26.02.11

 

Este lunes da comienzo una de las plenarias más interesantes de las últimas décadas de la Conferencia Episcopal. Aunque la presidencia recaerá de nuevo, salvo sorpresa mayúscula, en el cardenal Rouco Varela, parece claro que en la renovación de la presidencia de algunas comisiones se empezará a jugar el futuro de la era post-roquista. En ese sentido, la entrevista que el cardenal Cañizares ha concedido a la revista Vida Nueva está siendo utilizada por algunos “opinadores” de la cuestión religiosa en este país para tirar pedradas al cardenal Rouco.

Pero aunque a los católicos españoles nos puede interesar lo que el cardenal Cañizares diga sobre la Iglesia en España, lo cierto es que esa entrevista es infinitamente más interesante por lo que dice sobre la liturgia y el Concilio Vaticano II el Prefecto de la Congregración para el Culto y la Disciplina de los Sacramentos. Y si no, fíjense qué andanada de preguntas suelta el purpurado:

…¿se puede afirmar que todo lo que se ha hecho y hace es la renovación querida por el Concilio? ¿La renovación querida e impulsada en verdad por el Concilio ha penetrado suficientemente y ha llegado a sus aspectos medulares en la vida y misión del Pueblo Dios? ¿Se puede llamar renovación conciliar y desarrollo a todo lo que ha venido después? Hemos de ser humildes y sinceros: ¿la principal y gran llamada del Concilio a que la liturgia fuese la fuente y la meta, la cima de toda la vida cristiana, se está cumpliendo en la conciencia de todos, sacerdotes y laicos, o, al contrario, está aún muy lejos de que sea así? ¿El pueblo de Dios, fieles y pastores, vive de verdad de la liturgia, está en el centro de nuestras vidas? ¿Se han enseñado y asimilado las enseñanzas conciliares, se ha mantenido una fidelidad a las mismas, o se las ha interpretado correctamente en la clave de la continuidad que pide el Papa?

El cardenal Cañizares no da la respuesta inmediata, pero casi puede uno imaginárselo diciendo “no, no y no” a sus interrogantes. De hecho, si tuviera claro que la respuesta es afirmativa, no tendría sentido que hiciera esas preguntas. De hecho, más adelante afirma:

la liturgia hoy no está siendo el “alma”, la fuente y la meta de la vida de muchos cristianos, fieles o sacerdotes: ¡cuánta rutina y mediocridad, cuánta trivialización y superficialidad se nos ha metido!; ¡cuántas misas celebradas de cualquier manera o participadas en cualquier disposición!; de ahí nuestra gran debilidad.

Vemos pues, a un cardenal que parece tener muy claro dónde está una de las raíces fundamentales de la crisis que llevamos sufriendo desde hace décadas. Y tengo para mí que el Papa Benedicto XVI comparte ese mismo juicio de valor.

Dado que los que critican en España al cardenal Rouco querrían una iglesia distinta de la Iglesia Católica, no acaba de entenderse la razón por la que pretende situar al cardenal Cañizares en el primer puesto del ranking para su sucesión, tanto en la archidiócesis de Madrid como en Añastro. Usar al cardenal valenciano para atizar al cardenal gallego es tan absurdo como usar a Benedicto XVI para atizar a Juan Pablo II. Independientemente de las diferencias personales y de estilo que puedan tener ambos cardenales, los dos representan ese modelo de Iglesia que tanto desprecian los progres.

De hecho, si por algo se caracteriza el cardenal Cañizares es por ser incluso más contundente en las formas que el cardenal Rouco. Por ejemplo, en relación a España dice:

… el problema radical de España, el que está en la base de la situación tan grave que atraviesa, como si estuviese desangrándose y desplomándose, tiene su raíz en el olvido de Dios, en pretender vivir como si Dios no existiese, y al margen de Él, la laicización tan grande y radical que algunas corrientes pretenden, o la secularización interna de la misma Iglesia, el olvido de su identidad y raíces y su rica aportación a la Iglesia y al mundo.

¿Cuántos de los que promocionan desde el progresismo eclesial al cardenal Cañizares, y le oponen al cardenal Rouco, están de acuerdo con esas palabras? Ninguno. Por tanto, se pongan como se pongan, el prelado no es uno de los suyos. Si acaso, somos nosotros, aquellos a quienes ellos llaman La Caverna, los que podemos decir que don Antonio es “uno de los nuestros", aunque en realidad el Prefecto de Culto es simplemente un hombre de todos los que se llaman a sí mismo, y en verdad lo son, católicos.

Luis Fernando Pérez