Agustín Cortés, obispo de Sant Feliú

«Somos muchos obispos valencianos, pero cada uno va a la suya y no hay ´lobby´»

"Normalmente pronuncio las homilías en catalán"

Redacción, 21 de marzo de 2011 a las 10:35
 

Agustín Cortés (Valencia, 1947) es obispo de la diócesis de Sant Feliu de Llobregat desde su creación, en 2004. Antes estuvo seis años como prelado de Ibiza. Acaba de visitar su ciudad natal para abrir el ciclo «Diálogos de Teología», organizado por la Facultad de Teología y la bibioteca del Almudí. Lo cuenta Paco Cerdá en Levante.

Es el primer obispo de una diócesis de nueva creación. ¿Qué está siendo lo más difícil?
Lo más difícil es tomar cuerpo como diócesis. La gente tenía conciencia de pertenecer a la gran diócesis de Barcelona que entonces tenía cuatro millones de habitantes, y la historia y la experiencia pesaban mucho. Crear una nueva diócesis suponía que esta parte del pueblo de Dios tomara conciencia de que pasaban a tener un nuevo centro de referencia de Iglesia y de que se comprometieran en su construcción. Este es el primer reto que todavía no se ha conseguido, puesto que es cuestión de tiempo y de paciencia.

¿Es más fácil gobernar una diócesis pequeña que una grande?
Es más fácil en principio. Yo vengo de Ibiza, que tenía 100.000 habitantes. Parecería más fácil. Pero hay que subrayar que los problemas son más importantes cuando se vive con mayor proximidad.

Lo preguntó porque en algunas ocasiones se ha planteado la partición de la extensa archidiócesis de Valencia y la recuperación del histórico obispado de Xàtiva. ¿Cómo valora esa opción?
Hay razones a favor y en contra de esa partición, y yo no sabría decir en este caso concreto qué sería mejor. Lo que cabe garantizar siempre es que el obispo, o el arzobispo en este caso, esté muy cerca de la gente. Es lógico que en los 4 millones de habitantes que tenía la diócesis de Barcelona era prácticamente imposible esa cercanía. Con el tamaño que tiene la diócesis de Valencia [de unos 2,5 millones de habitantes] sería posible que la presencia del arzobispo fuera más inmediata o más cercana a la gente, como de hecho creo que se está haciendo. También están los vicarios episcopales, que tienen la función de acercar al centro de decisión la realidad concreta de cada día en los diferentes territorios. Pero no sabría decir... Hay razones a favor y razones que desaconsejan la división de la diócesis.

¿Cuáles?
En contra figuran la pérdida de referentes históricos importantes y el empobrecimiento de la diócesis.

¿Y a favor?
Lo que nos está pasando en Sant Feliu: que el centro de decisión y referencia de la Iglesia está más cerca de la realidad. Hay que valorar una cosa y la otra.

El poder valenciano, con 12 obispos valencianos en las 70 diócesis españolas, es importante en la Iglesia...
Será por número. Por número sí, puesto que es la diócesis que últimamente más obispos está dando.

Es una cantera de obispos...
Exacto. Pero de ahí a que seamos un grupo poderoso como tal grupo unido, no es así. Porque no formamos un clan o un lobby valenciano, como a veces se dice. Sinceramente, no lo somos. Cada uno está en lo suyo y no nos ponemos de acuerdo por nada ni tenemos estrategias comunes. Nada de eso...

En la diócesis de Valencia sólo han habido cuatro arzobispos valencianos en los últimos 500 años. ¿Por qué han de emigrar siempre los prelados valencianos?
Seguramente será porque en Valencia tenemos un espíritu muy abierto y somos capaces de adaptarnos a la realidad de cada lugar. Eso es una virtud del carácter valenciano: querer mucho lo propio y a la vez tener mucha capacidad de adaptación. También es cierto que mientras que en otras partes de España ha habido descenso de vocaciones y ordenaciones, el seminario de Valencia se ha mantenido, no como en mi época, pero sí en números buenos.

Usted reivindicaba la cercanía del pastor con los fieles. ¿No ve una desventaja que el arzobispo siempre sea un «foraster»?
Pienso que igual que cuando un obispo valenciano sale fuera es capaz de adaptarse, el pueblo valenciano también es capaz de adaptarse al que viene de fuera. No creo que esto sea un problema importante.

Se le ha pegado el acento catalán y las formas orientales...
¡Sí, yo ya no sé qué hablo! Salí de tierras valencianas, luego fui a Ibiza, donde se habla un lenguaje diferente, y ahora estoy en Cataluña, donde también se habla diferente. Así que soy un precipitado de diferentes formas de hablar.

¿Oficia en catalán?
Sí, claro. Normalmente pronuncio las homilías en catalán.
Sabe que aquí todavía no hay un misal en valenciano y a los fieles les resulta imposible comunicarse con Dios en la liturgia en la lengua propia.

¿Cree que ya es hora de cerrar este capítulo?
No sé cómo está ahora el asunto. Cuando yo fui secretario particular del arzobispo Roca, hubo varios intentos, fueron muy problemáticos, y ahora no sé cómo está. Mi visión desde fuera puede ser diferente de la que tengan los que poseen la información para discernir la conveniencia de una cosa u otra.

Usted que viene de Ibiza: ¿Qué le pasa al obispo valenciano de Mallorca, Jesús Murgui?
No lo sé. ¿Qué le pasa?

La prensa local dice que ha pedido el traslado de la diócesis de Mallorca y que no está a gusto allí.
No tengo ni idea, sinceramente lo digo. No sabía nada. Pero ya se lo preguntaré, porque es amigo...

¿Qué reto tiene la Iglesia?
La dificultad básica es creer profundamente en Jesucristo en esta sociedad marcada por una autonomía radical secularizada. Por nuestra parte, el reto es decir la palabra evangélica adecuada en el momento presente para que la gente sepa creer y vivir en Jesucristo. Puesto que el hombre de hoy es de una determinada manera, hemos de saber sintonizar el hombre de hoy con el mensaje del Evangelio.

Es decir: que la Iglesia ha de acercarse más a la sociedad actual.
Sí, y que la sociedad pueda recibir y estar más vinculada al Evangelio. No sólo que la Iglesia asuma maneras de ser y lenguaje, sino que también haga cambiar la sociedad.

Echa de menos la «terreta».
Sinceramente, sí. Añoro la calidez familiar. A pesar de que allí me encuentro muy bien y perfectamente acogido, es normal echar de menos tu referente vital.