6.03.11

Santos por las calles de Nueva York (VII): Una mujer valiente, Mary Angeline McCrory

A las 12:04 AM, por Alberto Royo
Categorías : América, Nueva York

AUTÉNTICA INNOVADORA DEL CUIDADO DE LOS ANCIANOS Y LOS ENFERMOS

 

Se encuentra ya cercano a la conclusión el Proceso de Beatificación de una gran mujer de origen irlandés pero que echó raíces en Nueva York y allí realizó una importante labor en el cuidado de los ancianos y pobres de dicha metrópoli y de muchas otras partes de los Estados Unidos. Se trata de Mary Angeline McCrory, fallecida en 1984 y cuyas virtudes heroicas acaban de ser reconocidas por el correspondiente grupo de teólogos de la vaticana Congregación para las Causas de los Santos, acercando así a la gloria de los altares a esta religiosa que tan impresionante testimonio de caridad dejó a los neoyorkinos.

En su biografía de la Madre M. Agelina McCrory, el escritor R. M. Valabek, escribe: “El cristianismo en el fondo es un pueblo revolucionario… La Madre Angeline Teresa (1893-1984), Fundadora de las Hermanas Carmelitas de los Ancianos y Enfermos, perteneció a esta clase de revolucionarios. Fundó 59 casas para ancianos, recibió a cientos de candidatas para su joven congregación y, sobre todo, cultivó una recia y sana espiritualidad fundamentada en la vida del Carmelo, enraizada en el evangélico ideal. El aspecto que más atrajo a Madre Angeline de la acción misericordiosa de Cristo fue su compasión, expresada en la necesidad de hacer que los años postreros de los ancianos sean vividos en su sentido más pleno y feliz». Así comienza el P. Valabek una breve y hermosa semblanza sobre Madre Angeline".

Nació Bridget McCrory, la futura M. Angeline, el 21 de enero de 1893 en Mountjoy, norte de Irlanda, la segunda de cinco hermanos, hijos de unos modestos granjeros que en aquellos tiempos y por el simple hecho de ser católicos eran descaradamente discriminados. La familia McCroy formó parte de aquel medio millón de irlandeses que hubieron de abandonar su país entre los años de 1851 y 1901; éste fue precisamente el año en el que los McCroy se instalaron en Escocia, en los suburbios de la industrial Glasgow donde el padre halló trabajo en una compañía eléctrica. Y también la muerte: Cuando trabajaba, le cayó por error una buena cantidad de metal fundido sobre el cuerpo y le provocó unas heridas tan grandes que murió después de alguna horas de agonía

En Glasgow conoció a las Hermanitas de los Pobres, fundadas en Francia por Santa Juana Jugan, y que en 1862 habían fundado una casa en dicha ciudad. Su ejemplar actitud de servicio para con los ancianos atrajo fuertemente a la joven Bridget;, que se sentía fuertemente atraída a la vida religiosa; su director espiritual, el P. Cronin, le ayudó en su discernimiento vocacional: “No se pierde con probar”, le dijo. Debía marchar a Francia ya que el noviciado estaba en La Tour St. Joseph en Normandía. Era el 2 de febrero de 1912. El día antes de marchar el P. Cronin le ofreció como recuerdo un libro de su biblioteca y Brígida escogió la Vida de Santa Teresa de Ávila. El 19 de marzo de 1915 profesa como religiosa con su nuevo nombre de Sor Angeline de Santa Águeda. Eran los años difíciles de la I Guerra Mundial.

La vida de la joven religiosa cuando la obediencia la envía a la edad de 22 años a prestar sus servicios a la comunidad de Brooklyn en Nueva York, donde ya habitaba su hermano Owen, que había marchado como emigrante al nuevo mundo; con 33 años sería nombrada superiora de la comunidad neoyorquina del Bronx, Our Lady’s Home, con 18 religiosas y 230 ancianos. Al asumir la responsabilidad de superiora renovó ciertos aspectos del tradicional asilo de ancianos, tanto en el mobiliario como en ciertas formas de vida, a fin de que se sintieran aquellas personas mayores como en su propia casa y no en una fría institución. En el fondo de la cuestión se encontraba la diferencia de nivel y estilo de vida entre Francia y Estados Unidos en aquella época, que también se reflejaba en los ancianos. Las Hermanitas de los Pobres les trataban según el estilo de vida francés, mucho más austero que el norteamericano, y éstos se resentían. Por otro lado, la cerrada mentalidad de las Hermanitas en aquella época llevaba a no permitir celebrar las fiestas nacionales norteamericanas, a que las mismas Hermanitas no pudiesen hablar inglés en las recreaciones, solamente francés, a no permitir el uso de teléfono en los asilos, ni para casos de emergencia, etc.

Los cambios que la M.Angeline fue realizando poco a poco en la casa que ella dirigía no fueron aprobados por la Madre General, Esther de St. Pacifique, que en una visita canónica los eliminó de un plumazo; Sor Angeline y siete Hermanas que la apoyaban fueron amonestadas. “Por mi experiencia como superiora durante mis dos primeros años en una de las casas de las Hermanitas de los Pobres llegué a comprender cuáles eran las reales necesidades para una nueva forma de cuidar ancianos. A diferencia de Europa, en América pude comprobar que las personas mayores son más independientes y gustan de una mayor vida privada", escribía. Trató de aplicar una atención más personalizada, cercana y directa para con el asilado, pero esto se juzgó como innovación y atentado a las normas generales del instituto. Afrontó la dolorosa decisión de abandonar la congregación con siete religiosas más que la siguieron.

