28.03.11

La concepción virginal de Jesús

A las 10:32 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

Hace pocos días – el 25 de marzo, nueve meses antes de la Navidad -celebrábamos la solemnidad de la Anunciación del Señor. En la antigüedad cristiana se creía que el Verbo se encarnó en el equinoccio de primavera, el mismo día en que fue creado Adán.

Adán fue creado de la nada y Jesucristo, el último Adán, fue “engendrado, no creado” y “concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen”. La gratuidad de la creación se refleja en la gratuidad de la Encarnación. En ambos acontecimientos resplandece la maravillosa soberanía de Dios.

En la generación de Jesús no intervino ningún varón, sino el poder trascendente del Espíritu Santo, Señor y Dador de vida. No se trata de que Dios “supliese” el papel que le correspondería a un varón. La intervención del Espíritu Santo es divina. Dios actúa como Dios, no como hombre.

Un teólogo reformado, Karl Barth, supo expresarlo de un modo muy acertado: “El hombre Jesucristo no tiene padre. Su concepción no se deriva de la ley común. Su existencia comienza con la libre decisión de Dios mismo, procede de la libertad que caracteriza a la unidad del Padre y del Hijo unidos por el amor, es decir, por el Espíritu Santo… Es éste el campo inmenso de la libertad de Dios, y de esta libertad es de donde procede la existencia del hombre Jesús”.

Los textos bíblicos son bien elocuentes. San Mateo presenta a María que ha concebido por obra del Espíritu Santo (Mt 1,18-25). Parte de esta concepción virginal para señalar la presencia en la Escritura (Is 7,14) de un pálido reflejo de la misma: la señal dada por Dios a Acaz; es decir, el anuncio del nacimiento del Emmanuel de una virgen. Mateo es muy cuidadoso y, al narrar la huida a Egipto – recordando así la historia de Moisés - , escribe: “Toma al niño y a su madre”.

San Lucas, en el pasaje de la Anunciación, explica: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con sus sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios” (cf Lc 1,26-38).

Los relatos evangélicos – precisa el Catecismo – “presentan la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas” (n. 497). No se trata, pues, de indagar por medio de suposiciones inútiles, sino de contemplar y reconocer la acción de Dios. Sólo desde esta base se abre camino la comprensión que brota de la fe.

La Iglesia ha creído y profesado que la Madre de Jesús permaneció virgen “en el parto y después del parto”. Algunos autores recientes han propuesto – como si Dios estuviese limitado por nuestra racionalidad científico-técnica – interpretar la virginidad de Nuestra Señora en un sentido meramente simbólico, como si se tratase de un mero revestimiento mitológico para resaltar el carácter extraordinario de Jesucristo.

Esta interpretación no es aceptable para un creyente. Ya San Ignacio de Antioquía acusaba al Demonio de querer ignorar tres misterios esenciales de la vida de Cristo: la virginidad de su Madre, su nacimiento como verdadero hombre y la realidad de su muerte en la cruz; “tres misterios resonantes que se realizaron en el silencio de Dios”.

La mejor teología contemporánea ve en el hecho de la concepción virginal de Cristo por parte de María una muestra de la gratuidad de la salvación y, en consecuencia, de la pobreza del hombre para ser el artífice de su salvación.

Cito solo un par de textos. El primero, de Karl Rahner: “La virginidad de María y el nacimiento del Señor sin intervención de padre humano indican no sólo con palabras, sino en la concreción tangible de la vida humana, una misma y única realidad: Dios es el Dios de la gracia libre, el Dios que nosotros, con todos nuestros esfuerzos, no podemos coger y aferrar con nuestras manos, sino sólo el Dios que podemos recibir como gracia, con la que se nos entrega a sí mismo de manera inefablemente libre. Esta realidad, en María, no tenía que vivirse solamente en las disposiciones de su corazón, sino que debía expresarse en todo su ser, incluso en su corporeidad; tenía que manifestarse y representarse en su existencia corporal. Por este motivo, María es virgen en el espíritu y en el cuerpo, única en todo el plan de Dios”.

Y Max Thurian escribió: “la virginidad de María es un signo de la pobreza y de la incapacidad del hombre para llevar a cabo su liberación, para hacer que aparezca el ser perfecto que podrá salvarlo”.

Guillermo Juan Morado.