14.03.11

Lo más patético del clero argentino

A las 6:02 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : Iglesia en América
 

En los últimos días la Iglesia católica de América Latina ha tenido que sufrir patéticas escenas protagonizadas por patéticos personajes, algunos de ellos parte del clero (lo cual es más patético), otros políticos intervencionistas (no por ello menos patéticos). De Argentina a Ecuador, pasando por México, el espectáculo ha dejado mucho que desear mientras la feligresía cae en la confusión y pierde la fe.

Un caso por demás patético corresponde a la situación creada en la arquidiócesis de Córdoba, en la central provincia argentina de ese mismo nombre. Apenas hace unos días un tribunal canónico establecido en esa ciudad (que no en El Vaticano, como erróneamente se ha pretendido hacer creer) impuso la suspensión “a divinis” al sacerdote Nicolás Alessio, quien el año pasado declaró públicamente su apoyo a la ley que autorizó legalmente los matrimonios entre personas del mismo sexo en ese país.

La sentencia era obvia y descontada, sobre todo si se piensa que el cura no sólo se limitó a apoyar los “gaymonios” sino que participó en diversas manifestaciones donde pronunció discursos en los cuales tildó a la Iglesia de “fascista, discriminadora y autoritaria” (aquí y aquí ya reportamos al respecto).

Como el mismo clérigo careció de valor moral para retirarse de esa Iglesia que tanto insultó y denostó (con la cual dijo en numerosas ocasiones no estar de acuerdo), el arzobispo de Córdoba Carlos Ñañez, tuvo que intervenir para salvar la vergonzante situación. Primero le pidió que recapacitara y, ante su desobediencia pertinaz, debió iniciarle un proceso canónico. El resultado era de esperar: el sacerdote fue relevado de su cargo y se le prohibió ejercer en público cualquier potestad sagrada (como dar misa y oír confesiones).

¿La respuesta de Alessio? Permanecer en el error, calificar a la Iglesia de “patética”, a su obispo de “obsecuente” además de adelantar que no acatará la determinación jurídica porque, según él, la sanción sólo estuvo motivada en que “piensa distinto” y “se anima a decirlo en público”. Tal vez se olvidó que hace muchos años, cuando juró servir a Dios y a los hombres en esa Iglesia que ahora aborrece, se comprometió a dedicar toda su vida al cuidado pastoral de sus hermanos, salvaguardando ante todo sus almas.

Quizás el sacerdote no dimensionó, en su momento, el grave compromiso que adquiría y que violentó traicionando las mismas raíces de aquello que juró defender hasta con su sangre, el verdadero mensaje cristiano. Ahora parece querer darse “baños de pureza” cuando en realidad, ya desde hace mucho tiempo, sus opciones ideológicas (así como su militancia política) han quedado claras.

Porque para él nunca pareció ser un conflicto de intereses el cobrar su sueldo de sacerdote, administrar las ofrendas de su parroquia y, además, vivir del erario público argentino como “asesor en educación” del grupo parlamentario del socialismo cordobés en la legislatura local, corriente encabezada por el senador Luis Juez. De hecho hace unos días Roberto Birri, presidente del bloque legislativo de ese grupo político, el Frente Cívico, tuvo la ocurrencia de presentar un proyecto para rechazar legislativamente la sanción canónica en su contra.

Así las cosas resulta claro que Alessio nunca actuó (sólo) según su conciencia, sino como parte de un proyecto ideológico que pretende cambiar las bases más profundas de la Iglesia. Esa iniciativa, en Córdoba, tiene nombre y apellido: “Grupo Angelelli” . Un colectivo que, de acuerdo a sus mismos miembros, impulsa un “catolicismo alternativo” en el cual los sacerdotes puedan casarse, las mujeres accedan al ministerio ordenado, los homosexuales se puedan casar y se deje atrás “el autoritarismo de la jerarquía eclesiástica”.

Se trata de un grupo restringido pero activo que, enfundado en el ropaje de ser exclusivo defensor de la “Iglesia de los pobres”, pretende iniciar una rebelión propia de bolchevismo ruso. Así ha quedado claro, al menos, en la parroquia Nuestra Señora del Valle de Villa Belgrano de la capital cordobesa, también conocida como “La Cripta”.

Ante la decisión del arzobispo Ñañez de sustituir al párroco, Víctor Acha (quien hace tiempo había anunciado su salida), con el sacerdote Pedro Torres, un grupo de feligreses prácticamente “se alzó en armas” para quejarse por la “imposición” del nuevo pastor. Para demostrar su enojo uno de los fieles, Raúl Pérez Verzini, escribió una carta dirigida a Torres y no muy propia de la mansedumbre evangélica:

“Estimado, no te pongo nombre para que no creas que el problema es con vos. De hecho, los que te han tratado dicen que sos una persona agradable y no juzgo tus intenciones. El totalitarismo eclesial vernáculo, cínicamente acostumbrado a tomar decisiones sin consultar a los involucrados, te eligió como párroco de La Cripta. Y vos, quizá siguiendo la antievangélica obediencia debida, aceptaste. Te equivocaste. Ya te lo hemos dicho y te lo seguiremos diciendo: no te queremos como párroco. No te recibiremos como párroco. Esta nunca será tu casa“.

“Nuestra decisión no es caprichosa. No se trata de rebeldes sin causa. Se trata, como diría Pedro Casáldiga, verdadero pastor, de una rebeldía que busca la fidelidad a nuestra conciencia. Son miles de personas que a lo largo de todos estos años se identificaron con la manera de ser y hacer que nos caracteriza. Y no estamos dispuestos a dejar que se destruya. Estamos preparándonos para dar batalla“. Lo dicho, en el fondo… fondo, todo parece resumirse a una lucha ideológica. ¿Y las almas? ¿Y la fe? Bien gracias.