesario subrayar el hecho de que, teniendo en cuenta los textos del Nuevo Testamento, es el mismo Cristo quien envía y constituye a los ministros de su Iglesia, mediante el don del Espíritu Santo derramado en la ordenación sacerdotal; éstos no pueden ser considerados sencillamente elegidos o delegados de la comunidad o del pueblo sacerdotal. El envío viene de Cristo; los ministros de la Iglesia son instrumentos vivos de Cristo, único mediador. [15] “El presbítero encuentra la plena verdad de su identidad en ser una derivación, participación específica y una continuación del mismo Cristo, sumo y eterno sacerdote de la Nueva Alianza; es una imagen viva y transparente de Cristo Sacerdote”. [16]

Tomando como punto de partida esta referencia cristológica, emerge claramente la dimensión misionera de la vida del sacerdote: Jesús ha muerto y resucitado por todos los hombres, a los que quiere reunir en un solo rebaño; Él debía morir para reunir en uno a todos los hijos de Dios que estaban dispersos (cf. Jn 11,52). Si en Adán todos mueren, en Él todos vuelven a la vida (cf. 1 Co 15,20-22), en Él Dios reconcilia consigo el mundo (cf. 2 Co 5,19), y ordena a los apóstoles predicar el Evangelio a todas las gentes. Todo el Nuevo Testamento está impregnado de la idea de la universalidad de la acción salvífica de Cristo y de su única mediación. El presbítero, configurado a Cristo profeta, sacerdote y rey, no puede dejar de tener el corazón abierto a todos los hombres y, en concreto, sobre todo a los que no conocen a Cristo y no han recibido todavía la luz de su Buena Nueva.

Por parte de los hombres, a los que la Iglesia debe anunciar el Evangelio, [17] y a los que, por consiguiente, el presbítero es enviado, es necesario poner de relieve que el Concilio Vaticano II ha hablado repetidamente de la unidad de la familia humana, fundada en la creación de todos a imagen y semejanza de Dios y en la comunión de destino en Cristo: “Todos los pueblos forman una comunidad, tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre el haz de la tierra y tienen también el mismo fin último, que es Dios, cuya providencia, manifestación de bondad y designios de salvación se extienden a todos”. [18] Esta unidad está llamada a lograr su cumbre en la recapitulación universal de Cristo (cf. Ef 1,10). [19]

A esta recapitulación final de todo en Cristo, que constituye la salvación de los hombres, se dirige toda la acción pastoral de la Iglesia. Al estar llamados todos los hombres a la unidad en Cristo, ninguno puede ser excluido de la solicitud del presbítero a Él configurado. Todos esperan, aunque de forma inconsciente (cf. Hch 17,23-28), la salvación que puede venir sólo de Él: esa salvación que es la inserción en el Misterio Trinitario, en la participación en su filiación divina. No se pueden realizar discriminaciones entre los hombres, los cuales tienen un mismo origen y comparten el mismo destino y la única vocación en Cristo. Establecer límites a la “caridad pastoral” del presbítero sería completamente contradictorio con su vocación, marcada por la peculiar configuración con Cristo, cabeza y pastor de la Iglesia y de todos los hombres.

Los tria munera, ejercidos por los sacerdotes en su ministerio, no se pueden concebir sin su esencial relación con la persona de Cristo y con el don del Espíritu. El presbítero está configurado a Cristo mediante el don del Espíritu recibido en la ordenación. Así como los tria muñera aparecen esencialmente entrelazados en Cristo, y no se pueden separar de ninguna manera, y los tres reciben luz de la identidad filial de Jesús, el enviado del Padre, también el ejercicio de estas tres funciones en los sacerdotes es inseparable. [20]

El presbítero está en relación con la persona de Cristo, y no solamente con sus funciones, que brotan y reciben pleno sentido de la persona misma del Señor. Esto significa que el sacerdote encuentra la especificidad de la propia vida y de su vocación viviendo la propia configuración personal con Cristo; siempre es un alter Christus. El sacerdote experimentará la dimensión universal, y por tanto misionera, de su identidad más profunda, siendo consciente de ser enviado por Cristo, como Él lo es por el Padre, para la salus animarum.



 

3. Una renovada praxis misionera de los presbíteros

La urgencia misionera actual requiere una renovada praxis pastoral. Las nuevas condiciones culturales y religiosas del mundo, con toda su diversidad, según las distintas regiones geográficas y los diversos ambientes socio-culturales, indican la necesidad de abrir nuevos caminos a la praxis misionera. Benedicto XVI, en el ya citado discurso a los obispos alemanes, afirmó: “Todos juntos debemos tratar de encontrar modos nuevos para llevar el Evangelio al mundo actual”. [21]

Por lo que se refiere a la participación de los presbíteros en esta misión, recordemos la esencia misionera de la misma identidad presbiteral, de todos y cada uno de los presbíteros, y la historia de la Iglesia, que muestra el papel insustituible de los presbíteros en la actividad misionera. Cuando se trata de la evangelización misionera dentro de la Iglesia ya establecida, que se dirige a los bautizados “que se han alejado” y a todos aquellos que, en las parroquias y en las diócesis, poco o nada conocen de Jesucristo, este papel insustituible de los presbíteros se muestra de manera todavía más evidente.

En las comunidades particulares, en las parroquias, el ministerio de los presbíteros manifiesta la Iglesia como acontecimiento transformador y redentor, que se hace presente en la cotidianidad de la sociedad. Allí, ellos predican la Palabra de Dios, evangelizan, catequizan, exponiendo íntegra y fielmente la sagrada doctrina; ayudan a los fieles a leer y a comprender la Biblia; reúnen al Pueblo de Dios para celebrar la Eucaristía y los demás sacramentos; promueven otras formas de oración comunitaria y devocional; reciben a quien busca apoyo, consuelo, luz, fe, reconciliación y acercamiento a Dios; convocan y presiden encuentros de la comunidad para estudiar, elaborar y poner en práctica los planes pastorales; orientan y estimulan a la comunidad en el ejercicio de la caridad hacia los pobres en el espíritu y en las condiciones económicas; promueven la justicia social, los derechos humanos, la igual dignidad de todos los hombres, la auténtica libertad, la colaboración fraterna y la paz, según los principios de la doctrina social de la Iglesia. Son ellos quienes, como colaboradores de los Obispos, tienen la responsabilidad pastoral inmediata.



