16.03.11

Entre la luz y la tiniebla - La Creación, su Creador y la criatura

A las 1:18 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Entre la luz y la tiniebla
 

El espacio espiritual que existe entre lo que se ve y lo que no se ve, entre la luz que ilumina nuestro paso y aquello que es oscuro y no nos deja ver el fin del camino, existe un espacio que ora nos conduce a la luz ora a la tiniebla. Según, entonces, manifestemos nuestra querencia a la fe o al mundo, tal espacio se ensanchará hacia uno u otro lado de nuestro ordinario devenir. Por eso en tal espacio, entre la luz y la tiniebla, podemos ser de Dios o del mundo.

La Creación, su Creador y la criatura

En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios: ‘Haya luz’, y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz ‘día’, y a la oscuridad la llamó ‘noche’. Y atardeció y amaneció: día primero”.

El texto del Génesis (1, 1.-5) expresa, a la perfección, qué es la creación y, sobre todo, Quién es su Creador. Pero, además, dice muchas cosas que no deberíamos olvidar para no caer en pensamientos contrarios a verdad tan grande.

Muchas, e importantes, realidades, manifiesta el autor del texto sagrado. Por ejemplo, el Espíritu de Dios (“un viento de Dios”, dice) sobrevolaba la creación cuando el Creador llevaba a cabo su labor.

Mientras tanto, desde aquel principio, “Existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida” (Jn 1, 1-4) que es la mejor manera de contemplar a las tres Personas que constituyen la Santísima Trinidad en el mismo momento de crear lo que no existía.

Dios, pues lo creó todo porque, hasta entonces, todo lo que luego sería era nada y nada podía ser hasta que fue la voluntad creadora de Dios la que quiso que fuera.

Y así creó hasta que le pareció muy bueno hacer lo propio con su imagen y semejanza (Gén 1, 26-27). Y creó al hombre y a la mujer del barro y les insufló su Espíritu. “Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: ‘Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra’” (Gén 1, 28). Los amó y los nombró depositarios de la creación entera porque para ellos la había hecho el Creador.

A este respecto, dice el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, en su número 456 dice que “El hombre en nuestros días, gracias a la ciencia y la técnica, ha logrado dilatar y sigue dilatando el campo de su dominio sobre casi toda la naturaleza”. Y esto es demostración de la obligación que el hombre contrajo con Dios cuando el Padre Eterno le encomendó esa labor dicha antes.

Mucho se ha discutido sobre si esta narración responde a la verdad de la Creación o es una interpretación adaptada a la mentalidad de la época en la que se escribió y para los oyentes a los que iba destinada.

Sin embargo, pudiendo esto ser cierto, la interpretación de este texto se quiere decir, sin embargo, la Verdad que encierra, y es que Dios, en su omnipotencia y en su sabiduría, entregó al hombre, su Creación predilecta, un mundo que debía, por decirlo así, administrar y llevar a buen puerto, no deja de ser exacta certeza.

A propósito de esto, el teólogo dominico Martín Gelabert Ballester (En el artículo titulado “Ecología, cuestión política”) ha dejado dicho que “la verdadera calidad humana no está en el poder o en el acumular, sino en la gratuidad, la contemplación, el compartir, el comulgar con la naturaleza y, en último término, en mirar el mundo como un don que sólo a Dios pertenece y a Él hay que devolver como una hermosa ofrenda.Del correcto cuidado del don depende la propia vida del ser humano”. Y esto nos clarifica bastantes cosas y nos propone unas actitudes también bastante diáfanas pues, en atención al denominado principio antrópico todo está hecho para bien del hombre y, por lo tanto, no podemos hacer dejación de lo que debemos llevar a cabo en atención a tanta bondad expresada por el Padre.

Y, sin embargo, “La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron” (Jn 1, 9-11) porque siendo nosotros creación de Dios y hechos por el Creador para ser su creación predilecta no sabemos, en ciertas ocasiones, mantener una situación que corresponda con nuestra filiación divina, obligación grave para quien se sabe hijo de Dios.


Eleuterio Fernández Guzmán