16.03.11

Fanatismo tras el terremoto y el miedo al 11

A las 10:22 AM, por Luis Santamaría
Categorías : General

 

El pasado 11 de marzo, tan sólo hace unos días, un terremoto frente a la costa de Honshu (Japón) y su posterior tsunami han provocado una catástrofe cuyos efectos vamos conociendo poco a poco. Miles de muertos nos hablan de un momento trágico para ese país y para todos los que seguimos atentamente las noticias que siguen llegando. Entre informaciones de carácter humanitario, científico, financiero, político o nuclear, en algunos medios de comunicación se han “colado” otros elementos extraños. Sí, porque hay personas que aprovechan incluso estos hechos luctuosos para sacarle la punta esotérica o paranormal. ¿Es un invento mío? No, claro que no. He visto muestras de ello en algunos medios digitales, que asocian todo lo que está ocurriendo, por ejemplo, con el fin del mundo que se aproxima, ya que –según llevan vaticinando desde hace tiempo– llegará el próximo año, de acuerdo con ciertas cábalas de la civilización maya. Concretamente el 21 de diciembre de 2012. Y este terremoto en el país del sol naciente puede ser un buen anticipo. Hay gentes del mundo del ocultismo popularizado que incluso sacan a relucir al visionario francés Nostradamus, y lo mezclan con los mayas para demostrar que unos y otros tenían razón, al hablar de un cambio profundo y de movimientos de tierras. Las catástrofes naturales de los últimos tiempos, que vivimos tan de cerca en estos días, son el cumplimiento de lo anunciado.

Y, cómo no, tenemos por ahí a esos que señalan con el dedo acusador al número 11, que coincide fatalmente en la fecha del temblor nipón y en otras fechas anteriores, como el 11-S, considerado por muchos como un cambio de época, o el 11-M español. La numerología se ha cebado con esta cifra, dándole mil vueltas y otorgándole una enorme importancia: que si las Torres Gemelas de Nueva York asemejaban un 11, que si el número del primero de los vuelos, que si la fecha del Día de la Independencia suma 11… y la especulación irracional crece así hasta el infinito. ¿Y cuál es, entonces, el problema? ¿No es algo inocente que entretiene al personal y, como mucho, puede hacer a los crédulos dignos de lástima o de risa?

Creo que no. Porque miro para atrás, y yo también pienso en el 11. Y analizo casos que han pasado. Como el famoso eclipse solar que tuvo lugar el 11 de agosto de 1999. No sólo por el eclipse, sino también por la fecha dichosa, hubo anuncios del fin del mundo –¿se acuerdan, por ejemplo, de Paco Rabanne?– y sectas que llegaron a construir refugios subterráneos para esperar el desenlace de la Historia humana, aquí en España. Algunos movimientos gnósticos también señalaron para entonces el final de nuestra era, y lo trasladaron después de forma indefinida hasta que vieron en los ataques terroristas del 11-S su mejor cumplimiento. En estos días podía leerse en un artículo divulgado por la agencia Efe que “hechos como el 11-S han desencadenado una oleada de pesimismo profético y, para muchos, es una prueba más de que el día del Juicio Final está cerca”.

Por un lado están los de siempre, aquellos a los que no les importa el número que sea, porque están en una constante tensión escatológica, aguardando la venida inminente de Cristo para poner orden ya en este “sistema inicuo de cosas”, en expresión de los testigos de Jehová. La pedagoga argentina Mara Martinoli escribía estos días en su blog que nada más conocerse la noticia del terremoto de Japón los adeptos de este movimiento “se superan a sí mismos haciendo futurología del destino de la humanidad”, adaptándose a las nuevas circunstancias para recordar –o confirmar aludiendo a los hechos– que sí, que el fin es inmediato.

Por otro lado, estas personas especiales que en nuestro mundo reciben mensajes de entidades superiores (ya sean extraterrestres o ángeles), se han fijado concretamente en el número 11 otorgándole un significado de gran hondura. Por ahí he podido leer estos días que el contactado peruano Sixto Paz, que últimamente anda haciendo giras por España, conoció gracias a sus contactos de otros planetas que “la clave 11 repetida como activador nos recuerda que debemos procurar la unidad con el Uno, en Dios dentro de cada uno”, lo que nos tiene que llevar a superar las pruebas. O que la entidad superior Kryon, canalizada por algunos médiums, revela que “la clave 11:11 es una secuencia numérica de la manifestación divina y simboliza el despertar espiritual del ser humano”. Son sólo dos ejemplos de un elenco que, si fuera sistemático, seguro que nos saldría larguísimo.

¿Inocente todo esto?, vuelvo a preguntarme. Y mi respuesta sigue siendo negativa. Todo esto no es un juego. Hay personas que, con miedo ante una situación de inseguridad social, necesitan asideros adonde agarrarse y donde recibir una respuesta que dé sentido –aunque sea claramente extraña– y que les proporcione paz interior ante las sacudidas de este barco nuestro que es el mundo. Ya he escrito en otra ocasión que en el año 2001 hubo ex-adeptos de sectas esotéricas que regresaron al comprobar, tras el 11-S, que aquellas doctrinas eran ciertas, y los acontecimientos de la actualidad lo mostraban claramente. Repasando los libros de estos grupos, encontramos referencias al 11 en Aleister Crowley, protagonista del ocultismo del siglo XX, para quien es “un número propicio dentro de su esquema de destruir la actual civilización”, en expresión de Ramiro Pinto y Pepa Sanz. También hallamos que en el colombiano Samael Aun Weor y su familia de sectas gnósticas “el arcano 11 es el trabajo con el fuego, con la fuerza del amor”, y eso puede interpretarse como convenga. En otras corrientes ocultistas se habla del desbordamiento y del final del orden, ya que supone añadir la unidad al 10, que sería el ciclo completo.

Y podría seguir, pero sólo conseguiría añadir datos e interpretaciones que abundan en lo misterioso y lo irracional. El mundo de las sectas y del fanatismo seguirá nutriéndose, en gran medida, de hechos como el terremoto y tsunami de Japón. Ha vuelto a caer en 11 y, por supuesto, no cuentan todas las demás catástrofes que no tienen que ver con este número. La inseguridad y el miedo, la necesidad de identidad y de pertenencia a un grupo, y la urgencia por superar esto con una necesaria interpretación espiritual son cambo abonado para el proselitismo y la convicción sectarios. Como ha dicho en una columna reciente Antonio Burgos, parece que ya no cabe rezar, porque “el santo temor de Dios ha sido sustituido por el laico pánico a lo políticamente incorrecto”, y nos refugiamos en un sentido meramente horizontal de la realidad. Cuando el hombre, capaz de mucho más –capaz de infinito–, tiene una sed que muchos mercaderes pseudorreligiosos quieren saciar. Aquí entran las sectas, el esoterismo y lo demás, y para ello no necesitan al 11, aunque los ayude.

Luis Santamaría del Río
En Acción Digital