23.02.11

Entre la luz y la tiniebla - Todo no es relativo

A las 12:35 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Entre la luz y la tiniebla
 

El espacio espiritual que existe entre lo que se ve y lo que no se ve, entre la luz que ilumina nuestro paso y aquello que es oscuro y no nos deja ver el fin del camino, existe un espacio que ora nos conduce a la luz ora a la tiniebla. Según, entonces, manifestemos nuestra querencia a la fe o al mundo, tal espacio se ensanchará hacia uno u otro lado de nuestro ordinario devenir. Por eso en tal espacio, entre la luz y la tiniebla, podemos ser de Dios o del mundo.

Todo no es relativo

En una ocasión el filósofo Robert Spaemann dijo que “Uno puede pensar de modos diferentes, pero contando con algún parámetro, teniendo algún criterio para optar, y para ello hay que saber también elegir los criterios. En el marco relativista, en cambio, la elección es ciega. Es la muerte del alma. En un contexto educativo así, antes de comenzar la vida, las almas ya han sido asesinadas.

Así, si se promueve tal forma de pensar y, sobre todo, de actuar, el camino hacia la destrucción social está más que marcado y la fosa de la que tanto escribió el salmista se abre de par en par para acoger en ella a los hijos del nihilismo.

Muchas veces se escribe y se habla acerca del relativismo. Es más, Benedicto XVI en ocasiones varias y siempre que viene al caso trata de hacer comprender que no es nada bueno ni benéfico para el alma comportarse de tal forma. Pero, vayamos a lo concreto y pongamos, por ejemplo, uno que concrete el mismo.

Supongamos que hay una discusión sobre, digamos, el aborto. El relativista sostendrá que, al fin y al cabo, cada cual tiene una opinión sobre el tema y que hay que aceptarlas todas ellas. Hay que ser “tolerante” y que, al fin al cabo, ya se sabe eso de que “todo es relativo” y que tampoco vale la pena discutir por discutir ni siquiera aunque sea para determinar la verdad concreta para tal caso.

Se confunde, así, lo que es el respeto al prójimo con el que recae sobre todo lo que opine o crea el prójimo. Y esto porque no todo es respetable como no lo es, por ejemplo, estimar admisible la implantación de la eutanasia. Lo que es intrínsecamente perverso no puede dejar de serlo por pasar del corazón de quien así entiende a su boca.

Todo, pues, no es relativo porque no todo es aceptable ni se puede aceptar, muy al contrario, lo que se le atribuye a Confucio cuando se dice que planteó “Esperar lo inesperado. Aceptar lo inaceptable“. No es, tal actitud, prueba de aceptación del otro sino, en todo caso, de sometimiento a lo que el otro dice siendo, además, una grave dejación de las propias creencias.

Podemos preguntarnos, con legitimidad de ser hijos de Dios, si es posible que el relativismo haya infeccionado a la Iglesia católica.

A este respecto, un día le preguntaron a Monseñor Giuseppe Lorizio, sacerdote de la diócesis de Roma y profesor de teología en la Universidad Pontificia Lateranense acerca de si era posible que, en efecto, tal forma de pensamiento hubiese hecho mella en la Esposa de Cristo. Y matizó el sentido de tal efecto diciendo que “Quizá más bien que en la Iglesia, la mentalidad relativista corre el riesgo de penetrar en la teología católica. En este sentido, son oportunas y preciosas las indicaciones del segundo capítulo de la encíclica (se refiere a “Veritatis Splendor”, del beato Juan Pablo II) en las que el teólogo católico está llamado a acoger las enseñanzas del Magisterio y, si quiere seguir siendo teólogo católico, no lo puede relegar entre otras opiniones más o menos plausibles.

No es tema, por lo tanto, que podamos dejar olvidado aceptando que todas las opiniones morales puedan valer lo mismo. Y esto porque, por ejemplo, el relativismo que lo es moral no acepta con facilidad que pueda haber una jerarquía entre las ideas y que, por lo tanto, unas puedan ser superiores a otras. No concibe, por lo tanto, que pueda haber unas que sean verdaderas y otras… no.

Todo es, en tal caso, plural pues el relativismo, al admitirlo todo posible, establece sobre la realidad un sentido múltiple opuesto al que, por ejemplo diga que hay algo tan simple (sin posible pluralidad) como que existe una verdad sobre algo que no puede ser adaptable a los gustos de cada uno. Y esto porque no todo es relativo.

Y, dando un paso más, aceptar el pluralismo religioso no en el sentido de existencia de diversas religiones sino en el de creer que todas son vías válidas para llegar a Dios, es creer, por ejemplo, que “Las encarnaciones, profetas, y mensajeros de Dios, Jesús y Buddha, Rama y Krishna, Moisés y Mahoma, Chaitanya y Ramakrishna, todos han sido luces brillantes que iluminaron la espiritualidad del mundo, dando nueva energía a las religiones que estaban degenerando en hipocresía e indulgencia” que es lo que entiende la filosofía Vedanta (basada en los Vedas, textos sagrados de la India).

Ni toda pluralidad es, entonces, admisible en cuanto verdad ni, sobre todo, puede dársele pábulo de verdad.

De todas formas, quien se sabe hijo de Dios y está más que seguro de tal filiación ha de hacer algo más que, simplemente, tolerar porque todo esté bien y todo pueda estar admitido como válido o, en fin, porque todo sea relativo. Al contrario, ha de amar y, por eso mismo, ha de proclamar, frente al relativismo, la verdad. Por eso mismo también ha de sembrar en el relativista la semilla de Dios y de su reino porque, en realidad, por amor mismo, no se trata de que lo que diga un cristiano se imponga a otra persona que opine que cualquiera opción es buena y válida sino que llegue al convencimiento de aceptar a Dios en su vida.

Sin embargo, por muy amplio que pueda ser el nivel de aceptación que el relativismo plantea, también tiene sus dogmas lo que es una prueba, precisamente, de su carencia de sentido. Por ejemplo, los siguientes: “Nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira”; “Prohibido Prohibir; “Todo es opinable”; “Los dogmas son inadmisibles”; “Libertad de pensamiento”; “Toda idea, principio o creencia es tan respetable como otra”; “Eduquemos en libertad”; “No acepto aquello que no sea demostrable”; “Lo que se ve, existe, y lo que no se ve, no existe” y, en fin, “Nadie puede decir lo que está bien o lo que esta mal”.

Y esto se pretende sea seguido en una sociedad que se deja dominar por lo relativo cuando, al contrario, la relatividad de lo que supone la aceptación de tales “principios relativistas” determina el triste final de la creencia en Dios y en su reino y su sustitución por un nuevo paganismo regido por la conveniencia y lo políticamente correcto.

Y, sin embargo, a pesar de lo aquí dicho, bien sabemos los católicos que centrar nuestra vida en Cristo es un remedio en contra del relativismo y, además, es un referente que no podemos preterir porque no todo está perdido cuando el relativismo se convierte, en efecto, en la dictadura de lo moral y, así, de lo pragmático.

No debemos crear, por lo tanto, un Dios a nuestra medida ni una religión a la carta. Tal relativismo es un grave pecado contra el Creador al que debemos responder con perseverancia en la verdad. Y no debemos, así, quedarnos en el camino sino “pelead como fuertes hasta morir en la demanda, pues no estáis aquí para otra cosa sino para pelear”, en palabras de santa Teresa en su Camino de perfección (20,2) pues una cosa es no ser de este mundo (Jn 17, 16) y otra, muy distinta, olvidar que somos hijos de Dios.

Eleuterio Fernández Guzmán