 

3.1. El misionero debe ser discípulo

El Evangelio mismo muestra que el ser misionero requiere ser discípulo. El texto de Marcos afirma que “[Jesús] subió al monte y llamó a los que Él quiso y vinieron junto a Él. Instituyó Doce [...] para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios” (Mc 3,13-15). “Llamó a los que Él quiso” y “para que estuvieran con Él”: ¡He aquí el discipulado! Estos discípulos serán enviados a predicar y a expulsar los demonios: !He aquí los misioneros!

En el Evangelio de Juan encontramos la llamada (“Venid y lo veréis”: Jn 1,39) de los primeros discípulos, su encuentro con Jesús y su primer ímpetu misionero, cuando van y llaman a otros, les anuncian el Mesías encontrado y reconocido, y los conducen a Jesús, que sigue llamando aún a ser sus discípulos (cf. Jn 1,35-51).

En el itinerario del discipulado, todo inicia con la llamada del Señor. La iniciativa es siempre suya. Esto indica que la llamada es una gracia, que debe ser libre y humildemente acogida y custodiada, con la ayuda del Espíritu Santo. Dios nos ha amado el primero. Es el primado de la gracia. A la llamada sigue el encuentro con Jesús para escuchar su palabra y realizar la experiencia de su amor por cada uno y por toda la humanidad. Él nos llama y nos revela al verdadero Dios, Uno y Trino, que es amor. En el Evangelio se muestra cómo en este encuentro el Espíritu de Jesús transforma a quien tiene el corazón abierto.

En efecto, quien encuentra a Jesús experimenta un profundo compromiso con su persona y con su misión en el mundo, cree en Él, siente su amor, se adhiere a Él, decide seguirlo incondicionalmente dondequiera que lo lleve, le entrega toda su vida y, si es necesario, acepta morir por Él. Sale de este encuentro con el corazón alegre y entusiasta, fascinado por el misterio de Jesús, y se lanza a anunciarlo a todos. Así, el discípulo se hace semejante al Maestro, enviado por Él y sostenido por el Espíritu Santo.

La petición de hoy es la misma que hicieron algunos griegos que estaban en Jerusalén cuando Jesús hizo su ingreso mesiánico en la ciudad. Ellos decían: “Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21). También nosotros hacemos hoy esta pregunta. ¿Dónde y cómo podemos encontrar a Jesús, después de su regreso al Padre, hoy, en el tiempo de la Iglesia?

El Papa Juan Pablo II, de venerada memoria, ha insistido mucho en la necesidad del encuentro con Jesús para todos los cristianos, con el fin de que puedan reemprender el camino desde Él, para anunciarlo a la humanidad actual. Al mismo tiempo, ha indicado algunos lugares privilegiados en los que es posible encontrar a Jesús, hoy. El primer lugar, decía el Papa, es “la Sagrada Escritura leída a la luz de la Tradición, de los Padres y del Magisterio, profundizada a través de la meditación y la oración” o sea, la así llamada lectio divina, lectura orante de la Biblia. Un segundo lugar, decía el Papa, es la Liturgia, son los Sacramentos, de forma muy especial la Eucaristía. En la narración de la aparición del Resucitado a los discípulos de Emaús, encontramos íntimamente unidas la Sagrada Escritura y la Eucaristía, como lugares de encuentro con Cristo. Un tercer lugar nos lo indica el texto evangélico de Mateo sobre el juicio final, en el que Jesús se identifica con los pobres (cf. Mt 25,31-46). [22]

Otro modo fundamental e inestimable para encontrar a Jesucristo es la oración, tanto personal como comunitaria, la oración ante al Santísimo Sacramento y el rezo fiel de la Liturgia de las Horas. También la misma contemplación de la creación puede ser un lugar de encuentro con Dios.

Cada cristiano ha de ser llevado ante Jesucristo para tener, renovar y profundizar constantemente un encuentro intenso, personal y comunitario, con el Señor. De este encuentro nace y renace el discípulo. Del discípulo nace el misionero. Y si esto vale para todo cristiano, mucho más aún para el presbítero. [23]

Por otra parte, el discípulo y misionero es siempre miembro de una comunidad de discípulos y misioneros, que es la Iglesia. Jesús ha venido al mundo y ha entregado su vida en la cruz “para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52). El Concilio Vaticano II enseña que “fue voluntad de Dios santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente”. [24] Jesús con su grupo de discípulos, de forma especial con los Doce, da inicio a esta comunidad nueva, que reúne a los hijos de Dios dispersos, es decir, la Iglesia. Después de su regreso al Padre, los primeros cristianos viven en comunidad, bajo la guía de los Apóstoles, y cada discípulo participa en la vida comunitaria y en el encuentro de los hermanos, sobre todo en el partir el pan eucarístico. Es en la Iglesia, y partiendo de la efectiva comunión con la Iglesia misma, donde se vive y nos realizamos como discípulos y misioneros.



 

3.2. La misión ad gentes

Toda la Iglesia es misionera por su naturaleza. Esta enseñanza del Concilio Vaticano II se refleja también en la identidad y en la vida de los presbíteros: “El don espiritual que los presbíteros han recibido en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación 'hasta los confines de la tierra' (Hch 1,8) [...]. Recuerden, pues, los presbíteros que deben llevar atravesada en su corazón la solicitud por todas las Iglesias”. [25]

Los presbíteros pueden participar en la misión ad gentes de muchas y variadas formas, incluso sin ir a tierras de misión. También a ellos, sin embargo, Cristo puede conceder la gracia especial de ser llamados por Él, y enviados por los respectivos obispos o superiores mayores a ir en misión a las regiones del mundo donde Él todavía no ha sido anunciado y la Iglesia todavía no se ha establecido, es decir, ad gentes, como también allí donde hay escasez de clero. En el ámbito del clero diocesano pensamos, por ejemplo, en los sacerdotes Fidei donum.

Los horizontes de la misión ad gentes se amplían y requieren un renovado fervor en la actividad misionera. Se invita a los presbíteros a escuchar el soplo del Espíritu, verdadero protagonista de la misión, y a compartir esta preocupación por la Iglesia universal. [26]



 

3.3. La evangelización misionera

En la primera parte de este texto se ha señalado la necesidad y la urgencia de una nueva evangelización misionera en la grey misma de la Iglesia, es decir, entre quienes han sido bautizados.

