16.03.11

 

Fabrice Hadjadj es un filósofo francés a quien en alguna ocasión se ha mencionado en Infocatólica.

En la Revista Huellas publicada por el Movimiento Comunión y Liberación publicaron en estos días una entrevista que le hicieron en la cual habla de diversos temas relacionados con la Cuaresma.

Me ha parecido valiosa y oportuno compartirla con ustedes.



PRENSA
«Cuaresma, para descubrir de nuevo una vida maravillosa»
Antonio Giuliano (La Bussola Quotidiana)
15/03/2011 - Entrevista a Fabrice Hadjadj

«La apologética, dar razón de la fe, comienza dentro de nosotros. Antes de mirar la paja en el ojo del “ateo”, probemos a interrogarnos sobre nuestro credo. Podremos comprender que la fe no es un simple privilegio, sino una exigencia de amor. Y la Cuaresma es el tiempo que nos ayuda a descubrir de nuevo lo esencial, la verdadera alegría, ese sentido de sorpresa ante todo aquello que nos rodea». Para darse cuenta de que la mirada de Fabrice Hadjadj es la de un enamorado, sorprendido por la realidad, basta ver con qué ojos observa a su mujer y a sus cinco hijos pequeños, que brincan a su alrededor mientras habla. Pero muestra toda su fama de pensador lúcido cuando debate sobre la fe con una claridad que desarma y una franqueza que pilla fácilmente desprevenido a su interlocutor. Filósofo francés que se convirtió al catolicismo, Hadjadj, cuarenta años, de origen tunecino, intervino días atrás en la Universidad Católica de Milán invitado por el Centro Cultural de Milán para hablar de “Modernidad y modernismo. A propósito del sentido religioso”.

Sus libros siguen causando mucho “ruido”. Sólo en Italia en el último año se han publicado cuatro textos suyos: Mística de la carne (Medusa), Farcela con la muerte (Cittadella), La terra cammino del cielo (Lindau), La fe de los demonios (Marietti). Se basa en temas espinosos como el Maligno y las seducciones de la carne. Demasiado difícil, en este tiempo, no ceder a la tentación de preguntarle cómo vive él la Cuaresma…

Es un tiempo de penitencia, pero a menudo nos engañan sobre su significado. La penitencia no tiene como fin último el sufrimiento, sino la alegría. Por otra parte, la palabra penitencia no viene de “pena”, sino de una palabra latina que significa “retorno”. Es un tiempo en el que se retorna a lo esencial, nos despojamos de todo aquello que nos agobia para descubrir la alegría de Jesucristo, muerto y resucitado por todos. Cada persona está llamada a vivir eternamente. Por eso se debe buscar no la alegría para uno mismo, sino aquella que nace de la comunión con los demás. Personalmente vivo ya sin televisión, y en este período la única película que veo con mi mujer es Shoah, de Claude Lanzmann sobre Auschwitz y los campos de concentración: dura 9 horas, pero es una obra grandiosa. Por lo demás, intento estar más tiempo con la familia y rezar con mayor intensidad, especialmente mediante la adoración eucarística.

La Iglesia recomienda tres armas espirituales para volver a descubrir lo esencial: ayuno, oración y limosna.
Es cierto. Incluso aunque exista el peligro de entender estas prácticas de manera farisaica: se podrían practicar todas y no captar el sentido de la Cuaresma. De hecho si se ayuna no es para privarse de algo, sino para tener todavía más hambre de Cristo. Si se reza no es simplemente para pedir cosas, sino para entrar en la comunión con Aquél que es la fuente de todo. San Agustín decía que la oración no tiene otro fin que hacer crecer en nosotros el deseo de la santidad. Y en cuanto a la limosna, no se trata de dar dinero para desembarazarse del pobre: sino de compartir e ir al encuentro de quien habitualmente no encontramos. Estar vivos es estar abiertos a aquello que nos sorprende. Si toda nuestra vida se desarrolla de acuerdo a un programa, según una planificación, nos convertimos en máquinas.

¿De qué tentación deben cuidarse más los creyentes de hoy?
Si miramos las tres tentaciones de Jesús en el desierto, vemos que las tres están ligadas entre sí: existe siempre el riesgo de pasar de una fe sólo material a una descarnada (el espiritualismo), o a una fe que confunde carne y espíritu. Me cuidaría mucho de la tentación diabólica de perseguir la gloria humana más que la divina. Un ejemplo es creer servir a la Iglesia haciendo propaganda de estilo publicitario, olvidando que el fin no es conseguir clientes, sino encontrar personas. No comparto la nueva evangelización preocupada solamente por las tecnologías digitales: éstas pueden sernos útiles, pero no son esenciales. El cristianismo no es una técnica de comunicación sino una vida de comunión basada en el encuentro con una Persona, Cristo. Y, por tanto, la mejor “técnica” será siempre ir de dos en dos a encontrarse con las personas físicamente: no es casualidad que todos los sacramentos supongan la proximidad física. Desde el momento en que los sacerdotes se centran en las preocupaciones tecnológicas, hemos perdido de vista la esencialidad de los sacramentos.