Dolorosa decisión, ciertamente. Su confesor, P. Sinnott, le ayudó con toda caridad y comprensión, exponiendo el caso al Cardenal Hayes, arzobispo de Nueva York, quien a su vez la ayudó a dar el paso definitivo; le encantaba la nueva forma de tratar al anciano y apoyó a M. Angeline y a sus siete compañeras sin condiciones. Las religiosas gozaban de la simpatía y el apoyo de varios sacerdotes que las ayudaban entre los que se encontraba el P. Flanagan, Provincial de los Carmelitas de Nueva York. El día de Sta. Teresita de 1929 el carmelita compró un ramo de flores y se lo llevó a las Hermanas; M. Angeline, que pasaba por serios momentos de desaliento, vio en las flores todo un signo esclarecedor: nos afiliaremos a la familia del Carmelo si ellos nos aceptan. Justo por entonces visitaba América el prior general de la Orden, P. Elías Magennis quien, ante la propuesta de afiliación, les hizo ver las dificultades existentes por parte de la Sta. Sede; ellas confiaron el asunto a la Little Flower y todo se resolvió fácilmente. Por rescripto del 24 de agosto de 1931 fueron afiliadas a la Orden del Carmen. También el Cardenal Hayes apoyó incondicionalmente la idea y la nueva Congregación se llamó “Carmelite Sister for the Aged and the Infirm".

Los comienzos de la nueva comunidad religiosa no fueron fáciles, pues se dieron en plena crisis económica del 1929, la ciudad de Nueva York había crecido hasta convertirse en la mayor metrópolis y en su distrito de Wall Street eran muchos los que creyeron que el mercado podía sostener niveles altos de precio. Poco antes del crac, Irving Fisher proclamó: “Los precios de las acciones han alcanzado lo que parece ser una meseta alta permanente". La euforia y las ganancias financieras de la gran tendencia de mercado fueron hechas pedazos el Jueves Negro, cuando el valor de las acciones en la Bolsa de Nueva York se colapsó. Los precios de las acciones cayeron ese día y continuaron cayendo a una tasa sin precedentes por un mes entero. 100.000 trabajadores estadounidenses perdieron su empleo en un periodo de 3 días.

Las consecuencias de la crisis fueron tremendas en todos los aspectos. Además del desastre económico como la quiebra de los bancos y el cierre de muchas empresas, en el aspecto social, humano si se quiere, las consecuencias fueron también terribles: El paro llevó a la indigencia y al aumento de la delincuencia. Todo esto influyó en la dificultad de encontrar benefactores para comenzar la fundación y para encontrar recursos con los que alimentar a las religiosas y a los mismos ancianos. Pero nada de esto frenó a la M. Angeline que, confiando en la Providencia, se empeñó en el cuidado de los ancianos, alargando su labor también a los muchos necesitados enfermos que abundaban en Nueva York y en todo el país.

M. Angeline ostentó el cargo de Superiora General casi cincuenta años, desde los tiempos mismos de la fundación (3 de octubre de 1929) hasta 1978. En 1961 recibió del Papa la cruz “Pro Ecclesia et Pontifice", condecoración que se concede a personajes eclesiales que han desarrollado una labor especialmente benemérita. El sentido de la condecoración y de la grandeza de esta mujer hay que buscarla en el modo innovador en que planteó el cuidado de los ancianos: Dejó su impronta carismática a toda la congregación sobre el trato y relación de las religiosas para con el anciano: atención personalizada, respeto absoluto a su intimidad y libertad, admisión de ricos y pobres sin distinción alguna. Los matrimonios ancianos podían seguir haciendo su vida normal como si estuvieran en casa y a todos se les permitía salir de compras y pasear por la ciudad.

La metodología de M. Angeline en aquellos años treinta fue verdaderamente revolucionaria, mereciendo los mayores elogios de la sociedad de su tiempo. Hoy muchas de aquellas innovaciones se han introducido en instituciones de similar asistencia sin ningún problema. Cabría preguntarse si la M. Juana Jugan, recientemente canonizada, de haber vivido, no hubiera aprobado los métodos de su hija Angeline.

Firme defensora de la vida humana desde su concepción, trabajó por ayudar a madres embarazadas que se encontraban en necesidad, lo que hace que sea recordada como un ejemplo para muchos grupos actuales Pro Life de los Estados Unidos. Pero ella no fue una activista, fue una religiosa muy amante de su vocación y su carisma, que tuvo que defender con fuerza después del Concilio Vaticano II, cuando algunas religiosas quisieron introducir algunas novedades en la forma de vida de la Congregación que suponían una clara relajación en la observancia y por tanto sin duda les llevaba lejos de la idea original de la Fundadora

Cuando en edad avanzada fue relevada del gobierno de la nueva Congregación religiosa, Madre Angeline lo aceptó con alegría, pues ello le daba la oportunidad para dedicar más tiempo a la oración y a las obras de misericordia que antes no podía realizar directamente por tenerse que dedicar al gobierno de la institución, la visita a las comunidades, las relaciones con las autoridades civiles y religiosas, etc. Después de unos meses en los que la mente le empezó a fallar, falleció santamente en una casa de su Congregación en Albany (estado de Nueva York) el 21 de enero de 1984, fiesta de Sta. Inés, el mismo día en el que cumplía 91 años, rodeada de su sucesora en el generalato, de numerosas hijas suyas y de tres sacerdotes que la asistían. El Señor le concedió salud y tiempo más que suficientes como para hacerle ver que en su obra asistencial humanísima y cristiana estaba en lo cierto. A los diez años del fallecimiento, guiadas por una fama de santidad que no se eclipsaba, sino que se extendía, las religiosas que ella había fundado decidieron pedir al obispo de Albany el comienzo del proceso de Beatificación de Madre Mary Angeline.