En efecto, una buena parte de nuestros católicos bautizados no participa ordinariamente, o a veces en absoluto, en la vida de nuestras comunidades eclesiales. Y esto, no sólo porque otros modelos les parecen más atractivos o porque deciden conscientemente rechazar la fe, sino, cada vez con más frecuencia, porque no han sido suficientemente evangelizados o porque no han encontrado a nadie que les haya dado testimonio de la belleza de la vida cristiana auténtica. Nadie los ha guiado hacia un encuentro vivo y personal, y también comunitario, con el Señor. Un encuentro que marque su vida y la transforme, un encuentro por el que se comienza a ser verdaderos discípulos de Cristo.

Esto muestra la necesidad de la misión: debemos ir a buscar a nuestros bautizados y también a los no bautizados, para anunciarles, de nuevo o por vez primera, el kerigma, es decir, el primer anuncio de la persona de Jesucristo, muerto en la cruz y resucitado para nuestra salvación, y su Reino, y así conducirlos a un encuentro personal con Él.

Tal vez alguno se pregunte si acaso el hombre y la mujer de la cultura post-moderna, de las sociedades más avanzadas, sabrán todavía abrirse al kerigma cristiano. La respuesta debe ser positiva. El kerigma puede ser comprendido y acogido por cualquier ser humano, en cualquier tiempo o cultura. También los ambientes más intelectuales, o los más sencillos, pueden ser evangelizados. Debemos, pues, creer que también los llamados post-cristianos pueden ser atraídos de nuevo por la persona de Cristo.

El futuro de la Iglesia depende también de nuestra docilidad a ser concretamente misioneros entre nuestros mismos bautizados. [27] En realidad, del acontecimiento salvífico del Bautismo se deriva el derecho y el deber de los sagrados pastores de evangelizar a los bautizados, como acto debido en justicia. [28]

Ciertamente, cada Iglesia particular de todas las naciones y continentes debe encontrar el camino para llegar, en un decidido y eficaz compromiso de misión evangelizadora, a los propios católicos que, por motivos diversos, no viven su pertenencia a la comunidad eclesial. En esta obra de evangelización misionera, los presbíteros tienen un papel insustituible e inestimable, sobre todo para la misión en la grey de la parroquia que les ha sido confiada. En la parroquia, los presbíteros tendrán necesidad de convocar a los miembros de la comunidad, consagrados y laicos, para prepararlos adecuadamente y enviarlos en misión evangelizadora a las personas, a las familias, incluso mediante visitas a domicilio, y a todos los ambientes sociales, que se encuentren en el territorio. El párroco, en primera persona, debe participar en la misión parroquial.

En sintonía con la enseñanza conciliar, y conscientes de la advertencia del Señor – “que todos sean uno [...] para que el mundo crea que Tú me has enviado” (Jn 17,21) —, es de primaria importancia para una renovada praxis misionera que los presbíteros reaviven su conciencia de ser colaboradores de los Obispos. En realidad, son enviados por sus Obispos a servir la comunidad cristiana. Por eso, la unidad con el Obispo, que estará efectiva y afectivamente unido al Sumo Pontífice, constituye la primera garantía de toda acción misionera.

Podemos señalar algunas indicaciones concretas, para una renovada praxis misionera, en el ámbito de los tria munera:

En el ámbito del munus docendi

1. En primer lugar, para ser un verdadero misionero en el interior de la grey misma de la Iglesia, dadas las exigencias actuales, es esencial e indispensable que el presbítero se decida, muy conscientemente y con determinación, no sólo a acoger y evangelizar a quienes lo buscan, sea en la parroquia u otras partes, sino también a “levantarse e ir” en busca sobre todo de los bautizados que, por motivos diversos, no viven su pertenencia a la comunidad eclesial, paro también de quienes poco o nada conocen a Jesucristo.

Los presbíteros que ejercen el ministerio en las parroquias han de sentirse llamados, en primer lugar, a ir a la gente que vive en el territorio parroquial, valorando sabiamente también las formas tradicionales de encuentro, como la bendición de las familias, que tantos frutos ha producido. Aquellos que, entre los presbíteros, están llamados a la misión ad gentes, vean en esto una gracia muy especial del Señor y vayan alegres y sin temor. El Señor los acompañará siempre.

2. Para una evangelización misionera dentro de la grey católica, en primer lugar en las parroquias, es necesario invitar, formar y enviar también a fieles laicos y religiosos. Naturalmente, los presbíteros en la parroquia son los primeros misioneros yendo en busca de las personas en las casas, en cualquier lugar y ambiente social; sin embargo, también los laicos y los religiosos están llamados por el Señor, por su Bautismo y su Confirmación, a participar en la misión, bajo la guía del pastor local.

Culturalmente hablando, es necesario tomar conciencia del hecho de que el ejercicio de la “caridad pastoral” [29] respecto a los fieles impone no dejarlos indefensos (es decir, privados de capacidad crítica) ante el adoctrinamiento que con frecuencia proviene de las escuelas, la televisión, la prensa, los sitios informáticos y, a veces, también de las cátedras universitarias y del mundo del espectáculo.

Los sacerdotes, a su vez, han de ser alentados y sostenidos por sus Obispos en esta delicada obra pastoral, sin delegar nunca totalmente a otros la catequesis directa, de tal forma que todo el pueblo cristiano sea orientado, en el actual momento multicultural, por criterios auténticamente cristianos. Es preciso distinguir entre doctrina auténtica e interpretaciones teológicas y, después, entre esas, aquellas que corresponden al Magisterio perenne de la Iglesia.

3. El anuncio específicamente misionero del Evangelio requiere que se dé un relieve central al kerigma. Este primer o renovado anuncio kerigmático de Jesucristo, muerto y resucitado, y de su Reino, tiene, sin duda, un vigor y una unción especial del Espíritu Santo, que no se puede minimizar o descuidar en el compromiso misionero. [30]

Por tanto, es necesario retomar, opportune et importune, con mucha constancia, convicción y alegría evangelizadora, este primer anuncio, tanto en las homilías, durante las Santas Misas u otras actividades evangelizadoras, como en las catequesis, en las visitas domiciliares, en las plazas, en los medios de comunicación social, en los encuentros personales con nuestros bautizados que no participan en la vida de las comunidades eclesiales y, en fin, en cualquier parte donde el Espíritu nos impulse y ofrezca una oportunidad que no se debe desperdiciar. El kerigma alegre y valiente identifica una predicación misionera, que quiere llevar al oyente a un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, inicio del camino de un verdadero discípulo.