Usted insiste mucho en la figura de Satanás, de quien incluso en las iglesias se habla demasiado poco. Su último libro está además dedicado a La fe de los demonios (Marietti, pp. 252, euro 25)…
No soy yo quien insiste, sino el Evangelio. Al igual que en los telefilmes existen los “profiler”, personas que intentar dibujar el rostro de aquellos que han cometido un crimen, también para nosotros los cristianos es muy importante conocer el perfil del Maligno. Uno de los grandes errores es pensar que el mal radical se encuentra en el ateísmo o en el pecado de la carne. ¿Qué nos dice el Evangelio? El Enemigo por excelencia no es ni el ateo ni la carne. Es un error centrarse sólo en el ateísmo porque quiere decir olvidarse de que el primer peligro es una fe sin caridad, una fe demoníaca. Si no tengo caridad con todos entonces mi fe se convertirá en una fe orgullosa, que es la del demonio. Repito a menudo que no por casualidad Jesús se dirige a los escribas y fariseos: no eran ateos, sino especialistas en la fe; sin embargo fueron ellos quienes lo crucificaron.

A usted no le gusta mucho hablar de su conversión. ¿Por qué?
No me gusta ser anecdótico y retrospectivo. La conversión es un punto de partida, no de llegada. Es como un nacimiento. Pero no se puede preguntar a los conversos únicamente por aquello que sucedió en el momento del parto. Me he preguntado a menudo sobre mi bautismo, que fue algo extraordinario. Pero me preguntan menos por mi matrimonio, que sin embargo es el cumplimiento de mi bautismo. Podría escribir miles de páginas sobre mi conversión. Pero si dijese aquello que hizo que me hiciera cristiano sería prisionero de algo que pertenece al pasado. Debo siempre poder decir que si soy cristiano es también gracias a ella, que está a mi lado. Lo que fundamente la fe es sobre todo el asombro ante aquello que me rodea.

¿Qué es lo que más le fascina del cristianismo respecto a las demás religiones?
Estoy convencido del misterio de la Trinidad: Dios es una comunión de tres personas, y esto significa que en el cristianismo la sabiduría no es un conocimiento, sino un encuentro con Jesús, que se completa en una comunión de personas. No es una teoría o un estado de serenidad como en otras filosofías. Me gusta repetir que en el cristianismo los nombres propios son más importantes que los nombres comunes, y que los rostros son más importantes que las ideas. El cristianismo me dice que cada rostro es desconcertante y sobre todo no elimina nada de la experiencia concreta. Esto me lleva al otro gran misterio: la Encarnación. El Verbo se ha hecho carne significa que ya no se puede separar la carne del espíritu.

Si tuviera que contar a un “ateo” lo que está viviendo, ¿de qué partiría?
Pienso que, ante todo, es necesario evitar las etiquetas. Es muy difícil definirse “ateo”. Pero si alguno se definiera así, para ser coherente no debería divinizar nada en lugar de Dios, ningún otro ídolo: dinero, técnica, comunismo… Hoy en día está de moda decir “soy ateo”, “soy homosexual”, etc… Nadie dice; “soy un hombre”. Lo importante para el creyente es comprender que ante él tiene siempre a un hombre. Uno que está como yo expuesto al pecado y a la muerte y que tal vez es un poco menos consciente del Misterio. Pero, como yo, es alguien rodeado por un desconocido. Antes de ponernos a discutir con un “ateo”, hay que sentir y vivir esta fraternidad humana: ¿sois capaces de reír juntos?, ¿y de cantar juntos? Sólo a partir de ese momento podremos dialogar. Los cristianos dicen que no hay que dormir con una chica antes de haber hecho todo el recorrido del noviazgo, y sin embargo al mismo tiempo existen cristianos que dicen que habría que discutir con el ateo sin pasar por un periodo de “noviazgo”: es una contradicción total.

En su libro Mística de la carne (Medusa) afronta el tema de la sexualidad, un tema por el que a menudo se hostiga a la Iglesia…
Es normal que haya oposición. El problema es que a menudo la enseñanza de la Iglesia se ha transmitido mal. Dos son los errores principales. Por un lado se dice que la sexualidad es “neutra” y va unida al respeto, al amor, etc… De este modo se muestra una moral que concibe la sexualidad como un impedimento. Mientras que la Iglesia dice que la sexualidad es buena en sí misma, pero debe ser captada en toda su profundidad. Hoy se habla mucho de liberación sexual, pero en realidad vivimos una mutilación de la sexualidad. Incluso un castrado puede tener relaciones sexuales, pero es una sexualidad que no está abierta a la vida. Y hoy vivimos en el reino de los castrados. El otro error es caer en la obsesión sexual. Es decir, hablar a los jóvenes de “moral sexual” y no de la aventura heroica de la vida cristiana. Los jóvenes no aceptarán la moral sexual si no se les muestra su finalidad. A menudo se queda uno en el discurso de la prohibición, de la regla: es un discurso farisaico. La moral es como la gramática: es importante que exista para poder hablar, pero no se habla para hacer gramática. Si queremos que los chavales se interesen por la gramática, debemos sobre todo mostrarles la poesía de la vida cristiana. Este es el verdadero desafío.