25.02.11

Eppur si muove - Beatificaciones: el beato Juan Pablo II como ejemplo

A las 12:42 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Eppur si muove
 

Cuando se trata de determinadas personas que han llevado una vida a imitar y que son ejemplo para los católicos, hay otras personas que no les parece bien que se les homenajee y, menos aún, que se las eleve a la lista de los santos o beatos.

El caso del beato Juan Pablo II es síntoma de algo que es triste y que supone el no reconocer lo que una persona ha hecho a lo largo de su vida y centrarlo todo en el supuesto comportamiento que llaman “conservador”.

No le perdonan al Papa que viniera del otro lado del telón de acero que fuera como fue: que tuviera muy clara la fe que tenía y que, en consecuencia, hiciera lo que tal creencia suponía que debía hacer. No tuvo un comportamiento light al respecto de su fe ni se dejó llevar por lo políticamente correcto.

Cuando criticó el aborto lo hizo de forma clara; cuando no admitió el comunismo, lo hizo sabiendo el daño que hacía a la humanidad tal forma de pensar; cuando defendió a la familia como célula básica de la sociedad lo hizo porque sabía que era, en efecto, célula básica de la sociedad; cuando promovió una evangelización que limitara la secularización imperante era porque estaba convencido de que era lo mejor que un Papa podía hacer en aquellos momentos (y los de ahora mismo) de la historia de la Iglesia católica.

Eso dicho, y lo mucho más que hizo, no lo pueden soportar aquellos que quieren otro tipo de Iglesia, relativista y atraída por la mundanidad y sus efectos.

Y critican, era de esperar, el mismo proceso de beatificación porque no les parece adecuado y se les indigesta tanta defensa de la fe por parte de un sucesor de Pedro. Y extraña que así piensen quienes han de saber que eso es lo que, exactamente, tiene que hacer el Santo Padre. No otra cosa ni algo alejado de eso.

Por ejemplo, se dice que la beatificación no cumple con el plazo de cinco años desde el fallecimiento del presunto beato. Sin embargo, no es poco cierto que el Santo Padre puede disponer otra cosa porque por eso tiene legitimidad para hacerlo.

Además, cuando la fama de santidad acompaña a una persona, caso del beato Juan Pablo II, a lo largo de su vida, sobran muchos requisitos normativos y reglados.

También se dice que debido a los casos, por ejemplo, de Marcial Maciel (Fundador de los Legionarios de Cristo) o de la misma pederastia detectada, también, en tiempos de su pontificado, la beatificación debería suspenderse por si concurre alguna implicación de Karol Wojtyla en tales casos. Sin embargo, como eso va a resultar poco probable, caer en la tentación del “por si acaso” sería una concesión excesiva.

Y, por último, también se defiende la especie según la cual la beatificación de Juan Pablo II debería, sencillamente, no llevarse a cabo.

Tal expresión, la última, de odio por parte de quien así piensa, es razón más que suficiente, conociendo al nuevo beato, como para salir corriendo y hacerla, si eso fuera posible, ahora mismo, sin esperar, siquiera, a mañana y es que resulta que, por ejemplo, en opinión del teólogo José Comblin, la elección del beato Juan Pablo II “gracias a los manejos de los miembros del Opus y con chantaje e intimidación a los cardenales”.

¡Ahí es nada! Ya salió la bicha para convocarla en el Aquelarre.

Sin embargo, parece que no se dan cuenta, las personas que proponen tales cosas, que la opinión muy generalizada, de los católicos, entiende que la beatificación de Juan Pablo II no sólo es merecida por su parte sino, además, muy necesaria para que su espíritu quede, para siempre, impreso en el hacer de la Iglesia católica.

Ahora bien, si lo que quieren es que, precisamente, el espíritu del beato Juan Pablo II se olvide y no se tenga en cuenta lo hecho por el Papa polaco… entonces se entiende mejor lo que pretenden los adalides del cambio y la ruptura eclesial. De otra cosa no se trata sino de procurar el mayor malestar posible. Ni siquiera son capaces de dejar en paz a los que ya han subido a la Casa del Padre.

Y así están las cosas. Yo, por cierto, no le apeo el tratamiento de beato aunque aún no haya sido la ceremonia porque, como diría San Josemaría, no me da la santa gana. Es un beato de la Esposa de Cristo y, por eso mismo, mi beato, mi Juan Pablo II, a quien tuve muy cerca en 1982 cuando visitó Valencia para la ordenación de muchos sacerdotes.

Contra la fe y la verdad, deberían saber muchos, nunca podrán.

Eleuterio Fernández Guzmán