4. Es necesario ilustrar el hecho de que la Iglesia vive de la Eucaristía, que es el centro de Ella. En la celebración eucarística se manifiesta plenamente en su identidad. En la vida y en la actuación de la Iglesia, todo lleva a la Eucaristía y todo parte de la Ella. Por tanto, también la evangelización misionera, la predicación del kerigma, todo el ejercicio del munus docendi, debe tender a la Eucaristía y llevar finalmente al oyente a la mesa eucarística. La misión misma debe partir siempre de la Eucaristía e ir hacia el mundo. “La Eucaristía no es sólo centro y culminación de la vida de la Iglesia: lo es también de su misión: una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera”. [31]

5. La evangelización de los pobres, en todas sus formas, es prioritaria, como dijo Jesús mismo: “El Espíritu del Señor está sobre mí [...] para anunciar a los pobres la Buena Nueva” (Lc 4,18). En el texto evangélico de Mateo sobre el juicio final se comprueba que Jesús quiere ser identificado de manera especial con el pobre (cf. Mt 25,31-46). La Iglesia se ha inspirado siempre en estos textos. [32]

6. La Iglesia nunca impone su fe, pero siempre la propone con amor, con unción y con valentía, en el respeto de la auténtica libertad religiosa, que pide también para sí misma, y de la libertad de conciencia del oyente. Además, el método del verdadero diálogo es cada vez más indispensable: un diálogo que no excluya el anuncio, sino que más bien lo suponga y que, en definitiva, sea un camino para evangelizar. [33]

7. Es necesaria la preparación del misionero a través de la formación de una sólida espiritualidad y una auténtica vida de oración, además de una escucha constante de la Palabra de Dios, especialmente mediante la lectura de los Evangelios. El método de la lectio divina, es decir, de la lectura orante de la Biblia, puede resultar de gran ayuda. De todas formas, el predicador debe estar inflamado de un fuego nuevo, que se enciende y se mantiene encendido en contacto personal con el Señor, y viviendo en gracia, como podemos ver en los Evangelios. A esta escucha de la Palabra debe añadirse un estudio constante y profundo de la doctrina católica auténtica, como se encuentra, sobre todo, en el catecismo de la Iglesia católica y en la sana teología. La fraternidad sacerdotal es parte integrante de la espiritualidad misionera, y la sostiene.



 

En el ámbito del munus sanctificandi

1. El ejercicio del munus sanctificandi está vinculado también a la capacidad de transmitir un sentido vivo de lo sobrenatural y de lo sagrado, que fascine y que lleve a una experiencia real de Dios, existencialmente significativa.

La Palabra de Dios forma parte de toda celebración sacramental, pues el sacramento requiere la fe de quien lo recibe. Este hecho es ya una primera indicación de que el ministerio presbiteral en la administración de los sacramentos, y de forma especial en la celebración de la Eucaristía, tiene una intrínseca dimensión misionera, que se puede desarrollar como anuncio del Señor Jesús y de su Reino, a quienes poco o hasta ahora nada han sido evangelizados.

2. Se ha de subrayar, además, que la Eucaristía es el punto de llegada de la misión. El misionero va en busca de las personas y de los pueblos para conducirlos a la mesa del Señor, preanuncio escatológico del banquete de vida eterna, en Dios, en el cielo, que será la realización plena de la salvación, según el designio redentor de Dios. Por tanto, será necesario dispensar una gran acogida, cálida y fraterna, a quienes acuden por primera vez a la Eucaristía, o vuelven a ella tras haber encontrado a los misioneros.

La Eucaristía tiene, además, una dimensión de envío misionero. Cada Santa Misa, al final, envía a todos los participantes a actuar misioneramente en la sociedad. La Eucaristía, como memorial de la Pascua del Señor, hace presente una y otra vez la muerte y resurrección de Jesucristo, que, por amor del Padre y de nosotros, ha dado la vida para nuestra redención, amándonos hasta el final. Este sacrificio de Cristo es el acto supremo de amor de Dios por los hombres.

Cuando celebra la Eucaristía y recibe dignamente el Cuerpo y la Sangre de Jesús, la comunidad cristiana está profundamente unida al Señor y colmada de su amor sin medida. Al mismo tiempo, recibe cada vez, de nuevo, el mandamiento de Jesús: “Amaos unos a otros como yo os he amado », y se siente impulsada por el Espíritu de Cristo a ir y anunciar a todas las criaturas la Buena Nueva del amor de Dios y de la esperanza, segura de su misericordia salvadora. En el decreto Presbyterorum Ordinis, el Concilio Vaticano II dice: “La Eucaristía constituye, en realidad, la fuente y culminación de toda la predicación evangélica” (n. 5). Por tanto, es fundamental la preocupación de la celebración cotidiana por parte de los Sacerdotes, incluso en ausencia de pueblo.

3. También los demás sacramentos reciben la propia fuerza santificante de la muerte y resurrección de Cristo, y así proclaman la misericordia indefectible de Dios. La misma celebración bella, digna y devota de los sacramentos, según todas las normas litúrgicas, se convierte en una evangelización muy especial para los fieles presentes. Dios es Belleza, y la belleza de la celebración litúrgica es uno de los caminos que nos conducen a su misterio.

4. Es necesario rezar para que el Señor despierte la vocación misionera de la comunidad eclesial, de sus pastores y de cada uno de sus miembros. Jesús dijo: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,37-38). La oración tiene una gran fuerza ante Dios. De esta fuerza, Jesús nos asegura: “Pedid y se os dará” (Mt 7,7); “Todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis” (Mt 21,22); “Todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré” (Jn 14,13-14).

5. Conviene recordar que el sacramento de la Reconciliación, en la forma de confesión individual, posee una profunda, intrínseca misionaridad. El sacerdote está llamado, para la fecundidad de la misión que se le ha confiado y para la propia santificación, a ser solícito, en primer lugar consigo mismo, en la celebración regular y frecuente de este sacramento y, al mismo tiempo, a ser su fiel y generoso ministro.

