16.03.11

La Tradición

A las 10:11 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

En la Iglesia, la existencia de la Tradición es una consecuencia de la definitividad y de la universalidad de la revelación divina. Jesucristo es la Palabra de Dios, el Verbo encarnado, y su mensaje – un mensaje que se identifica con su Persona – ha de llegar a todos los hombres de todos los pueblos.

La Tradición está al servicio de esta auto-transmisión de la revelación divina. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, universaliza, actualiza e interioriza la revelación. Él es Señor y Dador de vida. Él mantiene vivo el vínculo que une a la Iglesia con su origen, con su fundador y con su fundamento perpetuo: Jesucristo. Él es el verdadero guía y protagonista de la Tradición.

Al servicio de esta auto-transmisión de la revelación está en ministerio de los apóstoles y de sus sucesores. A toda la Iglesia ha sido confiada la Tradición, pero sólo a los sucesores de los apóstoles les ha sido encomendada la tarea de su interpretación auténtica – con autoridad - . Para desempeñar esta función cuentan con el mandato de Cristo y con la asistencia del Espíritu Santo.

Ya desde la Antigüedad se reconoció en la sucesión episcopal de la Iglesia de Roma el signo, el criterio y la garantía de la transmisión ininterrumpida de la fe apostólica. San Ireneo de Lyon escribía al respecto: “Con esta Iglesia, a causa de su origen más excelente, debe necesariamente estar de acuerdo toda la Iglesia, es decir, los fieles de todas partes, pues en ella se ha conservado siempre la tradición que viene de los Apóstoles”.

Existe un nexo entre la sucesión de los obispos – principio personal – y la Tradición apostólica – principio doctrinal - . En realidad, ambos principios coinciden. El Obispo de Roma, Sucesor de Pedro – a quien el Señor constituyó como roca - , no es el dueño de la Palabra de Dios, sino su primer y principal servidor: “Veritas, non auctoritas facit legem”. La verdad no deriva de la autoridad del Papa, sino que la autoridad del Papa deriva de su comunión permanente con la verdad que es Jesucristo – una permanencia que el Señor, con la asistencia de su Espíritu, garantiza - .

Pedro no se va a separar jamás de la Iglesia, ni la Iglesia se va a separar jamás de Cristo. Por esta razón, que brota de la fe, los cristianos podemos tener la certeza de que, unidos a Pedro, prestándole el obsequio religioso de la inteligencia y de la voluntad, permaneceremos en la unidad de la Iglesia de Cristo.

¿Puede haber divergencias? Sí. ¿Puede haber debate? También. Pero nadie, ningún otro ser humano, sea el que sea, puede instituir otra “roca” diferente de la que instituyó Cristo, otro criterio objetivo de permanencia en la unidad de la Iglesia.

Sin la unión con el Papa no hay certeza de la plena unión con la verdadera fe. Y no es así por mérito del Papa, sino por voluntad de Cristo. El Señor, también en esto, se ha apiadado de nosotros. Si todo quedase en última instancia a nuestro criterio personal, la unidad de la Iglesia saltaría por los aires.

La Tradición, la transmisión de la revelación, no es un arcano reservado a unos pocos privilegiados, sino que es “pública, única, pneumática, espiritual” (cf Benedicto XVI, “Audiencia General”, 28.III.2007).

Tampoco equivale la Tradición al tradicionalismo, porque la Tradición no es una realidad congelada, inerte, sino una realidad viva, internamente vivificada por el Espíritu Santo: “En el río vivo de la Tradición Cristo no está distante dos mil años, sino que está realmente presente entre nosotros y nos da la Verdad, nos da la luz que nos permite vivir y encontrar el camino hacia el futuro” (Benedicto XVI, “Audiencia General”, 3-V-2006).

Guillermo Juan Morado.