10.03.11

Entre la luz y la tiniebla - Corazones de piedra o de carne

A las 12:56 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Entre la luz y la tiniebla
 

El espacio espiritual que existe entre lo que se ve y lo que no se ve, entre la luz que ilumina nuestro paso y aquello que es oscuro y no nos deja ver el fin del camino, existe un espacio que ora nos conduce a la luz ora a la tiniebla. Según, entonces, manifestemos nuestra querencia a la fe o al mundo, tal espacio se ensanchará hacia uno u otro lado de nuestro ordinario devenir. Por eso en tal espacio, entre la luz y la tiniebla, podemos ser de Dios o del mundo.

Corazones de piedra o de carne

Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios”.

El profeta Ezequiel (11, 19-20) escribe que el Espíritu le hizo decir, o lo que es lo mismo, escribir, que el Creador iba a proceder de tal manera con el pueblo de Israel: vendrían a ser, de tal manera, un nuevo grupo de elegidos por Dios en el que predominara no ya la dureza del corazón sino, al contrario, lo que se predica de Dios y es que tiene “raham” o entrañas de misericordia.

Eso era lo que el Padre quería suscitar entre los suyos: un corazón nuevo, una nueva forma de ser, un nuevo renacer de entre las tinieblas de la perdición que habían hecho que obraran “según las normas de las naciones que os circundan” (Ez 11, 12) y no de acuerdo a los preceptos de Dios cuyas “normas no habéis guardado” (Ídem anterior).

Eso es lo que, precisamente, también se nos pide a nosotros, los discípulos de Cristo y, por lo tanto, hijos de Dios sujetos espiritual y materialmente a tal filiación divina.

Se nos dice de una manera, la del Mesías, suave pero profunda, clara y determinante: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15) porque, en efecto “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca” (Ídem anterior).

Por lo tanto, a nosotros también se nos dice, como hacía Ezequiel en aquellos tiempos remotos de nuestra fe inicial, que no podemos seguir por el camino equivocado de la dureza de corazón y que, por eso mismo, no debemos ser poco fieles con Dios. Y actuaremos de tal forma si no perdonamos cuando se nos ofende (“perdona nuestras ofensas como también perdonamos a los que nos ofenden” -Lc 11, 4- decimos en la oración que Cristo enseñó a los apóstoles) o si guardamos rencor cuando algún mal nos provoca malas consecuencias y conocemos el origen del mismo. También mostraremos tener un corazón de piedra si no somos mansos y humildes como lo era Cristo (Mt 11, 29).

Sin embargo, está a nuestro alcance, no siempre fácil, que el corazón no sea, ya, de piedra, duro donde siempre queda lo malo del prójimo y nunca se escribe lo bueno y mejor de nuestros hermanos, sino que venga a ser blando, de carne. Por ejemplo, recomienda san Josemaría que “Si quieres ir adelante previniendo tropiezos y extravíos, no tienes más que andar por donde El anduvo, apoyar tus plantas sobre la impronta de sus pisadas, adentrarte en su Corazón humilde y paciente, beber del manantial de sus mandatos y afectos; en una palabra, has de identificarte con Jesucristo, has de procurar convertirte de verdad en otro Cristo entre tus hermanos los hombres” (Amigos de Dios, 128).

En Jesucristo está, pues, la respuesta a nuestra pregunta de cómo tener un corazón de carne. Así, por ejemplo, lo entiende san Pablo cuando escribe, recogiendo parte de lo hasta aquí dicho, en su Epístola a los Colosenses (3,12 ) “Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia” que son la respuesta a la bondad de Dios de darnos un corazón de carne y es con el cumplimiento de tales virtudes con las demostraremos que, en efecto, somos hijos del Creador y que respondemos, con nuestro hacer, a su bondad y gracia.

Y, sin embargo, aún nos queda reconocer que “el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios” (Jn 2, 22) y de tal forma somos otros seres creados, sin nosotros (San Agustín dixit) por Dios pero sin los que no podemos salvarnos pues nuestra propia existencia depende, exactamente, de cómo caminemos hacia el definitivo reino del Creador y de saber que el corazón de carne ha de prevalecer sobre el de piedra porque, las más de las veces, coexisten en nosotros, dualidad humana de nuestro ser, sin que seamos capaces de ser misericordiosos y procurando sacrificios innecesarios que Dios no quiere (Mt 12, 7).
 

Eleuterio Fernández Guzmán