6. El ministerio pastoral del presbítero está al servicio de la unidad de la comunidad cristiana. Por eso, la regeneración del pueblo cristiano y el cuidado de la dimensión comunitaria de la experiencia cristiana son la primera tarea misionera del presbítero.

7. En conclusión, el presbítero deberá comprender mejor la naturaleza de la sed que atormenta a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, aunque a veces de modo inconsciente: sed de Dios, de experiencia y de doctrina de verdadera salvación, de anuncio de la verdad sobre el destino último personal y comunitario, de una religión cristiana que sea capaz de impregnar toda la organización de la vida y de transformarla cada día más. [34] Una sed que sólo el Señor Jesús podrá saciar definitivamente, teniendo siempre presente que “la caridad pastoral es el principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples y diversas actividades del presbítero”. [35]



 

En el ámbito del munus regendi

1. Es indispensable preparar y organizar la misión en las comunidades eclesiales, en las parroquias. Una buena preparación y una organización clara de la misión serán ya señal de éxito fructífero. Obviamente, no se puede olvidar el primado de la gracia, sino que debe ser evidenciado. El Espíritu Santo es el primer agente misionero. Por eso, es necesario invocarlo con insistencia y con mucha confianza. Él será quien encienda ese fuego nuevo, esa necesaria pasión misionera en los corazones de los miembros de la comunidad. Pero se requiere el concurso de la libertad humana. Los pastores de la comunidad han de pensar, también desde el punto de vista organizativo, en los modos más incisivos y oportunos de la misión.

2. Es preciso buscar la ejecución de una buena metodología misionera. La Iglesia tiene una experiencia bimilenaria en este campo. Sin embargo, cada época histórica lleva consigo nuevas circunstancias, que se han de tener en cuenta en el modo de llevar a cabo la misión. Hay muchas metodologías ya elaboradas y probadas en la praxis de las Iglesias particulares. Las Conferencias Episcopales y las diócesis podrían impartir oportunas indicaciones sobre este punto.

3. Se ha de ir en primer lugar a los pobres de las periferias urbanas y del campo. Son ellos los destinatarios predilectos del Evangelio. Esto quiere decir que el anuncio debe ir acompañado de una acción, eficaz y amorosa, de promoción humana integral. Jesucristo debe ser proclamado como una buena noticia para los pobres. Éstos deben poder sentirse alegres y rebosantes de esperanza firme por este anuncio. [36]

4. Sería oportuno que la misión en la parroquia y en la diócesis no se redujera a un período determinado. La Iglesia es, por su misma naturaleza, misionera. Así, la misión debe formar parte de las dimensiones permanentes del ser y del quehacer de la Iglesia. Por tanto, la misión ha de ser permanente. Obviamente, puede haber períodos más intensos, pero la misión nunca se debería concluir o detener. Más aún, la misionaridad debe estar sólida y hondamente arraigada en la estructura misma de la actividad pastoral y de la vida de la Iglesia particular y de sus comunidades.

Esto podría conducir a una auténtica renovación, y constituiría un elemento muy valioso para fortalecer y rejuvenecer la Iglesia hoy. También es permanente la misionaridad de los propios presbíteros, los cuales, independientemente del oficio que desempeñan y de su edad, están siempre llamados a la misión hasta el último día de su existencia terrena, pues la misión está indisolublemente vinculada a la misma ordenación que han recibido.



 

3.4. La formación misionera de los presbíteros

Todos los presbíteros deben recibir una específica y esmerada formación misionera, dado que la Iglesia quiere comprometerse, con renovado ardor y con urgencia, en la misión ad gentes y en una evangelización misionera, dirigida a sus propios bautizados, de forma particular a quienes se han alejado de la participación en la vida y actividad de la comunidad eclesial. Esta formación debería iniciarse ya en el Seminario, sobre todo a través de la dirección espiritual y también mediante un estudio esmerado y profundo del sacramento del Orden, de tal forma que se ponga de relieve que la dinámica misionera es intrínseca al mismo sacramento.

A los presbíteros ya ordenados servirá mucho, y puede ser hasta necesaria, la formación misionera incluida en el programa de formación permanente. La conciencia de la urgencia misionera, por un lado, y de la quizás no suficiente formación y espiritualidad misioneras del presbiterio por otro, deberá indicar a todos los Obispos y Superiores mayores las medidas que se han de emprender para poner en práctica una renovada preparación a la misión y una más profunda y estimulante espiritualidad misionera en los presbíteros.

Parece que se puede constatar que uno de los principales aspectos de la misión es la toma de conciencia de su urgencia, que incluye el aspecto de la formación de los candidatos al ministerio presbiteral para una atención misionera específica.

Si bien las vocaciones están en ligero aumento en términos globales, aunque en Occidente haya una cierta inquietud, lo que es sin embargo absolutamente determinante para el futuro de la Iglesia es la formación: un sacerdote con una clara identidad específica, con una sólida formación humana, intelectual, espiritual y pastoral, suscitará más fácilmente nuevas vocaciones, porque vivirá la consagración como misión y, alegre y seguro del amor del Señor por la propia existencia sacerdotal, sabrá difundir el “buen perfume de Cristo” en su entorno y vivir cada instante el propio ministerio como “una ocasión misionera”.

Por tanto, es cada vez más urgente crear un “círculo virtuoso” entre el tiempo de la formación del seminario y el del ministerio inicial y de la formación permanente. [37] Dichos momentos se deben unir entre sí sólidamente y ser absolutamente armónicos, para que en esta obra también el clero pueda ser cada vez más plenamente lo que es: una perla preciosa e indispensable, ofrecida por Cristo a la Iglesia y a toda la humanidad.



 

Conclusión

Si la misionaridad es un elemento constitutivo de la identidad eclesial, debemos agradecer al Señor, que renueva, también a través del Magisterio pontificio reciente, dicha clara conciencia en toda la Iglesia, y particularmente en los presbíteros.

La urgencia misionera en el mundo, en realidad, es grande y exige una renovación de la pastoral, en el sentido de que la comunidad cristiana debería concebirse como en “misión permanente”, tanto ad gentes, como donde la Iglesia ya está establecida, es decir, yendo en busca de aquellos que nosotros hemos bautizado y que tienen el derecho de ser evangelizados por nosotros.

Las mejores energías de la Iglesia y de los presbíteros se han empleado siempre en el anuncio del kerigma, que es la esencia de la misión que el Señor nos ha confiado. Ciertamente, esta permanente “tensión misionera” ayudará también a la identidad del presbítero, el cual, precisamente en el ejercicio misionero de los tria munera, encuentra el principal camino de santificación personal y, por tanto, también de su plena realización humana.

Así, pues, el compromiso real y efectivo de todos los miembros del Cuerpo eclesial (Obispos, Presbíteros, Diáconos, Religiosos, Religiosas y Laicos) en la misión favorecerá la experiencia de unidad visible, tan esencial para la eficacia de cualquier testimonio cristiano.

La identidad misionera del presbítero, para ser genuina, debe mirar incesantemente a la Santísima Virgen María que, llena de gracia, fue a llevar y a presentar al Señor al mundo, y que continúa siempre visitando a los hombres de cualquier tiempo, todavía peregrinos en la tierra, para mostrarles el rostro de Jesús de Nazaret, Señor y Cristo, y para introducirlos en la comunión eterna con Dios.



 

Vaticano, 29 de junio de 2010,

Solemnidad de San Pedro y San Pablo

Card. Cláudio Hummes

Arzobispo Emérito de Sao Paulo

Prefecto



 

X Mauro Piacenza

Arzobispo tit. de Vittoriana

Secretario



 

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1) Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 2; cf. 5-6 y 9-10; Const. dogm. Lumen gentium, 8; 13; 17; 23; Decr. Christus Dominus, 6.

2) Cf. Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 2; 4-5; 14; Juan Pablo II, Carta Enc. Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 1; Id., Carta ap. Novo millenio ineunte (6 de enero de 2001), 1; 40; 58.

3) Benedicto XVI, hablando a los obispos alemanes durante la Jornada Mundial de la Juventud (2005), afirmó: “Sabemos que siguen progresando el secularismo y la descristianización, que crece el relativismo. Cada vez es menor el influjo de la ética y la moral católica. Bastantes personas abandonan la Iglesia o, aunque se queden, aceptan sólo una parte de la enseñanza católica, eligiendo sólo algunos aspectos del cristianismo. Sigue siendo preocupante la situación religiosa en el Este, donde, como sabemos, la mayoría de la población está sin bautizar y no tiene contacto alguno con la Iglesia y, a menudo, no conoce en absoluto ni a Cristo ni a la Iglesia. Reconocemos en estas realidades otros tantos desafíos, y vosotros mismos, queridos hermanos en el episcopado, habéis afirmado [...]: 'Nos hemos convertido en tierra de misión' [...]. Deberíamos reflexionar seriamente sobre el modo como podemos realizar hoy una verdadera evangelización, no sólo una nueva evangelización, sino con frecuencia una auténtica primera evangelización. Las personas no conocen a Dios, no conocen a Cristo. Existe un nuevo paganismo y no basta que tratemos de conservar a la comunidad creyente, aunque esto es muy importante; se impone la gran pregunta: ¿qué es realmente la vida? Creo que todos juntos debemos tratar de encontrar modos nuevos de llevar el Evangelio al mundo actual, anunciar de nuevo a Cristo y establecer la fe” (A los obispos de Alemania en el Piussaal del Seminario de Colonia, 21 de agosto de 2005). Ante el Clero de Roma, Benedicto XVI, al inicio de su pontificado, subrayó la importancia de la Misión ciudadana, ya en curso (cf. Discurso al Clero de Roma, 13 de mayo de 2005). En su viaje a Brasil, en el mes de mayo de 2007, para inaugurar la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y del Caribe, cuyo tema era “Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en El tengan vida”, el Papa alentó a los Obispos brasileños a una verdadera “misión”, dirigida a quienes, aunque bautizados por nosotros, no han sido suficientemente evangelizados por diversas circunstancias históricas (cf. Discurso a los Obispos de Brasil en la 'Catedral da Sé' en Sao Paulo, 11 de mayo de 2007).

4) Entre los textos sobre la misión, encontramos: Jn 3,14; 4,34; 5,23-24.30.37; 6,39.44.57; 7,16.18.28; 8,18.26.29.42; 9,4; 11,42; 14,24; 17,3.18; 1 Jn 4,9.14.

5) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 690.

6) Cf. también Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 de marzo de 1992), 22.

7) Cf. ibíd., 12: “La referencia a Cristo es la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales”.

8) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 28.

9) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1582.

10) Cf. Benedicto XVI, Homiía en la Santa Misa del Crisma (9 de abril de 2009); Juan Pablo II, Exhort. Apost. postsinodal Pastores dabo vobis (25 de marzo de 1992), 12; 16.

11) Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Clero (16 de marzo de 2009). Ciertamente, el Bautismo es lo que hace a todos los fieles “hombres nuevos”. El sacramento del Orden, pues, si por una parte especifica y actualiza cuanto los presbíteros tienen en común con todos los bautizados, por otra, revela cuál es la naturaleza propia del sacerdocio ordenado, es decir, la de ser totalmente relativa a Cristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, la de servir a la nueva creación que emerge del baño bautismal: Vobis enim sum episcopus – afirma Agustín – vobiscum sum christianus.

12) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 4-6. Sobre los tria munera se detiene también ampliamente Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 de marzo de 1992), 26.

13) Ibíd, 32.

14) Cf. ibíd., 26; Juan Pablo II, Carta. enc. Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 67.

15) Cf. A. Vanhoye, Prétres anciens, prétre nouveau selon le Nouveau Testament, París 1980, 346.

16) Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 de marzo de 1992), 12.

17) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 1

18) Conc. Ecum. Vat. II, Declar. Nostra aetate, 1; cf. Const. past. Gaudium et spes 24; 29; 22; 92.

19) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 45.

20) Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores gregis (16 de octubre de 2003), 9: “En efecto, se trata de funciones relacionadas íntimamente entre sí, que se explican recíprocamente, se condicionan y se esclarecen. Precisamente por eso el Obispo, cuando enseña, al mismo tiempo santifica y gobierna el Pueblo de Dios; mientras santifica, también enseña y gobierna; cuando gobierna, enseña y santifica. San Agustín define la totalidad de este ministerio episcopal como amoris officium”. Lo que aquí se dice de los obispos, se puede aplicar también, con las debidas distinciones, a los presbíteros.

21) Discurso a los obispos alemanes en el Piussaal del Seminario de Colonia (21 de agosto de 2005).

22) Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in America (22 de enero de 1999), 12.

23) En su alocución con motivo de las felicitaciones navideñas a la Curia Romana (21 de diciembre de 2007), Benedicto XVI ha dicho: “Nunca se puede conocer a Cristo sólo teóricamente. Con una gran doctrina se puede saber todo sobre las sagradas Escrituras, sin haberse encontrado jamás con Él. Para conocerlo es necesario caminar juntamente con Él, tener sus mismos sentimientos, como dice la carta a los Filipenses (cf. Fp 2, 5). [...]. El encuentro con Jesucristo requiere escucha, requiere la respuesta en la oración y en la práctica de lo que Él nos dice. Conocer a Cristo es conocer a Dios; y sólo a partir de Dios comprendemos al hombre y el mundo, un mundo que de lo contrario queda como un interrogante sin sentido. Así pues, ser discípulos de Cristo es un camino de educación hacia nuestro verdadero ser, hacia la forma correcta de ser hombres”.

24) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 9.

25) Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 10.

26) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 28; Decr. Ad gentes, 39; Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 68; Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 67.

27) El Papa Benedicto XVI estimulando a los obispos brasileños “a emprender la actividad apostólica como una verdadera misión en el ámbito del rebaño que constituye la Iglesia Católica”, añadió: “En efecto, se trata de no escatimar esfuerzos en la búsqueda de los católicos que se han alejado y de los que conocen poco o nada a Jesucristo. [...]. En una palabra, se requiere una misión evangelizadora que movilice todas las fuerzas vivas de este inmenso rebaño. Mi pensamiento se dirige, por tanto, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos que se prodigan, muchas veces con inmensas dificultades, en favor de la difusión de la verdad evangélica. [.. ,].En este esfuerzo evangelizador, la comunidad eclesial se distingue por las iniciativas pastorales, al enviar, sobre todo a las casas de las periferias urbanas y del interior, a sus misioneros, laicos o religiosos. [.. ,].La gente pobre de las periferias urbanas o del campo necesita sentir la cercanía de la Iglesia, tanto en la ayuda para sus necesidades más urgentes, como en la defensa de sus derechos y en la promoción común de una sociedad fundada en la justicia y en la paz. Los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio y el obispo, formado a imagen del buen Pastor, debe estar particularmente atento a ofrecer el bálsamo divino de la fe, sin descuidar el 'pan material'. Como puse de relieve en la encíclica Deus caritas est, 'la Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los sacramentos y la Palabra'” (Discurso a los Obispos de Brasil en la 'Catedral da Sé' en Sao Paulo, 11 de mayo de 2007).

28) Cf. Código de Derecho Canónico, cánones 229 § 1 y 757.

29) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 14.

30) Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 44.

31) Benedicto XVI, Exhort. ap. Sacramentum caritatis, 84.

32) Cf. Benedicto XVI, Discurso a los Obispos de Brasil en la 'Catedral da Sé' en Sao Paulo (11 de mayo de 2007), 3.

33) Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus (6 de agosto de 2000), 4.

34) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 35.

35) Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros Tota Ecclesia (31 de enero de 1994), 43.

36) Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est (25 de diciembre de 2005), 22; Id., Discurso a los Obispos de Brasil en la 'Catedral da Sé' en Sao Paulo (11 de mayo de 2007), 3.

37) Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 83.

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Cardenal Piacenza: el celibato sacerdotal según Benedicto XVI (VI)
Intervención en un Encuentro sacerdotal en Ars
ARS, miércoles 2 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos la sexta entrega de la intervención del cardenal Mauro Piacenza, prefecto de la Congregación para el Clero, pronunciada el pasado lunes 24 de enero en las Jornadas Sacerdotales celebradas en Ars (Francia) sobre el celibato sacerdotal. La anterior se publicó en el servicio del martes 1 de febrero, y la próxima y última lo será el jueves 3 de febrero.

La intervención del cardenal Piacenza, realizada desde Roma en conexión en directo con el encuentro, lleva por título: “El celibato sacerdotal: fundamentos, alegrías, desafíos... Las enseñanzas del Papa sobre el tema: de Pío XI a Benedicto XVI”.

* * * * *



 

6. Benedicto XVI y la Sacramentum Caritatis

El último Pontífice que examinamos es el felizmente reinante, Benedicto XVI, cuyo Magisterio inicial sobre el celibato sacerdotal no deja ninguna duda, sea sobre la perenne validez de la norma disciplinar, sea, sobre todo e incluso con anterioridad, sobre su fundación teológica y particularmente cristológico-eucarística.

En particular, el Santo Padre dedicó al tema del celibato un número entero de la Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis. Leemos en él: “Los Padres sinodales han querido subrayar que el sacerdocio ministerial requiere, mediante la Ordenación, la plena configuración con Cristo. Respetando la praxis y las diferentes tradiciones orientales, es necesario reafirmar el sentido profundo del celibato sacerdotal, considerado con razón como una riqueza inestimable y confirmado por la praxis oriental de elegir como obispos sólo entre los que viven el celibato, y que tiene en gran estima la opción por el celibato que hacen numerosos presbíteros. En efecto, esta opción del sacerdote es una expresión peculiar de la entrega que lo configura con Cristo y de la entrega exclusiva de sí mismo por el Reino de Dios. El hecho de que Cristo mismo, sacerdote para siempre, viviera su misión hasta el sacrificio de la cruz en estado de virginidad es el punto de referencia seguro para entender el sentido de la tradición de la Iglesia latina a este respecto. Así pues, no basta con comprender el celibato sacerdotal en términos meramente funcionales. En realidad, representa una especial configuración con el estilo de vida del propio Cristo. Dicha opción es ante todo esponsal; es una identificación con el corazón de Cristo Esposo que da la vida por su Esposa. Junto con la gran tradición eclesial, con el Concilio Vaticano II y con los Sumos Pontífices predecesores míos, reafirmo la belleza y la importancia de una vida sacerdotal vivida en el celibato, como signo que expresa la dedicación total y exclusiva a Cristo, a la Iglesia y al Reino de Dios, y confirmo por tanto su carácter obligatorio para la tradición latina. El celibato sacerdotal, vivido con madurez, alegría y entrega, es una grandísima bendición para la Iglesia y para la sociedad misma” (n. 24).

Como es fácil observar, la Exhortación Apostólica multiplica las invitaciones para que el Sacerdote viva en el ofrecimiento de sí mismo, hasta el sacrificio de la cruz, para una dedicación total y exclusiva a Cristo. Particularmente relevante es el vínculo, que la Exhortación Apostólica reafirma, entre celibato y Eucaristía; si esta teología del Magisterio es recibida de modo auténtico y se aplica realmente en la Iglesia, el futuro del celibato será luminoso y fecundo, porque será un futuro de libertad y de santidad sacerdotal. Podríamos hablar así no sólo de “naturaleza esponsal” del celibato, sino de su “naturaleza eucarística”, que deriva del ofrecimiento que Cristo hace de Sí mismo perennemente a la Iglesia, y que se refleja de modo evidente en la vida de los sacerdotes. Estos son llamados a reproducir, en sus existencias, el Sacrificio de Cristo, a quien son asimilados en razón de la Ordenación sacerdotal.

De la naturaleza eucarística del celibato derivan todas sus posibles implicaciones teológicas, que ponen al Sacerdote frente a su propio oficio fundamental: la celebración de la Santa Misa, en la que las palabras “Este es Mi Cuerpo” y “Esta es Mi Sangre” no determinan solamente el efecto sacramental que les es propio, sino que, progresiva y realmente, deben modelar la oblación de la propia vida sacerdotal.

El Sacerdote célibe es así asociado personal y públicamente a Jesucristo; Lo hace realmente Presente, convirtiéndose él mismo en víctima, en la que Benedicto XVI llama “la lógica eucarística de la existencia cristiana”.

Cuanto más se recupere, en la vida de la Iglesia, la centralidad de la Eucaristía, dignamente celebrada y constantemente adorada, tanto más grande será la fidelidad al celibato, la comprensión de su inestimable valor y, si se me permite, el florecimiento de santas vocaciones al Ministerio ordenado.

En su discurso con ocasión de la Audiencia a la Curia Romana para la felicitación de Navidad, el 22 de diciembre de 2006, Benedicto XVI afirmaba de nuevo: “El verdadero fundamento del celibato puede ser recogido solamente en la frase: 'Dominus pars mea – Tu, Señor, eres mi tierra'. Puede ser sólo teocéntrico. No puede significar quedarse privados del amor, sino que debe significar dejarse llevar por la pasión por Dios, y aprender después, gracias a una mayor intimidad con Él, a servir también a los hombres. El celibato debe ser un testimonio de Fe: la Fe en Dios se hace concreta en esa forma de vida, que sólo a partir de Dios tiene un sentido. Apoyar la vida en Él, renunciando al matrimonio y a la familia, significa que yo acojo y experimento a Dios como realidad y que por ello puedo llevarlo a los hombres”.

Sólo la experiencia de la “herencia”, que el Señor es para cada existencia sacerdotal, hace eficaz ese testimonio de Fe que es el celibato. Como el mismo Santo Padre reafirmó en el discursoo a los participantes en la Plenaria de la Congregación para el Clero, el 16 de marzo de 2009, éste es : “Apostolica vivendi forma […], participación en una 'vida nueva' espiritualmente entendida, en ese nuevo “estilo de vida” que fue inaugurado por el Señor Jesús y que fue hecho propio por los Apóstoles”.

El Año Sacerdotal recientemente concluido ha visto varias intervenciones del Santo Padre sobre el tema del Sacerdocio, en particular en las catequesis de los miércoles, dedicadas a los tria munera, y en las tenidas con ocasión de la inauguración y de la clausura del Año Sacerdotal y de las celebraciones ligadas a san Juan Maria Vianney. Particularmente relevante fue el diálogo del Santo Padre con los sacerdotes, durante la gran Vigilia de clausura del Año Sacerdotal, cuando, interrogado sobre el significado del celibato y sobre las dificultades que se encuentran para vivirlo en la cultura contemporánea, respondió, partiendo de la centralidad de la Celebración Eucarística cotidiana en la vida del Sacerdote, que, actuando in Persona Christi, habla en el “Yo” de Cristo, convirtiéndose en realización de la permanencia en el tiempo de la unicidad de Su Sacerdocio, añadiendo: “Esta unificación de Su 'Yo' con el nuestro implica que somos atraídos también a Su realidad de Resucitado, vamos hacia la vida plena de la Resurrección […]. En este sentido, en celibato es una anticipación. Trascendemos este tiempo y vamos adelante, y nos atraemos a nosotros mismos y a nuestra época hacia el mundo de la Resurrección, hacia la novedad de Cristo, hacia la nueva y verdadera vida”. Queda así sancionada, por el Magisterio de Benedicto XVI, la relación íntima entre dimensión eucarística-fontal y dimensión escatológica anticipada y realizada del celibato sacerdotal. Superando de un solo golpe toda reducción funcionalista del Ministerio, el Santo Padre vuelve a colocarlo en su alto y amplio marco teológico, lo ilumina poniendo en evidencia su relación constitutiva, por tanto, con la Iglesia y revalora poderosamente toda la fuerza misionera que deriva precisamente de ese “más” hacia el Reino que el celibato realiza.

En esa misma circunstancia, con audacia profética, el Santo Padre afirmó: “Para el mundo agnóstico, el mundo en el que Dios no cuenta, el celibato es un gran escándalo, porque muestra precisamente que Dios es considerado y vivido como realidad. Con la vida escatológica del celibato, el mundo futuro de Dios entra en las realidades de nuestro tiempo”.

¿Cómo podría la Iglesia vivir sin el escándalo del celibato? ¿Sin hombres dispuestos a afirmar en el presente, también y sobre todo a través de su propia carne, la realidad de Dios? Estas afirmaciones han tenido cumplimiento y, en cierto modo, coronación en la extraordinaria homilía pronunciada como clausura del Año Sacerdotal – que me permito invitaros a releer – en la que el Papa rezó para que, como Iglesia, seamos liberados de los escándalos menores, para que aparezca el verdadero escándalo de la historia, que es Cristo Señor.

[Traducción del italiano por Inma Álvarez] 

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